Tu portátil sabe mucho de ti. Te ha visto el careto cuando hablabas por Skype, te ha ayudado a que Word corrigiera tus faltas de ortografía y te ha contemplado analizando en profundidad los perfiles de Facebook de tus amigos. Sin embargo, cuando pasan cuatro o cinco años, tu ordenador comienza a sufrir los primeros achaques, y pese al vínculo especial que habéis mantenido ese tiempo, decides separarte de él. Llegará un momento en que se te bloquee tantas veces al día que tu mayor deseo sea tirarlo por la ventana y adelantar su defunción.
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