Chesebrough puso todo su empeño -y se transformó en conejillo de indias- para convencer al público de sus beneficios. Viajó por todo el estado de Nueva York cargado con potes de vaselina, demostrando su eficacia sobre su propia piel: primero se provocaba quemaduras con ácido o directamente con fuego, y luego se untaba las heridas con su flamante invención para mostrar sus efectos cicatrizantes. Para 1874, vendía unos 1.400 potes al día.
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