Tokio. 1992. Masahiro Hara estaba bloqueado. Nunca se había enfrentado a un desafío como el que tenía por delante. Su responsable le pidió que desarrollara un nuevo sistema de codificación que incluyera toda la información de un pedido y, además, se leyera rápidamente. Hara lo había probado todo, pero cada paso que daba para aumentar el volumen de datos codificados —por ejemplo, probar a almacenar información en un código de dos dimensiones en vez de una— dificultaba su lectura.
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