Asambleas de trabajadores en España

Vitoria, 3 de marzo (2018)

Fue el conflicto social el que hizo posible la transición democrática en España en 1976. Aunque la historia oficial da una versión mucho más suave y pacificada. Estallaron importantes movimientos huelguísticos. Se organizaron asambleas de trabajadores al margen de los partidos y sindicatos. Los piquetes y bloqueos se multiplicaron.

 

En 2011, con el movimiento 15-M, resurgen las prácticas asamblearias en España. Los empresarios están preocupados por esta forma de protesta, que se está saliendo de control. Juan Rosell, representante de la patronal, pide que se refuercen los sindicatos. Estas estructuras burocráticas favorecen la negociación frente al conflicto social. El movimiento 15-M acusa a los sindicatos de impedir la construcción de una verdadera lucha social. Cuestionó la transición democrática, a partir de 1975, que se basó en la concordia y el consenso.

El mito de la "Transición" insiste en las evoluciones de la cúpula del Estado. Algunos politólogos creen incluso que la evolución liberal del régimen de Franco acompañó el advenimiento de la democracia. En realidad, la influencia de las movilizaciones sociales sigue siendo decisiva para entender el desarrollo de un nuevo régimen democrático. Tras la muerte de Franco en 1975, estalló una oleada de huelgas en muchos sectores profesionales. En 1976 estallaron 1.500 huelgas, con 3,5 millones de personas en huelga. 

 

Las reivindicaciones para mejorar las condiciones de trabajo fueron acompañadas de reivindicaciones políticas (amnistía, disolución de la policía armada, libertad sindical). Sin embargo, a partir del verano de 1976 se observó un descenso de la protesta social. El nuevo gobierno de Adolfo Suárez recogió las demandas de la oposición, como la amnistía y la soberanía popular. En 1977 se legalizaron los partidos y los sindicatos y se organizaron las primeras elecciones legislativas. Esto marginó la corriente asamblearia y las perspectivas de ruptura con el pasado. El conflicto social y político se institucionalizó. 

La autonomía de los trabajadores y las prácticas asamblearias se desarrollaron bajo el régimen de Franco, en un contexto de clandestinidad. En 1970, estalló una huelga en Harry Walker en un barrio de Barcelona. Pero la lucha no logró coordinarse con las demás fábricas de los alrededores. Sin embargo, las asambleas permitieron discutir colectivamente la organización de piquetes y acciones para continuar la lucha. En segundo lugar, las asambleas permitieron construir una unidad del proletariado más allá de las sectas ideológicas. Estas prácticas de asamblea se convirtieron en el centro de la protesta que comenzó en 1975. Arnaud Dolidier retoma este momento de autonomía obrera en España en su libro ¡Tout le pouvoir à l'assemblée!

            

 

Movimiento de 1976 en Madrid

 

En enero de 1976, estalla una oleada de huelgas en Madrid. Sectores como la industria del metal y la construcción se movilizaron especialmente. La oposición democrática, encarnada por el Partido Comunista Español (PCE) y los sindicatos, siguió presente. Pero también surgió una dinámica asamblearia. Las asambleas de barrio permitieron reunir a huelguistas y habitantes. Entonces, en las fábricas, se celebraba una asamblea cada día. El movimiento se intensificó con la paralización de la ciudad industrial de Getafe. Se celebró una reunión para coordinar las diferentes asambleas. Sin embargo, esta discusión con muchos delegados fue reprimida con 120 detenciones. Los sindicatos pidieron entonces la vuelta al trabajo y decidieron negociar por su cuenta. 

Los delegados sindicales lanzaron asambleas, pero sin anticipar su magnitud. Por el contrario, las organizaciones autónomas querían organizarse fuera del marco de los sindicatos. Insisten en las huelgas salvajes y en las prácticas de asamblea. "Así lo demuestra la acción de organizaciones revolucionarias y autónomas como Liberación, que piensan que la asamblea de trabajadores es autosuficiente y no necesita el trabajo de los sindicatos", afirma Arnaud Dolidier. Sólo en el seno de las asambleas deben tomarse las decisiones sobre las acciones y las perspectivas de la lucha. 

Esta "democracia obrera" insiste en la participación de todos los huelguistas en la toma de decisiones. En segundo lugar, los representantes de los trabajadores son elegidos y pueden ser destituidos en cualquier momento. Por el contrario, los delegados sindicales insistieron en una jerarquía de tareas entre la base y los dirigentes en nombre del "realismo" y la "eficacia". En segundo lugar, los delegados sindicales se escudan en el argumento de la unidad del movimiento para escapar de cualquier crítica. Esto no impidió que negociaran el fin de la huelga, que estuvo lejos de ser acordado. 

 

En 1975, las asambleas de trabajadores permitieron la realización de huelgas victoriosas en Cataluña. Pero el sindicato CCOO se apoyó en esta dinámica para convertirse en una gran mayoría en el momento de las elecciones. Los delegados sindicales, a falta de un contexto explosivo, acompañaron las asambleas más que trataron de canalizarlas. Se presentan como una vanguardia que da consejos a los huelguistas para guiarlos. 

En Cataluña, durante el movimiento de enero de 1976, la estructura de las asambleas siguió encabezada por una Intersindical que funcionaba de forma vertical y jerárquica. En segundo lugar, los trabajadores catalanes compartían las ideas y los objetivos de la oposición democrática. Insistieron en el pacifismo. Apoyan las negociaciones de los delegados sindicales en nombre de la "unidad" y la "representatividad". 

El discurso de las asambleas sigue siendo controlado por los líderes sindicales. "Esta estrategia se traducía en la voluntad de marginar a los círculos revolucionarios y asamblearios que denunciaban las alianzas interclasistas puestas en marcha por la oposición", subraya Arnaud Dolidier. La huelga de Sabadell se convirtió en el emblema de un movimiento obrero presentado como "pacífico" y "cívico". La patronal incluso acogió favorablemente esta huelga, que terminó con negociaciones. No fue así en otras regiones de España. 

     

 

Huelga en Vitoria

 

La huelga general de Vitoria, en el País Vasco, se convirtió en un emblema de la autonomía de los trabajadores. La ciudad alberga sobre todo pequeñas fábricas. Los militantes se establecieron en estas empresas. Pero los sindicatos no estaban muy presentes. La coordinación de las asambleas de Vitoria se construyó al margen de cualquier forma de burocracia sindical. Sin embargo, esta lucha, que debilitó enormemente al régimen franquista, fue instrumentalizada por la oposición democrática a nivel nacional. 

Las demandas sociales se convirtieron rápidamente en demandas políticas. La patronal se negó a negociar con los delegados de las asambleas. Sólo querían reunirse con miembros del sindicato franquista. Los huelguistas organizaron una manifestación que provocó varios encarcelamientos. Pero la represión no hizo más que reforzar la determinación de los trabajadores. El 16 de febrero de 1976, la huelga se generaliza en las zonas y barrios industriales de Vitoria. La actividad económica estaba bloqueada. Los siete presos fueron liberados. Por otro lado, la huelga del 23 de febrero siguió siendo débil. Los trabajadores extendieron sus reivindicaciones a la vida cotidiana de todos los habitantes. Han puesto en marcha asambleas de barrio. 

 

El movimiento asambleario se convirtió en un modelo de autoorganización y acción directa que contrastó con el reformismo. "Asambleas, comisiones representativas, delegados revocables, piquetes... constituyen varios niveles de poder, así como una práctica de la democracia obrera", insistía la revista Lucha y Teoría en julio de 1976. Las prácticas asamblearias permiten a la clase trabajadora identificarse con los valores del movimiento autónomo. Las consignas anticapitalistas y revolucionarias permitieron ir más allá de las reivindicaciones salariales. 

Las asambleas de la fábrica siguen siendo centrales y las únicas que toman decisiones. Esto hace más difícil que los partidos políticos se hagan cargo del movimiento. Las negociaciones con la patronal se basaron en un mandato imperativo decidido por la base. Por el contrario, las tendencias trotskistas y maoístas concibieron las asambleas de forma instrumental. Estos militantes se veían a sí mismos como una autoproclamada vanguardia, sin tener en cuenta la fuerza de la dinámica revolucionaria que existía en las asambleas. 

La huelga del 3 de marzo de 1976 permitió el bloqueo de todas las actividades económicas y comerciales. Pero la manifestación desembocó en violentos enfrentamientos con la policía. Varios trabajadores murieron. Otros fueron torturados y encarcelados. El régimen franquista denunció la violencia de la manifestación y la manipulación de las minorías revolucionarias. La oposición democrática denunció la violenta represión. Pero no mencionó el planteamiento asambleario de Vitoria. El PCE considera incluso que este movimiento carece de verdaderos líderes responsables. Este discurso paternalista pretendía infantilizar a los trabajadores. Sin embargo, el movimiento de Vitoria contribuyó al debilitamiento del régimen de Franco y provocó la caída del gobierno. 

 

Las huelgas asamblearias van más allá del marco legal impuesto por el régimen. Luego, van más allá de las reivindicaciones salariales para llevar un discurso político, como la amnistía de los presos. La oposición democrática denuncia estas incontrolables huelgas salvajes. La democracia liberal, el parlamentarismo y las elecciones siguen siendo la vía preferida. En este sentido, los líderes sindicales deben ser capaces de controlar y detener una huelga.

La oposición democrática quiere restaurar las viejas jerarquías y separaciones del movimiento obrero. Los dirigentes sindicales son los únicos que pueden decidir sobre el desarrollo de la huelga. Entonces, los trabajadores deben contentarse con plantear reivindicaciones salariales sin intentar abrir nuevas perspectivas políticas. "Excluir la política del mundo del trabajo significa asignar a los trabajadores a su propia tarea y negarles cualquier papel o influencia en la gestión de los asuntos públicos", analiza Arnaud Dolidier. La política y el sindicalismo se consideraban entonces como dos ámbitos distintos. 

CCOO, según la línea impuesta por el PCE, debía convertirse en un verdadero sindicato sin renunciar a su herencia asamblearia. CCOO pretendía defender las ideas moderadas de la oposición democrática en el movimiento obrero y en las asambleas. Los dirigentes de CCOO criticaron el "maximalismo" de las luchas sociales y propusieron negociar entre trabajadores y empresarios, pero también entre el Estado y la oposición, de forma razonable y pragmática. Según el PCE, los delegados sindicales no deben tener un mandato imperativo, sino que deben negociar libremente con el patrón. 

Por el contrario, los huelguistas desconfiaban de estos sindicalistas que negociaban el fin de la huelga a espaldas de las asambleas. Entonces, los temas de la huelga y los medios para fortalecer el movimiento ya no se discuten en las asambleas. Los sindicalistas se contentan con anunciar un balance. Consideraban las asambleas como simples cámaras de registro de las decisiones que habían tomado antes. El 12 de noviembre de 1976, los sindicatos lanzaron una huelga nacional de un día para mostrar su fuerza en la negociación de una transición democrática. 

El movimiento asambleario continuó en 1977, incluso después de la legalización de partidos y sindicatos. Las huelgas locales se lanzaron por iniciativa de las asambleas. Entre noviembre de 1976 y febrero de 1977, la huelga de Roca en Cataluña rechazó cualquier forma de mediación sindical. La legalidad obrera y la soberanía de las asambleas se oponen a la legalidad capitalista. Las barricadas y los enfrentamientos con las fuerzas del orden se presentan como la autodefensa de los trabajadores contra la represión de la patronal y las autoridades. Aunque la oposición democrática denunció la violencia de los huelguistas, las prácticas de la asamblea reforzaron la unidad de la clase obrera y la legitimidad de esta larga lucha. 

 

Domesticación de las asambleas

 

El movimiento de zapateros en Elda y Elche en agosto de 1977 demostró la fuerza del asamblearismo. Los socialistas del PSOE, el segundo partido político, llegaron a denunciar la "marginación" de su sindicato UGT ante la dinámica asamblearia que amenazaba una transición democrática pacífica. 

Los pactos de la Moncloa pretenden liberalizar el mercado laboral facilitando los despidos y los contratos cortos. Los pactos de la Moncloa simbolizan, sobre todo, la unidad de los partidos y los sindicatos en torno a la democracia liberal. Pero los trabajadores rechazan el modelo neocorporativista, que se basa en la negociación entre empresarios y sindicatos como interlocutores sociales. 

Los trabajadores siguen adscritos a las asambleas que les permiten decidir colectivamente. Por el contrario, el discurso de consenso impuesto por las élites políticas defiende la democracia parlamentaria como único modelo. La población ya no puede tomar decisiones directamente, sino que debe conformarse con nombrar representantes. 

 

Las elecciones sindicales van acompañadas de una institucionalización de las asambleas. Ya no se trata de una votación a mano alzada en el fervor de un movimiento huelguístico, sino de un sufragio universal por voto secreto en un contexto pacificado. Las asambleas se convirtieron gradualmente en comités de empresa con delegados del personal. Después, los comités funcionaron mal y siguieron bajo el control de los sindicatos. La participación de los trabajadores en las asambleas se debilitó considerablemente. En el momento de las elecciones, los sindicatos convocaron asambleas que se convirtieron en reuniones. Con esta burocratización, los trabajadores quedan confinados al papel de espectadores y no de decisores. 

En segundo lugar, la transición democrática impone una cultura del consenso que remite la conflictividad social al salvajismo y la irracionalidad de los trabajadores. La prensa considera que los huelguistas están manipulados por "minorías radicales" que conspiran para desestabilizar una democracia frágil. "En general, el discurso periodístico destaca la violencia obrera y pasa por alto las causas de la misma, es decir, la violencia patronal", observó Arnaud Dolidier. El campo de los empresarios se considera razonable y busca el apaciguamiento. La huelga de Fasa-Renault de 1979 reavivó las prácticas asamblearias asociadas a la identidad colectiva de los trabajadores. 

 

Entre 1969 y 1979, las asambleas se mantuvieron en el centro de la movilización social en España. Sin embargo, hubo debates sobre el papel de estas estructuras. Para los sindicatos y los partidos de izquierda, las asambleas parecían una simple herramienta para organizar la huelga. Para los partidarios de la autonomía de los trabajadores, las asambleas deben convertirse en estructuras desde las que se pueda lanzar una reorganización de la sociedad. "Para la autonomía de los trabajadores, la asamblea es la base de la nueva alternativa política a partir de la cual se construye otra subjetividad política revolucionaria", analizó Arnaud Dolidier. 

La mayoría de las asambleas siguieron bajo el control de los sindicatos. Pero, a partir de 1976, las huelgas de Vitoria y Roca se basaron más en prácticas reales de autoorganización. Pero la oposición democrática consiguió imponer una "transición democrática" con elecciones sindicales y la institucionalización de las asambleas. La historia de la autonomía de los trabajadores parece haber sido borrada y olvidada gradualmente.  

 

 

Autonomía de los trabajadores

 

Arnaud Dolidier ofrece un libro especialmente valioso sobre el movimiento autonómico en España. Describe esta historia olvidada, con sus movimientos de huelga y sus prácticas de autoorganización. A continuación, ofrece reflexiones sobre el papel de las asambleas en el movimiento obrero. Esto nos permite dar una actualidad a estas prácticas de lucha. 

En Francia, el movimiento autónomo aparece como una postura ideológica desconectada de la lucha de clases. En la Europa mediterránea, la autonomía obrera de 1968 sacudió realmente el orden capitalista. La autonomía italiana y la revuelta de Portugal en 1974 siguen siendo referencias históricas ineludibles. Por otro lado, la autonomía de los trabajadores españoles parece ser menos conocida, incluso en los círculos militantes. Este momento autónomo nos permite comprender los puntos fuertes y débiles de la lucha de clases.

Las prácticas de ensamblaje nos permitieron salir de la división ideológica. Los trabajadores, sea cual sea su obediencia, se organizan en un marco común. Las asambleas les permiten recuperar el control de la lucha, al margen de los partidos y los sindicatos. Estos espacios permiten un debate colectivo directamente relacionado con la organización del movimiento. Lejos del modelo de asambleísmo ciudadano, los debates están vinculados a la acción y a los temas de la huelga. Permiten organizar piquetes y acciones para bloquear carreteras y negocios. 

La asamblea también abre perspectivas revolucionarias. Los huelguistas fueron más allá de las clásicas reivindicaciones salariales. Cuestionaron todas las jerarquías impuestas por el mundo comercial. La política ya no está reservada a una clase dirigente. Los huelguistas deciden directamente y la asamblea se convierte en una práctica de autoorganización que puede extenderse para permitir una reorganización de la sociedad.

 

Pero Arnaud Dolidier también demuestra que las asambleas también pueden ser manipuladas e infiltradas por sectas de izquierda o sindicalistas. Esto enlaza con el viejo debate sobre los soviets rusos. Los marxistas-leninistas mantienen una visión instrumental de la asamblea. Es una herramienta sencilla para una lucha eficaz. Pero es sólo el partido de vanguardia el que tiene que discutir las perspectivas revolucionarias. Entonces, los sindicatos también pueden lanzar asambleas que no permiten una verdadera discusión colectiva. Sólo unos pocos burócratas toman la palabra, únicamente para anunciar las decisiones tomadas por su sindicato. La asamblea se convierte entonces en una soporífera reunión política.

Arnaud Dolidier muestra la importancia del movimiento asambleario en el derrocamiento de la dictadura franquista. Pero dice muy poco sobre los límites de la autonomía de los trabajadores en España. Este movimiento aparece más como una suma de huelgas ejemplares, y no como la propagación y generalización de un movimiento huelguístico a toda la clase obrera. El movimiento autónomo parece reducirse a unas pocas empresas del sector industrial, especialmente en la región vasca. Pero la práctica de las asambleas no parece ser masiva en todas las empresas de España. 

La comparación con el vecino ibérico muestra claramente los límites del movimiento español. El Portugal de 1974 parece haber experimentado una verdadera difusión de las prácticas de autonomía y autoorganización de los trabajadores. Sin embargo, sea cual sea su alcance político, las asambleas obreras siguen siendo una experiencia que hay que recuperar para desarrollar prácticas de autoorganización que orienten la lucha de clases en una perspectiva de ruptura revolucionaria.

Fuente: Arnaud Dolidier, Tout le pouvoir à l'assemblée! Una historia del movimiento obrero español durante la transición (1970-1979), Syllepse, 2021

Traducido por Jorge Joya

Original: www.zones-subversives.com/2021/10/les-assemblees-ouvrieres-en-espagne.