Algo distingue a las personas que son felices: un rubor en las mejillas, un brillo especial en los ojos, un micrófono en la solapa. «Yo era rico, salía con modelos, tenía cochazos, pero no era feliz. Cambié de actitud…». Los filósofos se han afanado en este asunto durante generaciones sin obtener nada solvente. Aristóteles, que no es un cualquiera, no consiguió precisar más allá de «un cierto vivir bien». Ahora lo vemos claro: en la Grecia clásica no había psicólogos de esos que van por los platós ni había coaches. Había sofistas, pero eran más
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