"Desde la masacre nuclear de Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaki, ha quedado claro que la capacidad destructiva de los ejércitos no sólo era enorme, sino que a partir de ese momento demostró ser extremadamente rápida.
Desde entonces, el movimiento antimilitarista ha adquirido una nueva dimensión y ha crecido en todo el mundo.
En nuestro entorno, el movimiento antimilitarista alcanzó su punto álgido en la lucha contra el servicio militar obligatorio: movimientos de objeción de conciencia y de insumisión. Sin embargo, desde la abolición del servicio militar, la cuestión antimilitarista ha perdido peso en la argumentación de todos aquellos que luchan por la construcción de otro mundo.
En la actualidad, la cuestión militar ha desaparecido de la primera línea de la mayoría de los movimientos sociales. La ley de programación militar francesa ha dotado de importantes recursos al ejército, mientras que el sector sanitario se encuentra en una situación de extrema necesidad. No hablemos de todos aquellos que hablan de tomar el poder a través de un partido político porque ya saben que, para mantener ese poder, necesitarán el ejército (en este caso el Ejército Rojo). Los resortes de la industria de la muerte están perfectamente engrasados. Los defensores de cualquier tipo de ejército evitan voluntaria o involuntariamente analizar la situación: la mera existencia de ejércitos e industrias armamentísticas es un pilar del orden capitalista. Esto no significa que el Estado quede al margen del militarismo y sus consecuencias. Más bien, es lo contrario. El Estado sigue a los lobbies y la agenda, financiando las obras de la muerte con el dinero de los contribuyentes.
En ocasiones anteriores, hemos hablado de la fabricación y el comercio de la venta/tráfico de armas y de la posición que ocupa Francia en este ámbito. Nuestro país está en el podio de los vendedores de armas. Hemos denunciado repetidamente la forma en que fomenta y arma a los Estados que utilizan el terror y la muerte como política fundamental de su estrategia geopolítica: Arabia Saudí, entre otros. En otros lugares, la situación no es mejor. Trump, el asesino en potencia, ha vuelto a autorizar el uso de minas antipersona. ¿Cuántos países a pesar de que sus leyes supuestamente prohíben la venta de armas a países que no respetan los derechos humanos? ¿Cuántos países votan por un embargo y ni siquiera respetan su compromiso? El beneficio por encima de todo. Ahora conocemos bien la estrecha relación entre algunos Estados y las empresas de armamento.
Por otra parte, el Estado francés forma parte de ese organismo represivo mundial llamado OTAN, este último sin embargo deja las manos libres a Erdoğan para laminar a los kurdos. Llegados a este punto, conviene recordar que todos los gobiernos franceses "democráticos" han apoyado y participado en las distintas guerras por la paz y la "democracia" en África. A pesar de que la población maliense, por ejemplo, denuncia reiteradamente la presencia francesa en su país.
No menos increíbles son los gastos militares que, año tras año, aumentan. El Estado despliega todo tipo de engaños para que no veamos la realidad de un presupuesto creciente y excesivo que contrasta con la continua reducción de servicios que se supone son la base de un Estado social.
Los poderes fácticos son conscientes de que los ejércitos y las guerras tienen un claro significado negativo en la población de su país, por lo que intentan pulirlos con una capa de humanitarismo. Y así tenemos a los militares, tal y como nos lo venden, "desarrollando misiones de paz" (armados hasta los dientes pero repartiendo paz), participando en labores de rescate, luchando contra los incendios, ayudando a contener las catástrofes naturales, luchando contra el terrorismo... Y por supuesto, todo ello acompañado de excelentes campañas de marketing porque en estos tiempos mandan la imagen lo es todo y el espectáculo debe ser eterno.
Pero sobre todo (y no menos importante) no debemos olvidar lo que representa el militarismo.
Los ejércitos son la quinta esencia de los valores sobre los que descansa un sistema de dominación: jerarquía, subordinación al líder, obediencia ciega, consecución de fines sin reparación... Los ejércitos están diseñados con el único fin de mantener y, en todo caso, restablecer el imperio del orden y la ley. No importa cómo se consiga. Las vidas humanas no valen nada, no significa nada para el ejército destruir regiones enteras y convertirlas en páramos durante generaciones. El poder militar no se detiene ante nada ni ante nadie, simplemente obedece a su dueño, es su brazo ejecutor.
El ejército es el as en la manga de cualquier Estado como aglutinante patriótico en un momento en que la exaltación nacional consigue diluir cualquier otro problema y como amenaza en la sombra, como recordatorio. Los ejércitos sólo sirven para la guerra y la guerra sólo sirve para aniquilar al otro, al supuesto enemigo. La realidad es que las guerras son concebidas y dirigidas por el poder, pero ejecutadas y sufridas por el pueblo. Siempre perdemos lo mismo sea cual sea la guerra.
Los ejércitos y sus guerras son incompatibles con un mundo basado en la libertad. Es tan sencillo como eso. Mientras haya ejércitos, habrá desigualdad, opresión y humillación.
Así que los libertarios harían bien en utilizar la introducción del SNU en Francia para denunciar el autoritarismo del poder, el militarismo y su corolario, el sometimiento, y la venta de armas. Estos últimos, no lo olvidemos, mutilan y matan, especialmente a los civiles, muchos de los cuales son niños y ancianos. Es en el ámbito de la ética y la moral donde combatiremos más eficazmente el militarismo.
TI Wi (GLJD)
FUENTE: Groupe Libertaire Jules-Durand
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr