Tal vez su condición de glándulas mamarias ha desorientado a lo largo de los siglos a los custodios de la buena moral. En efecto, desde sus representaciones más antiguas, como la austriaca estatuilla femenina de Willendorf, diseñada hace más de 30.000 años, las tetas de la mujer han proyectado sus redondeces, con mayor o menor exuberancia, como un símbolo puro de la maternidad y, en consecuencia, como la plasmación de un determinismo que parecía convertir en incuestionable el lugar reservado a la mujer por imperativo doctrinal y biológico.
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