Historia de la Fédération Anarchiste

La actual Fédération Anarchiste cumplirá sesenta años de existencia a finales de este año. Los días 25, 26 y 27 de diciembre de 1953 se celebró en París el congreso de reconstrucción de esta organización, nacida en la Liberación pero fagocitada y transformada en Federación comunista libertaria por una pequeña banda de militantes sectarios, agrupados en torno al hombre que impúdicamente creía desempeñar el papel de un Lenin del movimiento anarquista francés.
En los números 28, 30 y 31 de la revista «La Rue», publicada entre 1968 y 1986 por el grupo libertario Louise-Michel de la Fédération Anarchiste, Maurice Joyeux, uno de los principales animadores de esta revista y de este grupo, publicó tres artículos titulados «El asunto Fontenis», «La reconstrucción de la Federación Anarquista» y «La Federación Anarquista recupera su lugar». Son estos tres artículos, en orden y en su totalidad, los que se han agrupado aquí bajo el título «Historia de la Fédération Anarchiste (1945-1965)». Floréal

Prólogo

Desde el principio, el historiador trabaja con la historia en busca de la piedra filosofal que le permita devolver el pasado a su forma original. ¿El pasado? Se compone de los acontecimientos y de los hombres que los causaron o sufrieron.

El historiador da cuenta de ellos midiendo sus sentimientos y los efectos que tuvieron en el comportamiento y las orientaciones de los pueblos y que tuvieron en la evolución de la humanidad. Esto significa que nada es sencillo cuando se trata de reconstruir la historia.

Maurice Joyeux

El historiador se interesa primero por el hombre que construyó el acontecimiento, y luego por el entorno que le impuso una actitud lógica de comportamiento. Estos dos elementos, esenciales para la reconstrucción del pasado, requieren un equilibrio que la naturaleza humana dificulta. Hemos conocido estas disputas de hombres de conocimiento, alimentadas por la ciencia y la pasión, oponiendo el hombre que actúa al medio que impone, la personalidad que fuerza el destino al medio económico que impulsa la evolución, con, para arbitrar el debate, el documento, elemento frágil, como decía Michelet, y que deja en la sombra la sustancia de la historia que, precisamente, es lo que enmascara el silencio y el pergamino.

Hoy, el documento es la ley. El documento, ¡es la prueba de la verdad! Seamos serios. El documento es obra de hombres de un entorno que el historiador condenará o exaltará. ¿Qué quedará de los documentos amontonados en el Kremlin cuando se puedan desempacar? Fechas y hechos cuya autenticidad seguirá siendo objeto de debate. Los documentos sólo son vinculantes para quienes los escriben, y el relato de los hechos sólo es vinculante para quienes los cuentan. Y queda que el tiempo haga su trabajo, que desaparezca el debate y que los historiadores se enfrenten a los textos para emitir un juicio, sin más certeza que la de que al final el lector se determinará por sus pasiones.

En cuanto al asunto Fontenis del que quiero hablar hoy, hemos visto a un historiador serio y honesto dar como importante una reunión en Le Mans de unos personajes que no jugaron ningún papel, simplemente porque encontró un texto que publicaron y que pretendía darles una importancia que no tenían. Y hoy le vemos rascar el fondo del cajón de la anarquía para construir un expediente destinado a dar crédito a sus tesis, que consisten en asociar la anarquía con el romanticismo y rechazarla en el pasado. No existe la verdad histórica, o más bien cada uno tiene su propia verdad.

Pero después de estas reflexiones, que he creído necesario hacer, volvamos al asunto de Fontenis, del que me ocuparé bajo mi propia y única responsabilidad, intentando, como recomendaba Michelet, ver lo que se escondía tras los silencios y los pergaminos.

Maurice Joyeux

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EL CASO FONTENIS

Desde hace unos treinta años, existe un mito en nuestro medio. Este mito es el «asunto Fontenis». Este mito se basa en un solo hombre cuya presencia entre nosotros fue relativamente corta, seis u ocho años como máximo, y que ejerció su autoridad sólo durante la mitad de ese tiempo. Para los militantes que le siguieron, Fontenis era el «malo», el «hombre lobo» de la fábula, el «feo» de la tragedia, el «Anticristo» que asustó no sólo a una generación, sino también a los que le siguieron, que no le conocieron pero que le evocan cada vez que una disputa ideológica sacude nuestro movimiento. El personaje no merecía tal «honor» ni tal constancia en ese papel «clásico» que todos los grupos humanos inventan para librarse del peso de sus «pecados» y echar sobre «Satanás» el de sus errores. Me parece ridículo este recurso al «asunto Fontenis» por parte de cierto número de nuestros compañeros para explicar o justificar los desacuerdos. El recurso al «malo» no es otra cosa que el recurso a lo irracional, y la filosofía nos ha enseñado que sólo la literatura le da el rostro del Fausto de Goethe, mientras que está dentro de nosotros y es ahí donde hay que sacarlo, en lugar de atribuirle un rostro a la vez seductor y angustioso. Y si para exorcizar al diablo basta, como dicen los buenos padres, con hablar de él, ¡hablemos del «asunto Fontenis»!

Georges Fontenis

Pero, ¿de dónde viene Fontenis, quién era Fontenis? En realidad no lo sé, y los que saben cómo se entra y se sale de nuestro movimiento no se sorprenderán. Es posible que un historiador erudito escarbe en sus archivos y encuentre una respuesta a esta pregunta, pero dudo que esto arroje alguna luz importante sobre este personaje. Lo que hay que recordar es que así se hace este movimiento libertario, que un hombre cuyos orígenes no conocemos mejor te presenta a un desconocido que pasa a formar parte del grupo, como si fuera evidente, y que a su vez se convierte en garante de otros, sin más. Lo más sorprendente es que, al final, esta facilidad no ha fomentado la intrusión de elementos dudosos en nuestros círculos más que en otras organizaciones más cerradas. Probablemente haya dos razones sencillas para ello. La primera es que tanto la policía como los partidos consideran que nuestra organización es insignificante, y la segunda es que el hecho de que sea demasiado fácil penetrar en ella hace que deje de ser atractiva. Aunque para algunos, el miedo a una patada en el culo y a nuestra reputación puede ser el principio de la sabiduría.

Fue en el transcurso de 1945, en la tienda del Quai de Valmy, que servía a la vez de librería y de sede de nuestra organización, que acababa de ser reconstituida, cuando vi por primera vez a Fontenis. Había algunos compañeros allí. No recuerdo quién me lo presentó, ni siquiera si me lo presentaron. ¿Tal vez ninguno, cada uno pensando que fue patrocinado por el otro? Acababa de terminar el servicio militar y seguía vestido de caqui, lo que en nuestros círculos atraía las miradas. Creo que hice algunas reflexiones desagradables sobre este suboficial que se presentaba como pacifista, una actitud comprensible para alguien que acababa de salir de la cárcel por, entre otras cosas, ¡insubordinación!

Nada hacía pensar que este «pacifista» haría la carrera que tendría aquí. Fontenis era un hombre alto, de hombros anchos, con la frente y las sienes calvas, y era guapo. A pesar de su tez blanca y su pelo rubio, su aspecto era atractivo y seductor a primera vista. Lo que me llamó la atención de inmediato fueron sus ojos claros y redondos, que nunca se encontraban con los tuyos y que, cuando te hablaba, siempre parecían mirar por encima del hombro. Su cabeza estaba en constante movimiento, puntuando todas las obviedades que decía con la autoridad de un maestro de escuela, ¡y te mareaba! ¡Nunca me gustó Fontenis! Era una cuestión de temperamento. Tal vez molesto por su forma ostensible de ser o parecer razonable en nuestro entorno particularmente bullicioso.

Fontenis era profesor. Fue desmovilizado unas semanas después, gracias, supongo, a las circunstancias de la posguerra, y ocupará un lugar entre nosotros que irá creciendo. Pero para comprender las repercusiones que la acción de este recién llegado tendrá en nuestros círculos, creo que es bueno que intente trazar para ustedes lo que fue esta arca de Noé, tras la Liberación, esta estrecha tienda del Quai de Valmy que sirvió de sede a nuestra Federación Anarquista.

André Arru

La declaración de guerra en 1939 dispersó a los militantes de la Unión Anarquista y de la Federación Anarquista, las dos organizaciones que compartían los escasos efectivos del movimiento libertario. Algunos de ellos se unieron a sus regimientos, otros se refugiaron en el extranjero. Algunos de ellos, practicando su ingenio individual, habían logrado evadir sus obligaciones militares, ¡otros desertaron! Estos fueron los menos numerosos, con los que, incluyéndome, desaparecieron en el aire, optando por la insubordinación. La derrota, el éxodo, la Ocupación, la gran mierda que reinaba entonces sobre el país, sobre los nervios y sobre los cerebros de los hombres, precipitaron la desintegración del movimiento anarquista, aunque a escala regional algunos militantes mantuvieran un contacto que los tiempos difíciles hacían incierto. Pero fue sobre todo en el plano de las ideas donde estallaron las divergencias, sacando a la luz desacuerdos fundamentales que el mito de la unidad de los anarquistas sólo podía ocultar a duras penas. El pacifismo sangrante, elemento desintegrador del movimiento libertario, hizo estragos, arrastrando a algunos camaradas a la colaboración o a su borde, el sindicalismo y el anticomunismo aglutinaron a otros en la Carta del Trabajo, detrás de Froideval y P’tit Louis Girault. Otros, bastante raros, se unieron a la Resistencia. No fue hasta 1943 cuando un cierto número de camaradas se reunió en torno a Aristide y Paul Lapeyre, Charles y Maurice Laisant, André Arru, Voline y algunos otros. Se reunieron en Agen para reflexionar sobre la posguerra. Al mismo tiempo, en París, se establecen contactos en la Bourse du Travail, en una sala que ya había sido utilizada para la resistencia sindical y que era la sede del sindicato de floristas, cuyo líder, Henri Bouyé, era un militante anarquista. ¿Podemos hablar de resistencia? Digamos que se produjeron acercamientos entre quienes habían sobrevivido, física y moralmente, a la desviación provocada por cuatro años de ocupación. Su primera tarea fue establecer vínculos con los presos, y así fue como Arru se puso en contacto conmigo, que, en Montluc, cumplía condena por amotinamiento, insubordinación y algunas otras mañas. Entonces la Liberación vació las cárceles, liberó los miedos y el movimiento anarquista se reconstituyó. En provincias, en torno a los compañeros de Burdeos y de la región, en París en la tienda del Quai de Valmy, en torno a Bouyé, Vincey, Giovanna Berneri, Durant, Louvet, Joulin y algunos otros. Y fue allí donde en enero de 1945, liberado de la cárcel y tras una estancia con los compañeros anarquistas de Lyon y luego con mi familia, me uní a este pequeño grupo que contaba con un centenar de militantes y que se convertiría en la Federación Anarquista.

Henri Bouyé

En estos dos grupos, el de provincias y el de París, faltaban muchos, ¡la mayoría de los que, antes de la guerra, habían animado el movimiento anarquista! Algunos, como Frémont, antiguo secretario de la Unión Anarquista, estaban muertos, otros se habían reciclado en el extranjero. Algunos habían sido, no diré despedidos, pero sí olvidados de ser invitados a la reconstrucción del movimiento libertario, y entre ellos Le Meillour, Lecoin, Loréal, etc. Unos años más tarde, en mi librería del Château des Brouillards, muchos de ellos, pertenecientes al movimiento sindical o a la Unión Anarquista, venían a verme. He oído muchas historias dolorosas de hombres que habían tomado la decisión equivocada, que habían sido imprudentes o que se habían contentado con permanecer pasivos en una época en la que todo el mundo tenía miedo. Tanto en París como en las provincias, fueron los militantes de la Unión Anarquista los que menos resistieron y, en el Quai de Valmy, dominaron los elementos de la Federación Anarquista de antes de la guerra.

El entorno anarquista era entonces muy diferente del que conocemos hoy. La mayoría de los militantes eran trabajadores o antiguos trabajadores reconvertidos en el pequeño comercio o incluso en la pequeña industria. Su educación básica era el certificado escolar. Pero todos ellos fueron autodidactas, con todo lo que ello implica en cuanto a conocimiento profundo de ciertas materias privilegiadas y lagunas en otras. No hay nada peyorativo en esto, y todos los militantes del movimiento obrero estaban en la misma situación. Leyeron mucho a los clásicos del movimiento obrero, largo y tendido, pero eso fue todo lo que leyeron. El carácter autodidacta de sus conocimientos daba a estos militantes tanto un sentimiento de superioridad respecto a los obreros como de inferioridad respecto a los que habían tenido la oportunidad, rara en aquella época, de haber recibido una cultura clásica que se traducía en pergamino. En esta época, en la que los jóvenes reciben una educación superior a la de sus padres, y en todo caso igual a la de un maestro de escuela en el periodo de entreguerras, es difícil entender las reacciones del autodidacta malencarado, que expresaba su desprecio o su admiración por el académico. Es este fenómeno el que nos permitirá comprender el dominio de Fontenis sobre ciertos elementos de la Federación Anarquista.

Algunos de nuestros lectores encontrarán sin duda esta pochada de nuestros círculos en la Liberación a la vez demasiado larga y demasiado sucinta, pero se trataba de situar el escenario. Pediría un poco más de paciencia, el tiempo de garabatear unos cuantos retratos antes de entrar en el corazón de un tema que algunos consideran una tragedia y que, por mi parte, siempre he considerado como una comedia-alimentación.

EL ASUNTO FONTENIS

El hombre que, en París, fue el eje de la reconstrucción de la Federación Anarquista fue Henri Bouyé. ¡Bouyé el no amado! Bouyé era inteligente, capaz y extremadamente entregado a la causa anarquista; pero lo estropeó todo por un sectarismo estrecho y una especie de sequedad que levantó un muro entre él y sus interlocutores. Fue el autor de un panfleto, Les Anarchistes et le programme social, destinado a reactivar nuestro movimiento. Acabo de releerlo; no le faltaban cualidades, pero será mal recibido por un buen número de nuestros compañeros de provincia, más por los sentimientos que inspira su autor que por sus defectos. Sin embargo, el verdadero organizador de nuestra nueva organización fue Georges Vincey. Vincey, antiguo trabajador de la construcción, se había dedicado a la frivolidad y fabricaba baratijas en un pequeño taller donde empleaba a dos trabajadoras. Esto le valió un cierto disgusto por parte de los «puros» carroñeros que pasaban la mayor parte del tiempo sentados en un asiento de la tienda del Quai de Valmy diciendo cosas malas de sus compañeros. Y es en torno a estos dos hombres que, tras años de silencio, ¡todo volvió a empezar!

Georges Vincey

En un movimiento que había prometido reconstruirse teniendo en cuenta las lecciones del pasado, se reprodujeron las mismas divisiones, unas fuera y otras dentro de la propia Federación Anarquista. Las corrientes clásicas se reconstituyeron en torno a las principales tendencias del anarquismo, pero también en torno a los hombres.

Fuera del movimiento, un grupo individualista que debía poco a Stirner o a Thoreau se reunió en torno a Armand. Constituía un medio que vivía de sí mismo. Los problemas sexuales eran su preocupación dominante. Lo que quedaba del sindicalismo revolucionario que había sobrevivido a la aventura de la C.G.T.S.R. y a la Ocupación se reconstituyó como tendencia organizada en el seno de la C.G.T. con Pierre Besnard, que no había aprendido nada de los acontecimientos y que seguía buscando una central sindical de la que sería el principal dirigente, lo que recordaba su corto periodo como dirigente de la C.G.T.U. tras la escisión sindical de 1921. Por último, en torno al periódico Ce qu’il faut dire, creado por Sébastien Faure, del que se habían apropiado Louis Louvet y Simone Larcher. Su relación con la Fédération Anarchiste siempre fue ambigua. Pertenecían a ella sin pertenecer a ella. Louvet tenía cualidades, pero un desafortunado defecto las estropeó todas. Nunca consiguió poner en práctica los múltiples proyectos que abundaban en su ingenioso cerebro. En cuanto a Simone, por la que sentía mucha simpatía, podría, si las cosas hubieran ido de otra manera, haber sido la gran dama de la anarquía de su generación. Pero también ellos tendían a formar un entorno que podía proporcionar algunas comodidades a la difícil vida que estaba renaciendo. La incompatibilidad de caracteres entre Bouyé y Louvet, y quizás también una cierta rivalidad entre Le Libertaire y Ce qu’il faut dire, que compartían unos treinta mil lectores, destruyeron los buenos propósitos que habían tomado los restantes militantes de París y sus suburbios.

Esta escisión fuera y en oposición amortiguada de la Federación Anarquista se encontraba dentro del núcleo que se formó y que constituyó el corazón de la organización en París. Alrededor de Bouyé se encuentran comunistas libertarios decididos a estructurar la organización de manera que se eviten las desventuras del pasado. Había individualistas, como Vincey. Era partidario de la responsabilidad individual entre congresos y dotó a nuestro movimiento de estructuras, algunas de las cuales todavía existen. Militantes como Oriol venían del marxismo y aún no habían asimilado a los teóricos del anarquismo. Otros, como Suzy Chevet, proceden del Partido Socialista. Sindicalistas, pacifistas, pero sobre todo compañeros que habían asimilado más o menos bien las grandes corrientes de nuestro pensamiento y que apoyaban una u otra en función de las circunstancias, ampliando una debilitando la otra al azar, que juraban con la lógica e introducían ese santo lío que a menudo era la segunda naturaleza de los anarquistas. Y luego estaban los «intelectuales»…

Pierre Besnard

¡Las dinastías revolucionarias existen! No tengo nada en contra. Pero no estoy convencido de las virtudes de la herencia en este sentido. Giliane Berneri era hija de su padre y hermana de su hermana, pero no era evidente que tuviera las mismas cualidades que ellas. Estaba terminando sus estudios de medicina, que los conocedores describen como brillantes. Esto le daba una autoridad entre nosotros que me parecía exagerada y que el futuro no justificaba. Con algunos otros «grandes» académicos, formó un colegio de sabios que publicó una revista, Plus loin, título tomado del Dr. Pierrot, de infausto recuerdo. No llegó lejos y no voló alto. Más tarde, otro auténtico intelectual, André Prudhommeaux, se unió a ellos. Finalmente, su servidor fue liberado de la prisión. Afortunadamente, ¡yo era el único del equipo en esta situación! No me detendré en mi caso, salvo para señalar que, nada más llegar, me hice cargo de la región de París, dividiendo al centenar de militantes que la componían en tres grupos, que eran el grupo del Este, el del Sur y el del Oeste. El primer grupo se dividió rápidamente, el segundo tomó el nombre del grupo de Kronstadt y se instaló en el barrio de las Escuelas. Fue dirigido por Giliane Berneri. El grupo occidental se convirtió en el grupo Louise-Michel, que se trasladó a Montmartre y fue dirigido por una organizadora incomparable: Suzy Chevet. En el grupo de Kronstadt había «gente guapa», en el de Louise-Michel había «mucha gente».

El cuadro estaría incompleto si no añadiera que los grupos se multiplicaron, que los jóvenes iban y venían, que rehicimos el mundo con gusto, que nos gritamos con convicción y que los arrebatos hacían que la sede de nuestro movimiento fuera casi inaudible para el desafortunado que se aventurara en ella. Además, se le puso inmediatamente a cargo, en la lista, y antes de ser dirigido hacia un grupo que le conviniera fue empujado con firmeza hacia la puerta, con un paquete de Libertarias bajo el brazo, ¡con la recomendación imperativa de traer el cambio!

Todavía no he mencionado a los compañeros de provincia con los que nos volveríamos a encontrar más tarde. Teníamos poco contacto con ellos en ese momento, excepto a través de compañeros informados que estaban en contacto directo con el grupo de Burdeos, que tenía mucha influencia. Los hermanos Laisant organizaron un grupo en Asnières. Fuertemente influenciados por Louvet y sus amigos, fueron en la región de París el reflejo natural de los sentimientos de nuestros amigos de provincias, que desconfiaban de las modas de Louvet. Sólo desempeñarán un papel más tarde, cuando se constituya oficialmente la Federación Anarquista, durante un congreso en la Salle des Sociétés Savantes.

Tengo maravillosos recuerdos de esta época. Era un mundo un poco loco en el que la alegría de haber acabado con una pesadilla que había durado cuatro años se mezclaba con la certeza de que la revolución sólo nos esperaba para construir el futuro. En este ambiente, bañado por la exaltación de los nuevos comienzos, entró Fontenis.

Suzy Chevet

Georges Fontenis sólo adquirió gradualmente la autoridad que le permitió hacerse cargo de la Federación Anarquista. Era un hombre de superficie pero de poca profundidad. Nunca fue un periodista de gran talla y sus «obras completas», aparte de sus artículos en Le Libertaire, que al principio eran pocos, consistían en un Manifiesto Comunista que no pasará a la posteridad. Su discurso, a menudo monótono, era corto de respiración. Había leído poco de nuestros clásicos, ¡pero no era el único de nuestro movimiento! Más tarde, se encargó de llenar este vacío intercalando sus lecturas con textos de Marx que le causaron una profunda impresión. Fue en el debate interno, a través de la conferencia, donde sus cualidades se mostraron más seriamente; eran las de un profesor acostumbrado a enseñar. En realidad, tenía tanto las cualidades como los defectos para hacer carrera como funcionario en el Sistema Educativo Nacional, lo que posteriormente hizo.

Sólo se convertiría en «teórico» más tarde, después de la escisión y cuando el periódico se hubiera convertido en lo suyo. Basta con leer la colección de Le Libertaire hasta 1950 (la tengo delante en mi mesa de trabajo) para ver que su contribución a los acontecimientos diarios fue prácticamente nula. Los pocos artículos que escribió para la tercera página de nuestro periódico, la de los «intelectuales», no eran más que «remakes» de los teóricos que había acabado leyendo… mal en la mayoría de los casos. Nada, por ejemplo, comparable a la serie de textos de Prudhommeaux sobre la Comuna de París o a esa serie de artículos en los que, por primera vez, desarrollé mi teoría sobre la huelga patronal. Recuerdo, no sin malicia lo reconozco, aquella reunión del consejo de redacción de nuestra revista en la que, picado por no sé qué mosca, se comprometió a explicarnos las virtudes de una obra de Stalin que acababa de aparecer: La lingüística, confrontándola con el marxismo y el anarquismo. Me hizo mucha gracia, no sólo desenredar los hilos, sino ver las caras de desconcierto y los ojos redondos de los militantes ante este patetismo. Pero entonces, cabe preguntarse, ¿de dónde viene esa innegable admiración que le dedicaron algunos militantes, que no todos compartían sus desplantes y que sólo lo abandonaron con pesar en el momento decisivo?

Fontenis fue empujado a la cabeza de la Federación por dos corrientes contradictorias. Pertenecía al clan de los «intelectuales» y les era indispensable, pues sus hábitos profesionales le permitían poner un poco de orden en su verbalismo tradicional, y hacia él jugó la solidaridad de estos personajes hasta el final, a pesar de las insidias que les hizo tragar. Reunía a su alrededor a jóvenes sin formación, pero es simbólico que los que habían pasado por la brillante escuela de los albergues juveniles permanecieran siempre alérgicos a su «encanto». No era el caso de ciertos militantes que venían directamente de las fábricas y de auténticos trabajadores, formados por el sindicalismo, que, a través de él, creían elevarse al conocimiento. Tal vez sea una actitud que he observado a menudo entre los trabajadores que frecuentan nuestros círculos. Se resisten a reconocer los conocimientos que no poseen a uno de los suyos, porque entonces sienten que es un reproche para los demás. Prefieren atribuirlo a un «intelectual con pergamino que pudo… tuvo la oportunidad… tuvo el tiempo… tuvo una situación familiar… etc.», como si ellos mismos fueran responsables de la situación en la que la sociedad que quieren derribar los mantiene. Posteriormente, y aparte de algunos tontos de los que Joulin era la ilustración más viva, el entorno de Fontenis, aparte de los «intelectuales», estaba formado por personas de los partidos políticos, cuyos motivos seguían siendo dudosos y ¡algunos de los cuales salieron mal parados!

Aristide Lapeyre

Sería un error imaginar que Fontenis se impuso inmediatamente entre nosotros. Poseía el tipo de astucia y dulzura que engañaba a la gente y le ayudaba a ascender a la fama. Nada más llegar entre nosotros, se mostró atento, servicial y tolerante. Un unificador, en definitiva, que se apoyó sucesivamente en todos los militantes que tenían una pizca de influencia. En aquella época, cuando la Liberación había favorecido una afluencia de miembros en todos los partidos de izquierda, nosotros mismos nos beneficiamos de este enamoramiento, que no duró. Necesitábamos militantes que enseñaran a esta gente los rudimentos del pensamiento libertario, y para este ingrato trabajo se contrató a Fontenis, que en aquella época hubiera preferido sentarse en un banco de la clase anarquista. Pero en la administración del movimiento no desempeñó ningún papel, y no fue hasta el congreso de 1945 cuando finalmente penetró en el núcleo.

En el corazón del Barrio Latino, a dos pasos del Odeón, el edificio de las Sociedades Sabias desempeñó el papel que más tarde desempeñaría la Mutualidad. El edificio estaba salpicado de habitaciones de todos los tamaños, que servían de sede a las distintas organizaciones surgidas tras la Liberación. En la planta baja, una amplia sala con entre quinientos y seiscientos asientos estaba reservada para las sesiones plenarias y las reuniones políticas. Fue en esta sala donde se celebró el congreso, a principios de octubre de 1945 y en diciembre del mismo año, seguido de la conferencia nacional que marcó el inicio de la Fédération Anarchiste, ¡»oficial» esta vez!

Este primer congreso de la Fédération Anarchiste de la posguerra me dejó un recuerdo conmovedor. Los militantes se encontraron con que ya no eran los mismos. Otros, más numerosos, se iban conociendo, tratando de adivinar en los rostros si podían dar contenido a la impresión que habían sentido a través de la extensa correspondencia que habían intercambiado antes de encontrarse juntos en este barrio de la capital cargado de gloria literaria y revolucionaria. Entre ellos había distintas familias espirituales: anarcosindicalistas influenciados por Besnard, que estaba ausente. Publicaron una hoja, Le Combat syndicaliste. Louvet y sus amigos se agrupan en torno a Ce qu’il faut dire. Los recién llegados, influenciados por Bouyé, que también estaba ausente, se reunieron en torno a Le Libertaire, que acababa de reaparecer en un formato normal. Tras la estela de Aristide Lapeyre y el grupo de Burdeos, ¡los provinciales! Estos últimos, tradicionalmente recelosos del «centralismo parisino», formaron un grupo compacto, «podrido» de humanismo y en el que se dejó sentir la influencia de Sébastien Faure, desaparecido durante la agitación.

Aristide Lapeyre fue alumno de Sébastien Faure, de quien parecía ser el sucesor legítimo. Era un hombre que imponía respeto y tenía lo que sólo puede llamarse una presencia. En aquella época en que los medios de comunicación de masas estaban aún en pañales y la palabra del orador era el elemento esencial de la propaganda, era un orador notable, con un lenguaje elaborado, una dicción perfecta y que asombraba por la construcción clásica del discurso. Fue uno de los últimos en considerar la conferencia como una obra literaria y en tratarla como tal. Antes, durante y después de la Guerra Civil española, había demostrado su valentía siempre que se le presentaba la oportunidad. Tenía una reputación en nuestros círculos que se extendía internacionalmente, pero también entre los activistas de las organizaciones que luchaban con nosotros en el plano humanista. Tuve una amistad con él que nunca se ha negado, aunque siempre lo consideré como un hombre de los viejos tiempos, ¡perdido en nuestro siglo! Lo que más lamento es no haber podido, antes de su muerte, grabar su notable conferencia sobre Nietzsche. Era un hombre sabio, reconocido por todos como tal. Salvó muchas distancias en la multitud simpatizante que se reunía para construir un nuevo mundo. Pero su propensión a la «tolerancia» le hizo cometer algunos errores.

No voy a describir los debates de este congreso, me reservo el derecho de hacerlo en su momento. Basta con saber que fueron tormentosos y que permitieron a Fontenis dar sus primeros pasos en el escenario. Los delegados gritaron, los oradores se precipitaron hacia el podio, el presidente, abrumado, gesticuló para hacerse oír, pues el sistema de megafonía aún no existía, y sólo una voz fuerte permitía superar el tumulto. Esta reunión de anarquistas reunidos para construir una «plataforma razonable», con la que todos soñaban, ¡amenazaba con estallar! Fue entonces cuando los tres, Oriol, Lapeyre y yo, nos juntamos para construir una especie de monstruo, «el Movimiento Libertario», que iba a vivir sólo una temporada pero que tenía la ventaja de «congelar» los problemas. Se trataba de reunir bajo este paraguas a tres grupos distintos destinados a colaborar: los anarcosindicalistas, los amigos de Louvet y, finalmente, la federación anarquista encargada de publicar Le Libertaire, apoyada por Lapeyre, el grupo de Burdeos y sus amigos de provincia. Para proponer esta «obra maestra» y que fuera aceptada, se necesitaba un hombre nuevo que no hubiera participado en las disputas de la preguerra y la posguerra. Fontenis fue el elegido, y cumplió perfectamente su cometido con el aliento de la inocencia en sus labios. Y así se vio proyectado entre nosotros con un halo de conciliador.

Sin embargo, este congreso no fue negativo. La comisión administrativa que creó estaba compuesta por médicos, profesores, maestros, funcionarios, artesanos, trabajadores del metal y de la construcción, y entre ellos había muchas mujeres. Cuando se anunció la lista, un murmullo halagador surgió de la sala, subrayando el feliz equilibrio de este areópago, preludio de una armonía que, por desgracia, sólo duró una mañana. Otro acontecimiento marcó estas reuniones. La ausencia de Bouyé, que los había preparado, causó una desafortunada impresión. Y en la noche de la sesión, a la que no había querido asistir por temor a los ataques de sus adversarios, cuando reprochó a los «unitarios», entre los que me encontraba, haber abandonado el proyecto de una organización más estructurada, se produjeron acalorados intercambios. En realidad, aunque una apariencia de unidad era esencial para empezar, ¡sabía dónde estaban los militantes que podían organizar sólidamente el Movimiento Anarquista! Y, de hecho, seis meses después, el grupo de Louvet se había desvanecido, los anarcosindicalistas sólo despertaron cuando la Federación Anarquista decidió ayudarles a constituir el C.N.T., y la Federación Anarquista, con su periódico Le Libertaire, sería el único representante serio del pensamiento anarquista. El «Movimiento Libertario» sólo ha vivido una mañana. Su único mérito había sido evitar la división.

Simone Larcher

Fue durante los animados debates que siguieron a la actitud de Bouyé cuando conocí a Maurice Laisant, que más tarde desempeñó un papel importante en nuestra organización… especialmente después de la escisión, en el momento de la reconstrucción de nuestra Federación Anarquista destruida por Fontenis y su equipo.

Maurice Laisant también pertenecía a una dinastía que se proclamaba humanista libertaria. En Asnières, con su hermano, su madre y algunos amigos, formó un grupo que desempeñó un papel importante en la reunión de anarquistas al final de la Ocupación. Su pensamiento coincidía con el de Sébastien Faure y Aristide Lapeyre. Su aspecto físico se correspondía bastante bien con el de un poeta romántico que se había escapado de un salón donde bailaba Elizabeth Duncan y donde se recitaban versos de Maurice Rostand en torno a Rosemonde Gérard. Inmediatamente lo clasifiqué, con un toque de malicia que lamento a cada momento, en la categoría de los anarquistas sentimentales, que no hay que confundir con los anarquistas de lujo de los que Charles-Auguste Bontemps era la ilustración más viva. A primera vista, Maurice Laisant podía parecer frágil, pero esto era engañoso, ya que era un hombre extremadamente decidido y tenaz, un excelente orador y un buen escritor. Su incompatibilidad de humor con Bouyé lo situará junto a Louvet, ¡que no valía la pena! Será mi amigo y lo ha seguido siendo, aunque nuestra concepción de una organización anarquista sea muy diferente.

La conferencia que siguió a este congreso dio los últimos toques a la organización de esta federación anarquista y los militantes de los que acabo de esbozar algunos rasgos, entre ellos Fontenis, fueron los artífices de la misma… entre otros, por supuesto.

Uno podría pensar que un equipo así sólo duraría una mañana. Duró seis años sin más sobresaltos que aquellos, inevitables, que sacuden a cualquier movimiento político, siguiendo un camino accidentado, sostenido por el éxito que acompañó a su lanzamiento, un éxito debido a la afluencia de nuevos miembros de la Resistencia, a la calidad de su periódico, al trabajo de militantes cuyo mérito era cierto pero que se beneficiaron de una situación que no duró. Conté esta historia en mi libro L’Anarchie et la vie quotidienne, no volveré a hablar de ella.

De 1945 a 1950, los años se sucedieron, los congresos se sucedieron, aportando pocos cambios en lo que modestamente llamábamos la administración del movimiento, aunque algunos de los desollados vivos siguieran berreando que nos habíamos convertido en un «partido político», que nuestro periódico era un «trapo» y que si hubieran sido elegidos para organizar la Federación Anarquista, «habríamos visto lo que habríamos visto». Esta es una situación que ha caracterizado a las organizaciones anarquistas desde sus orígenes, y quizás incluso a las organizaciones «tout court»; por mi parte, no tengo ninguna esperanza de que esta mierda se acabe nunca. Tendremos que vivir con ello como un clavo ardiendo.

Maurice Laisant

Durante este periodo de relativa calma en el frente de las luchas internas, teníamos uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco miembros del personal pisándose los pies en la estrecha tienda del quai de Valmy. Nuestro periódico tenía una tirada de entre veinte y treinta mil ejemplares (por primera vez en su historia) con picos de difusión por el asunto de Gary Davis o por la huelga de Renault (cien mil). El Tout-Paris anarquista de las letras y las artes se precipitó a las fiestas magistralmente organizadas por Suzy Chevet, donde debutaron Ferré, Brassens y algunos otros, y que llenaron nuestras arcas. Viajé por Francia en viajes de propaganda, algunos de los cuales duraron un mes. Paul y Aristide Lapeyre, con los que a veces me encontraba en mis viajes, hacían lo mismo. Finalmente, los grupos se multiplicaron y desaparecieron a un ritmo que afectó profundamente a nuestro movimiento. En París, nuestras reuniones llenaron la Mutualité, la Société Savante y Wagram. Nuestras tradicionales disputas sobre el sexo de los ángeles quedaron muy por debajo de las que habíamos conocido en el pasado y conoceríamos más tarde. No, decididamente, no ocurría nada que mereciera la pena contar, nada, salvo algunas pequeñas cosas que crearían un clima a partir del cual estallaría el drama.

El segundo congreso de nuestra Federación Anarquista se celebró en Dijon en 1946. Hizo algunos ajustes en la administración. Bouyé, que era decididamente incompatible con la provincia, se retiró de la comisión administrativa; también lo hizo Louvet, pero nunca asistió a una sesión. Digamos que, en su sabiduría, el congreso cortó la tortilla por los dos extremos. Fontenis fue nombrado secretario general, un título bien merecido por su discreción y tolerancia. Vincey siguió siendo administrador, y yo fui nombrado secretario de propaganda con responsabilidad sobre Le Libertaire. Creo, además, que fue ese año cuando Maurice Laisant se incorporó al comité de lectura, organización que yo había creado y que he defendido amargamente hasta hoy contra aquellos, individualistas o humanistas, que querían confiarlo a un solo militante y hacer de Le Libertaire un foro libre en el que los artículos se alinearan uno tras otro por orden de llegada (no exagero apenas).

El tercer congreso, celebrado en Angers en 1947, cambió poco. Sin embargo, ¡se ha quedado en mi mente! Fue este congreso, o más bien su mayoría formada por artesanos, comerciantes o intelectuales, el que nos obligó a los trabajadores que nos oponíamos a él a formar la C.N.T., una fantasía que podría habernos costado nuestra verdadera influencia sindical en el país. Señalemos que la redacción de nuestro periódico se enriqueció considerablemente con algunos nombres suntuosos: André Prudhommeaux (Prunier), Gaston Leval (Lefranc), Mercier (Parsal), Lepoil, Armand Robin el poeta y… ¡Georges Brassens! Que conste que, aparte de los artículos sindicales, ¡escribí casi todos los editoriales durante esos cinco años!

El siguiente congreso se celebró en Lyon en 1948, y sus pintorescos debates, como es habitual, no crearon más revuelo que los anteriores. Sin embargo, una innovación fue la creación de una revista, La Revue anarchiste, de la que Fontenis era responsable. Reunió a todos los anarquistas de lujo y tuvo tan poco éxito como Plus loin, por la razón obvia de que las mismas causas producen los mismos efectos. Los siguientes congresos, los de 1949 y 1950, no aportaron ninguna modificación importante a la rutina tradicional, salvo quizás que, a raíz de una serie de artículos publicados por nuestra revista, introduje en nuestro movimiento la noción de huelga patronal como uno de los elementos de transformación social. Bajo el liderazgo de Fontenis se formaron las juventudes anarquistas y, poco después, se fundó también un grupo de autodefensa bajo el liderazgo de Fontenis. Sí, claro, las responsabilidades de Fontenis se extendían: secretario de la Federación Anarquista, responsable de la revista, de la juventud, del grupo de autodefensa, eso era mucho, y sólo se le escapaba el periódico. ¿Qué hacíamos, se preguntarán? A decir verdad, no mucho, y sabía que todas estas organizaciones estaban agitando mucho el viento. Y entonces Fontenis se mostró tan servicial, tan afable; como veremos más adelante, mostró consideración por los hombres a los que le costaba despedir sin más.

Armand Robin

Fue entonces cuando descubrí, gracias a un viejo militante anarquista respetado en nuestros círculos, Véran, que había un policía entre los cuatro empleados fijos de la tienda (hablaré de este asunto en su momento). Se tomaron todas las precauciones, algunas de ellas propias del teatro cómico. Fue en el congreso de Lille de 1951 cuando las cosas empezaron a ir mal y cuando nuestras sospechas debieron despertarse. En un gesto antiguo, Fontenis declaró que no quería volver a ser nombrado secretario general para dejar espacio a los jóvenes; yo no podía menos que seguir tan noble ejemplo: renuncié a la secretaría de propaganda y a la responsabilidad del periódico. Él, Fontenis, como veremos más adelante, no renunció a nada en absoluto.

Hay que decir que mi tranquilidad, que reconozco que fue desafortunada, se basaba en un grupo, el de Louise-Michel, lo suficientemente numeroso y bien informado como para hacer frente a todas las situaciones, como se demostró posteriormente. Sin embargo, un acontecimiento, que desconocíamos, iba a precipitar los acontecimientos.

A principios de 1950, Fontenis había creado una organización, la O.P.B. (Organisation pensée et bataille), verdadero partido clandestino en el seno de la Federación Anarquista y destinado, como nos explicaron más tarde algunos «falsos ingenuos» que, tras haber sido excluidos a su vez, vendieron la mecha, a transformar la Federación Anarquista en una organización de lucha de clases. Lo que, entre nosotros, nunca había dejado de ser.

La O.P.B. nunca tuvo la importancia en la evolución de la Federación Anarquista que algunas mentes interesadas le atribuyeron posteriormente. Estaba formado por una veintena de miembros a los que conocía bien y no todos trabajaban en ingeniería. El impacto de Fontenis en este movimiento, compuesto principalmente por jóvenes, vino por otro lado.

La O.P.B. tenía un sabor de cuarenta y ocho años tanto en sus estructuras como en su proyecto. Sus miembros fueron reclutados por cooptación. Estaban obligados a guardar el secreto. La organización tenía sus propios estatutos, recaudaba cuotas y elaboraba un programa que intentaba hacer triunfar en nuestros congresos. Su proyecto inmediato era empujar a sus miembros hacia las responsabilidades que existían en la Federación Anarquista. Su objetivo más lejano era crear una organización «comunista libertaria» en la que se combinaran la eficacia del materialismo histórico de Marx y el espíritu libertario, aunque este proyecto teórico, no exento de analogía con la «plataforma» de los anarquistas rusos, no se decidiera hasta más tarde. Su columna vertebral estaba compuesta por militantes del grupo Sacco-Vanzetti, que se convirtió en el grupo Kronstadt. Los Berneri, informados del proyecto, se negaron a sumarse a él mientras patrocinaban la política inspirada por Fontenis. El resto de la O.P.B. se reclutó entre los grupos de la región parisina que Fontenis había formado a partir del grupo oriental, a los que se añadieron algunos individuos de las provincias. Estos grupos eran esqueléticos y juntos representaban apenas la mitad del grupo Louise-Michel. ¡Sin embargo, a pesar de la dudosa importancia de su «partido clandestino», Fontenis iba a ganar en el congreso de Burdeos, y sólo pudo hacerlo gracias a la ingenuidad de los anarquistas humanistas y al insoportable clima que impusieron a la Federación Anarquista y que cansó a todos los militantes activos en aquella época como lo hace hoy, y quizás, como veremos más adelante, también gracias al «prestigio» que conservó entre los que querían limitarle y de los que quería deshacerse!

Siempre ha habido, en nuestro movimiento libertario, dos corrientes que no se solapaban exactamente con las tres grandes tendencias clásicas del anarquismo. ¡Una corriente humanista que quería reunir a todos los anarquistas cuyas preocupaciones eran pedagógicas, moralistas, espiritualistas! Se difundía a través de la propaganda oral o escrita y la conferencia era su principal herramienta, y otra corriente que quería construir una organización revolucionaria que encabezara la transformación social radical. El alcance de la primera de estas corrientes se extendía desde el individualismo libertario de Armand hasta un comunismo libertario sin marco, definido por Sébastien Faure. El otro pasó del anarcosindicalismo a un comunismo libertario inspirado en Bakunin y el anarquismo español. Al margen de las tres tendencias clásicas de nuestro movimiento, la historia del anarquismo es la historia del tira y afloja entre humanistas y revolucionarios, un tira y afloja que no cruza exactamente la línea divisoria de estas tendencias en el sentido de que un hombre como Vincey, individualista convencido, era partidario de la organización mientras que un comunista libertario como Louvet siempre fue hostil a ella.

André Prudhommeaux

Hemos visto que en 1945 las tres tendencias del anarquismo se reconstituyeron en organizaciones autónomas encabezadas simplemente por el Movimiento Libertario. Pero la Federación Anarquista, que se supone que representa la expresión comunista libertaria, reunió naturalmente a los militantes de las otras dos corrientes para las que la unidad de todos los anarquistas, la síntesis de Sébastien Faure, era el credo, y entonces, como en el pasado, ¡las distorsiones propias de nuestra familia espiritual, cada vez que se reúne, estallan!

En sus inicios, y para tranquilizar a la «clientela» que quería seducir, la O.P.B. no pretendía más que hacer triunfar el anarquismo revolucionario sobre ese humanismo que reivindicaban Lapeyre, Laisant, Arru y algunos otros. Sobre esta base, y al margen de la acción propia de su partido clandestino, Fontenis se benefició de la fatiga de los militantes y de la irritación provocada en nuestros círculos por ese anarquismo de buenos sentimientos que los humanistas empujaban insidiosamente al primer plano de la escena y cuyo pastel de nata era la unanimidad en los congresos, Consideraron que el voto era antianarquista, mientras que en aquella época, como ahora, todas las organizaciones anarquistas del mundo que tienen una cierta base recurrían a una consulta «adecuada» para decidir entre ellas. Llevaron a cabo esta política con un autoritarismo intelectual que fue y sigue siendo desagradable para muchos de nosotros.

Para dejar las cosas claras, y nunca lo he ocultado, debo decir que si Fontenis había creado una organización clandestina para endurecerla y transformarla en un partido anarquista de su devoción, para lo cual había encontrado el marco en Bakunin, que era el promotor de todas las fracciones núcleo del movimiento obrero, ¡los anarquistas humanistas también tenían su grupo de presión! No se trataba de un grupo estructurado que pretendía expulsar de la Federación Anarquista a los que pensaban de forma diferente a ellos, sino de una red de correspondencia en el país que conducía a idénticos resultados, es decir, a condicionar el congreso a propuestas elaboradas fuera de él (aún hoy lo vemos). Naturalmente, no se puede establecer ninguna relación entre el objetivo final que se había fijado Fontenis y estos anarquistas humanistas, pero todos estos grupos de presión fueron perjudiciales y estuvieron en el origen de todas las escisiones del movimiento libertario.

Ni el grupo Louise-Michel ni yo mismo nos asociamos a esas prácticas, que desapruebo, y pude recordar a mis amigos anarquistas humanistas, cuya propensión a hacerse las almas bellas me molestaba, que nadie podrá publicar una carta mía en la que solicite, en la que me dedique al trabajo fraccionado y en la que diga tonterías sobre los militantes que piensan de forma diferente a la mía. Y si no pongo al mismo nivel a la O.P.B., organización clandestina destinada a transformar la Federación Anarquista en un partido político, y a este lobby de las letras, ¡creo que la una engendra naturalmente a la otra y que ambas, en diferentes grados, son perjudiciales para la organización! Quisiera señalar a este respecto que si nuestros camaradas de provincias desconfían del «centralismo parisino», y a menudo con razón, con el pretexto de estar bien informados, tienen una molesta tendencia a adorar los chismes de todo tipo que sus corresponsales parisinos les alimentan generosamente. Y se equivocan.

Es este estado de ánimo, que era el del grupo Louise-Michel, el que explica que, durante 1952, hayamos permanecido ignorantes de lo que se planeaba y que estalló en el congreso de Burdeos. Para los que preparaban este congreso a través de una correspondencia edificante, cuyo objetivo era volver a unir a la organización, éramos partidarios, con Fayolle y su grupo de Versalles, de una organización sólida y estructurada, y era preferible dejarnos al margen. En cuanto a Fontenis y a la O.P.B., sabían muy bien que nunca nos dejaríamos enredar en ninguna formación destinada a jugar el papel de un partido.

Sin embargo, Fontenis tenía una visión realista de las fuerzas en juego y sabía que el grupo Louise-Michel tendría mucho peso en la lucha que iba a emprender; fue poco antes del congreso de Burdeos cuando intentó, a través de mí, sondear nuestras intenciones; entonces nos dimos cuenta del peligro que amenazaba con romper la Federación Anarquista.

Georges Brassens

Poco antes del congreso de Burdeos de 1952, Fontenis me citó en el jardín de Buttes-Chaumont, en un banco de una callejuela lateral, al abrigo de la «mirada torpe» del posible adversario. ¡Fontenis ha ido demasiado al cine! He de decir que si este lugar de encuentro al más puro estilo cuarentón me dejó perplejo, sin embargo acudí a él sin usar mi abrigo color pared y sin bajarme la boina vasca que llevaba en ese momento posada en lo alto de la cabeza sobre los ojos. Cuando pienso hoy en todas las gilipolleces que se permiten personas que han superado la edad de jugar a las canicas, todavía me asombran los estragos que la «clandestinidad», vista desde un sillón del Ambigú, puede causar en un cerebro que no era en absoluto brillante, pero al que el ejercicio de su profesión debería haber conferido mayor contención. Y fue durante esta reunión cuando escuché la primera de las dos propuestas que más me sorprendieron en este tumultuoso periodo de nuestra historia. La primera propuesta abrió el conflicto que constituye propiamente el asunto Fontenis y del que lo que he relatado no es más que el principio; la segunda propuesta, que me hizo un tal Bretón, en nombre del grupo de Kronstadt, lo cerrará…

Los discursos de Fontenis no eran brillantes, sino monótonos y prolongados. La que me dio en el banco del jardín de Buttes-Chaumont no se ajustaba en absoluto a su estilo habitual, pero enseguida entendí lo que quería decir. Lo resumiré en pocas palabras sin tener en cuenta, por supuesto, las acusaciones halagadoras o insultantes que hizo sobre la organización y sus militantes.

Para Fontenis, la Federación Anarquista, en sus estructuras actuales, ha alcanzado su máxima capacidad. Había que transformarla en una organización más sólida. Dos hombres eran capaces de hacerlo: él y yo. ¿Los otros? ¡Frases, incompetentes, nulistas! Tuvimos que deshacernos de ellos. El movimiento debía tener dos direcciones, una dirección de formación intelectual a la que él, Fontenis, se resistía.

Traducido por Jorge Joya

Original: 

florealanar.wordpress.com/2013/02/26/histoire-de-la-federation-anarchi

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