Anarquistas contra el terrorismo - Luciano Loiacono

Ciertamente, cuando se trata de terrorismo, hay confusión. La incoherencia no perdona a nadie. Desde las redacciones hasta el "Café du Commerce", y a veces incluso en los círculos de protesta, pasa factura.

Sin embargo, la sangre en las aceras indica claramente que ya no es el momento de hacer "gárgaras" y ambigüedades. El macabro culebrón cuyas páginas hemos tenido que pasar, con los dientes apretados, desde hace varias semanas, por desgracia, anuncia muchas más.

Sabiendo que es gracias al silencio, a la ignorancia y a la confusión que se desarrollan y montan los mecanismos totalitarios, es urgente hablar claro... y ser intransigente.

En los conflictos entre el Trabajo y el Capital, entre las sociedades y los Estados, los datos políticos, económicos y culturales condicionan la elección de las formas de lucha a adoptar para lograr la emancipación.

Una de estas formas, la violencia, plantea muchos problemas éticos a quienes pretenden defender concepciones humanistas y sociales y, al mismo tiempo, tener la voluntad de ser agentes activos de un cambio radical.

El sentido común y ciento cincuenta años de experiencia han dado a los anarquistas una posición clara sobre el tema.

El uso de la violencia, incluso la lucha armada, puede estar a veces justificado, especialmente en contextos impuestos por regímenes dictatoriales, nacionales o imperialistas. ¿Quién podría culpar a los trabajadores españoles por tomar las armas en 1936 para luchar contra el golpe de Estado fascista y, al mismo tiempo, para intentar el experimento socialista libertario? ¿Quién podría culpar a los resistentes franceses e internacionales por haber luchado contra las tropas alemanas y colaboracionistas durante la Ocupación? Con todo, este recurso a las armas, cuando las condiciones lo exigen, no autoriza la economía de la ética y la coherencia; la adopción momentánea de un comportamiento de "combate" no significa, para los anarquistas, que todo esté (de una vez) permitido o que el fin justifique los medios.

Además, se ha observado que en períodos de paz social y bajo regímenes democráticos, el recurso a una estrategia "militar" de subversión no sólo no hizo avanzar la causa revolucionaria ni un ápice, sino que tendió a reforzar los aparatos de control y dominación, y a restringir el campo de las libertades (por no hablar de la criminalización de otras formas de protesta por amalgama).

Lo que es cierto en todos los casos es que el uso de la violencia nunca ha podido sustituir el trabajo diario de despertar y canalizar la conciencia hacia la acción. La violencia nunca podrá sustituir el trabajo de promoción, a todos los niveles sociales, económicos y culturales, de modos de gestión y administración capaces de emancipar a las sociedades y a los pueblos del yugo del poder y de la explotación (responsabilidad, gestión directa, federalismo).

Hace dos siglos, la Revolución Francesa dio origen al Estado nacional moderno y, al mismo tiempo, a una formidable técnica gubernamental: el terrorismo. Las ejecuciones sumarias y masivas, realizadas a menudo sin mucho discernimiento, dieron su estilo al "gobierno de todos por el terror" en nombre de la Nación (que se había convertido en soberana) y de la salvación pública.

Comparar el gorro frigio con las "camisas pardas" de Múnich o las bufandas escarlatas de Phnom Penh sería tan absurdo como peligroso. Ni los juicios sumarios ni el ritmo infernal de la guillotina podrían alcanzar nunca las cotas de abominación que representan la deportación, la esclavización y el exterminio de millones de personas. Sin embargo, hay que reconocer que muchos estados posteriores siguieron el camino del terror programado, llevando el proceso hasta su conclusión lógica, para establecer o reforzar su poder.

El "catálogo de tormentos" elaborado en forma de informes anuales por las organizaciones humanitarias internacionales es una sombría confirmación de ello. Ya sea revestido con los colores del fascismo, del marxismo o de la religión, el terrorismo aparece siempre y en todas partes como un fenómeno de naturaleza gubernamental, estatal, militar y policial. Porque el terror, a través de la inseguridad que crea, pretende sobre todo conquistar y manipular las mentes.

El mecanismo terrorista sigue siendo, en definitiva, terriblemente sencillo. En primer lugar, el Estado (vigente o por venir) ejerce su violencia; en segundo lugar, la mediatiza (y distribuye su eco). Matar no lo es todo, hay que matar indiscriminadamente, y hacerlo saber. Cuanto menos discernimiento, cuanto menos preciso sea el objetivo, mayor será el terror, ya que todos los miembros de la comunidad humana a los que se dirige el "mensaje" se convierten en víctimas potenciales.

El terrorismo, como vemos, opera a través de la escenificación de la violencia. Los reflejos de supervivencia y el instinto individual de autoconservación hacen el resto. Se desarrolla una sospecha generalizada que destruye el tejido de la solidaridad dentro de las clases, los grupos e incluso las familias. Desestructurada y atomizada, la sociedad se vuelve más dócil al gobierno.

No es de extrañar que el terrorismo adquiriera su verdadera dimensión a mediados de este siglo con la llegada de la comunicación de masas. El régimen nazi fue el primero en utilizarlo de forma tan eficaz y extensa.

La organización de masas bélicas (con llamamientos al sacrificio de víctimas expiatorias) tuvo como respuesta el eco de las ejecuciones sumarias, los ataques a locales obreros o judíos y las manifestaciones. Los incipientes medios de comunicación (cine, prensa, pero sobre todo la radio) lo retransmitieron todo, dando una resonancia "hechizante" al hábil acoplamiento de la propaganda y el terror.

Todos los Estados han recurrido, o siguen recurriendo, a los inagotables recursos del terrorismo, aunque en distinto grado. Las propias democracias no quedan al margen cuando se declaran "estados de excepción" o en situaciones de tipo imperialista. Un "buen" ejemplo es el de Estados Unidos, que con sus repetidas campañas de "conquista de la opinión" en Vietnam (uniendo los medios informáticos y estadísticos a los que ofrecían el fusil M.16 y las bombas de bola), diezmó voluntariamente a la población civil.

Por supuesto, la palabra "terrorismo" suena diferente hoy en día. Si se percibe como un fenómeno subversivo, es porque las facciones, los grupos, los partidos que aspiran a la conquista del poder por todos los medios, han sabido volver el método contra los gobiernos de turno en pocas décadas; recuperando el impacto de los medios de comunicación a través del carácter espectacular de sus acciones (tanto más fácilmente cuanto que el sistema capitalista autoriza cada vez más la gestión y la distribución de la información por el sector privado - prensa "independiente", radio y televisión privadas, etc.). Porque todo se puede vender, incluso la sangre.

En algunos círculos de protesta "pragmática", se intenta encontrar buenas razones, o al menos buenas razones, para ciertos actos de terrorismo. Por supuesto, un fascista combatiente no es un comunista combatiente, y el terrorismo subversivo se compone de múltiples corrientes. Y sin embargo... Tanto si constituye un acto "revolucionario" o "antiimperialista", como si se trata de un acto de guerra clandestino entre naciones (entre Estados con capacidades militares convencionales demasiado equilibradas o demasiado desequilibradas para arriesgarse a un conflicto abierto), es sobre todo un acto de poder dictatorial. La difusión de un "mensaje sangriento", como acción psicológica destinada a tomar como rehén a una población o a hacerla adoptar una "opinión" bajo coacción, miedo o asco, es una operación de carácter manipulador y, por tanto, autoritario.

Esta manipulación es tanto más fácil para los grupos subversivos porque se refieren a ideologías que tienen un "fin", para las que la vida humana, es decir, los seres humanos, tienen poco peso en comparación con la historia o la Divinidad.

Detrás del terrorismo siempre está el Estado, el existente o el que pretende sustituirlo. Teóricamente, aparece como un método (en proceso de desarrollo) de ese arte de gobernar que se llama "política".

Estratégicamente (la historia de nuestros países vecinos, especialmente Italia, lo demuestra), el terrorismo tiende a reforzar la represión hasta tal punto que la distinción entre subversión y provocación se hace imposible (los Estados crean su propio terrorismo interno).

Al soldar a las poblaciones a su gobierno "protector", tiende a lograr el más reaccionario de los compromisos históricos, el que pretenden todas las dictaduras: la unión del Estado con sus súbditos por motivos de seguridad.

Por todas estas razones, pero también porque la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores, hay que denunciar y combatir el terrorismo. Debe encontrar sus enemigos más irreductibles en los anarquistas.

Luciano Loiacono

FUENTE: Le Monde Libertaire - 2 de octubre de 1986

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2016/05/les-anarchistes-contre-le-terrori