INTRODUCCIÓN A LA PRIMERA EDICIÓN
Desde 1936 han ido apareciendo gran cantidad de libros que tratan de la guerra civil española y del régimen franquista. Sin aludir a lo escrito por encargo del falangismo vencedor, y limitándonos a lo publicado por los solidarios con los vencidos, la mayoría de estos libros adolece de una deficiencia fundamental: la omisión o conspiración del silencio, alrededor de la CNT y de su participación en la revolución española. Contados autores han tenido el atrevimiento de rendir un sencillo homenaje a este importante sector de la vida social ibérica.
Destacar el papel de la organización confederal a lo largo del proceso revolucionario es misión principal de las líneas que se leerán. Para este propósito hemos puesto a prueba toda nuestra capacidad objetiva. Corresponde al lector comprobar en qué medida hemos salido airosos. Por la parte que nos corresponde, y en nuestra calidad de juez y parte, confesamos nuestros temores. En todos los casos nos remitimos a la indulgencia del lector.
En el plan general de la obra hemos procurado abreviar la parte expositiva por razones de espacio. Y por interés primordial en ceder la palabra a los hechos y a los textos. Respondemos de la autenticidad de estos últimos, que para mayor garantía reproducimos sin amaneramientos de forma, aun en aquellos casos en que e] buen gusto estético aconsejaba hacerlo.
Abarcamos en este primer volumen una minuciosa relación de los acontecimientos desde 1911 hasta 1936 en los que intervino la CNT. No obstante las dificultades a vencer en el terreno de la documentación, creemos que ningún aspecto importante ha sido omitido.
Nuestras ambiciones se cifran en la publicación, como mínimo, de un segundo volumen, en el que pensamos resumir, siempre en conexión con las actividades de la CNT, los acontecimientos que siguen tras la fecha tope de este primer relato y hasta el fin militar de la guerra civil española.
El tiempo, las posibilidades y la buena voluntad de nuestros animadores tienen la palabra.
La crisis española es una de las más profundas que hayan podido sacudir a un pueblo. Se mide por siglos de duración, a los que corresponden luchas constantes entre el Estado y el espíritu popular. El Estado es dos veces centralista en España. El centralismo natural en el Estado tiene su campo de expansión en el centro geográfico peninsular: en la ancha Castilla, tierra del absolutismo feudal y militar.
Como contrapartida al espíritu unitario, reflejo éste de una geografía unitaria la de la meseta, los bordes peninsulares, con sus sistemas de montañas, sus vegas y sus valles, forman un círculo de compartimientos a los que corresponden variedades infinitas de tipos, lenguas y tradiciones. Cada zona o recodo de este quebrado paisaje representa una entidad soberana, celosa de sus instituciones, orgullosa de su libertad.
He aquí la cuna del federalismo ibérico. Esta configuración geográfica fue siempre un semillero de autonomías lindantes, a veces, con el separatismo, réplica éste al absolutismo. Las pretensiones desmesuradas del poder central, sobre pueblos con personalidad y cultura propias, han empujado con frecuencia a estos pueblos hacia soluciones de tipo cantonal. En este caso, el separatismo, desde sus primeros balbuceos históricos, no ha sido más que la desviación del espíritu de libertad, hecho paralelo al de nuestros individualistas rabiosos.
Entre el absolutismo y el separatismo como entre el caudillismo y el individualismo se yergue el federalismo. Se basa éste en la libre y voluntaria vinculación de todas las autonomías, desde la del individuo realidad social por excelencia hasta las de las regiones naturales o afines, pasando por el municipio libre.
La calurosa acogida que tuvieron en España ciertas influencias ideológicas procedentes del exterior, lejos de desmentir, afirman la existencia apenas mitigada por siglos de extorsión de un federalismo autóctono. El federalismo llovió en España sobre mojado. Sus manifestaciones más categóricas, aparte !os movimientos regionalistas, el de los gremios valencianos (Germanías) y la
propia guerra de las Comunidades de Castilla, pertenecen al mundo societario de los trabajadores.
En la segunda mitad del siglo pasado se produjo en el mundo el acontecimiento de la Primera Internacional de los trabajadores. Le dieron impulso los obreros franceses, belgas y suizos, adoctrinados por Proudhon. El federalismo político había sido introducido en España por la pluma de Pi y Margall. Los emisarios bakuninistas sembraron su federalismo, el libertario, entre la clase obrera española. El federalismo de Pi y Margall sirvió más los fines de la clase obrera que los intereses del partido republicano. Políticamente, el federalismo se limitó a vegetar, para desacreditarse finalmente desde el poder en 1873. La clase obrera cosechó el fruto de aquella desilusión: una cosecha ubérrima que hubo de quitar el sueño a los gobernantes restauradores.
Por primera vez en la historia de España asistíamos al renacimiento de la acción popular independiente de mentores políticos y de sus partidos; curada de cantonalismos y absolutismos; teniendo a gala el repudio de las fronteras, el del prejuicio de raza y el de la superchería religiosa.
Democráticamente hablando, España seguía contemplando su siglo y medio de retraso respecto de los principales países europeos y de América. Para distinguirse de algún modo, las fracciones políticas calificábanse entre sí de conservadoras y liberales, lo que no excusaba al pueblo del espectáculo de los pronunciamientos. Sólo la clase trabajadora había sabido situarse a la altura de su tiempo. La sección española de la Internacional concurrió, casi desde el comienzo, a los congresos mundiales, representando nutridas federaciones de Cataluña, Levante, Aragón, Centro, Andalucía, etc. e interviniendo en aquellos famosos debates en que se hablaba de las insuperables contradicciones del capitalismo, de la huelga general expropiadora y de la socialización de los medios de producción.
La lucha estaba entablada. Un nuevo factor, el proletariado, salía a la palestra dispuesto a dar el empujón supremo a tantas cosas como andaban mal en España. Lo que no habían siquiera intentado los partidos progresistas: levantar el país de su atraso cultural, de su miseria; emanciparlo del caciquismo
religioso, señorial y militar, se lo propuso la clase aparentemente más atrasada. Los manifiestos de los internacionalistas españoles son de una riqueza ideológica incalculable. Para valorarla huelga situarse en el marco de la época. Desafían al tiempo. Los firman, con orgullo, curtidores, torneros, tipógrafos, tejedores, etc. Se hace en ellos la disección de la sociedad del Estado se enumeran sus injusticias y contradicciones de principio, se estigmatizan la explotación del hombre por el hombre mismo y la ley de la “libre concurrencia”, que convierte al mundo en un mar infestado de corsarios con patente. Y esta crítica demoledora no es más que la introducción a brillantes páginas de teoría socialista genuina con ahínco en el federalismo a la moda de Iberia.
Se podrá quizás aducir una cierta desproporción entre el esfuerzo desarrollado por el obrerismo español y los precarios resultados obtenidos. Lo que está más allá de cualquier crítica, lo que resiste al anhelo más exigente de efectividad es el fondo de generosa idealidad, de honradez, y el espíritu de lucha y de sacrificio d los libertarios españoles. Esta persistencia en la línea recta hacia la emancipación integral de los trabajadores concitó sobre sus organizaciones cruentas tempestades represivas. Al proceso de la Internacional misma, en plena cámara parlamentaria (consúltense los discursos de Garrido, Pi y Margall, Castelar, etc., sobre la Internacional), siguió la puesta al margen de la ley de aquella organización y la represión sobre sus militantes.
Lo que representa el movimiento obrero libertario para la vida política y social española no se mide solamente por sus efectos directos. Bajo forma de sociedades o gremios, más o menos independientes; como Federación Regional Española, en tiempos de la Internacional; como entidades agrupadas bajo el común denominador de Solidaridad Obrera (tras la represión), y, por último, como Confederación Nacional del Trabajo, el movimiento anarcosindicalista ha venido representando, durante los últimos ochenta años, un verdadero revulsivo para el ambiente político y social de España. Sin embargo, sería craso error creer que no ha sido más que esto.
En todo tiempo el anarcosindicalismo llevó consigo un intenso furor publicitario, científico, artístico, filosófico, pedagógico y ecléctico. Hay que atribuirle la paternidad de uno de los movimientos pedagógicos más
interesantes producidos en la península: el de la Escuela moderna o racionalista, el cual une su gloria al martirio de Francisco Ferrer Guardia.
Este movimiento, contra el decir de sus muchos detractores, está muy lejos de ser un desahogo demagógico cualquiera. El que se haya podido sacar partido de su “brusquedad” no quita valor a lo que en sí representaba. Los extremismos son inherentes a las corrientes renovadoras, y suelen acentuarse en razón directa del contraste mismo entre la innovación y la tradición. Y, a este respecto, si fuerte fue el choque entre un proletariado nacido a la vida de las inquietudes revolucionarias y un Estado español chapado a la antigua, mayor fue la colisión entre una concepción pedagógica moderna, embebida de positivismo materialista, y la enseñanza oficial monopolizada por clérigos y jesuitas.
Con la Escuela moderna, y al unísono de las tareas pedagógicas tan trágicamente malogradas, se divulgó entre los trabajadores el fruto de los descubrimientos de] siglo pasado, verdadero fruto prohibido en España.
Otra de las cualidades del movimiento obrero español es su independencia de toda influencia extraña, hecha excepción del anarquismo, nada extraño éste al temperamento del pueblo ibérico. Podemos repetir aquí que el anarquismo doctrinario de los emisarios de Bakunin encontró un terreno abonado en la idiosincrasia de nuestro pueblo.
Más que una plataforma de lucha a ultranza, el anarquismo representa una concepción filosóficosocial. Partiendo de la tendencia, natural en el hombre, a la libertad concepción común a todas las corrientes del socialismo, el anarquismo ha sido la sola corriente capaz de librarse de la contradicción entre las finalidades y los medios de ejecución. Esta colisión la descubre el anarquismo entre el concepto de libertad y cualquier forma de autoridad.
La solución de este conflicto consiste en la abolición del principio de autoridad mismo. La propia autoridad no es menos autoridad que la que nos imponen los demás. La autoridad, negación pura y simple de la libertad, no puede ser nunca una solución de garantía. Todo lo contrario, la autoridad es el natural y más encarnizado enemigo de la libertad.
Otro de los descubrimientos del anarquismo es el sofisma de la autoridad como solución transitoria. La autoridad como medio degenera fatalmente en permanente. Los procedimientos autoritarios no son nunca transitorios. Están ahí para ilustrarnos todos los experimentos, políticos o revolucionarios, que tuvieron el poder por base. De ahí la irreductible oposición del anarquismo a la toma del poder político, a la imposición de la libertad desde la cumbre.
Una de las más importantes batallas del anarquismo ha sido la librada contra el marxismo. Empezó en el seno de la Primera Internacional y entre los respectivos partidarios de Marx y Bakunin. La decadencia del socialismo político en el mundo y el fenómeno soviético han zanjado, virtualmente el problema en favor del anarquismo. La confesión de León Blum ante el Congreso del Partido Socialista francés (1945) es concluyente: «Al socialismo dijo sólo le quedan dos caminos: continuar siendo el gerente fiel y honrado del capitalismo o volver a las tácticas de Bakunin.»
Por lo que a España se refiere, el proceso de anarquización del movimiento obrero hay que buscarlo en dos direcciones: en el anarquismo temperamental de los españoles y en el descontento popular, producto de las invetera das concupiscencias de la política del país. La CNT inscribió en su bandera el principio de independencia de todos los partidos políticos y la más completa abstención en las llamadas luchas electorales y parlamentarias. Ello no significa una renuncia al propósito determinativo en los destinos del país.
Muy al contrario. La clase obrera ha marcado siempre una divergencia con el llamado sindicalismo puro o intrascendente. De ahí su proclamación finalista y la aceptación de tácticas y principios. La CNT hace suyos los principios, tácticas y finalidades del anarquismo militante, que la fecundó y orienta constantemente.
Los objetivos de la CNT son el agrupamiento de todos los explotados para las reivindicaciones de tipo inmediato y para la destrucción revolucionaria del capitalismo y del Estado. Su finalidad suprema es el Comunismo libertario, sistema social basado en el municipio libre (comuna), federado local, regional y nacional mente. En cuanto al federalismo confederal, éste no es solamente
una mera aspiración o finalidad; es la misma estructura orgánica y funcional de la CNT. Al extremo que por algunos teóricos se ha querido ver en la forma misma en que se mueven los sindicatos, toman y aplican sus acuerdos el funcionamiento de la sociedad del porvenir.
Este funcionamiento es el siguiente. Los sindicatos constituyen unidades autónomas, sin más ligazón con el conjunto confederal que los acuerdos de carácter general adoptados en los congresos nacionales, ordinarios o extraordinarios. Pero salvado este compromiso, los sindicatos, y hasta las propias secciones técnicas de los sindicatos, son libres para cualquier determinación que no sea en detrimento del conjunto orgánico. Este principio es riguroso, y puede afirmarse que son los sindicatos quienes señalan y regulan directamente las orientaciones de la Confederación.
La base de cualquier acuerdo de tipo local, regional o nacional es siempre la asamblea general del sindicato, a la que pueden concurrir, proponer, discutir y votar todos los afiliados. Las resoluciones son adoptadas por la ley de mayorías, atenuada por el voto proporcional.
Los congresos extraordinarios se celebran según sugerencia de los sindicatos reunidos. Hasta los puntos de discusión los sugieren las asambleas, en el seno de las cuales se discute el orden del día y se nombran los delegados, mandatarios del acuerdo colectivo. Este funcionamiento federalista, de abajo a arriba, representa una prevención contra toda posible degeneración autoritaria en los comités representativos.
Las tácticas de lucha de la CNT son las propias del sindicalismo revolucionario, o sea la llamada “acción directa”. Estas tácticas implican, por una parte, el rechazo de todo arbitraje, oficial o de cualquier clase, en los conflictos entre el capital (o el Estado) y los sindicatos; por otra, la renuncia completa a la lucha electoral y parlamentaria.
Sus tácticas las ha deducido el anarcosindicalismo de sus propios principios y finalidades. Veámoslo.
La Confederación Nacional del Trabajo lucha por la supresión del capitalismo y del Estado. Según la CNT, el Estado es por naturaleza un órgano de opresión,
de corrupción y de privilegio. Se entiende por Estado todo organismo central de poder inseparable de un aparato represivo, militar o policiaco.
El Estado, del que el capitalismo no es más que su forma económica exterior, es el enemigo número uno del progreso social. El anarcosindicalismo estima al Estado incompatible con el liberalismo. El Estado no puede ser liberal sino en la medida en que son respetados los privilegios y jerarquías tradicionales que representa. Huelga decir que se entiende también como disfraz la transfiguración democrática del Estado. Para éste la democracia no ha sido más que una necesidad impuesta por las circunstancias y un instrumento eficaz en sus manos para mejor servir sus intereses de casta, de poder absoluto, de autoridad indiscutible, sin interferencias. El Estado obedece siempre a una mentalidad de casta.
Toda desviación del principio de lucha directa se sobreentiende como colaboración; es decir, como negación del principio de lucha de clases. El parlamentarismo, aparte representar una escuela de corrupción y de demagogia, conduce fatalmente o bien a la conquista del Estado o a la colaboración con el Estado. La conquista del Estado es siempre una ilusión. El Estado conquista finalmente a todos sus conquistadores. O convierte en Estado a cuantos llegan hasta él, por sufragio o por asalto.
La acción directa confederal significa un ejercicio permanente de lucha. Significa, por otra parte, la preparación técnica moral cultural y orgánica de los trabajadores con miras a la insurrección antiestatal decisiva que abrirá el paso a la gestión económica por los sindicatos: al comunismo libertario.
En el plano económico inmediato, la CNT acepta el principio de la lucha de clases, y en los conflictos con la burguesía no admite la interferencia de ningún poder extraño a las partes beligerantes. Todo arbitraje se entiende como conciliación, y ésta como principio de colaboración. Los intereses capitalistas y los de los trabajadores son irreconciliables. No hay que decir que la cuestión se complica cuando el conciliador, como ocurre en la mayoría de los casos, es el Estado.
La colaboración con el capitalismo y con el Estado ha dado ya sus frutos, vistosos pero amargos. Estos frutos son el llamado reformismo; es decir, las
reformas de fachada, las eternas promesas, las dilaciones y las mixturas. La experiencia de la gestión reformista del socialismo y del sindicalismo ha sido concluyente para el anarcosindicalismo. En la frase de León Blum, reproducida más arriba, respiran aquéllos por su propia herida.
El reformismo político ha sido el elixir de larga vida para el Estado capitalista y para el capitalismo de Estado. Ha sido la causa de la castración ideológica de los trabajadores; la causa de la esterilidad del socialismo político y la causa de la domesticación del sindicalismo.
Con la publicación de los capítulos que siguen nos proponemos dar a conocer al público lo que ha sido la participación de la CNT en la revolución española, y lo que es y representa la Confederación misma; dar a conocer cuáles han sido sus glorias, sus sueños, sus vicisitudes, sus deficiencias y sus errores.
Dedicamos este primer trabajo a todos los estudiosos a quienes preocupan los problemas revolucionarios y sociales; a quienes no conocen de la CNT otra cosa que estas tres letras simbólicas; a todos nuestros caídos bajo la represión del Estado: en los tiempos de Anido y Arlegui, durante la dictadura de Primo de Rivera ante los fusiles de la Guardia civil republicana, en el 19 de julio d 1936, en la guerra civil, en el destierro y en la resistencia contra el régimen de Franco. Lo dedicamos a cuantos amigos y simpatizantes nos han alentado en nuestra empresa y ayudado a reunir nuestras informaciones y documentos. Y, por último, lo dedicamos a la joven generación libertana llamada a relevarnos en la marcha hacia una vida nueva.