La culpa la tuvo el alcohol y una locomotora de vapor. En el año 1832, Thomas Cook, un joven ebanista de apenas veinticuatro años, que también oficiaba misa como predicador baptista, había trasladado su residencia al pequeño pueblo de Market Harborough, en el condado de Leicester. Desde su púlpito propagaba a sus feligreses la palabra de Dios, prometía redención a cambio del sacrificio laboral y, sobre todo, avisaba de los peligros del alcohol,
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