La oposición de los anarquistas a la participación del movimiento obrero en la institución parlamentaria se basa en lo que consideran el carácter de clase de ésta; en su función en la sociedad capitalista moderna; en la desviación del programa obrero que suponen las alianzas antinaturales que impone esta participación; en la brecha que se ensancha entre el representante elegido y el votante; finalmente, en la negación de la solidaridad internacional que inevitablemente aparece. No basta con decir que la institución parlamentaria impone un juego arriesgado al proletariado: las principales objeciones provienen del hecho de que la propia clase dominante no duda en hundir la democracia parlamentaria cuando sus intereses están en juego.
¡La burguesía no juega al juego! La forma política más adecuada... La democracia representativa no sólo se adapta perfectamente a las exigencias del capitalismo, sino que es necesaria para él. Esta forma de Estado combina dos condiciones indispensables para la prosperidad de la producción industrial a gran escala: la centralización política y el sometimiento del pueblo-soberano a la minoría que lo representa, que de hecho lo gobierna y lo explota. En un régimen que consagra la desigualdad económica y la propiedad privada de los medios de producción, el sistema representativo legitima la explotación de la gran masa del pueblo por una minoría de poseedores y por los profesionales de la palabra que son su expresión política. Si el derecho político garantizado por el sistema representativo permite al no poseedor participar como ciudadano en la elección de un representante, el derecho económico le permite igualmente "elegir" a su empleador. La libertad del trabajador, dice Bakunin, es una libertad teórica, ficticia. Sin embargo, "¿significa esto que los socialistas revolucionarios no queremos el sufragio universal, y que preferimos el sufragio restringido o el despotismo de uno? En absoluto. Lo que afirmamos es que el sufragio universal, considerado por sí mismo y actuando en una sociedad fundada en la desigualdad económica y social, no será nunca más que un engaño para el pueblo; que, por parte de los demócratas burgueses, no será nunca más que una odiosa mentira, el instrumento más seguro para consolidar, con una apariencia de liberalismo y de justicia, en detrimento de los intereses y de la libertad del pueblo, la eterna dominación de las clases explotadoras y poseedoras. (Bakunin, Stock, IV 195) No se puede, por tanto, concluir de la crítica anarquista al sistema representativo la apología del "vacío" político, de la "nada" y de una espontaneidad trascendental a partir de la cual las "masas" descubrirían inmanentemente formas políticas nuevas y radicalmente diferentes.
La crítica anarquista a la democracia representativa no es una crítica de principio a la democracia, entendida como la participación de los afectados en las decisiones que conciernen a su existencia, sino una crítica al contexto capitalista en el que se aplica. Sin embargo, la brutalidad de la relación entre las dos clases fundamentales de la sociedad se ve atenuada, en primer lugar, por el hecho de que entre ellas hay muchos matices intermedios imperceptibles que a veces hacen difícil la delimitación entre los poseedores y los no poseedores, pero también por la aparición de una nueva categoría social, que Bakunin llama los "socialistas burgueses", y cuya función parece ser esencialmente la de promover el sistema representativo entre el proletariado. Procedentes de los márgenes de la burguesía, estos "explotadores del socialismo", filántropos, conservadores socialistas, sacerdotes socialistas, intelectuales desclasados, utilizan el movimiento obrero como trampolín y la institución parlamentaria como instrumento para intentar llegar al poder, o al menos hacerse un hueco. El socialismo burgués corrompe el movimiento obrero "distorsionando su principio, su programa". Definida la democracia representativa como la forma política mejor adaptada a la sociedad capitalista, cabe preguntarse si el proletariado debe aceptar sus reglas, sabiendo que "la revolución social no excluye en absoluto la revolución política". Al contrario, la implica necesariamente, pero imprimiéndole un carácter completamente nuevo, el de la emancipación real del pueblo del yugo del Estado. (Bakunin, Stock, IV 198.)
La participación del movimiento obrero en el juego electoral no puede tocar lo esencial, es decir, la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. Dado que la democracia representativa no es más que una máscara para la burguesía, que se deshace de ella fácilmente en favor del cesarismo, es decir, de la dictadura militar, cuando es necesario, cualquier usurpación de la propiedad decidida democráticamente provocará inevitablemente una reacción violenta por parte de las clases dominantes desposeídas. La participación en la institución parlamentaria, donde están representados los ciudadanos y no las clases, significa inevitablemente la realización de alianzas políticas con partidos que representan a determinadas capas de la burguesía moderada o radical. Bakunin afirma que la alianza entre un partido radical y un partido moderado tiene como resultado inevitable el fortalecimiento del partido moderado a expensas del partido radical y la dilución del programa del partido radical: "El absurdo del sistema marxiano consiste precisamente en esta esperanza de que al reducir demasiado el programa socialista para hacerlo aceptable a la burguesía radical, transformará a ésta en sirvientes inconscientes e involuntarios de la revolución social. Esto es un gran error; todas las experiencias de la historia nos demuestran que una alianza concluida entre dos partidos diferentes se vuelve siempre en beneficio del partido más atrasado; esta alianza debilita necesariamente al partido más avanzado, al disminuir, al distorsionar su programa, al destruir su fuerza moral, su confianza en sí mismo; mientras que cuando un partido atrasado miente, se encuentra siempre y más que nunca en su verdad. (Carta a La Liberté, 5 de agosto de 1872, ed. Champ libre, III, 166)
Sobre las alianzas
La fe en las instituciones parlamentarias, "siempre que se tenga detrás a la mayoría de la nación", para usar las palabras de Engels, todas las clases incluidas, es fuertemente criticada por los anarquistas, especialmente por Bakunin, porque significa inevitablemente la conclusión de un "pacto político" entre "la burguesía radical, o la burguesía obligada a convertirse en tal, y la respetable, es decir, la minoría inteligente debidamente aburguesada del proletariado de las ciudades, con exclusión y perjuicio de la masa del proletariado, no sólo del campo, sino también de las ciudades". "Tal es", concluye el anarquista, "el verdadero sentido de las candidaturas obreras a los parlamentos de los Estados existentes" (III, 161). Cabe preguntarse entonces qué defendía el propio Bakunin en materia de alianzas políticas. Había comprendido perfectamente la formidable importancia de las clases sociales intermedias en la sociedad y el papel de freno que podían desempeñar en la revolución. "No contéis con la burguesía -dijo-; nunca querrá ni podrá querer haceros justicia; sería contrario a la lógica de las cosas y de las condiciones de vida, contrario a todas las experiencias de la historia; siendo la opinión pública, la conciencia colectiva de cada clase necesariamente y siempre el producto de las relaciones sociales y de las condiciones particulares que constituyen la base y la ley de su existencia separada." (II, 93).
Por lo tanto, el proletariado debe organizarse "fuera y contra la burguesía". Sólo mediante la fuerza y la demostración real de su poder organizado podrán los trabajadores obtener concesiones de la burguesía. La pequeña burguesía es una aliada potencial del proletariado, separada de la clase obrera sólo por la "ignorancia de sus propios intereses" y por la "estupidez burguesa". La opinión de Bakunin está perfectamente expresada en el siguiente pasaje, escrito poco después de la muerte de Mazzini: los internacionales italianos, dice, serán sin duda invitados por los mazzinianos a unirse a ellos. Pero, nos recuerda Bakunin, "...no olvidéis el abismo que separa vuestro programa del programa mazziniano. No os dejéis arrastrar por ellos -lo que sin duda intentarán- a una empresa práctica común, conforme a su programa y a sus planes y modos de actuación, no a los vuestros. Llámalos a unirse contigo en tu propio terreno, pero no los sigas en el suyo, que no podrías aceptar sin sacrificar y traicionar esta gran causa del proletariado que ahora se ha convertido en la tuya. (...) Aceptando sus planes de acción, no sólo arruinaríais toda vuestra obra socialista y arrancaríais a vuestro país de la solidaridad revolucionaria que hoy lo une a toda Europa, sino que os condenaríais, con todos los que os siguieran en este nuevo y desastroso camino, a una derrota segura. (Carta a Celsio Ceretti, 13-17 de marzo de 1872, Champ libre, II, 237)
El poder y la explotación están inevitablemente unidos. Los Estados, sean cuales sean, funcionan según el principio de la sustitución del poder, es decir, canalizan la legitimidad de la sociedad civil en un número reducido de manos. La mayoría de la población sólo puede tener una soberanía ficticia, más o menos enmascarada. Por último, la lógica interna de todo Estado lo lleva a la centralización, la concentración de poder y la monopolización de las autonomías. El "poder político", entendido como proceso de decisión colectiva sobre las orientaciones de la sociedad, debe ser necesariamente descentralizado: su lugar de ejercicio no es el Estado ni el Parlamento, sino la organización de los productores asociados y los municipios federados. La conquista del Estado "sólo es posible cuando se desarrolla en concierto con alguna parte de esta clase [la burguesía] y se deja dirigir por burgueses".
La originalidad del análisis de Bakunin consiste en haber demostrado que en su período constitutivo, el movimiento obrero no podía esperar nada de la subordinación de su acción a la reivindicación de la democracia representativa porque se enfrentaba a la violencia del Estado, y que en el período de estabilización, cuando se concedió esta reivindicación, las clases dominantes y el Estado disponían de medios para impedir que el uso de las instituciones representativas pusiera en tela de juicio sus intereses. En efecto, Bakunin afirmaba que los demócratas más acérrimos siguen siendo burgueses, y que basta una "afirmación seria, no sólo de palabra, de las reivindicaciones o de los instintos socialistas por parte del pueblo para que se lance de inmediato al campo de la reacción más negra y más insensata", con sufragio universal o sin él. Este es el fenómeno que Bakunin llama Cesarismo, y que Marx llama Bonapartismo: este camino fue descubierto en el pasado por los emperadores romanos, pero olvidado y redescubierto recientemente por Napoleón I y "despejado y mejorado por su alumno, el Príncipe de Bismarck: el camino del despotismo estatal, militar y político, oculto bajo las flores y bajo las formas más amplias y al mismo tiempo más inocentes de la representación popular" (IV, 294). En 1815 este camino era prematuro: "Nadie sospechaba entonces esta verdad, que desde entonces se ha hecho evidente para los más necios déspotas, de que el llamado régimen constitucional o parlamentario no es un obstáculo para el despotismo estatal, militar, político y financiero, sino que, legalizándolo de alguna manera y dándole la apariencia engañosa de un gobierno del pueblo, puede darle internamente más solidez y fuerza." La observación que sigue a esta afirmación es particularmente interesante: si en 1815 se ignoraba esto, era porque la ruptura entre la clase explotadora y el proletariado no era tan evidente como hoy. Los gobiernos, que seguían constituidos según el modelo del Antiguo Régimen, pensaban que el pueblo estaba detrás de la burguesía. Hoy el pueblo y la burguesía están enfrentados, y esta última sabe que contra la revolución social "no tiene otro refugio que el Estado". Pero quiere un Estado fuerte que asegure una dictadura "revestida de las formas de representación nacional que le permitan explotar a las masas populares en nombre del propio pueblo". Así, el sistema representativo es designado muy explícitamente como el medio encontrado por la burguesía para garantizar su situación de clase explotadora y como la solución a la crisis de legitimidad del poder. Las reivindicaciones y el programa de la clase obrera se diluyen así en la ficción de la representación nacional.
La ficción de la representación
La verdadera función de la democracia representativa no es, pues, tanto garantizar la libertad de los ciudadanos como crear las condiciones para el desarrollo de la producción capitalista y la especulación bancaria, que requieren un aparato estatal fuerte y centralizado, el único capaz de someter a millones de trabajadores a su explotación. La democracia representativa se basa en la ficción del reinado de la voluntad popular expresada por los llamados representantes de la voluntad popular. Permite así la realización de las dos condiciones indispensables para la economía capitalista: la centralización del Estado y la sumisión de la soberanía del pueblo a la minoría dirigente. Toda sociedad que logra emanciparse un poco busca someter a los gobiernos a su control, dice Bakunin, y pone su salvación en "la organización real y seria del control ejercido por la opinión y por la voluntad popular sobre todos los hombres investidos de poder público". En todos los países que gozan de un gobierno representativo, (...) la libertad sólo puede ser real cuando el control es real. Por otra parte, si este control es ficticio, la libertad popular se convierte necesariamente también en una pura ficción. (V, 61.) Ahora Bakunin señala que "en ninguna parte de Europa el control popular es real". "Toda la mentira del sistema representativo descansa en esta ficción, la de que un poder y una cámara legislativa surgidos de la elección popular deben representar absolutamente o incluso pueden representar la voluntad real del pueblo." (V, 62.)
Sin embargo, existe una lógica interna en cualquier gobierno, incluso en el más democrático, que empuja, por un lado, a la creciente separación entre los electores y los elegidos, y por otro, a la creciente centralización del poder. "La clase de los gobernantes es muy diferente y está completamente separada de la masa de los gobernados. La burguesía gobierna, pero, estando separada del pueblo por todas las condiciones de su existencia económica y social, ¿cómo puede la burguesía realizar, en el gobierno y en las leyes, los sentimientos, las ideas, la voluntad del pueblo? Sin embargo, sería un error, comenta Bakunin, atribuir estas palinodias a la traición. Su causa principal es el cambio de perspectiva y posición de los hombres. Esto explica que los demócratas más rojos "se conviertan en conservadores excesivamente moderados en cuanto llegan al poder" (V, 63). Los cambios en el comportamiento de los cargos electos es un tema que preocupa constantemente a Bakunin.
En la Protesta de la Alianza, afirma la necesidad de que los cargos electos permanezcan en contacto con la vida del pueblo; deben estar obligados a actuar abierta y públicamente; deben estar sometidos al saludable e ininterrumpido régimen de control y crítica popular; y deben poder ser destituidos en cualquier momento. Sin estas condiciones, el funcionario elegido corre el riesgo de convertirse en un tonto vano, engreído por su importancia. La lógica interna del sistema representativo no es suficiente para explicar por qué la democracia es ficticia. Mientras que la burguesía tiene el ocio y la educación necesarios para el ejercicio del gobierno, no se puede decir lo mismo del pueblo.
Por lo tanto, aunque se cumplan las condiciones institucionales para la igualdad política, ésta sigue siendo una ficción. Los periodos electorales ofrecen a los candidatos la oportunidad de "cortejar a Su Majestad el pueblo soberano", pero luego cada uno vuelve a sus propias ocupaciones: "el pueblo a su trabajo, y la burguesía a sus asuntos lucrativos e intrigas políticas". Ignorante de la mayoría de los asuntos, el pueblo no puede controlar las acciones políticas de sus representantes elegidos. Ahora bien, como "el control popular, en el sistema representativo, es la única garantía de la libertad popular, es obvio que también esta libertad es sólo una ficción". El sistema de referéndum, introducido por los radicales de Zúrich, es sólo un paliativo, una nueva ilusión. También en este caso, para votar con conocimiento de causa, el pueblo tendría que disponer del tiempo y la instrucción necesarios para estudiar las leyes que se le proponen, para madurarlas, para discutirlas: "Tendría que transformarse en un gran parlamento sobre el terreno", lo que obviamente no es posible. Además -y aquí tocamos la "tecnología" parlamentaria- las leyes son la mayoría de las veces de un alcance muy especial, escapan a la atención del pueblo y a su comprensión: "tomadas por separado, cada una de estas leyes parece demasiado insignificante para interesar al pueblo, pero juntas forman una red que las une.
La mayor parte de los asuntos que conciernen directamente al pueblo se hacen por encima de él, sin que se dé cuenta; deja que lo hagan sus representantes elegidos, que sirven a los intereses de su propia clase y presentan las medidas tomadas bajo la luz más inocua. "El sistema de representación democrática es una hipocresía y una mentira perpetuas. Necesita la necedad del pueblo y en ella basa todos sus triunfos". El único medio de control público efectivo sobre las decisiones del gobierno no es institucional. Cuando el sentimiento popular se siente atacado en puntos esenciales, "ciertas ideas, ciertos instintos de libertad, de independencia y de justicia que no conviene tocar", queda para el pueblo la posibilidad de sublevarse, de rebelarse. "Las revoluciones, la posibilidad siempre presente de estos levantamientos populares, el saludable temor que inspiran, tal es todavía hoy la única forma de control que existe realmente en Suiza, la única frontera que detiene el desbordamiento de las pasiones ambiciosas e interesadas de sus gobernantes." Esta fue el arma utilizada por el partido radical para derrocar las constituciones anteriores hasta 1848. Pero luego tomó medidas para romper cualquier posibilidad de utilizarla, "para que un nuevo partido no pudiera utilizarla a su vez", destruyendo las autonomías locales y reforzando el poder central. El ejemplo del caso suizo revela así, a los ojos de Bakunin, la eficacia del sistema representativo desde el punto de vista de la preservación del régimen burgués: éste pudo utilizar la revuelta como medio de control -¿y no es el control último el cambio de régimen político? - y luego puso en marcha las medidas necesarias para evitar que este control se utilizara en su contra: "En adelante, las revoluciones cantonales, único medio de que disponen las poblaciones cantonales para ejercer un control real y serio sobre sus gobiernos, y para mantener a raya las tendencias despóticas inherentes a cada gobierno, estos saludables levantamientos de indignación popular, se han vuelto imposibles. Se derrumban impotentes ante la intervención federal". (V, 65.)
El progreso de la libertad en algunos cantones antes muy reaccionarios no es consecuencia de la nueva constitución de 1848, que aumentó la centralización del Estado, sino de la "marcha del tiempo". De hecho, los progresos realizados desde 1848, dice Bakunin, son, en el ámbito federal, principalmente progresos económicos: unificación de monedas, pesos y medidas, grandes obras públicas, tratados comerciales, etc. "Se dirá que la centralización económica sólo puede obtenerse mediante la centralización política, que una implica a la otra, que ambas son necesarias y beneficiosas en el mismo grado. En absoluto.... La centralización económica, condición esencial de la civilización, crea la libertad; pero la centralización política la mata, destruyendo en beneficio de los gobernantes y de las clases dirigentes la vida del pueblo y su acción espontánea. (V, 61.) Encontramos exactamente la misma idea en Proudhon.
Este es un aspecto poco conocido del pensamiento político de Bakunin, y que los anarquistas posteriores a él han tenido cuidado de no enfatizar. Por centralización económica se entiende la tendencia de la sociedad industrial moderna a organizar las actividades productivas a una escala cada vez más grande y compleja. El anarquismo es, pues, la antítesis de una concepción basada en la producción a pequeña escala y descentralizada. Bakunin es muy consciente de que el desarrollo industrial va acompañado de la concentración del capital: no niega la necesidad de este proceso, que permite la producción en masa. En este sentido, su visión es similar a la de Marx, para quien el desarrollo de las fuerzas productivas crea las condiciones para la realización del socialismo. La visión de Bakunin es, pues, totalmente coherente con la perspectiva de una sociedad industrial. Donde se desmarca de Marx es en la cuestión política, en el esquema político de la organización de la sociedad. Parece prever un sistema en el que la economía se organizaría desde un punto de vista centralizado, pero en el que el proceso de toma de decisiones políticas estaría descentralizado y se basaría en el principio del control popular. Es cierto que no se explica el concepto de "centralización económica". La concentración del capital se reconoce como uno de los motores de la evolución de las sociedades industriales, pero es un fenómeno mecánico que escapa a la voluntad de los hombres. Hay en el término "centralización económica" algo que se pretende organizar, y que encontramos en la expresión "organización de las fuerzas productivas" utilizada por Bakunin. La palabra planificación no existía en aquella época, pero es posible que sea en lo que pensaba Bakunin, lo que obviamente va en contra de todas las ideas recibidas sobre su pensamiento político.
La principal objeción de Bakunin a la democracia representativa es su carácter de clase. Mientras el sufragio universal "se ejerza en una sociedad en la que el pueblo, la masa de trabajadores, está dominado económicamente por una minoría que posee la propiedad y el capital, por muy independiente o libre que sea o más bien parezca en términos políticos, nunca podrá producir más que unas elecciones ilusorias, antidemocráticas y absolutamente opuestas a las necesidades, los instintos y la voluntad real del pueblo". (VIII, 14.) Bakunin insiste mucho en los argumentos técnicos relativos a la distorsión que inevitablemente aparece entre los elegidos y los constituyentes, a la dificultad o a la imposibilidad de controlar a los elegidos. Pero al final, estos inconvenientes parecen irrisorios ante la propia imposibilidad del sistema representativo, que se debe a su naturaleza, de lograr la colectivización de los medios de producción, sin la cual no es posible ningún cambio.
Por eso la insistencia en la sola conquista de la libertad política como requisito previo significa dejar las relaciones económicas y sociales como están, es decir, "los propietarios y capitalistas con su riqueza insolente, y los trabajadores con su miseria".
El interés de Bakunin por el modelo suizo proviene del hecho de que proporciona un modelo general de cómo funciona este sistema: "El movimiento que está teniendo lugar en Suiza es muy interesante de estudiar", dice, "porque estamos asistiendo a un típico proceso de centralización política -es decir, de retroceso de las libertades- llevado a cabo bajo la cobertura democrática de una ampliación de las libertades electorales".
Se designan los estratos sociales interesados en la perpetuación de este régimen: los barones de la banca y todos sus dependientes, los militares, los funcionarios, los catedráticos, los abogados, los doctrinarios de todos los colores ávidos de cargos honoríficos y lucrativos, "en una palabra, toda la alta burguesía que se cree, bien por derecho de herencia, bien por inteligencia y educación superiores, llamada a gobernar a la chusma popular." (III, 109.) Pero entre los que cuestionan la autonomía cantonal se encuentran también "las clases trabajadoras de la Suiza alemana, los socialistas demócratas de los cantones de Zúrich, Basilea y otros, -y los obreros alemanes de una asociación obrera exclusivamente suiza llamada Grütli-Verein-, unos directamente y otros indirectamente, inspirados en el programa político-socialista de la Internacional de Alemania, es decir, de Marx". (III, 110.)
Lo que Bakunin observó en Suiza le confirmó la tesis de que el sufragio universal, e incluso el referéndum, que él llamaba "voto ciego", son, en manos de las clases dominantes y de las capas de la burguesía intelectual, instrumentos eficaces para lograr la centralización del poder estatal. El hecho de que los socialistas suizos fueran los más ardientes defensores de esta centralización confirma lo que observa a una escala infinitamente mayor, en Alemania.
René Berthier
Traducido por Jorge Joya
Original: 1libertaire.free.fr/RBerthier05.html