Alrededor de la década de 1850, las barberías comenzaron a ofrecer a sus clientes sus propias tazas de afeitado personalizadas para guardar el jabón y la brocha del cliente. Estos artículos se mantenían en la barbería y se utilizaban solo para el cliente que poseía la taza, lo que se pensaba que ayudaba a prevenir cualquier cosa contagiosa que se pudiera transmitir entre los clientes. Las tazas estaban alineadas a lo largo de las paredes como trofeos. Cuantas más tazas, más clientes leales.
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