Dado que aspiramos a una convulsión fundamental de la sociedad existente, nuestra acción, en sus innumerables formas, de palabra o de obra, legal o ilegal, individual o colectiva, pretende favorecer -a más o menos largo plazo- los actos insurreccionales necesarios para dicha convulsión. Por agitación, entiendo la sacudida y el ahuyentamiento del viejo hábito de la autoridad, del Estado y sus instituciones, en favor de la autoorganización directa en todos los ámbitos, basada en el apoyo mutuo y la autonomía de los individuos que deciden libremente agruparse. Evidentemente, esta convulsión no se producirá mágicamente en el momento de la insurrección, pero una ruptura violenta del curso normal de las cosas puede proporcionar el espacio y el tiempo necesarios.
A continuación, el texto del folleto...
Por la agitación del mundo
Es evidente que muchas personas no parecen tener problemas con las relaciones existentes. Ya sea porque están del lado de los que se benefician de ellos, o simplemente porque se acomodan a la mentalidad servil y conformista que la economía infunde ahora en todas partes. En cualquier caso, no es a estas personas a las que quiero dirigirme aquí. En este artículo, me gustaría hablar a las personas que sigo conociendo, que todavía tienen un deseo de libertad en sus corazones.
Como he comprobado en muchas discusiones y conversaciones, las ideas de libertad que defienden los anarquistas parecen ser ampliamente compartidas, al menos en teoría, como ideas, como un sueño inalcanzable... Al fin y al cabo, mucha gente conoce los problemas de los que hablamos a través de su vida cotidiana. Nuestro rechazo a muchos aspectos de la sociedad actual también lo experimentan los demás en sus corazones. Porque ¿a quién le gusta someter su voluntad y su dignidad a cualquier autoridad? ¿A quién le gusta recibir constantemente órdenes de jefes, funcionarios y policías? ¿Arriesgarse a ser castigado y encerrado por cada "paso en falso" según las leyes establecidas por otros? ¿Tener que luchar contra el Estado y su burocracia que se inmiscuye en todos los aspectos de nuestra vida? ¿A quién le gusta tener que venderse para sobrevivir? ¿Que tus habilidades sean explotadas por algún magnate que se enriquezca con tu esfuerzo? Por último, ¿a quién le gusta vivir en un mundo basado en la explotación y la opresión? ¿Quién no preferiría vivir en un mundo de solidaridad y libertad?
Y, sin embargo, se utiliza una enorme variedad de argumentos para cumplir con estas condiciones. Bueno, no voy a entrar en los argumentos de que estas condiciones no se perciben como opresión y falta de libertad. Si uno no lo siente así, obviamente tiene pocas razones para luchar contra ello (pero no más derecho a impedir que otros lo hagan, si lo hacen). También dejaré de lado los argumentos de que, aunque todo esto sea desagradable, no por ello deja de ser necesario, ya que el principio de autoridad es una parte irreducible de la naturaleza humana. La crítica a esta afirmación merece ser desarrollada en otro lugar.
En este artículo, partiré de la observación que yo, como muchos otros, extraigo de esta realidad: que esto no es ciertamente la libertad, que la libertad debe ser algo completamente diferente. Al hacerlo, me dirijo a quienes comparten esta observación.
Por otra parte, también parto de la convicción de que la libertad, que por tanto debe encontrarse más allá de lo que existe, es sin embargo accesible, que puede alcanzarse y ganarse. Mientras que la primera observación está bastante extendida, hoy en día esta convicción es demasiado rara.
Me gustaría explorar la posibilidad de un camino completamente diferente, de una lucha hacia la libertad.
¿ES SÓLO UN SUEÑO INALCANZABLE?
Las relaciones descritas anteriormente, la existencia de autoridades de todo tipo que exigen nuestra sumisión, de explotadores de todo tipo que se enriquecen con nuestro trabajo, no son sólo una realidad personal. También son los cimientos del mundo social en el que vivimos desde hace mucho tiempo. Aunque estas relaciones parezcan hoy en día más racionales, más sutiles, más finamente entrelazadas y más democráticas que antes, no dejan de serlo, o mejor dicho, están tanto más arraigadas. Por eso creo que si simplemente no queremos aceptarlas, debemos concebir un levantamiento igual de fundamental: una revolución social que elimine todas las instituciones que se interponen en el camino de la vida libre que soñamos. Cuando hablo de la convicción de que la libertad puede alcanzarse a través de la lucha, hablo de una inmensa tarea de trastorno de las relaciones, de destrucción de las estructuras y de creación de una vida sobre otras bases. Sin duda, esta tarea no se logrará de la noche a la mañana, pero si no queremos abandonarla al reino de los meros sueños inalcanzables, debemos emprenderla ahora.
Apenas he dicho esto, se escuchan las más diversas objeciones, incluso de quienes se reconocen básicamente en los mismos problemas y en las mismas ideas libertarias: "¿Pero qué puedo hacer?", "Somos muy pocos", "El cambio necesario es demasiado grande", "Aunque nos defendamos, no cambiará nada", "Si atacamos a las autoridades hoy, nos castigarán mañana", etc., etc. Con estos argumentos resignados, mantenidos por el modelo de pensamiento dominante, mucha gente intenta disuadirse de dar el paso hacia la revuelta, que es la condición necesaria para cambiar algo.
Así es como con demasiada frecuencia aceptamos, aunque sea a regañadientes, las condiciones que se nos imponen, como elegimos el "mal menor" y como acabamos pasando por la vida con dificultad. Nos ponemos una máscara para no tener que mirarnos en el espejo por la mañana, enterramos nuestros viejos sueños o nos ahogamos en ellos a través de la depresión, la frustración, el cinismo y el olvido de nosotros mismos en un aturdimiento...
Desgraciadamente, se trata de formas demasiado comunes de tratar las condiciones existentes (o precisamente de no tratarlas). Otro camino, ciertamente no más sencillo, pero en todo caso más orgulloso, más bello y más rico en perspectivas, consiste en atreverse a dar este paso hacia la revuelta. Un paso que sin duda requiere valor y fuerza de voluntad, pero que al mismo tiempo da fuerza y confianza en sí mismo. Este paso proviene de una decisión interna y no implica cálculos. Es la decisión de no limitarse a aceptar y soportar, sino de tomar las riendas de la propia vida, de desarrollar las propias ideas de forma independiente y de emprender la propia lucha por la libertad, partiendo de donde uno se encuentra.
Se trata, pues, de salir del ámbito de los sueños inalcanzables y transformarlos en un impulso hacia la acción concreta en la realidad.
"No necesitamos saber si tendremos éxito, si los hombres lograrán vivir en una armonía lo suficientemente grande como para asegurar el desarrollo completo de su individualidad, tenemos que actuar para que así sea, para ir en la dirección que nuestro razonamiento y nuestra experiencia determinen.
Albert Libertad, 1908
LA REVOLUCIÓN
Así, la revuelta -como acto mental y físico, a menudo necesariamente violento, de rebelión contra las ideas, las estructuras y los hombres que permiten y mantienen la opresión y la explotación- me parece el requisito previo indispensable para poder cambiar realmente las relaciones existentes. Pero no es sólo eso. Me parece importante subrayar desde el principio que, antes de cualquier estimación de los resultados que se pueden obtener, la revuelta es un acto de reconquista de la propia dignidad. Es la confirmación de que uno sigue vivo en un mundo sin vida y dócil. La revuelta refuerza la individualidad en una sociedad sumida en la mentalidad de rebaño. Por lo tanto, no es sólo "oportuno", sino una necesidad vital para aquellos que ya no desean someterse.
Vista desde este ángulo, que nunca entenderán los sociólogos democráticos que analizan las actuales explosiones sociales en nombre del Estado, la revuelta no necesita listas de motivaciones o reivindicaciones para justificarse. Visto desde este ángulo, que tampoco entenderán nunca los contables de la revolución, que al servicio de su ideología y su programa condenan las rebeliones incontroladas, tampoco necesita presentar resultados para ser valioso. El valor de la revuelta reside en sí mismo.
Sin embargo, para que se convierta en una fuerza socialmente transformadora, debe estar obviamente vinculada a una perspectiva. Una perspectiva en la que nos dotamos de las ideas, los análisis y los medios necesarios para llevar adelante este proyecto revolucionario de cambio social. Las ideas de la vida que deseamos se desarrollan a través de la discusión y el conflicto, con nosotros mismos y en nuestra relación con la realidad. Analizamos las razones y los orígenes de lo que queremos combatir para actuar adecuadamente. Buscamos formas de difundir nuestras propuestas socialmente, con palabras y hechos.
Aquí, dada la magnitud del cambio necesario al que se enfrenta necesariamente una perspectiva revolucionaria, sigue apareciendo la objeción de que somos pocos.
CONFLICTO SOCIAL
Es cierto que somos pocos los que luchamos por un cambio en estas relaciones, frente a la inercia de las mentalidades actuales y la paz social que trata de imponerse entre los explotados y los explotadores, entre los pobres y los ricos. Pero también es una vieja perogrullada decir que todo lo que se hizo grande empezó siendo pequeño. Por lo tanto, sería absurdo no actuar, sólo porque somos pequeños. Pero, sobre todo, me gustaría destacar que ser pocos no significa estar aislados.
Aunque hoy en día hay pocas personas en este país que se rebelen, hay muchas que experimentan el conflicto de esta sociedad en sus propias vidas. El principio de autoridad y de propiedad en el que siempre se ha basado crea una separación y una desigualdad que recorre todo el paisaje social: entre unos pocos ricos y una gran parte de los pobres, entre unos pocos privilegiados y una gran parte de los excluidos, entre unos pocos dirigentes y una gran parte de los subordinados. Estas relaciones encierran un inmenso potencial de conflicto que, con los gritos de Igualdad y Libertad, ha llevado en la historia a innumerables levantamientos para poner fin a este orden de privilegios.
Conscientes de este potencial de conflicto y ansiosos por preservar su posición, quienes se benefician de esta desigualdad intentan de diversas maneras disuadirnos de la revuelta, pacificar artificialmente o barrer este conflicto bajo la alfombra.
Pero mientras dure esta desigualdad, creo que este conflicto no se puede pacificar, que seguirá existiendo, aunque sea de forma latente. Hoy en día, debido a la creciente alienación, sus razones parecen estar en general menos claramente identificadas, lo que le lleva también a expresarse de forma a menudo irracional, a través de la violencia indiscriminada, las depresiones, el olvido de sí mismo en la estupefacción o el suicidio. Creo que este conflicto sólo puede resolverse si se lleva hasta el final. Hasta que vivamos en un mundo que ya no esté separado, en el que nadie se enriquezca a costa de los demás, sino que la libertad de todos se amplíe a través de la libertad de los demás.
La revuelta, incluso de una minoría, en la medida en que forma parte de este conflicto real que muchos llevan dentro, no es por tanto aislada. Como signo y manifestación de este conflicto social, puede contribuir a identificar más fácilmente las causas y responsabilidades de las relaciones de dominación, lo que permite atacarlas. Aunque se trate de una revuelta puntual y limitada, siempre encierra la posibilidad de su ampliación alentando y ayudando a otros a rebelarse a su vez.
Al final, ¿no nos ha demostrado la historia una y otra vez que la acción valiente y decidida de una minoría sublevada ha logrado sacar lo que se estaba gestando dentro de muchos otros, precipitando insurrecciones y revoluciones (los levantamientos de 2011 en el norte de África son los ejemplos más recientes)?
UNA CONCEPCIÓN DIFERENTE DE LA FUERZA
El argumento de que somos demasiado pequeños y el enemigo demasiado grande corresponde a menudo a una concepción que ve la lucha social en una lógica militar: es una concepción según la cual al coloso del Estado y a sus fuerzas de orden debe oponerse un coloso igualmente grande capaz de hacerle frente. Esta es también la concepción de muchas organizaciones revolucionarias, más o menos autoritarias, que buscan reclutar miembros en todas partes y tienen como objetivo centralizar las fuerzas en ellos. Como anarquistas, tenemos una concepción completamente diferente de la lucha social y de la fuerza.
A la fuerza bruta y cuantitativa del poder, que se expresa en una lógica militar y centralizadora, no queremos oponer un "contrapoder" basado en la misma lógica, sino la fuerza social y cualitativa de la libertad. Una fuerza basada en los principios de descentralización y autonomía individual. No pretendemos convertir a los individuos en masas, sino que queremos que las masas se conviertan en individuos. Individuos que no siguen ninguna guía o ideología del momento, sino que luchan por sus propias ideas, liberación y realización. La libertad, la lucha por la libertad, debe venir de todos y cada uno de nosotros, no de una organización que dice representar a los individuos, de lo contrario es una nueva imposición (¿y cuántas veces en la historia hemos visto el deseo de libertad traicionado de esta manera?)
Más allá de estos aspectos, las antiguas organizaciones de masas, como los sindicatos y los partidos de tendencia revolucionaria, están ya claramente superadas. Su forma centralizada no sólo es contradictoria con cualquier perspectiva antiautoritaria, sino que además ya no se corresponde en absoluto con la realidad actual. La concentración de los explotados en las fábricas o en los barrios obreros, que antaño favorecía esta forma de organización en la medida en que podía apoyarse en una condición de explotación ampliamente compartida y en una cierta "conciencia de clase", prácticamente ya no existe hoy, al menos en nuestras latitudes. El espectro de la "clase obrera" ha desaparecido del panorama social (lo que obviamente no significa que hayan desaparecido los proletarios, los excluidos y los explotados). El conjunto de la producción capitalista, y por tanto la explotación del trabajo y las condiciones de esta explotación, se han dispersado y fragmentado masivamente, principalmente como resultado de la introducción de nuevas tecnologías. Por lo tanto, nos enfrentamos a una realidad completamente diferente a la de hace sólo unas décadas.
Frente a las organizaciones de masas centralizadas, proponemos la creación más difusa posible de grupos de base autónomos y autoorganizados. Grupos que pueden formarse allí donde las personas comparten una determinada condición de opresión, pero de forma temporal y evolutiva. Por lo tanto, el objetivo de estos grupos no es crecer ad infinitum, sino llevar a cabo una lucha activa y autoorganizada en una relación de conflicto permanente, sin negociaciones destinadas a aliviar o incluso eliminar ciertas condiciones de opresión. Para mantener su autonomía, se basan en la independencia de cualquier partido y organización política, así como en el rechazo a la delegación. La acción directa y la iniciativa individual son su motor.
"Unos querrán una gran concentración de fuerzas, otros una inmensa diseminación de fuerzas; unos propondrán la formación de un cuerpo colosal capaz de atacar y enfrentar al Estado, otros defenderán la creación de un número ilimitado de pequeños cuerpos o grupos en medio de los cuales, como en una telaraña, el monstruo terminará por ser atrapado. En otras palabras, todo el campo se dividirá entre los revolucionarios con prácticas autoritarias, y los anarquistas, que responderán al problema de la acción: Anarquismo. Carlo Cafiero, 1881
Esta concepción difusa de la lucha corresponde también a la aspiración de una revolución social y no sólo política. De hecho, no se puede luchar contra la dominación simplemente asaltando el Palacio de Invierno o el Parlamento. La dominación se manifiesta en todos los ámbitos de la vida cotidiana, a través de innumerables instituciones, funciones, patrones de pensamiento, relaciones y comportamiento. Por tanto, hay que combatirla con acciones grandes y pequeñas, en todas partes y en la vida cotidiana.
Otro factor que argumenta a favor de una concepción difusa de la lucha social es la evolución de la propia estructura capitalista. La flexibilización y la descentralización de la economía mediante la liquidación de los grandes complejos industriales y la fragmentación de la producción significa también que las arterias que garantizan el funcionamiento del sistema (transportes, energía, comunicaciones, etc.) están masivamente dispersas y, por tanto, son más vulnerables y posibles de atacar de forma descentralizada...
El objetivo de la mayor difusión posible de los grupos e individuos que actúan de forma autónoma (que también pueden reunirse naturalmente en momentos masivos) se basa, pues, en una concepción de la fuerza asimétricamente opuesta a la fuerza bruta, cuantitativa y centralizada del poder.
AUTOGESTION
Si abordamos la cuestión de la revolución social, también debemos plantearnos la cuestión de la autogestión en una sociedad sin Estado ni gobierno. En mi opinión, esta cuestión también debe reconsiderarse a la luz de los cambios de las últimas décadas.
El objetivo de las viejas estructuras sindicales revolucionarias, incluidas las anarquistas, era construir los cimientos de la sociedad liberada venidera, es decir, después de arrancar los medios de producción a los capitalistas, autogestionando la producción sin jefes y sin propiedad para el bien de todos. Hoy en día, la introducción de nuevas tecnologías en prácticamente todos los ámbitos de la producción ha conducido, además de la mortífera devastación producida por las industrias nuclear, química y armamentística, a una multiplicación de la especialización, la jerarquía y la alienación. Por lo tanto, debemos preguntarnos si realmente queremos mantener esta producción. Creo que la mayoría de las estructuras productivas actuales no pueden organizarse en un sentido libertario y, por lo tanto, no deben autogestionarse, sino destruirse.
La libertad ya no puede significar simplemente la autogestión de la sociedad sin un Estado. Debe ser la autogestión de una nueva vida sobre una base completamente diferente, y por lo tanto no debe tener miedo a la ruina.
Y uno de los puntos de partida de las bases de autogestión necesarias para una sociedad libre (según el viejo principio comunista: a cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades) podrían ser precisamente las experiencias dispersas de grupos autónomos de base que, ya hoy, experimentan la autoorganización autónoma en su lucha.
INSURRECCIÓN
Dado que aspiramos a una convulsión fundamental de la sociedad existente, nuestra acción, en sus innumerables formas, de palabra o de obra, legal o ilegal, individual o colectiva, tiene como objetivo favorecer -a más o menos largo plazo- los actos insurreccionales necesarios para dicha convulsión. Por convulsión entiendo la sacudida y el ahuyentamiento del viejo hábito de la autoridad, del Estado y sus instituciones, en favor de la autoorganización directa en todos los ámbitos, basada en el apoyo mutuo y la autonomía de los individuos que deciden libremente agruparse. Evidentemente, esta agitación no se producirá mágicamente en el momento de la insurrección, pero una ruptura violenta del curso normal de las cosas puede proporcionar el espacio y el tiempo necesarios.
Por otra parte, la insurrección es también necesaria para atacar concretamente lo que hace posible el Estado y evitar así su resurgimiento: me refiero a la destrucción de los servicios e instalaciones administrativas (archivos, datos de identidad, etc.), financieras (registros de la propiedad, reservas nacionales de oro, etc.) y represivas (estructuras policiales y militares, cárceles, tribunales, etc.), así como al fin del monopolio de la violencia (mediante el armamento generalizado)...
Es obvio que una revolución social no es el resultado de una sola insurrección, de alguna Gran Noche en algún lugar del futuro, sino que es un proceso lento y permanente que comienza con nuestra acción hoy, y dentro del cual las insurrecciones son sólo una fase de aceleración, la fase de un posible salto.
Hablo de un proceso continuo, en el sentido de que la libertad no es para mí un estado que pueda instalarse y mantenerse dentro de una "estructura". Es una tensión, un impulso de individuos que recrean constantemente el mundo. En este sentido, en el caso de las insurrecciones y las revoluciones, también es necesario seguir luchando sin tregua contra quienes tratan de imponer una nueva dominación, un nuevo régimen, un nuevo estado fijo, traicionando el impulso hacia la libertad una vez más. Mientras haya gobiernos, sea cual sea la forma que adopten y aunque pretendan actuar en nombre de la libertad, se impondrán por la fuerza a algunos. Y como decía un viejo anarquista: mientras todos los hombres no sean libres no puede haber libertad, y en este caso yo tampoco soy completamente libre.
Für die Umwälzung der Welt, traducido del alemán de Aufruhr (Zúrich) nº 9, julio de 2013. Traducido y publicado en la revista anarquista de crítica social Subversion #4, octubre de 2014.
FUENTE: Anar'chronique Éditions
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/12/pour-le-bouleversement-du-monde.h