¿Por qué el anarquista Albert Libertad fue siempre arrastrado por el barro, tanto en vida como después; por qué atrajo tanto odio y desprecio, incluso de los libertarios y otros revolucionarios? ¿Por qué tantos historiadores del movimiento anarquista han tratado de descartarlo de sus relatos, de reducirlo a un agitador pintoresco, incluso a un provocador, sin entender realmente de qué hablaba? Las respuestas a estas preguntas están al alcance de cualquiera que quiera tomarse la molestia de profundizar en su vida, sus actividades y sus escritos.
Libertad era uno de esos anarquistas que no escatimaba en flechas. No sólo apuntó a los amos, sino también a la resignación de los esclavos, a la sumisión del proletariado y a los falsos críticos que predican la Revolución de mañana a cambio de la expectativa y la aceptación de la miseria de hoy. Era una piedra en el zapato de los jueces y de los ricos, contra los que despotricaba sin piedad, pero también de las multitudes que tienen una molesta tendencia a seguir siempre. El hecho de disparar a los pastores no le impidió arrojar la responsabilidad de la existencia de las ovejas a la cara del rebaño.
No es de extrañar que este vagabundo de Libertad, que llegó a París con muletas, se ganara rápidamente una reputación de pendenciero y pendenciera, cuyas palabras eran tan temidas como los bastones. Aprovechó todas las oportunidades para decir lo que tenía que decir: en medio de una misa en la catedral, en una reunión socialista, en la panadería, frente a su casero, en la calle.
Pero no nos precipitemos en su vida, sino que tomemos el tiempo necesario para encontrarnos con nuestra Libertad a través de las fronteras del tiempo y del espacio. Aunque sólo sea porque hay hilos que recorren la historia y que nos dan un sentido de reconocimiento, que reconectan con el pasado, con el que podemos dialogar y, como es sin duda el caso de Libertad, que todavía puede dar una buena patada a lo que se ha encostrado o se ha endurecido.
"No quiero cambiar una parte de hoy por una parte ficticia de mañana, no quiero renunciar a nada del presente por el viento del futuro.
La dimisión casi siempre va acompañada de algún tipo de promesa de futuro. Mañana será mejor, mañana algo cambiará, mañana será diferente. Mientras tanto, la máquina sigue girando, devora la vida y el mañana sigue siendo siempre el mañana. Cada compromiso en la vida cotidiana, cada pequeña concesión, cada suicidio parcial aplasta, como describe Libertad, parte de nuestra autoconfianza, de nuestra individualidad, de nuestra voluntad de vivir de acuerdo con nuestras ideas. Libertad hace añicos a todos los que intentan inventar razones para justificar la postergación de la vida; y es aún más duro con los que envuelven su retiro en frases revolucionarias.
Su desafío a la vida, su exigencia, es la de lo inmediato, el aquí y ahora. Y no sólo sobre algunos aspectos de la vida, sino sobre cada experiencia, cada sentimiento, cada alegría y placer. No se trata de subsistir y esperar el reino de la abundancia, sino de comer, aquí y ahora, comer lo mejor. No se trata de vivir en una barriada, sino de vivir en una casa, y en la más bonita que haya. No se trata de refrenar los deseos sexuales y limitarlos al matrimonio o a una sola pareja para siempre, sino de entablar relaciones amorosas recíprocas, aunque se rompan, no para satisfacer alguna necesidad natural, sino para disfrutar abundantemente de cada beso, cada caricia, cada abrazo. ¡Imposible! ¡Utopía! Soñando", grita el rebaño a coro. Ciertamente. Exagerados, excesivos, exigentes, apasionados, así son los deseos de Libertad. Este es el origen de su revuelta. No se conforma con ningún placebo -cuando la sociedad actual se basa en su reparto-, y así se enfrenta directamente a los muros de las instituciones, a las cadenas de la explotación, a la resignación de sus semejantes, a los hábitos y a las tradiciones. La exigencia de inmediatez convierte todos los aspectos de la vida en un campo de batalla en el que hay que luchar; donde sólo la revuelta puede abrir una brecha. ¿Y qué aporta esa revuelta, preguntarán los realistas de forma acusadora? "La alegría del resultado ya está en la alegría del esfuerzo. El que da los primeros pasos en una dirección que tiene todas las razones para creer que es buena, ya está llegando a la meta, es decir, tiene la recompensa inmediata de este trabajo." El objetivo de la revuelta no está separado de los medios que se da, están estrechamente entrelazados.
Entonces, ¿cuál es la sorpresa de que la revuelta de Libertad utilice todas las armas y tire todo el legalismo por la borda? ¿Qué duda cabe de que los que quieren comer aquí y ahora a gusto se lo arrancan al tendero que lo ha convertido en una mercancía? Del mismo modo, la difusión del periódico l'anarchie, del que Libertad era uno de los impulsores, iba acompañada de la difusión de diversas formas de ilegalidad (desde el robo hasta la estafa, pasando por la falsificación) entre los anarquistas; mientras que, por otro lado, se producía un acercamiento entre los canallas de los que París estaba repleto y los círculos anarquistas. Tras la muerte de Libertad, los "ilegalistas" surgieron de los círculos anarquistas y se dedicaron a saquear las cajas fuertes de los bancos con armas en la mano.
"¿Qué importa los gestos malos, inútiles y venenosos que se hagan? Tienes que vivir. Pero trabajar es envenenar, saquear, robar, mentir a otros hombres. Trabajar es mezclar fuscina con bebidas, hacer cañones, sacrificar y cortar carne envenenada. Trabajar es eso para la ternera que nos rodea, esa carne que debería ser sacrificada y empujada por el desagüe.
¿Cuántos revolucionarios no han opuesto a la explotación una exaltación del trabajo, dibujando un futuro que se parecía más a un gran campo de trabajo voluntario? No es de extrañar, pues, que el movimiento obrero -socialistas y sindicalistas incluidos- se haya quedado generalmente en un cuestionamiento parcial de la economía, en una crítica de sus formas (condiciones de trabajo, relación entre trabajo y capital) más que de su propia esencia. La crítica del capitalismo debe ir acompañada de una crítica del trabajo, si quiere tocar los cimientos de esta sociedad. Libertad no sólo critica la propiedad, sino también el trabajo como actividad nociva, no sólo para uno mismo, su salud y su mente, sino también para los demás y el medio ambiente. Hoy en día, probablemente incluso más que en el pasado, la economía produce principalmente objetos inútiles y tóxicos (desde aparatos cancerígenos hasta alimentos industriales,...).
Evidentemente, el rechazo del trabajo no significa el rechazo de toda actividad, como los marxistas y sus primos han intentado hacernos creer desde hace más de 150 años. Por el contrario, significa elegir una actividad significativa, una actividad que satisfaga tanto nuestras necesidades materiales como nuestras pasiones y deseos más salvajes. Por eso, Libertad habla tanto de alegría y placer. Frente a las sombrías sirenas de la fábrica, toca la melodía de la vida.
"No es con la cantidad de público que se hace un movimiento, es con su calidad. Y si es casi imposible tener esta cualidad de la muchedumbre, digamos que será con la cualidad de los que lanzarán a las multitudes a los caminos de la revuelta."
Libertad nunca trató de seducir o encantar a las masas. Por el contrario, empuñó el látigo para fustigar su resignación, su colaboración con la dominación. En Libertad no se encuentra una palabra a favor de nada que sea o quiera ser "masa": desde "el pueblo" hasta el "proletariado", desde los partidos hasta los sindicatos. Fulmina contra las multitudes que van a los cuarteles a hacer el servicio militar, que se arrastran a las fábricas para trabajar hasta la muerte, que están dispuestas a linchar a cualquiera que ofenda su moral (basada en la monogamia, el honor, la patria y la religión). Pero tampoco quería saber nada de las torres de marfil, de ese desprecio burgués por la plebe que no está alimentado por el orgullo individual sino por el asco. Supo aprovechar todas las oportunidades para debatir y también para eliminar los obstáculos que se interponen al libre desarrollo de la individualidad. Los que no querían saber, probaron sus muletas.
El curso de su vida está atravesado por el hilo de lo cuantitativo y lo cualitativo. Lejos de gritar de alegría cuando miles de personas salen a la calle, dirige inmediatamente su mirada hacia el contenido de esta protesta, hacia los medios que se atreve a adquirir, más allá de la legalidad, hacia los obstáculos que una revuelta consigue destruir desde el principio. En varias ocasiones, sugiere que el trabajo de un cirujano es indispensable, afirmando al mismo tiempo la fuerza "purificadora" del fuego anónimo que consume las fábricas y las instituciones. Según Libertad, no hay que buscar la calidad en la masa amorfa; siempre seguirá a los pastores de turno. La difusión de las ideas anarquistas no sirve para arrastrar a las personas a una lucha eterna por algún Paraíso, sino que debe animarlas a vivir aquí y ahora como hombres libres, libres de todo prejuicio moral y religioso. Libertad tenía mucho interés en esta difusión, en esta propaganda como se llamaba entonces. Casi siempre llevaba panfletos y periódicos anarquistas en el bolsillo; organizaba incansablemente, junto con otros compañeros, las famosas "Causeries Populaires", veladas en las que se discutían todos los temas imaginables. Estas charlas se celebraron cada semana en diversos lugares, tanto en los suburbios de París como en otras ciudades, y tuvieron un gran éxito. Atraían a tanta gente y eran tan apasionados que a menudo acababan en peleas, contra los policías o entre ellos.
"Para mantener el culto a los muertos, la cantidad de esfuerzo, la cantidad de material gastado por la humanidad es inconcebible. Si todas estas fuerzas se utilizaran para recibir a los niños, miles y miles se salvarían de la enfermedad y la muerte. Si este imbécil respeto a los muertos desapareciera y fuera sustituido por el respeto a los vivos, la vida humana aumentaría en felicidad y salud hasta proporciones inimaginables.
Libertad no fue la primera en decirlo, ni la última: esta sociedad ama la muerte y reprime la vida. En todas partes, sus hábitos y costumbres, su trabajo y sus estructuras, su moral y sus valores siembran la muerte, envenenan y aplastan. Y cuando la muerte no está presente, la vida misma es despojada de su plenitud, de su infinita multiplicidad de experiencias y sentimientos, y reducida a una especie de sucedáneo que basta para mantenernos en marcha, que nos mantiene vivos. Y mientras rendimos homenaje a los muertos, mientras despreciamos a los vivos, nos estamos suicidando a escondidas, y día tras día estamos destruyendo una parte de nosotros mismos.
El miserabilismo en los círculos revolucionarios es una verdadera plaga. La actitud de esperar tal o cual momento no sólo conduce a menudo al abandono y a la depresión, sino que también carcome poco a poco nuestra vida. Mientras esperamos tiempos mejores, nos conformamos con una comida insípida, una vivienda insalubre, nos perdemos en compromisos mezquinos con los caseros, los funcionarios, los jefes. Y con el paso del tiempo, estos pequeños compromisos se convierten en grandes, en una especie de actitud ante la vida. Uno intenta convencerse de que los "años locos de la juventud" fueron una rebelión sin contenido; se adapta; la presión del entorno es demasiado grande y la rebelión parece demasiado exigente. Los deseos indomables y la alegría de la revuelta dan paso a la lógica de las ganancias y las pérdidas, de los resultados realistas y las relaciones de poder, de los cálculos. Las ideas se transforman en política; los deseos se convierten en análisis y, paso a paso, olvidamos que la alegría está en el propio acto, en el hecho mismo de recorrer nuestro propio camino. Que la subversión comienza en nuestras propias vidas, en este mismo momento, y que ningún espejismo, ningún realismo, nos hará renunciar a la alegría de nuestra labor destructiva.
Libertad aspira sin cesar a la plenitud de la vida; rechaza cualquier separación entre sus diferentes aspectos. Su revuelta es indivisible, inaplazable y se expresa en todo momento, oportuno o no, deseado o no, pequeño o grande. Para él, no hay división entre las grandes batallas y las pequeñas, lo entrelaza todo, porque en todas partes es su individualidad, es él quien se juega y se pone en juego."
Notas:
Traducido del holandés y publicado en francés por Non Fides.
¡Aparece como introducción en Albert Libertad, Niet morgen, vandaag!
Ediciones Tumult, Bruselas, abril de 2011.
FUENTE: Biblioteca Anarquista
Traducido por Jorge Joya