En algunos lugares del mundo las máquinas nacen con los días contados. Lo dicta un mercado hambriento que necesita producir y engullir, producir y engullir, hasta llenar el planeta de cadáveres tecnológicos. En otro lugar del mundo la lógica es la contraria. La vida de un aparato se estira hasta lo inimaginable. Es la desobediencia tecnológica frente a la obsolescencia programada. Es la necesidad de alargar la vida de los objetos frente a la bulimia del capitalismo salvaje.
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