En un juego en el que no le pintaban más que bastos, el lince de Montevideo ganó. Subió tan alto tan pronto que perdió la cuenta de lo que tardó en caer. Y sin embargo, el mito de Alfredo Evangelista Chamorro se forjó en una derrota, la que hace cuarenta años le infligió el deportista más influyente de todos los tiempos. Aunque mañana curara el cáncer, o matara al papa, Evangelista seguiría siendo, para la memoria colectiva, el púgil ignoto con trazas de guerrero apache que una noche de mayo le metió el miedo en el cuerpo a Muhammad Ali.
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