Georges Herzig. En Le Réveil communiste-anarchiste n°10, 10 de noviembre de 1900.
"Si los obreros quisieran reflexionar un poco se darían cuenta pronto de que la participación en la vida política, el uso de los derechos electorales que la burguesía ha estado dispuesta a concederle, en su propio interés y para reducir las causas del descontento público, no ha cambiado en nada la posición histórica del proletariado con respecto a las demás clases, ni su situación económica, que ha seguido siendo inferior, a pesar de que, durante cincuenta y cuatro años de sufragio universal, la suerte de los trabajadores ha sido objeto de la prosa electoral de todos los partidos políticos.
La clase poseedora -dueña de los medios de producción, de las herramientas industriales, de la tierra, de las líneas de comunicación, de la maquinaria administrativa, educada y limitadora de la educación del pueblo, poseedora de toda la autoridad, desde la del alcaide de la aldea hasta la que le confiere el poder ejecutivo- podía, sin mucho temor, llamar al proletariado para que sancionara las leyes elaboradas por ella y darle así una parte de responsabilidad en la dirección de los asuntos públicos.
El cálculo, por cínico que fuera, no encontró a nadie que lo frustrara.
Si la aristocracia de nombre y fortuna protestó, no fue por honestidad sino por orgullo, pues le parecía un sacrilegio dar a la plebe los mismos derechos cívicos que a ella.
La prensa, en manos de la clase media, podía burlar fácilmente al pueblo creando una corriente de ideas falsas, sentando las bases de una educación cívica contraria a sus verdaderos intereses, conduciéndolo a un atropello que salvaguardara los intereses burgueses mientras le hacía vislumbrar mejores condiciones de vida en el ejercicio del sufragio universal y en la elección juiciosa de sus representantes.
Ahora, por la propia fuerza de las cosas, los apoderados del proletariado fueron sacados del seno de la clase dominante. Los abogados, los médicos, los financieros, los periodistas, no tuvieron ninguna dificultad, presentándose ante el pueblo ignorante, en ganar sus votos y hacerles creer que iban a tocar la tierra prometida. Durante medio siglo y más, la lista de artistas que le engañaron de esta manera y a los que siempre aclamó ingenuamente, no cabría en las cuatro páginas del periódico. Se dejó engañar por los charlatanes de todos los partidos, a los que tomó por tribunos; a los buscadores de escaños, los tomó por hombres desinteresados; insultado por los gobernantes, desde lo alto de la tribuna legislativa, los aclamó tiempo después; mentirosos desvergonzados, admiró su astucia y fue él quien pagó el precio. ¿Qué ganaba con el sufragio universal sino ser un juguete perpetuo en manos de la burguesía?
Si no ganó nada más, sabemos lo que perdió.
En primer lugar, ha perdido la noción exacta de su situación en la historia; ha perdido el sentido de la acción que debe proseguir en el terreno económico contra la explotación capitalista; ha perdido la confianza en sus fuerzas, divididas por la política y sus competencias; ha perdido el resorte necesario que le hubiera permitido preparar la lucha, agrupar las iniciativas, educar a los individuos y oponerse a la clase dominante, siempre codiciosa, con reivindicaciones categóricas y claramente formuladas. En las raras ocasiones en que el pueblo se ha recuperado, ha bastado una maniobra de la burguesía para paralizar sus movimientos y volver a ponerlos bajo su control; el fin de la Internacional es una prueba flagrante de ello.
Tampoco faltaron astutos que se aprovecharan de los avances del poder y de los lugares que éste reserva a quienes lo sirven, hasta el punto de que el pueblo acabó considerando las lujurias de sus representantes como otras tantas reivindicaciones que hacer valer; les parecía, viendo a algunos de los suyos instalados en buenas sinecuras, que ellos mismos sufrían menos y que por fin les llegaba la hora. El pueblo también tenía sus parásitos.
Hoy en día, el político reina. Las sociedades laborales infectadas por este virus están muriendo. El hecho de haber querido servir a los intereses políticos llevará pronto a la muerte a la Federación de Sociedades Obreras, y el famoso Sindicato, al que los peores políticos obreros -poniendo altar contra altar- acaban de presentar en la pila bautismal, nos parece un vivero de candidatos y de votantes de derechas.
Engañado por los burgueses, el pueblo también es engañado por sus propios hijos. Hemos visto al representante de los trabajadores, aún no elegido, dar una voltereta ante sus colegas burgueses o, si las circunstancias lo requieren, hacerse pequeño para ser aceptado por los enemigos del pueblo; hay que saber captar la confianza de los propietarios.
También hemos visto el socialismo de los representantes de los trabajadores descolorido al primer contacto burgués; hemos visto a estos socialistas, a los que la burguesía pretendía temer, preguntarse ante el Areópago radical qué diferencia puede haber entre radicalismo y socialismo.
Si las variaciones del barómetro político lo exigieran, se hundirían aún más; sólo quieren atascarse.
Lo que decimos de Ginebra ocurre en otros lugares de la misma manera. El Congreso General francés fue muy instructivo en este sentido. Allí vimos un enjambre de ambiciosos, de diputados desfasados, que rechazaban todas las resoluciones de carácter claramente socialista y que situaban la lucha en el terreno económico, y que sólo aceptaban resoluciones puramente políticas. Es el fin de un equívoco que había durado demasiado tiempo.
Por lo tanto, la situación está claramente definida en todas partes: por un lado, los políticos, burgueses y socialistas, legisladores, cuyo resultado más seguro es irritar al proletariado y quitarle toda voluntad, toda idea de lucha, para que les confíe por entero -nuevos sacerdotes- el cuidado de hacer su felicidad aquí abajo; Por otro lado, los que quieren, por el contrario, despertar en él el sentimiento de su propia fuerza, el espíritu de crítica que es el precursor del espíritu de revuelta; devolverle la convicción de que el verdadero progreso es obra de la voluntad de los hombres y que es necesario querer.
A la llamada a las urnas que hacen los políticos de todo signo, responderemos: "¡Proletarios! Proletarios! Las urnas sancionan vuestro sometimiento; la política es el mejor divisor que ha encontrado la burguesía para mantener sus privilegios; ¡alejaos de las urnas si sois conscientes del papel de incautos que se os hace jugar!
FUENTE: Non Fides - Base de datos anarquista
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2020/05/contre-la-politique.html