ARTÍCULO EXTRAÍDO DEL MONDE LIBERTAIRE N°1818 DE JUNIO DE 2020.
"Voracidad de las multinacionales, apetito feroz de los accionistas. Festín de dividendos, orgías bursátiles... Bienvenidos al banquete neoliberal, al desenfreno financiero, a la rapacidad económica. El capitalismo ha mordisqueado el mundo. La industria agroalimentaria ha colonizado nuestros estómagos y nuestras mentes. Como el lobo de Caperucita Roja, que se esconde bajo ropas dulces y engañosas, los dueños de nuestros estómagos tienen grandes dientes, los mejores para devorarnos...
La metáfora de la comida podría hilarse hasta la saciedad para describir nuestros sistemas agroindustriales que, desde mediados del siglo XX, se atiborran atiborrándonos de grasa, sal y azúcar. Todo ello a precios que desafían a toda la competencia. Hierve este tríptico pletórico en un contexto de crisis: económica, política, ideológica, ecológica, institucional, familiar, psíquica, espiritual, individual. ¿Qué obtienes? Sociedades adictas a la comida, a la comida basura, a comer en exceso. En Europa, la adicción a la comida se ha convertido en la primera adicción tratada por la profesión médica, por delante del alcohol y el tabaco. ¿A qué se debe esta adicción desmesurada? Es fácil, barato y de acceso diario. Los traficantes operan legalmente: supermercados, establecimientos de comida rápida, pizzerías, locales de moda, tiendas de bocadillos, etc. ¿Por qué esta adicción diaria?
La comida es la fuente de consuelo más inmediata frente a las unidades familiares desestructuradas, las jornadas de trabajo extenuantes o los mandatos de los directivos que te exprimen como limones, la pérdida del sentido que se le da a la propia vida, que engendra ansiedad y compensación. Los seres humanos ya no son personas, son recursos humanos, productos comercializables, consumidores. Y el aislamiento de los individuos, tanto en las ciudades como en los pueblos, completa la caída.
Para escapar del trauma de los cuerpos y la conciencia, intentas escapar de ti mismo: intentas olvidar olvidándote de ti mismo, comes mucho, comes rápido, más rápido que tu sombra, comes mal. El bulímico puede ser un goloso o incluso un gourmet; lo contrario no es necesariamente cierto. Lo terrible de los atracones es que, a diferencia del alcohol, desde el primer bocado hasta el último, se producen en plena conciencia y con un sufrimiento físico creciente. No se pierde el ritmo: se pierde el control. Ya lo sabes. Náuseas, dolor, calambres. Se actúa bajo la coacción de un impulso más fuerte que la razón: razones fisiológicas (el azúcar llama al azúcar), disociación cognitiva, consecuencias éticas, sociales, políticas, económicas, ecológicas...
¿Necesita - necesita - un gran pollo asado después de un duro día de trabajo? Te has ganado ese pequeño momento de placer. El pollo asado (con sus inevitables hash browns) tiene el sabor de los domingos en familia, de las comidas dominicales en las que se compartía el tiempo, se ponía una mesa bonita... El confort en la carne, el amor en las piernas. Pero, ¿qué pollo asado poner en el horno a las 19:30? No te apetece cocinar y llevas desde media tarde obsesionado con este pollo asado, ya que cuentas las horas y los minutos que faltan para tu "salida profesional". En París, se puede elegir: el supermercado con asador o las carnicerías de los barrios populares que abren hasta las 9 o incluso las 10 de la noche. Carniceros halal, la mayoría de las veces. Y es allí, con un vendedor de sonrisa permanente y afable, donde encontrará su felicidad. 5€ para un pollo asado, con sabor a la perfección, 7€ con sus patatas, incluyendo la recepción. Te vas a casa. Esa noche, estás solo, en un apasionado tête-à-tête con tu pájaro. Los bulímicos, que, a diferencia de los hiperfágicos, controlan constantemente su peso y su aspecto físico, siempre vigilan lo que comen en presencia de los demás. La tienes, la comes, la devoras con las manos, esta carne suave y grasosa, la disfrutas, te posee. Porque pronto, llevado por tu locura, sientes que ya no eres tú quien engulle esa carne humeante y maloliente, sino que es ella la que te devora, la que te asfixia. Terminada la crisis, completada la carnicería, el cadáver yace ante ti; y con el estómago lleno, estás vacío. Atontado por la vergüenza. Tu ansiedad, tu estrés, incluso tu fatiga han desaparecido y han sido sustituidos por otros males: la culpa, la desesperación, el asco. Autodesprecio.
Los trastornos alimentarios compulsivos inhiben temporalmente cualquier sentido de la responsabilidad. Te desconectan de tu conciencia, y aún más de tu conciencia política. Tras la sobredosis, la reconexión con la realidad, con su sentido crítico, se produce de forma gradual. ¿Ese pollo barato? No te engañes, ya sabes de dónde viene. Ya sabes todo sobre su corta existencia. Que creció en jaulas superpobladas, sin ver nunca la luz del día ni respirar el aire fresco, chapoteando en sus propios excrementos y en los de sus congéneres; que fue alimentado con pesticidas, harinas químicas y antibióticos; que fue decapitado y despellejado en una fábrica donde los empleados no eran tratados mejor que él; que fue desplumado en vida, o casi. Este es el consuelo que has dado a tu angustia, a tu fatiga, a tu preocupación. Has alimentado tu sufrimiento con un sufrimiento aún mayor. ¿Y qué hay del empleado que le sirvió ese pedazo de holocausto? Lleva de pie desde las 6 de la mañana, con un calor sofocante, dando la vuelta a los pollos, asando chuletas de cordero, friendo kilos y kilos de patatas. Todo esto de pie, con o sin descanso. Pagado con el salario mínimo, y aún así. Las propinas están prohibidas pero se aceptan discretamente. La responsabilidad individual de la debacle colectiva. Efecto mariposa. Tus crisis bulímicas te esclavizan a un sistema agroindustrial que por otra parte denuncias.
Pero entonces, te preguntarás, en un periodo de reclusión, ¿qué ocurre con estos episodios de atracones? Son ciertamente menos frecuentes, porque estás menos sujeto a los mandatos sociales y a la violencia, menos aplastado por tus terrores existenciales o emocionales. En el confinamiento, ciertas fuentes de ansiedad se mantienen a raya. La relación con el otro, por ejemplo. Y sin embargo, la ansiedad de la contaminación, la ansiedad de la descontaminación, la ansiedad de perder a tus seres queridos están ahí. Tus armarios están llenos pero necesitas algo más, algo más reconfortante, algo que pronto será obsesivo. Por mucho que luches, por mucho que intentes parlamentar con tus demonios, te derrumbas. La máquina económica y financiera lo ha previsto todo: las entregas de los negreros están para servirte. Quédate en casa, cuídate, nosotros nos encargaremos de todo. Otros morirán por ti, recibirán un salario tan miserable como sus condiciones de trabajo; tu bienestar, tu comodidad, tu satisfacción no tienen precio. Tampoco lo es nuestra codicia financiera. ¿Cuántos miles de millones ganaron Deliveroo o Uber Eats durante el cierre? Ya no se sabe, ya no se quiere saber, se olvida. ¿Su chocolatero favorito le hace entregas a domicilio (porque no le queda más remedio, si no se va a la quiebra)? ¿Tu pastelero favorito te entrega (porque no tiene otra opción, si no despide a la mitad de su personal)? Tantas razones benéficas para satisfacer su angustia, su bulimia y la economía local al mismo tiempo. Hay que apoyar a los comerciantes, ¡mucho, mucho, mucho! Todo es político.
La bulimia es, a veces, una respuesta a nuestras crisis morales, a nuestra impotencia para construir un mundo libre, próspero, honesto, decente y bello. Tres tabletas de chocolate o cinco croissants de almendra para consolarse, para olvidar, para embriagarse de dulce ternura. Unos gramos de dulzura en este mundo crudo. Durante unos minutos, apartarse del mundo, de su propia ira. Para llenarse de lo que se siente privado: protesta, discurso disidente, acción libertaria. Cuanto menos puedas expresarte, más tragarás. Cuanto peor te niegues a tragar, mejor devorarás.
Porque te hacen tragar un mundo para que lo vomites.
Leïla Hicheri (Enlace William Morris, París)
FUENTE: Le Monde Libertaire
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2020/07/devorer-se-laisser-devorer.html