Extractos de "Autogestión anarquista". Folleto de la FA publicado a principios de 2006.
AUTOGESTIÓN ANARQUISTA
FEDERACIÓN ANARQUISTA
Colectivo
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El reinado de la mercancía, asociado al desarrollo de las nuevas tecnologías, tiene una clara tendencia a apropiarse de iconos, conceptos o palabras de un vocabulario político. Ya sea una empresa ferroviaria o una cadena de hipermercados o marcas de ropa. La usurpación de una cultura de protesta de los años 70 se utiliza tanto para burlarse de ella, para vaciarla de significado normalizándola a través de la publicidad, pero también porque sin duda conserva cierto atractivo. Entre estas concepciones "giradas" se encuentra la autogestión.
Muchos productos en línea en Internet, o por teléfono, se ofrecen de hecho al consumidor en forma de autoservicio para adaptar las necesidades del cliente a las opciones comerciales que ofrece el operador. Así, el "hazlo tú mismo" de los años 70 resuena ahora con el más reciente "autogestiona tu consumo" y "autogestiona tus paquetes". Autogestión... Nació de las más profundas aspiraciones de emancipación, y se ha enriquecido constantemente con los pueblos y civilizaciones que se la han apropiado, y ahora vuelve a nosotros en forma de matraca consumista...
¿Ha desaparecido la autogestión?
En Francia, aparte de los grupos editoriales (la revista Autogestion, Autogestion et socialisme, etc.) o los grupos educativos, fueron principalmente dos organizaciones las que popularizaron la autogestión hasta mediados de los años 70. Por un lado, la CFDT, una nueva separación del sindicato cristiano, la CFTC; por otro lado, una organización política ya desaparecida, el Partido Socialista Unido. Cada uno de ellos ha permitido, en el mundo del trabajo y en la vida política, la aparición de reflexiones y experimentos, pero principalmente en la vía socialdemócrata del control estatal y de la integración de la economía autogestionaria en el desarrollo capitalista. El concepto de autogestión se vació tanto de su contenido revolucionario que los partidos socialistas y comunistas de la época pensaron en integrar este aspecto en su "Programa de Gobierno Común" en 1972. Esto también permite, en retrospectiva, decir que la práctica de la autogestión fue sin duda muy popular.
Hoy, ¿qué queda de esta reivindicación de la entonces "segunda izquierda"? Nada, o muy poco. La palabra "autogestión" parece haber desaparecido del vocabulario político contemporáneo. Actualmente, la "segunda izquierda", que encuentra su equivalente en la "izquierda altermundista", reivindica la "democracia participativa", con Porto Alegre en Brasil como ejemplo. La propia formulación de este concepto muestra que se trata de una nueva forma de gobierno que pretende coexistir con la representación parlamentaria tradicional. Y si el objetivo declarado es la democracia directa, nos encontramos de nuevo ante una "etapa intermedia", una "transición" que lleva veinte años en Porto Alegre. Sin embargo, en esta ciudad, el marco de intervención y decisión que se deja a los habitantes es estrecho y parcial. La definen principalmente los representantes electos del gobierno de turno y sus expertos, y sigue estando organizada de forma vertical. Y esta "democracia participativa" sigue condicionada por los representantes elegidos, que a su vez son designados por partidos que nada tienen que ver con la autogestión o la democracia directa. Otros, aunque se declaran anticapitalistas, marxistas y ecologistas, escriben que: "
La autogestión ha caído en desuso por limitaciones endógenas: niega la cuestión del poder y descuida a los actores externos de la empresa (clientes, usuarios, etc.)". La respuesta a este fracaso sería entonces "el poder político para decidir las prioridades". ¿Qué hay de nuevo en la autogestión, en la izquierda o en su extremo? En general, una regresión formidable, de hecho. Desde los años 70 hasta hoy, en lo que respecta a la ambición de una sociedad autogestionada y libre de poderes políticos y económicos, se trata de un retroceso, asociado a otras renuncias ideológicas (aceptación de la ideología de la seguridad, renuncia a un proyecto de sociedad emancipador, sometimiento a las instituciones nacionales y supranacionales y a la ley del mercado, etc.) que es explicable, en cierto modo.
¿Cómo podemos sorprendernos? Y sin embargo...
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En los movimientos sociales contestatarios, como opciones de rebelión contra el Estado y contra los modos de articulación jerárquicos y despóticos inherentes al capitalismo, puede constituirse un modelo de organización basado en prácticas colectivas e igualitarias y en relaciones de solidaridad y cooperación voluntaria como hemos destacado, configurado por grupos autogestionados y cooperantes donde el autoritarismo y la dominación no tienen cabida [Mendez y Vallota, 2001].
Ciertamente, esta organización voluntaria y no jerárquica requiere la inversión personal, la participación y la concienciación, en contraste con las instituciones autoritarias que recurren a la compra de conciencias, a la sumisión y al fraude, desalentando el desarrollo individual bajo el pretexto de la especialización, con la represión y la violencia empezando por ahí. Esto dificulta y retrasa la creación y el desarrollo de nuevas formas de organización autogestionaria, y se expresa también en una resistencia temeraria a la innovación, marca de los valores dominantes y de la rutina que tiende a alejarnos de los cambios que provoca el trabajo duro y constante, renovado y solidario. Pero nadie ha demostrado que el progreso no implique esfuerzo, así como la madurez de las personas.
Entonces, ¿será realmente posible la autogestión, y más aún la autogestión generalizada?
Para el anarquismo, la respuesta es sí, ya que la explotación y la dominación, con la consiguiente miseria y alienación, producen resistencia, y existe la presencia entre las personas de imaginarios que expresan el deseo de otra sociedad, que expresa diferentes modos de organización y de relación entre los seres humanos -aunque no siempre está claro cuáles- en los que sería posible superar el actual estado de cosas. Ciertamente, el camino hacia esta alternativa social no es tan corto y lineal como algunos pensaban, o como queremos que sea, pero también la historia nos muestra hasta qué punto el fenómeno de la subordinación y la alienación está interiorizado en todas las clases y grupos sociales. Y más aún en nuestra sociedad de masas, paralizada por la ideología del consumo y del espectáculo, las carencias educativas y una indolencia estimulada nos impiden plantear la cuestión de los caminos alternativos. El individualismo posesivo tiene profundas raíces culturales -algunos dicen que incluso socio-biológicas- pero trae como consecuencias la explotación, la muerte, la guerra y la alienación. No obstante, apelamos a la citada aportación de Kropotkin, en absoluto desmentida por la investigación científica posterior, destacando que uno de los factores decisivos en la evolución de las especies ha sido la cooperación entre sus miembros; esto es particularmente visible en el caso de la trayectoria de la humanidad, que derrota categóricamente ese egoísmo como algo natural en el ser humano.
La cuestión radica en hasta qué punto las sociedades humanas son capaces de llevar a cabo su proceso de aprendizaje histórico y de recreación de las estructuras sociales; o si la fuerza conservadora de la inercia mezclada con las redes autoritarias del poder y el miedo estimulado pueden congelar la creatividad y la insatisfacción humanas que recorren la historia.
El camino hacia la libertad (la superación de la dependencia absoluta de la naturaleza y del otro, hacia la construcción de la autonomía), el camino que los grupos sociales y los individuos buscan a lo largo de la historia, requiere el fin del amarre a la explotación, la dominación y la alienación, destacando una auténtica y profunda relación entre el individuo y sus semejantes que lo rodean. Pero esto no es un hecho inexorable, es el resultado de una decisión y su aplicación. Este es el objetivo que deben alcanzar los movimientos por el cambio, si no quieren perderse en el atajo de las concesiones secundarias con las que el sistema de poder ha embaucado a sus opositores -en el pasado al sindicalismo y a los partidos socialistas, hoy a los nuevos movimientos sociales- y ha intentado, en la mayoría de los casos, convertirlos en clientes satisfechos de la explotación y la dominación que condenaron en un principio.
La organización autogestionaria -autónoma en su relación con el Estado, con el capital y con cualquier otra forma de poder dominante- es la libre asociación por afinidad y amistad, cultivada en relaciones interpersonales desjerarquizadas, lo que le ofrece un enorme potencial para ser un posible instrumento de cambio social. Pero asumir esta concepción no requiere la vaga adopción de unos principios teóricos, sino una práctica real de ensayo de formas de asociación que conduzcan a un modelo de acción igualitario, autónomo y sobre todo legitimado por todos, germen al menos del proyecto de razón utópica para la sociedad global. Un modelo de participación directa e interactiva, en el que puede haber delegación pero realizada en términos elegidos, con objetivos definidos, tareas definidas, durante momentos limitados, revocables en cualquier momento con una responsabilidad ineludible de los delegados; un modelo que rechaza la burocratización, y la administración esclerosante de sindicatos, partidos políticos y movimientos sociales adormecidos en formalismos, contribuyendo al enriquecimiento espiritual de cada participante, creando una cultura alternativa, pilar de nuevas relaciones colectivas y camino para la recreación de la estructura social.
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En un plano más ideológico, Abraham Guillén (1913-1993), militante anarquista español, hijo de campesinos aragoneses, autor de una cincuentena de obras de temática variada, ha dejado una obra desconocida, al menos, para el público francófono. Expulsado por el régimen de Franco, se refugió en Argentina y se convirtió en periodista, economista y académico. En 1988, la Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid, vinculada a la CNT, publicó "Economía libertaria, alternativa para un mundo en crisis". Luego, en 1990, el colectivo editorial madrileño "Madre Tierra" publicó "Economía de autogestión, las bases del desarrollo económico de la sociedad libertaria". Esta imponente obra de 506 páginas desarrolla un profundo examen de la organización y las contradicciones de la economía capitalista, tanto privada como estatal, y de las consecuencias que se derivan de ella. A. Las reflexiones de Guillen se inspiran en sus observaciones, sus estudios y su práctica de autogestión. Advierte al lector: "No queremos caer en el fetichismo ideológico en el que ha caído el socialismo autogestionario, ya sea en la Utopía de Tomás Moro o en el falansterio de Fourier. No. El socialismo autogestionario, que es el verdadero comienzo del socialismo libertario, "tendrá que enfrentarse en su primera etapa a contradicciones de un orden diferente a las del capitalismo privado o estatal" (página 191). El camino hacia la autogestión no es fácil de recorrer...
Robin Hahnel y Michael Albert compartieron esta certeza al mismo tiempo que Guillen. Ambos se dieron a conocer al público francófono cuando Agone publicó su contribución en
"Economía participativa o Parecon. Esta propuesta económica y social, elaborada por los dos estadounidenses en los años 90, destierra tanto el mercado como la planificación central como instituciones, pero también la jerarquía del trabajo y el beneficio. En esta economía, los consejos de consumidores y productores se coordinan, y la propiedad pública de los medios de producción, la cooperación, la solidaridad... son tanto medios como fines. De nuevo, para ir al grano rápidamente, digamos simplemente que los autores llegan a una definición de autogestión como el hecho de que la voz de cada persona tiene un impacto en una decisión en proporción a cómo le afecte. Albert y Hahnel consideran, con razón, que esta definición de la autogestión es una de las aportaciones más originales, innovadoras e impactantes de Ecopar. (Normand Baillargeon).
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¿Qué es la autogestión?
A partir de las ideas esbozadas, propondremos un núcleo central de definiciones, basado en lo que diferentes autores contemporáneos han percibido como la concepción anarquista de la autogestión (ver Bonnano s.f.; Massari, 1977; Guillén, 1998; Bertolo y Lourau, 1984; Ecocomunidad DeI Sur, 2005; y Araus, 2004), para centrar el tratamiento del tema en el aspecto social de la autogestión. ,
Para el ideal de Acratus, la autogestión es un proyecto o movimiento social que, aspirando a la autonomía del individuo, tiene como método y objetivo que la empresa y la economía sean dirigidas por los directamente implicados en la producción, distribución y uso de los bienes y servicios. Esta misma actitud no se limita a la actividad productiva de bienes y servicios, sino que se extiende al conjunto de la sociedad, proponiendo la gestión y la democracia directa como modelo de funcionamiento de las instituciones de participación colectiva.
Examinemos detenidamente lo anterior para señalar los aspectos distintivos. La autogestión se opone a la heterogestión, que es la forma en que se dirigen las empresas, la economía, la política o la sociedad sin la participación de todos los afectados directamente. Cuando decimos esto, nos referimos a que no es el conjunto el que asume la dirección sino un sector, que se desvincula de la colectividad para su propio beneficio, como suele ocurrir en el mundo contemporáneo en el que el capital toma el control para su propio beneficio. Es el caso de las empresas y de la economía dirigida por el Capital, pero también lo es en la política con los partidos o en la sociedad con el Estado. Esta distorsión se manifiesta en el hecho de que esta dominación heterogénea se ejerce siempre a través del poder, cuando no es directamente a través de la violencia, sin argumento, razón válida o consenso.
La autogestión es un proyecto o un movimiento, lo que significa que no es un modelo acabado. Su estructura, su organización e incluso su existencia es y será fruto del deseo, del pensamiento y de la acción de los miembros del grupo implicado (una fábrica, una granja, una escuela o el conjunto de la sociedad) sin preconceptos ni imposiciones, como lo serán las modalidades que pueda adoptar en cada caso.
La autogestión a la que nos referimos es social, no individual, porque aunque su objetivo es el individuo, no lo toma en su dimensión aislada sino como una identidad que cohabita con sus semejantes, de los que depende y que a su vez dependen de él. En este sentido, entendemos la gestión como una serie de pasos para un asunto de intereses individuales y colectivos, que siempre implica la participación de más de una persona. Es evidente que si esta gestión se realiza dentro de un grupo que persigue objetivos comunes, mediante acuerdos internos y con otros grupos, sin coacción externa, la libertad individual no se ve afectada, permitiendo encontrar un compromiso no en base a la sumisión sino en la autonomía responsable.
La autogestión es método y objetivo, es decir, su fin está tanto en la participación plena del individuo en la sociedad -asumiendo de forma directa y colectiva el buen funcionamiento de su grupo- como en la única forma de lograr la autogestión mediante la ejecución de acciones autogestionadas, mediante la práctica de la autogestión. Practicar la autogestión es como aprender a leer, sólo es posible leyendo. No hay un modelo establecido que nos lleve a la autogestión, salvo su propia práctica dentro de un colectivo. La autogestión se aprende autogestionando; no hay ninguna receta para ello, aunque cometamos errores en el camino. Si se observa con detenimiento, los siglos de heterogeneidad no han conseguido que los aciertos superen a los errores, y lo mismo ocurrirá en el futuro.
Se han mencionado dos aspectos, el social y el económico, y en este último hay dos niveles: microeconómico y macroeconómico. A nivel microeconómico, tomando el ejemplo de cualquier empresa productora de bienes o servicios, existe organización autogestionada cuando la gestión está en manos de los trabajadores y no en manos exclusivas de los amos, ya sean privados o estatales. A nivel macroeconómico, lo anterior se traduce en la pérdida de peso del Capital (privado o estatal) en las decisiones económicas, siendo los trabajadores y sus intereses colectivos los que adquieren preeminencia y responsabilidad, creando para ello, lo que seguramente será necesario, nuevos sistemas de organización para el conjunto de la sociedad.
Dado el carácter social de la autogestión, es impensable que una determinada empresa o asociación esté aislada de las acciones e intereses de otras empresas complementarias y del conjunto. Hay que establecer relaciones entre ellos, regidas por los mismos modelos que las relaciones dentro de la empresa. El conjunto se ajusta a un modelo macroeconómico que, a diferencia de los modelos actuales (ya sean pseudosocialistas o capitalistas) no se desprende de los compromisos de todos y cada uno. La situación particular del contexto colectivo importa, ya que lo refleja y lo traduce. Por supuesto, esto encierra la idea de un gran dinamismo, porque los medios y los objetivos serán variables, de acuerdo con las decisiones y las circunstancias cambiantes, pero fácilmente armonizados si todos están animados por el mismo espíritu de bienestar colectivo.
Extender la autogestión a la sociedad significa eliminar todos los centros de poder que hoy se reservan la gestión política y social, como las grandes corporaciones, los partidos políticos, las burocracias sindicales, el Estado, el Ejército, etc., poniendo sus asuntos en manos de todos los miembros de la comunidad, sin intermediarios, sin líderes ni directores, y organizándose de la forma que consideren oportuna En este punto, como en el anterior, observamos que, como hemos dicho antes y queremos repetir, el proceso de autogestión se desarrolla autogestionando.
La necesidad imperiosa de dar lugar a nuevos modos de organización hace que las fuerzas que tratan de evitarlo, como las burocracias sindicales, los gobiernos demagógicos y los empresarios, propongan otro concepto, que los teóricos de la organización despliegan ocasionalmente: el de la cogestión. La codeterminación es un modelo de participación caracterizado por la composición equitativa de las instituciones, específicamente en relación con la toma de decisiones. Es decir, empresarios y trabajadores participan en igualdad de condiciones en la gestión de la empresa (en el mejor de los casos), con la presencia de un hombre o agente "neutral" para resolver situaciones de igualdad. En general, el Estado se reserva este papel.
Este sistema se inició durante el proceso de reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Alemania, donde funciona con reconocimiento institucional desde 1976 y, en un grado más o menos similar, en otros países. Sin duda, este modelo intenta controlar la voz emergente de los directamente implicados en la gestión, los trabajadores, dándoles participación en algún aspecto de la empresa, la política o las instituciones para estimular su esfuerzo o compromiso. Sin embargo, se trata de una medida provisional porque no resuelve lo que está en juego: pues debe haber un cambio radical para resolver los numerosos problemas que se derivan de la situación actual. Ningún cambio parcial puede ayudar a resolver los problemas subyacentes. Opciones aún menos seguras, como la de la cogestión empresario-Estado, que sólo significa que es la apropiación del capital privado por parte de los poseedores de la fuerza de las armas que acompaña a la dominación política de cualquier Estado, sin que los intereses de los trabajadores y de la población en general tengan una mínima participación, aunque así se proclame. (*)
La autogestión libertaria es algo muy diferente a la cogestión.
Como hemos dicho, la cogestión es una forma de participación, es decir, de tomar parte en algo. Pero participar, en este caso, significa admitir una estructura jerárquica preexistente en la empresa, la fábrica o la sociedad, permitiendo a los trabajadores una aportación a la dirección de algo que, en última instancia, no les pertenece. En la cogestión se cede inteligentemente una parte del poder absoluto para superar o conciliar las fricciones entre asalariados y propietarios, pero en ningún caso se cuestiona quién manda, quién tiene la última palabra, quién es el amo: el capital, privado o estatal, nunca los trabajadores.
La autogestión no es participación.
En la autogestión no hay ningún amo del capital, privado o estatal, que participe o permita participar al trabajador. Es el conjunto de los miembros de una empresa que asumen su gestión o administración. No se trata de limitar el papel del "interés natural de los capitalistas" en la gestión de la empresa, sino de transformar radicalmente su concepción. Con la autogestión, la empresa no tiene por qué desaparecer, ni tiene por qué perder su eficacia, ni tiene por qué dejar de contribuir a la satisfacción de las necesidades sanitarias, ni tiene por qué desatender las necesidades de materias primas, de producción, de costes, de reparto de beneficios, o incluso de Capital, según se determine. Lo que debe cambiar es el polo en torno al cual giran los intereses y la forma de conseguirlos. Si hoy la autogestión generalizada parece una utopía, lo mismo ocurría cuando Copérnico decía que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés. Como resultado, la Astronomía funcionaría más tarde mejor de esta manera, aunque tardó más de un siglo en ser aceptada. Tampoco hay que olvidar que el capitalismo ha tardado varios siglos en cambiar, en su beneficio, los modos de organización social, política y económica que le precedieron. Para tener éxito, hay que empezar por caminar, y a caminar se aprende caminando.
Además, la autogestión anarquista pretende -o, si se quiere, es paralela- a una transformación total y radical de la sociedad, y no sólo de la empresa. La cogestión, en cambio, es un sistema de participación que es compatible con la coexistencia de cualquier sistema político y se adapta a cualquier organización social preexistente. La autogestión, en cambio, es un intento de modificar la organización social y la noción de política, poniendo todos sus asuntos en manos de cada uno, directamente y sin intermediarios.
Para concluir lo que se acaba de decir, es pertinente citar in extenso un texto [Guillén 1988, pp 197 - 198] que expone una versión bastante completa de la propuesta libertaria, además de explicar lo que, desde el punto de vista anarquista, se entiende por revolución social y que puede servir de punto de partida para las discusiones sobre este tema:
"Decálogo" de la autogestión
- 1. Autogestión: No delegar el poder popular.
- 2. Armonía de iniciativas: Unir el todo y las partes en un socialismo federativo.
- 3. Federación de organismos autogestionarios: El socialismo no debe ser caótico, sino una unidad coherente del todo y sus partes, de la región y la nación.
- 4. Acción directa: Anticapitalismo, antiburocratismo, para que el pueblo sea el sujeto activo de la historia, a través de la democracia directa.
- 5. Autodefensa coordinada: Frente a la burocracia totalitaria y a la burguesía imperialista, defensa de la libertad y del socialismo autogestionario, difundida a través de la propaganda con hechos, no con posturas teóricas.
- 6. Cooperación en el campo y autogestión en la ciudad: La agricultura se presta a una empresa de autogestión, cuyo modelo podría ser el complejo agroindustrial cooperativo. En la ciudad, las industrias y los servicios deben ser autogestionados; pero sus consejos de administración deben estar constituidos por los propios productores, sin ninguna mediación de las clases dominantes.
- 7. Sindicación de la producción: El trabajo sindicalizado debe convertirse en trabajo asociado con sus medios de producción, sin que la burocracia o la burguesía dirijan las empresas.
- 8. Todo el poder a las asambleas: nadie debe gobernar en lugar del pueblo ni usurpar sus funciones a través de la profesionalidad en la política; la delegación del poder no debe ser permanente, sino que debe hacerse a través de personas delegadas, no burocratizadas, elegibles y revocables por las asambleas.
- 9. No delegar la política: ni partido, ni vanguardia, ni élite dirigente, ni timonel, porque la burocracia ha matado la espontaneidad de las masas, sus capacidades creativas, su acción revolucionaria, hasta convertirlas en un pueblo pasivo, instrumentos dóciles de las élites del Poder.
- 10. Socialización y no racionalización de la riqueza: ceder el protagonismo de la historia a los sindicatos, las cooperativas, las sociedades locales de autogestión, las organizaciones populares, las mutualistas, las asociaciones de todo tipo, las autoadministraciones y autogobiernos locales, regionales y nacionales, y al cogobierno federal, nacional, continental o mundial.
Condiciones para la autogestión
Hemos dicho que la autogestión provoca un cambio en la sociedad, pero se basa en un cambio en los individuos que la componen. Para ello queremos mencionar tres condiciones generales, aunque seguramente hay otras, que deben cumplirse en el camino de la construcción de la autogestión. Debemos decir que no son condiciones para iniciar la autogestión, sino condiciones que consideramos indispensables para elevar la autogestión a los niveles de satisfacción, felicidad y éxito que queremos alcanzar.
Primera condición: para lograr el cambio social a través de la autogestión, los individuos deben pasar por el proceso de aprendizaje de la autonomía, y la libertad para conducir sus asuntos. Pero, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, donde se estimula precisamente para controlarla, la libertad implica responsabilidad en el contexto social. Esto implica no una responsabilidad impuesta sino autónoma que permite la constitución de una sociedad ética. Una sociedad en la que los individuos no son libres, sino que están dominados y gobernados, nunca podrá constituirse como una sociedad ética. Por lo tanto, para aspirar a una sociedad regida por principios éticos, sus miembros deben ser libres y responsables. En el caso de la empresa, esto se traduce en el hecho de que cada miembro que realiza una tarea específica debe interesarse por todos los aspectos relacionados con ella, con el fin de contribuir positivamente al conjunto, desde su punto de vista particular.
La segunda condición es uno de los cambios más difíciles que requiere la autogestión: es el reconocimiento de la autoridad en lugar de la relación de poder que existe actualmente. Podemos entender el poder como el dominio que una persona tiene sobre un objeto concreto, que también puede ser otra persona, o sobre el desarrollo de una actividad, mientras que la autoridad es la influencia moral que alguien tiene y que deriva de una virtud. Esta diferencia se manifiesta de varias maneras: El poder se impone siempre, la mayoría de las veces por la fuerza como único argumento, mientras que la autoridad se reconoce libremente; el poder se concentra mientras que todos podemos tener autoridad si logramos el ejercicio virtuoso de alguna actividad, como un médico en el campo de la salud, un carpintero sobre la madera, un campesino en el cultivo de la tierra o un filósofo con el pensamiento; El poder se toma, se apropia, a menudo de forma agresiva, mientras que la autoridad se consiente, es el resultado del reconocimiento que otros dan a alguien por su virtuosismo como músico, como administrador, como mecánico o como panadero.
La participación de un individuo en un colectivo autogestionado, de forma que pueda encontrar autonomía, conlleva la responsabilidad de adquirir alguna cualidad -diríamos que todas las posibles, pero al menos una- a través del estudio, la práctica, el interés y el esfuerzo necesario, hasta un nivel que conlleve el reconocimiento de los demás; y por otro lado, la capacidad de reconocer la autoridad de los demás en los ámbitos en los que han desarrollado sus potencialidades o habilidades. Es fácil ver que, si esto fuera así, el poder respaldado por la violencia y la agresión quedaría relegado al basurero de la historia, porque la fuerza nunca ha sido un argumento suficiente para imponerse, a menos que se admita que se imponga [La Boétie, 1980]. El abandono de las relaciones de poder y el reconocimiento del valor y la autoridad de todos es una condición para lograr la autogestión.
Por último, debemos retomar lo que Kropotkin señalaba al principio de las discusiones sobre el darwinismo y que hoy los estudios científicos han validado plenamente, a saber, que la consolidación de nuestra especie en la tierra, hasta los niveles actuales, es el resultado de la cooperación entre los seres humanos. El ser humano no es violento por naturaleza, no hay un gen para la guerra (1), ni nadie puede hacerlo solo, como dice cierto estribillo malintencionado. Cada uno de los adultos de la especie es el resultado de la colaboración y cooperación de otros adultos que hicieron posible superar lo que todavía es un largo comienzo entre los animales. En consecuencia, la guerra, la competencia y el egoísmo no son naturales, sino que se adquieren precisamente a partir de la institucionalización de las relaciones de poder que imperan desde el momento en que se impuso la diferencia entre gobernados y gobernantes, hace unos 100.000 años. El éxito de la autogestión también depende del modelo de ayuda mutua, solidaridad, simpatía, amistad y cooperación que prevaleció durante las anteriores decenas de miles de años (se calcula que nuestra especie, el Homo sapiens sapiens, se remonta al menos a 140.000 años).
(*) Referencia a los países en los que los Estados organizan la cogestión, como en Venezuela.
En Venezuela, el gobierno introduce y promueve un tipo innovador de "cogestión", como se denomina a las asociaciones del Estado con los empresarios, en las que los trabajadores no tienen participación. En algunos casos, esta cogestión es forzada, ya que se "sugiere" a las empresas que tomen préstamos "estatales" a cambio de la participación del Estado, y negarse a ello conlleva serias dificultades, dado el control de la exención del dólar para las actividades económicas, la arbitrariedad en la justicia y la recaudación de impuestos. En otros casos, sobre todo en el sector agrario, el Estado se hace cargo de empresas deficitarias o en proceso de expropiación y se une a los trabajadores para su desarrollo, pero no hay participación de los trabajadores en la propiedad ni en las decisiones.
(1) Nota del sitio web "Nuevo Milenio, Desafíos Libertarios":
"Tengo un problema con una frase de este folleto. Es esta declaración:
"El ser humano no es violento por naturaleza, no hay un gen para la guerra"
Es cierto que no existe un gen de la guerra y que la naturaleza humana no puede definirse sin una visión normativa. Sin embargo, todos llevamos la violencia dentro. Negar este hecho básico puede llevar a muchos contratiempos y a no entender por qué hay tanto conflicto entre los libertarios en el tema del poder, en particular.
El machismo básico es violento, las feministas llevan mucho tiempo gritando sobre ello. Los hombres no se ven a sí mismos como violentos, y sin embargo lo son. Es una construcción cultural, basada en un deseo íntimo del que no somos conscientes. El cuestionamiento del machismo en los círculos de militantes surge regularmente. Este fenómeno afecta al FA como a otros grupos militantes (...)
Esta violencia no puede achacarse únicamente a la sociedad capitalista que nos construye e influye.
Nuestra subjetividad está en juego, nuestro funcionamiento colectivo también.
FUENTE: Nuevo Milenio, Desafíos Libertarios
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/04/l-autogestion-anarchiste.html