España revolucionaria: una utopía realizada

L’Espagne révolutionnaire - Une utopie réalisée (*)  

Para defender el orden de las cosas, a menudo basta con afirmar que cualquier intento de apartarse de él habría conducido a la tiranía o al caos. La historia está llena de ejemplos de lo contrario, que han establecido el carácter eterno de la revuelta, de la aspiración a la democracia y a la solidaridad. Durante algunos meses de la Guerra Civil española, algunas regiones del país defendieron una forma de gobierno inédita, que desafiaba el poder de los propietarios, los terratenientes y los burócratas. Historiadores y cineastas nos recuerdan este paréntesis entregado a la utopía

Cuando la España revolucionaria vivía en la anarquía - Frédéric Goldbronn y Frank Mintz

En un momento en el que los apóstoles del beneficio santo se perfuman de buena gana con una pizca de "anarquista" (1), es difícil imaginar el alcance de la revolución libertaria dirigida por los trabajadores españoles en las zonas donde vencieron el pronunciamiento de los generales contra la República el 18 de julio de 1936. "Los anarquistas no fuimos a la guerra para defender la república burguesa (...). No, si nosotros hemos tomado las armas, ha sido para poner en práctica la revolución social" (2) recuerdo de un antiguo miliciano de la Columna de Hierro (3).

La colectivización de amplísimos sectores de la industria, los servicios y la agricultura fue, de hecho, una de las características más destacadas de esta revolución. Esta elección tiene su origen en la fuerte politización de la clase obrera, organizada principalmente en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT, anarcosindicalista) y la Unión General de Trabajadores (UGT, socialista). 

En una España con 24 millones de habitantes, el sindicato anarquista contaba con más de un millón de afiliados y - de forma única en la historia del sindicalismo: sólo un miembro del personal remunerado a nivel nacional. 

Unos meses antes del golpe militar del 18 de julio de 1936, el congreso de Zaragoza (mayo de 1936) de la CNT había aprobado una moción que no dejaba lugar a dudas sobre su concepción de la acción sindical:

Terminado el aspecto violento de la revolución, se declararán abolidos: la propiedad privada, el Estado, el principio de autoridad y, por consiguiente, las clases que dividen a los hombres en explotadores y explotados, oprimidos y opresores. Socializada la riqueza, las organizaciones de los productores, ya libres, se encargarán de la administración directa de la producción y del consumo(4). Establecida en cada localidad la Comuna Libertaria, pondremos en marcha el nuevo mecanismo social. Los productores de cada ramo u oficio, reunidos en sus sindicatos y en los lugares de trabajo, determinarán libremente la forma en que este ha de ser organizado.

Dicho programa fue aplicado por los propios trabajadores, sin esperar ningún tipo de mando de sus "líderes". La cronología de los acontecimientos en Cataluña ofrece un buen ejemplo.

En Barcelona, los comités de la CNT habían convocado una huelga general el 18 de julio de 1936, pero sin dar la orden de colectivización. Sin embargo, a partir del 21 de julio, los ferroviarios catalanes colectivizaron los ferrocarriles. El día 25, fue el turno de tranvías, metro y autobuses, luego el 26, la electricidad, y el 27, las agencias marítimas. La industria del metal fue inmediatamente a la fabricación de vehículos blindados y granadas para las milicias que fueron a luchar al frente de Aragón. En días, el 70% de las empresas industriales y comerciales fueron tomadas por los trabajadores en Cataluña, que por sí sola representaba dos tercios de la industria del país (5).

George Orwell, en su famoso Homenaje a Cataluña, describió este júbilo revolucionario 

El llamativo aspecto de Barcelona superó todas las expectativas. 

Era la primera vez en mi vida que estaba en una ciudad donde la clase obrera había tomado el control. Casi todos los edificios de importancia habían sido tomadas por los trabajadores y en todas ellas ondeaban las banderas rojas y negras de los anarquistas (...) Cada tienda, cada café llevaba una inscripción que informaba de su colectivización ; incluso las cajas de los limpiabotas habían sido colectivizadas y pintadas de rojo y negro! (...) Todo era extraño y ...se movía. Gran parte de ella me resultaba incomprensible e incluso, en cierto modo, desagradable, no me gustaba: pero había un estado de las cosas allí, que me pareció de inmediato algo por lo que vale la pena luchar (6).

Muchos extranjeros, como Franz Borkenau, han experimentado este "formidable poder de atracción de la revolución". En la cabina española (7), relata el caso de un joven empresario estadounidense, cuyo negocio ha sido arruinado por la revolución, y que sin embargo seguía siendo muy partidario de los anarquistas. Admira en particular su desprecio por el dinero. Él se niega a irse porque "ama esta tierra, ama a esta gente y no le importa dice, de haber perdido sus posesiones si el viejo orden de cosas se derrumba para dar paso a una ciudad de hombres más elevada, más noble y más feliz".

El movimiento de colectivización habría implicado a entre un millón y medio y dos millones y medio de trabajadores (8), pero es difícil hacer una precisión, las estadísticas no existen y muchos archivos han sido destruidos. Sin embargo, es posible basarse en los datos fragmentarios publicados en la prensa, en particular los sindicatos, y en los numerosos testimonios de actores y observadores del conflicto.

Esfuerzos de guerra

En las empresas colectivizadas, el gerente fue sustituido por un comité elegido, compuesto por miembros del sindicato. Podría seguir trabajando en su antigua empresa, pero con el mismo salario que los demás empleados. En algunas industrias, como la de la madera, la actividad se unificó y se reorganizó desde la producción hasta la distribución bajo la égida del sindicato del ramo. En la mayoría de las empresas de propiedad extranjera (el teléfono, algunas grandes fábricas metalúrgicas, textiles o alimentarias), si el propietario estadounidense, británico, francés o belga permanecía oficialmente en su puesto para evitar las democracias occidentales, un comité de trabajadores se hacía cargo de la gestión. Sólo los bancos escaparon al maremoto "colectivista" y quedaron bajo el control del gobierno. Esto proporcionó al gobierno un importante medio de presión sobre las comunidades con problemas de liquidez.

La estructura organizativa del sindicato se basaba en la de las industrias socializadas: un comité de fábrica elegido por la asamblea de trabajadores, un comité local formado por delegados de los comités de fábrica de la localidad, un comité de zona, un comité regional y un comité nacional. En caso de conflicto a nivel local, la asamblea plenaria de trabajadores decide. Si había un conflicto a un nivel superior, lo hacían las asambleas o congresos de delegados. Pero debido a su presencia y poder, la CNT tenía el poder de facto en Cataluña.

El funcionamiento de las colectividades parecía, pues, muy heterogéneo. En los ferrocarriles catalanes, por ejemplo, donde todos los empleados recibían un salario anual de 5.000 pesetas, se decidió, sin embargo, que el personal más cualificado recibiera 2.000 pesetas más al año. En 1938, el salario único era la norma en Lleida en el sector de la construcción, pero en Barcelona un ingeniero seguía cobrando diez veces más que un peón. Una de las industrias más importantes de Cataluña, la industria textil, introdujo la semana de cuarenta horas, redujo la diferencia salarial entre técnicos y trabajadores y abolió el trabajo a destajo para las trabajadoras, pero la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres persistió en la mayoría de los casos.

La situación se agravó con el paso de los meses, a pesar de todos los esfuerzos de las comunidades por modernizar la producción. En el ámbito económico como en otros, la guerra los devoró .

En el ámbito económico, como en otros, la guerra devoraba la revolución. Las materias primas escaseaban y los mercados eran cada vez más limitados, debido al avance territorial de los militares insurgentes. Además, al concentrarse el esfuerzo en la industria militar, la producción se hundió en otros sectores, lo que provocó un aumento del desempleo técnico, la escasez de bienes de consumo, la falta de divisas y una inflación galopante.

No todas las comunidades eran iguales ante esta situación. A finales de diciembre de 1936, un comunicado del sindicato de la madera, publicado en el Boletín de la CNT-FAI, se indigna exigiendo "una caja común única para todas las industrias, para lograr un reparto equitativo". Lo que no aceptamos es que haya comunidades pobres y otras ricas (9). Un artículo de febrero de 1938 da una idea de esta disparidad: "Las empresas colectivizadas pagan 120, máximo 140 pesetas por semana, y las comunidades rurales 70 de media. Los trabajadores de la industria bélica reciben 200, incluso más, por semana (10). Estas desigualdades llevarían a algunos revolucionarios a hablar de la amenaza de un "neocapitalismo obrero (11)".

En octubre de 1936, la Generalitat ratifica por decreto la existencia de las colectividades e intenta planificar su actividad. Decidió nombrar "controladores" gubernamentales en las empresas colectivizadas. Con el debilitamiento político de los anarquistas, pronto servirían para restablecer el control estatal sobre la economía. Sin que "nadie, ningún partido, ninguna organización diera instrucciones para proceder en esta dirección (12)" se formaron también colectividades agrarias. La colectivización afectó principalmente a los latifundios, cuyos propietarios habían huido a la zona franquista o habían sido ejecutados. En Aragón, donde los milicianos de la columna Durruti (13), desde finales de julio de 1936, impulsaron el movimiento, éste afectó a casi todos los pueblos: la federación de colectividades agrupó a medio millón de campesinos. Reunidos en la plaza del pueblo, se quemaron los títulos de propiedad de la tierra. Los campesinos aportaban a la colectividad todo lo que poseían: tierras, herramientas, animales de labranza, etc. En algunos pueblos se suprimió el dinero y se sustituyó por vales. Estos vales no constituían una moneda: permitían la adquisición, no de medios de producción, sino sólo de bienes de consumo, e incluso en cantidades limitadas.

El dinero que había almacenado el comité se utilizó para comprar fuera, productos que escaseaban y no podían ser objeto de trueque. De visita en la comunidad de Alcora, una gran ciudad de 5.000 habitantes, el historiador y periodista Kaminski señala: "Odian el dinero, quieren desterrarlo, por la fuerza y por anatema, [pero es] una solución de segundo orden, válida hasta que el resto del mundo haya seguido el ejemplo de Alcora".

Asamblea General de Campesinos

A diferencia del modelo estatal soviético, la entrada en la colectividad, considerada como un medio para derrotar al enemigo, era voluntaria. Los que preferían la fórmula de la explotación familiar seguían trabajando sus tierras, pero no podían explotar el trabajo de los demás, ni beneficiarse de los servicios colectivos. Además, las dos formas de producción coexisten a menudo, no sin conflicto, como en Cataluña, donde los arrendatarios se convierten en propietarios de sus tierras. La puesta en común permitió evitar la fragmentación de la tierra y modernizar su explotación.

Los trabajadores agrícolas, que unos años antes habían roto las máquinas para protestar contra el desempleo y los salarios más bajos, estaban contentos de utilizarlas para aligerar su carga de trabajo. Se desarrollaron el uso de fertilizantes y la avicultura, los sistemas de riego y las vías de comunicación. En la región de Valencia, la comercialización de naranjas se reorganizó bajo la égida de los sindicatos, cuya exportación proporcionó una importante fuente de divisas. Las iglesias que no habían sido quemadas se transformaron en edificios civiles: almacenes, salas de reunión, teatros u hospitales (14). Y como el credo anarquista hacía de la educación y la cultura los fundamentos de la emancipación, se crearon escuelas, bibliotecas y clubes culturales hasta en las aldeas más remotas.

La asamblea general de campesinos eligió un comité administrativo, cuyos miembros no recibieron ningún beneficio material. El trabajo se realiza en equipo, sin líder, ya que esta función ha sido suprimida. Los consejos municipales se confunden a menudo con los comités, que son en realidad los órganos del poder local. En general, el método de remuneración era el salario familiar, en forma de vales cuando se había suprimido el dinero.

En Asco, Cataluña, por ejemplo, los miembros de los colectivos recibieron una tarjeta familiar. En el reverso de la tarjeta había un calendario para marcar las fechas de compra de alimentos, que sólo podían recibirse una vez al día en los diferentes centros de abastecimiento. Estas tarjetas eran de diferentes colores para que los que no sabían leer pudieran distinguirlas fácilmente. La comunidad pagaba al maestro, al ingeniero y al médico, cuya atención era gratuita (15).

modo de funcionamiento no estaba exento de inconvenientes y contradicciones. Kaminski cuenta que, en Alcora, un joven que quería visitar a su prometida que vivía en el pueblo de al lado tuvo que obtener el acuerdo del comité para cambiar sus vales por dinero para pagar el autobús. 

La concepción ascética que los anarquistas tenían de la nueva sociedad iba a menudo de la mano de la vieja España puritana y machista. De ahí la paradoja del salario familiar, que dejaba "al ser más oprimido de España, la mujer, totalmente dependiente del hombre" (16).

Tras las jornadas de mayo de 1937, en las que los estalinistas y el gobierno catalán intentaron apoderarse de las posiciones estratégicas ocupadas por los anarquistas y el antiestalinista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) iniciando sangrientos enfrentamientos en Barcelona, el gobierno central anuló el decreto de octubre de 1936 sobre la colectivización y tomó el control directo de la defensa y la policía en Cataluña. En agosto de 1937, las minas y las industrias metalúrgicas quedaron bajo el control exclusivo del Estado. Al mismo tiempo, las tropas comunistas al mando del general Lister intentaron desmantelar las colectivizaciones en Aragón mediante el terror. Reducidos y asediados por todos lados, sobrevivieron sin embargo hasta la entrada de las tropas de Franco. 

En el momento de la entrada de los anarquistas en el gobierno republicano, Kaminski se preguntaba por los riesgos de "la eterna traición del espíritu por la vida" (17). La victoria del general Franco puso fin a estas cuestiones.

Vestida de rojo y negro, la España libertaria pasó a la historia como la superviviente de las desilusiones de este siglo.

Un día, un pueblo sin dios ni amo hizo hogueras con billetes.

En estos tiempos de dinero, aquí hay algo para calentar a algunas personas.

(*) Este texto es la versión reelaborada por Frank Mintz de un artículo publicado en Le Monde 

Diplomatique - Diciembre de 2000 (p.26-27).

Véase también en este número, p. 27, "Filmar la historia colectiva", por Carlos Pardo. 

± Respectivamente director e historiador, autor de L'Autogestion dans l'Espagne révolutionnaire, La Découverte, París, 1976.

(1) La última creación de un perfumista parisino.

(2) Patricio Martínez Armero, citado por Abel Paz, La Colonne de Fer, Éditions Libertad-CNT, París, 1997. Libertad-CNT, París, 1997.

(3) Esta milicia anarquista, conocida por su intransigencia revolucionaria, luchó notablemente en el frente de Teruel.

(4) Mociones del congreso de Zaragoza de la CNT, mayo 36 (folleto).

(5) Carlos Semprun Maura, Revolución y contrarrevolución en Cataluña. Publicado por Mame, 1974.

(6) George Orwell, Homenaje a Cataluña. Éditions Champ libre, 1982.

(7) Franz Borkenau, Spanish Cockpit. Éditions Champ libre, 1979.

(8) Frank Mintz, Autogestión y anarcosindicalismo, Ediciones CNT, 1999.

(9) Carlos Semprun Maura, op. cit.

(10) Artículo de Augustin Souchy en Solidaridad Obrera (periódico de la CNT), Febrero de 1938.

(11) Gaston Leval, La España libertaria, Éditions du Cercle, Éditions de la Tête de feuille, 1971.

(12) Abad de Santillán, Por qué perdimos la guerra, Buenos Aires, Iman, 1940.

(13) Nacido en 1896, militante de la UGT y luego de la CNT, Buenaventura Durruti participó en el golpe de Estado franquista de 1936, dirigió una milicia que desempeñó un papel importante en la los combates en Barcelona, luego en Aragón y finalmente en el frente de Madrid. El frente de Madrid. Fue allí, el 20 de noviembre, donde fue herido mortalmente en circunstancias controvertidas.

(14) Según el historiador Burnett Bollotten, "miles de personas del clero y de las clases propietarias fueron masacrados", sobre todo en represalia por las masacres de Franco (en La revolución española, Éditions Ruedo Ibérico, París, 1977.

(15) H. E. Kaminski, Ceux de Barcelone, Éditions Allia, París 1986.

(16) Ibid.

(17) Ibid.

FUENTE: Fundación Besnard

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2018/01/l-espagne-revolutionnaire-une-uto