El juego institucionalizado es irracional. Orienta a la sociedad en una ilusión imposible: cada cual alimenta una esperanza, pero el conjunto de todas estas esperanzas individuales resulta imposible. Es la manera de negar la esperanza, en tanto desvía a la sociedad de otros mecanismos por los cuales podría esperar ese fin. Al que le toca el premio le llamamos agraciado y al que no desgraciado; las conexiones con el calvinista son literales: sabe que la Gracia de Dios solo es para unos pocos, pero sin embargo está continuamente en la esperanza.
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