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¿Estamos condenados a repetir las (cariñosas) monsergas de nuestras madres?
Puede ser que al rozar la treintena, llegues a casa agotada del trabajo, calientes en el microondas lo primero que pilles del frigorífico, ordenes la casa mientras esperas a que el horno acabe su trabajo y, ya con el plato sobre las rodillas, te plantes enfrente a la tele para pasar las últimas horas del día… ¡Viendo los mismos programas que ahora ve tu madre!
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