Al principio, había pensado en usar este artículo para relativizar la importancia de las series y glosar sus numerosos defectos. Pero, al final, como pasa con los darnáis, los seguidores de Trump o los reguetoneros, lo peor no son el objeto en sí, sino sus fanboys. Desde hace tiempo he presenciado chavales de entre veinte y treinta años (y algún maduro despistado) que se llamaban "expertos seriéfilos" y exhibían muchas trazas más bien heredadas de la peor culturetez cinéfila: superioridad, absoluta falta de conocimientos de lo que hablan.
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