Democracia directa o anarquía

Bueno, ¿eres demócrata? - No (...) ¿Qué eres entonces? - Soy anarquista. Proudhon en ¿Qué es la propiedad?

 "A veces se plantea la idea, en particular en algunos sitios web, de que el pensamiento anarquista es similar al de la democracia directa. Si ciertamente existe una similitud de intención (en términos muy generales, la de garantizar a cada individuo un papel decisorio directo en la gestión de la comunidad) que se traduce concretamente por el rechazo de toda representatividad, las diferencias entre ambos conceptos son sin embargo tanto más importantes cuanto que se refieren a una divergencia fundamental en la concepción del lugar del individuo en la sociedad, y no a simples matices en las prácticas organizativas propuestas. Todos hemos aprendido que la democracia es un régimen político en el que el Pueblo es soberano. El famoso "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". También sabemos que es polimorfa: indirecta o representativa cuando los ciudadanos eligen, por un período limitado de tiempo, a representantes a los que confían un mandato no imperativo para promulgar leyes y reglamentos. Desde el siglo XVIII y, sobre todo, el XIX, los demócratas han defendido generalmente el sufragio universal para designar a estos representantes. Pero es perfectamente posible imaginar otras prácticas, como el sorteo. Semidirecta cuando los ciudadanos pueden proponer, dictaminar o vetar determinadas normas o leyes: por referéndum (iniciativa popular o no) o cualquier otra práctica imaginable. Directo cuando el propio Pueblo adopta las leyes y los reglamentos, y elige a los agentes que los llevarán a cabo: ya no podemos hablar realmente de representantes, sino de agentes. Y entre las prácticas imaginables, los demócratas abogan generalmente por el sufragio universal para decidir sobre las leyes y los reglamentos y para designar a los agentes.

LOS SERES COLECTIVOS Y LAS VOTACIONES

Una sociedad está formada por individuos y por seres colectivos: familias, talleres, empresas, edificios, calles, barrios, asociaciones, etc. (podemos multiplicar esto hasta la saciedad). (podemos multiplicarlas infinitamente) son todos seres colectivos, que pueden ser considerados como individuos de pleno derecho porque la voluntad que surge de ellos (sus fuerzas, ideas, deseos, etc.) no tiene nada que ver con la simple suma de las voluntades de los individuos que forman parte de ellos. Sin embargo, aunque es fácil concebir esta voluntad común como algo distinto de una suma de voluntades individuales, es mucho más difícil trazar sus contornos, ya que no se expresa: una comunidad sólo existe a través de sus contradicciones y sólo se expresa a través de sus acciones. Por lo tanto, es comprensible que el voto, que es simplemente la suma de expresiones individuales, no pueda ser un medio para identificar la idea de una comunidad. Por supuesto, en algunos casos, el voto puede ser una forma de desbloquear una situación inextricable. Pero en ningún caso el resultado de una votación puede considerarse la voluntad de un grupo: el propio principio de la votación es una oposición a los principios democráticos.

ANARQUÍA: BÚSQUEDA DE LA LIBERTAD TOTAL Y ABSOLUTA DE TODOS LOS SERES (INDIVIDUALES Y COLECTIVOS) QUE COMPONEN LA SOCIEDAD.

Como sabemos, los anarquistas luchan contra el Poder en todas sus formas, en particular contra los tres poderes sociales fundamentales: el capital (la propiedad), la religión y el Estado. La propiedad, porque es "la explotación del hombre por el hombre": todo lo que consumimos es fruto del trabajo humano; del trabajo de otros. Por tanto, es normal que, a cambio, también aportemos un trabajo que beneficie a los demás. El panadero lleva su pan a la comunidad, el restaurador su comida, el médico sus cuidados. El panadero se beneficia del trabajo del restaurador y del médico; el restaurador del panadero y del médico... En definitiva, la economía se resume en trabajo individual o colectivo, que se intercambia por trabajo individual o colectivo. Por supuesto, tendríamos que volver a las nociones de valor-trabajo-valor de cambio (no son lo mismo, lo sé); a la importancia esencial del crédito, etc., etc. Y sin embargo, hay una clase social concreta que consume sin aportar nada, con el pretexto de que posee capital. Poseo edificios, terrenos que alquilo; acciones de las que recibo ingresos... No aporto ningún trabajo pero tengo ingresos gracias a los cuales consumo el trabajo de otros. Esto es un robo. Para la anarquía, la persona o personas que trabajan deben ser poseedoras o propietarias de los medios de producción; la persona o personas que viven en los locales deben ser poseedoras o propietarias de las casas, etc. La religión, "la adoración del hombre por el hombre": se trata aquí de combatir toda creencia, no de abogar por la duda. En esto, los anarquistas se distancian de Sócrates: afirman con fuerza sus convicciones, abogando por una moral inmanente (que parte del ser humano) opuesta a la moral trascendente, ya sea impuesta por Dios o por el Estado. El Estado, "gobierno del hombre por el hombre". La idea básica de la anarquía es haber aclarado la distinción entre el Estado y la organización de la sociedad: el Estado no tiene nada que ver con el orden. El Estado es un órgano situado fuera y por encima de la sociedad; es el poder de unos pocos individuos sobre todos los componentes de la sociedad. En cuanto se crea un orden natural, no es necesario este poder. Al despojar a los individuos y a las comunidades de su capacidad para organizarse de forma natural, el Estado crea las condiciones para un desorden que sólo él tiene el poder de organizar. Confiado a unos pocos individuos, este poder es por naturaleza muy tóxico: para perpetuar su existencia y justificar su papel, el Estado tiene todo el interés en favorecer el desorden, al igual que los individuos que pretenden estar en el poder tienen interés en reinventar constantemente el desorden (odio, antagonismos, exclusiones, explotación de unos por otros...) para hacerse pasar mejor por salvadores capaces de organizar nuestras vidas "mejor". No se trata de que el Estado represente a la sociedad, sino de que la gobierne. Nadie puede representar a la sociedad. Esta fue una de las ideas principales de la primera República: por eso se abolió el rey y se sustituyó por un símbolo (bandera o Marianne con gorro frigio). Y si se entiende que el Estado es desorden, se comprende aún más fácilmente la frase de Reclus: "La anarquía es la máxima expresión del orden".

ANARQUÍA Y FEDERALISMO LIBERTARIO

Conocemos los dos principios fundamentales y antitéticos de cualquier gobierno: Autoridad, libertad. En virtud de la tendencia de la mente humana a reducir todas sus ideas a un solo principio, tendiendo a eliminar las que parecen irreconciliables con este principio, de estas dos nociones primordiales se deducen, a priori, dos regímenes diferentes, según la preferencia o predilección que se dé a uno u otro: el Régimen de Autoridad y el Régimen de Libertad. Además, como la sociedad está compuesta por individuos, y como la relación entre el individuo y el grupo puede concebirse, desde el punto de vista político, de cuatro maneras diferentes, existen cuatro formas de gobierno, dos para cada régimen: I. Régimen de autoridad: - Gobierno de todos por uno > monarquía o patriarcado; - Gobierno de todos por todos > panarquía o comunismo. El carácter esencial de este régimen, en sus dos especies, es la indivisión del poder. II. Régimen de Libertad: - Gobierno de todos por todos > Democracia; - Gobierno de todos por todos > Anarquía o Autogobierno. El carácter esencial de este régimen, en sus dos especies, es la división del poder. No existe, ni existirá nunca, una sociedad perfecta. Incluso en las sociedades más dictatoriales, siempre ha habido espacios de libertad: del mismo modo, en cualquier sociedad basada en el principio de la libertad, habrá espacios de poder. La anarquía es, por tanto, una meta que sabemos que nunca alcanzaremos del todo, al igual que una asíntota nunca se encuentra con su abscisa... o bien, en la imaginación, hasta el infinito. No hay ni habrá nunca una lucha final, un final de la historia. La Revolución debe ser permanente en la humanidad hasta la extinción del último individuo. Sin embargo, el gran ideal anarquista de la libertad total no es inútil: nos guía y evita que tomemos el camino equivocado; como un faro guía a los marineros. Ante ciertos problemas reales, el ideal anarquista nos permite, en lugar de pedir ayuda al poder -y a las normas, leyes, controles, censura, represión policial...-, comprender que vamos por el camino equivocado... que en lugar de dirigirnos hacia el faro, nos alejamos de él. Así es como se presenta el federalismo libertario: no es realmente anarquía, sino un paso hacia ella. Si el día de mañana la sociedad se organiza según los principios del federalismo libertario, será deber de los anarquistas, una y otra vez, encontrar el camino para acercarse aún más al faro.

PRINCIPIOS GENERALES DEL FEDERALISMO LIBERTARIO

¿Qué es una sociedad? El tema es complejo e infinito, ya que es difícil comprender exhaustivamente todos los componentes de una sociedad determinada: si es difícil contar los individuos, el ejercicio se vuelve imposible para los seres colectivos. "Cualquier grupo humano, familia, taller... puede ser considerado como un embrión social. En una sociedad, los colectivos son innumerables y, además, cada individuo pertenece a varios de ellos. Esquemáticamente (y geográficamente), la humanidad puede presentarse como una superposición graduada de comunidades compuestas y componentes... o, si se prefiere, englobadas y abarcadoras. Está formado por el mundo desglosado en continentes, subcontinentes, naciones, regiones, provincias, distritos, comunas, barrios... individuos. Todos los habitantes de un mismo barrio pertenecen al mismo municipio; todos los municipios del distrito pertenecen a la misma provincia, etc. Por otra parte, la pertenencia a una comunidad compuesta no implica la pertenencia a una comunidad componente. La noción que, para las colectividades, corresponde a la de libertad para los individuos, es la de autonomía: la capacidad de cada ser colectivo de fijar las reglas que le conciernen; de determinarse libremente. La capacidad de exigir esta autonomía para uno mismo -y luego, al reconocerse en el otro, exigirla para el otro, como corolario indispensable- es lo que Proudhon llama Justicia. La justicia, al igual que la libertad y la autonomía, exige por tanto una alianza. No es renunciando a su autonomía de ninguna manera que los individuos o grupos forman una asociación; al contrario, es reivindicándola para sí mismos, para sus asociados y para el colectivo que se forma con su asociación. Este principio general de autonomía se caracteriza por Autoafirmación y autodefinición: una comunidad se reconoce (y sólo se reconoce) cuando se anuncia como existente. No corresponde a ningún poder (ni siquiera a uno democrático) enumerar los componentes sociales o delimitarlos. Organización directa y gestión directa: El poder de administrarse libremente en el marco de los estatutos constitucionales que se ha dado sin el peso de una tutela de un poder central superior (como existe en el caso de la descentralización). Dado que cada nivel social tiene su propio ordenamiento jurídico, ¿cómo deben concebirse las relaciones entre estos múltiples órdenes? ¿Prevalecerá el ordenamiento jurídico de la comunidad que la engloba (más grande) o el de la comunidad englobada? ¿Se definirá un nivel concreto como el que tiene todo el poder de decisión (como en el estatismo y la democracia)? El federalismo libertario plantea como principio la primacía del orden componente (el más pequeño) y se opone así al monismo estatal (en el que el derecho del Estado prevalece sobre las colectividades que se supone que gobierna, así como sobre el derecho internacional), así como a un monismo internacionalista que quisiera organizar un orden mundial de tipo superestatal, así como a quienes consideran que el orden compuesto y el orden componente son ajenos entre sí. Una vez afirmado el principio de autonomía y la primacía del derecho de las colectividades limitadas, se plantea el problema de la distribución de competencias: ésta no puede ser el resultado de una norma preestablecida, ni de una ley (volveríamos a caer en el modelo de Estado descentralizado). La noción que debe regir este reparto es la de subsidiariedad: según este principio, la comunidad de base debe conservar todas las competencias que sea capaz de gestionar eficazmente sin perjudicar a las personas y a otras comunidades, y debe transferir a la comunidad inmediatamente circundante las competencias que no sea capaz de ejercer adecuadamente. El federalismo libertario busca una correspondencia exacta entre las competencias y los niveles de decisión. Evidentemente, esta adecuación exacta siempre será imperfecta en la práctica, y los acuerdos entre comunidades sólo pueden establecerse tras enfrentamientos, oposiciones y conflictos. Pero el conflicto forma parte del principio federativo. Así pues, la comunidad que la engloba siempre interviene con carácter subsidiario. La sociedad se establece entonces de forma ordenada, de abajo hacia arriba, por delegaciones sucesivas, en contraste con el estatismo que impone su poder de arriba hacia abajo dentro de las fronteras, de abajo hacia arriba en sus relaciones internacionales, y se presenta como la única fuente de todas las competencias. Es también así como la sociedad federalista libertaria, respetando la autonomía de cada comunidad y asociándolas, puede eventualmente reivindicar la desaparición de las fronteras. Sin embargo, si es cierto que la sociedad federal libertaria se construye de abajo hacia arriba, el principio anarquista afirma la lucha contra todo poder... incluido el de la base. Así pues, las comunidades de base no pueden ser libres de delegar o no delegar (lo que caracterizaría el ejercicio del poder): deben quedarse con todo lo que son capaces de gestionar adecuadamente, y desprenderse del resto. En otras palabras, el principio federal pretende buscar (de forma cada vez más aproximada) un principio objetivo, independiente de las voluntades formuladas por cualquier nivel, para regular, en cada nivel, el alcance de las autonomías. Este principio debe tener en cuenta, por supuesto, las diferencias de tamaño entre niveles, pero también las diferencias de naturaleza (económica, social, cultural, etc.). Así pues, cada tipo de comunidad y cada nivel debe conservar toda la competencia para resolver las cuestiones que, por su naturaleza o por su dimensión, sólo tienen solución allí. El principio federativo también requiere la participación de las comunidades asociadas en la toma de decisiones de las comunidades que las engloban. Esta participación puede ser directa (los órganos de las comunidades constituyentes deliberan por sí mismos, acordando las decisiones que se tomarán conjuntamente), o indirecta, cuando las comunidades constituyentes designan a los órganos de la comunidad combinada, asegurando un cierto control sobre las decisiones de ésta. La ventaja de esto es dotar a la comunidad de sus propios órganos, capaces de percibir y promover el interés general. Estos dos métodos de participación pueden combinarse. Reunir a todas las comunidades componentes es, por naturaleza, bastante engorroso. Por otro lado, garantiza que su voluntad sea realmente escuchada. Por tanto, no es impensable que la práctica de la delegación para el estudio y la discusión de un proyecto común, seguida de una reunión de las comunidades componentes para la ratificación de las decisiones, sea un método a favorecer. El principio federativo en su totalidad y, más concretamente, el propio principio de autonomía, se oponen por tanto a la independencia. Proudhon es perfectamente lógico consigo mismo cuando afirma su hostilidad a las luchas de liberación nacional como las emprendidas por Polonia o Italia, no sólo porque su objetivo no es otro que la construcción de un nuevo Estado, sino también porque esta reivindicación política es contraria a la idea general de una organización social que respete la autonomía de todas las comunidades que la componen. Esto nos lleva al delicado problema del derecho de secesión, que está prohibido en la mayoría de los estados federales. Sin querer prejuzgar una futura "constitución federal libertaria", debemos afirmar que, en el caso de que la prohibición de la secesión no estuviera explícita, los federalistas libertarios serían, de hecho, extremadamente hostiles al propio principio de secesión. Esto último llevaría a una recaída en una sociedad particularista, el primer paso hacia el estatismo y el desorden de las relaciones inter-nacionales que conocemos hoy. Para designar a los representantes de las comunidades abarcadas, se puede apelar a la práctica imperfecta del sufragio universal, siendo siempre conscientes de sus deficiencias: en todos los casos, el voto sólo puede tener lugar tras un estudio y una comprensión exhaustivos de los temas por parte de los votantes. En la democracia directa, la noción de representante desaparece. En el federalismo libertario, la noción de representante desaparece, mientras que en el federalismo libertario se mantiene, ya que la comunidad tiene su propia existencia. Por un lado, están los delegados de las comunidades englobadas, encargados de hacer valer los derechos de éstas, y por otro lado, los representantes de la comunidad englobante encargados de hacer valer los derechos de ésta. Estas dos funciones pueden combinarse, pero en muchos casos se prefiere una delegación bicameral. El sufragio universal, tal y como está organizado en las democracias -que pretende que masas anónimas con múltiples intereses se expresen sobre un mismo tema y, la mayoría de las veces, nombren a uno o varios pseudo representantes sin que éstos se comprometan lo más mínimo y sin que sea posible el control de sus decisiones- no es más que una caricatura de la expresión popular, e incluso "la forma más segura de hacer mentir al pueblo". El principio federativo organiza el sufragio universal en función de la pluralidad de cualidades de las múltiples comunidades. Por lo tanto, debe estar vinculada a las diferentes funciones sociales (en particular, la económica). Esta multiplicidad de sufragios, que llevará a cada ciudadano a votar varias veces en diferentes escenarios, pretende establecer la mejor correlación posible entre la pluralidad de las actividades humanas y sus representaciones. Está absolutamente fuera de lugar, como en la democracia directa, utilizar el sufragio universal para establecer leyes que luego se impondrían a las comunidades implicadas y pondrían en cuestión el principio fundamental de autonomía. El federalismo es una filosofía de las relaciones sociales e intercomunitarias que hace hincapié en el valor de las decisiones libremente consentidas. La organización federal tiende así a reducir el derecho de subordinación en favor del derecho de coordinación. El contrato sustituirá en la medida de lo posible a la decisión unilateral, lo que nos remite a las nociones de ley, reglamento... En todos los casos, el principio de cooperación se extenderá hasta el límite de lo posible, entrando en juego el derecho de subordinación sólo cuando se hayan agotado todos los recursos. Las reuniones de consulta pueden ser horizontales (entre comunidades del mismo nivel) u oblicuas (entre comunidades de diferentes niveles). Las comunidades compuestas beneficiarán a las comunidades componentes en la medida en que se respeten sus propios intereses, al igual que el principio de subsidiariedad exige el respeto de los intereses de las comunidades componentes. A la inversa, todo lo que beneficia a las partes también beneficia al conjunto. Cada persona, cada comunidad, cada organismo debe ser capaz de hacer un uso efectivo de los poderes legales que se le otorgan. Por lo tanto, hay que garantizar a los individuos no un mínimo, sino el óptimo social necesario para la realización de sus autonomías. Por tanto, hay que establecer sistemas de equiparación de recursos y cargas. Frente a la concepción estatista (totalitarismo dentro de las fronteras y particularismo en sus relaciones internacionales), el federalismo libera la idea jurídica de la complementariedad de las distintas comunidades. Rompiendo las jerarquías, tiende a poner a todas las comunidades, sea cual sea su nivel, en pie de igualdad. Si los órganos de las comunidades componentes toman sus decisiones en nombre de las comunidades compuestas, expresan -a pesar de la participación- una voluntad independiente de las de las comunidades compuestas. Están, constitucionalmente o de facto, investidos (por los ciudadanos o por las comunidades constituyentes) de un mandato representativo. La federación implica una generalidad de vínculos entre las personas (individuos o comunidades) y la estructura que las engloba. En las federaciones estatales, los individuos son al mismo tiempo ciudadanos del Estado miembro y ciudadanos federales. La teoría del federalismo libertario es, pues, una teoría general -y aplicada a todos los niveles de la sociedad- del contrato mutuo y universal encargado de conciliar la autonomía de las partes contratantes con la socialización de sus fuerzas. La unidad ya no es la abolición de las multiplicidades, sino su correlato dialéctico. Con este sistema, "el centro está en todas partes, la circunferencia en ninguna". El principio federativo puede y debe organizar no sólo las relaciones sociales, sino también las económicas, mediante la elaboración de una federación agrícola-industrial, la organización práctica de la teoría mutuellista que Proudhon había desarrollado en 1848. Así, el principio federal implica la gestión directa de las empresas por los trabajadores asociados y debe abolir la doble servidumbre que pesa sobre el trabajador: la del gobierno y la del propietario de los medios de producción. También implica la abolición de la condición de proletario. Los principios federalistas libertarios no deben entenderse como reglas rígidas, sino como directrices. Su traducción concreta está siempre estrechamente subordinada a las estructuras temporales, geográficas, etnológicas, culturales, económicas... La organización federalista implica la búsqueda de un punto de equilibrio, que siempre es inestable, incluso inalcanzable en la realidad, es decir, el federalismo siempre da lugar a un estado de tensión. El federalismo no busca la uniformidad ni la eliminación de los conflictos, sino su comprensión como motor de la sociedad. Está claro que en el federalismo libertario, el poder no ha desaparecido realmente: se diluye en todos los componentes de la sociedad, lo que diluye sus efectos devastadores de la misma manera. Bebe un vaso de cianuro o viértelo en el océano y luego bebe el agua del mar, el efecto no será el mismo... También entendemos que, a través del principio de autonomía, nos alejamos del principio democrático: hago lo que quiero; me organizo como quiero. No me importa que la mayoría de los demás se organicen de otra manera: ¡no tienen que intervenir en las decisiones que me conciernen! Y aunque esté en minoría, soy la federación porque la federación está en cada uno de sus miembros y, al mismo tiempo, la federación es algo más. Aquí tocamos una oposición fundamental entre la anarquía, el federalismo libertario y la democracia: la democracia, cualquiera que sea su forma, trata de definir la voluntad del pueblo y luego establecer esta voluntad como poder - como el único poder; la anarquía quiere hacer desaparecer todas las formas de poder; el federalismo libertario quiere diluir el poder al extremo en todos los componentes sociales.

¿FEDERALISMO O ESTATISMO?

"Ser gobernado es ser: vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, regulado, estacionado, adoctrinado, predicado, controlado, estimado, aprehendido, censurado, mandado, por seres que no tienen ni título, ni ciencia, ni virtud. [Proudhon] "No es el gobierno el que está hecho para el pueblo, es el pueblo el que está hecho para el gobierno. El poder lo invade todo, se apodera de todo, se arroga todo, a perpetuidad, por los siglos de los siglos: la guerra y la marina, la administración, la justicia, la policía, la instrucción pública, las creaciones y reparaciones públicas; los bancos, las bolsas, el crédito, los seguros, el socorro, el ahorro, la benevolencia; los bosques, los canales, los ríos; el culto, las finanzas, las aduanas, el comercio, la agricultura, la industria, los transportes. En general, un impuesto formidable, que quita a la nación una cuarta parte de su producto bruto. [El federalismo libertario (o proudhoniano, o integral) abandona la perspectiva estatista: es mucho más social, económico y cultural que político. No se trata de definir a priori lo que es bueno y correcto para el Pueblo, ni se trata de que el Pueblo defina lo que cree que es correcto. La base del federalismo es un conocimiento de la sociedad, una ciencia de la sociedad, una sociología. Intenta analizar con la mayor precisión posible lo que es una sociedad y luego encontrar una estructuración que respete su realidad. Por ello, Proudhon insistía regularmente en que la revolución que había que dirigir no era una revolución política, como en 1789, sino una revolución económica y social. El federalismo libertario diluye el poder hasta el extremo distribuyéndolo entre todos los componentes de la sociedad (individuos y seres colectivos). Por lo tanto, la mejor manera de describir esta propuesta es contrastarla con el estatismo. El federalismo libertario es una concepción que rechaza tanto el totalitarismo (en su sentido etimológico: que considera el todo como un conjunto homogéneo y no distingue ningún elemento constitutivo) como el particularismo (que ve en la realidad social sólo elementos independientes entre sí). El Estado-nación, el Estado soberano, es el ejemplo típico de un orden que es a la vez totalitario (dentro de sus fronteras) y particularista (en sus relaciones internacionales). El federalismo se opone a esta pareja totalitaria-particularista con su pluralismo, en el que cada realidad puede ser considerada como parte de un todo, y cada todo dividido en partes. En el hombre existe tanto el individuo como la sociedad: el contenido individual y el contenido social de la conciencia son inseparables. Lo que caracteriza al Estado-nación no es, como acreditan los mitos, una comunidad de lengua, de pasado o de sentimiento. Tampoco es una escala de tamaño (junto a estados como Australia, encontramos a Mónaco o Luxemburgo). Lo que define al Estado-nación es el Poder y sólo el Poder: la coacción impuesta a una parte de la población de la tierra en un momento determinado de la historia de la humanidad. Más poderoso que todas las colectividades subnacionales, el Estado-nación es también más poderoso que las colectividades inter o supranacionales. Por el contrario, el federalismo libertario se opone naturalmente al colonialismo (país en manos del Estado de una nación extranjera), al imperialismo (el gobierno del país se controla desde el extranjero) y al jacobinismo (los representantes de la nación gobiernan pero las colectividades subnacionales no cuentan para nada). Los Estados grandes son, por naturaleza, autoritarios y belicosos. Necesitan garantizarse contra las aspiraciones de independencia de sus súbditos y contra los ambiciosos objetivos de sus vecinos. Es de esperar, por el contrario, que los estados de extensión mediocre, unidos en federaciones, nunca puedan poseer un poder que permita tales aspiraciones.

¿ESTADO DESCENTRALIZADO, FEDERALISMO ESTATAL O FEDERALISMO LIBERTARIO?

La federalización (dentro de las fronteras) y la federación de los antiguos Estados-nación existentes sería, obviamente, un progreso revolucionario incomparable. A diferencia del federalismo político -que siempre tiende a reforzar el nivel federal-, el federalismo libertario da primacía a lo que se conserva sobre lo que se delega. Si esta tendencia se invirtiera, "... la federación volvería a ser una centralización monárquica; la autoridad federal, de ser un simple agente y una función subordinada, pasaría a ser considerada como preponderante; en lugar de limitarse a un servicio especial, tendería a abarcar toda la actividad y toda la iniciativa; los estados confederados se convertirían en prefecturas, intendencias, sucursales o regencias. El cuerpo político, así transformado, podría llamarse república, democracia o lo que se quiera: ya no sería un Estado constituido en la plenitud de sus autonomías, ya no sería una confederación. La originalidad del federalismo libertario es que es generalizado o integral: es decir, aplicado a todos los aspectos de la sociedad. En la base, se apoya en la autonomía de los talleres gestionados directamente por los trabajadores, así como de las comunas (o barrios) administrados directamente, asociándose libremente mediante contratos recíprocos y precisos para "la construcción y el mantenimiento de las vías de comunicación, la organización del crédito y del seguro, etc." y "garantizándose mutuamente la integridad de sus territorios o para la protección de sus libertades". La construcción europea, la descentralización en Francia -aunque nos interesen mucho- no deben llevar a la confusión con nuestro proyecto global de sociedad libertaria: la construcción europea tiende a una forma de confederalismo que sigue siendo de tendencia particularista; y la descentralización preserva el poder del Estado-nación, por lo que sigue siendo de tendencia unitaria. El federalismo libertario equilibra estas dos tendencias y, por tanto, anula el Poder. A diferencia del federalismo estatal -que se distingue por la pertenencia clara del poder soberano a la comunidad que lo compone- distribuye el poder, diluyéndolo entre los distintos niveles de la jerarquía social. La diferencia radica en la forma en que se distribuyen las competencias entre las comunidades y en la forma en que se ejercen estas competencias: ejercicio libre en el caso del federalismo libertario; ejercicio tutelado en el caso de la descentralización. A la vista de las experiencias de federalismo político que conocemos, es difícil entender la solidez intrínseca del federalismo libertario. Esto se debe a que rara vez se tienen en cuenta las motivaciones de ambos. La motivación esencial del federalismo político casi nunca es una preocupación social, y mucho menos una preocupación por la igualdad, la libertad o la justicia entre individuos, comunidades y pueblos. En la mayoría de los casos se trata de agrupaciones de Estados que ven en ello una forma de aumentar su fuerza militar o policial o de satisfacer las demandas de los poderes económicos que antes eran multinacionales. Esta es una de las razones por las que el federalismo político es tan frágil. Si la motivación principal desaparece, la organización federal se desmorona. No se tarda mucho en volver a una estructura de Estado-nación. El federalismo político no compromete profundamente ni a los individuos ni a los grupos. El federalismo político que conocemos es sumario y limitado. Es una receta para la organización constitucional y administrativa del Estado. Este federalismo sólo abarca generalmente dos niveles (a veces tres) de la pirámide social: los estados federados y el nivel federal. El vínculo federal se establece a veces entre Estados previamente soberanos o mediante la federalización de un Estado unitario. Pero siempre es una cuestión de federalismo estatal, si el Estado se asocia con otros para reforzar su poder internacional o se descentraliza para fortalecer su administración. Así es como el federalismo político ha podido ser uno de los modos de organización de las dictaduras, especialmente de las comunistas. Después de haber comparado el federalismo libertario y otras formas de organización social, podemos afirmar que el federalismo libertario, que propone buscar permanentemente la adecuación exacta de las autonomías y delegaciones, es el único que otorga libertad y eficacia. La lucha libertaria cotidiana puede hacer hincapié a veces en las libertades confiscadas por el Estado a las comunidades locales, a veces en la necesidad de una organización mundial; siempre contra la pretensión absolutista de los Estados nacionales.

LA DIALÉCTICA FEDERALISTA

En el federalismo, encontramos en la práctica la concepción dialéctica que Proudhon ya había elaborado en la Creación del Orden (1843), puesta en práctica en la Filosofía de la Miseria (1846) y explicada en Sobre la Justicia (1858). Esta práctica es la del equilibrio de las contradicciones, y no la de la síntesis o unidad que buscan todos los sistemas políticos, incluida la democracia directa. El federalismo libertario es la aplicación lógica de esta dialéctica, que rechaza cualquier filosofía que tienda a reducir la rivalidad a una sola dimensión (síntesis), y más aún a excluir uno de los polos (maniqueísmo) de la reflexión o de la realidad social. Para el federalista, el mundo se presenta como un conjunto de realidades en tensión, incluso en conflicto. Pero, en lugar de buscar la solución en la capitulación de una de las fuerzas en presencia, la dialéctica proudhoniana busca su conciliación, su asociación, su equilibrio, o más exactamente su balanceo, porque hay en esta noción de balanceo la idea de que el equilibrio perfecto nunca es alcanzable ni deseable. Más que ninguna otra, la dialéctica libertaria rechaza la dialéctica hegel-marxista, o dialéctica de la cadena. El ciclo tesis-antítesis-síntesis no se establece en absoluto por la observación de los fenómenos sociales; tampoco nace una voluntad superior de la destrucción de los opuestos. El mundo es un conjunto de polaridades. La dialéctica federalista sostiene que los polos son complementarios. En lugar de buscar la confrontación destructiva de los opuestos, el retorno permanente a la unidad, el federalismo propone utilizar las tensiones como motores sociales. La dialéctica federalista está, por tanto, totalmente separada de la dialéctica hegelo-marxista. Además, el proyecto libertario no tiene absolutamente nada en común con las propuestas marxistas-leninistas. La anarquía no tiene nada que ver con la segunda fase del socialismo, una sociedad en la que los conflictos habrían desaparecido. Por el contrario, el federalismo generaliza los conflictos, pero de tal manera que ningún nivel social puede tomar el poder sobre otro.

FEDERALISMO LIBERTARIO Y DEMOCRACIA DIRECTA

Una vez recordados los principios del federalismo libertario y los límites del voto, no es necesario profundizar en la diferencia fundamental entre ambos proyectos. La democracia directa pretende que el pueblo vote sistemáticamente las leyes y que luego una administración las aplique. Así que, como escribió acertadamente Ledru-Rollin, ya no hay, estrictamente hablando, representantes. Pero hay una organización coercitiva centralizada encargada de hacer cumplir lo que ha determinado el sufragio universal. Y esto nos lleva de nuevo a la cuestión del voto: la forma más segura de hacer que el pueblo mienta. Como Proudhon respondió acertadamente, hay muchas posibilidades de acabar en una dictadura despiadada; tanto más despiadada cuanto que, al haber sido votadas las leyes, quien no las respete se opondrá a la voluntad popular y no sólo a la de unos pocos elegidos.

Hervé Trinquier, 15 de enero de 2016

ARTÍCULO EXTRAÍDO DE LE MONDE LIBERTAIRE HORS-SÉRIE N°63: DÉMOCRATIE LACRYMOGÈNE

FUENTE: Le Monde Libertaire

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2016/05/democratie-directe-ou-anarchie.ht