A mi padre tengo que agradecer haberme inculcado la cultura pop. Recuerdo esas tardes lluviosas, pretexto para subir al desván y ojear con un interés cuasi aqueológico aquellos cómics donde bárbaros melenudos o superhéroes vestidos con trajes estrafalarios repartían mandobles a diestro y siniestro con el pretexto de la defensa de la justicia o las sesiones de cine de sobremesa en las que encontrabas películas tan lúdico-fantasiosas como Los Goonies, Indiana Jones o Conan el bárbaro. Es de esta última película sobre la que pretendo reflexionar
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