"En los últimos años, el mundo ha tomado conciencia lentamente de los daños causados por el modo de desarrollo productivista vinculado a la economía capitalista. Calentamiento global, destrucción de la biosfera, colapso de la biodiversidad, agotamiento de los recursos naturales, agotamiento de los espacios naturales, artificialización de los suelos, envenenamiento del agua, del aire y de los suelos por residuos químicos... la lista de amenazas que se cierne sobre la humanidad a principios del siglo XXI es muy larga y sugiere un futuro muy oscuro para las generaciones venideras.
Sin embargo, a pesar de que todos estos hechos han sido establecidos científicamente, a pesar de que voces incuestionables nos advierten constantemente, a pesar de que cada vez hay más reuniones a gran escala que reúnen a Estados, instituciones internacionales y ONG, casi nada cambia. Sabemos que los objetivos mínimos adoptados en la COP21 para limitar el alcance del calentamiento global no se van a cumplir, que la producción de hidrocarburos y de productos manufacturados aumenta, que la venta de armas bate récords, que la destrucción de bosques vírgenes continúa, que la extinción de especies de seres vivos sigue al mismo ritmo infernal, que la artificialización de la tierra avanza y que la superficie de las tierras cultivables disminuye, etc. La adopción de leyes, reglamentos y decretos por parte de la comunidad internacional no cambia nada a la triste realidad, el atractivo de la ganancia inmediata, la voluntad de poder, el deseo de riqueza y dominación son mucho más fuertes que el miedo que despiertan las hipotéticas catástrofes futuras. La gran mayoría de los políticos, financieros y empresarios están fascinados por el dinero y lo adoran. Al igual que Midas, el legendario rey griego que, cegado por su pasión por el oro, se suicidó, los líderes mundiales están comprometiendo nuestro futuro común por la misma razón. La única diferencia con el rey Midas es que él no era consciente de las consecuencias de sus actos, mientras que los dirigentes actuales no pueden decir que no lo sabían.
Su única preocupación es que nada ponga en peligro el actual régimen capitalista. Por el contrario, su principal preocupación es promover el crecimiento económico creando nuevas necesidades y nuevos mercados. No hay nada humano en su credo puramente comercial. Las energías renovables, los coches eléctricos, los hábitats ecológicos, la agricultura biológica, etc. son los nuevos terrenos de juego. Todos ellos son nuevos terrenos de juego para que las multinacionales sacien su insaciable sed de crecimiento y beneficios. Tanto peor si las nuevas tecnologías implementadas resultan ser mortales a su vez, si toda esta expansión se hace, como las anteriores, en detrimento de las personas y la naturaleza.
Si en el siglo XIX la revolución industrial se basó en la explotación sin sentido del trabajo de hombres, mujeres y niños en las minas y fábricas de la vieja Europa, la revolución ecológica del siglo XXI se basa en la explotación del trabajo de hombres, mujeres y niños en las minas y fábricas de África, Asia y Sudamérica. Los siglos pasan, las necesidades cambian. Constantemente aparecen nuevos mercados y nuevos productos. Sólo las formas de explotación del hombre y la naturaleza por parte de los capitalistas modernos permanecen inalteradas, ya que redescubren los acentos de sus predecesores para justificar lo indecible.
Recientemente, el director de una multinacional minera en el Congo declaró a un periodista estadounidense: "Sería irresponsable acabar con el trabajo infantil porque agravaría la pobreza en las regiones mineras y empeoraría aún más la condición de los mineros locales". Para producir baterías eléctricas, paneles fotovoltaicos, smartphones, etc., se necesitan cada vez más minerales preciosos (cobalto, litio, etc.) y tierras raras a los precios más bajos posibles para satisfacer tanto la sed de beneficios de los capitalistas como el apetito de bienes de las masas "modernizadas".
Para mantener a las poblaciones explotadas, a las clases sociales dominadas, en un estado de servidumbre voluntaria, para que su estado de resignación amorfa persista y acepten su estado de servidumbre sin demasiadas reticencias, es imprescindible que el sistema pueda seguir proporcionándoles su dosis de artilugios innovadores, productos de moda, juegos, espectáculos, programas de televisión. La explotación excesiva del hombre y la explotación excesiva de la naturaleza son los dos fundamentos del sistema capitalista, las dos cosas están estrechamente ligadas, y de la misma manera que este sistema agota y destruye la naturaleza, agota y destruye los fundamentos de nuestra humanidad.
FUENTE : CNT-AIT TOULOUSE
Traducido por Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2018/04/economie-et-ecologie.html