Meritocracia, la fábrica de una sociedad elitista y jerárquica

El sistema educativo siempre ha sido una herramienta importante para perpetuar las normas de autoridad y mantener la jerarquía social: por un lado, se inculca el orden social como un modelo único del que sería imposible escapar y, por otro, también se trata de seleccionar y preparar a los individuos para que ocupen puestos clave dentro de la sociedad. 

Durante la Tercera República, el papel autoritario de la escuela fue plenamente asumido. El maestro, figura emblemática de la autoridad, imponía una estricta disciplina y podía castigar a los alumnos por la más mínima transgresión de las normas. Herramienta privilegiada de la política estatal, la escuela republicana era también una escuela de adoctrinamiento, como por ejemplo en el período previo a la Primera Guerra Mundial, cuando los profesores preparaban la carne de cañón transmitiendo plenamente la moral nacionalista y antigermánica.

Diversos movimientos sociales y libertarios, así como la revuelta de mayo de 1968, han puesto en tela de juicio la escuela republicana tradicional. Desde entonces, la misión de los profesores se limita a transmitir conocimientos a los alumnos, que ya no aprenden en clase el amor a la patria o la moral. En cuanto a las sanciones, aunque siguen existiendo, ya no tienen nada que ver con los castigos corporales del pasado.

Se podría pensar que la escuela ha dejado de ser una institución autoritaria, que su vocación se limita a enseñar conocimientos. En realidad, sigue desempeñando muy bien su papel de selección elitista gracias a su herramienta favorita: la meritocracia.

A cada uno según su "mérito".

El sistema escolar actual se basa en el concepto de mérito. Los estudiantes son juzgados únicamente por sus resultados. La idea es sencilla: el estudiante que mejor cumpla los criterios de evaluación definidos por el Sistema Nacional de Educación tendrá la oportunidad de acceder a una profesión prestigiosa y remunerada. La cima de la escala social. Esto es el "éxito".

Este concepto de mérito se remonta a la revolución francesa y se puso en práctica con el bachillerato y las grandes escuelas. Los numerosos partidarios de la meritocracia creían que era un vehículo de justicia. En el Antiguo Régimen, la élite estaba constituida exclusivamente por la nobleza; por tanto, bastaba con ser hijo o hija de un noble para alcanzar los niveles más altos de la jerarquía social. La selección por educación y su panoplia de exámenes y concursos, comparada con la selección por nacimiento, ha constituido ciertamente un progreso social innegable, pero es importante señalar que sólo se han cuestionado los criterios de selección de la élite, no su propia existencia, ni los privilegios sociales y materiales de que goza. El hecho de que las personas fueran seleccionadas mediante pruebas y concursos y no por su nacimiento fue un progreso social innegable para la época. Es importante señalar que sólo se han cuestionado los criterios de selección de la élite, no los privilegios sociales y materiales de los que gozan, ni mucho menos su existencia. A lo largo del siglo XX, este sistema meritocrático fue mejorado. En teoría, el acceso a la educación se extendió a todas las clases sociales: la escuela pasó a ser obligatoria hasta los 16 años, y se esperaba que todos los niños llegaran al menos a la secundaria. Pero la práctica dista mucho de ser ideal. Por ejemplo, es difícil ignorar la influencia del nivel social de la familia, la arbitrariedad de los criterios de selección y la evolución de la investigación sobre la inteligencia. Así, la meritocracia es criticada por muchos activistas sociales, intelectuales y sociólogos.

Estas críticas no siempre han sido ignoradas: la izquierda republicana las ha aprovechado a veces para aderezar la meritocracia con un toque de "igualdad de oportunidades". Así, las notas, que sirven para sancionar el trabajo de los alumnos y, sobre todo, para decidir entre ellos, son objeto de mucho trabajo por parte del Ministerio de Educación Nacional. Se han creado ZEP (zonas de educación prioritaria), donde se refuerzan los recursos financieros y humanos, para reducir las desigualdades sociales. Pero la finalidad del sistema educativo sigue siendo la misma: perfeccionar la meritocracia. Sólo el trabajo y la sumisión de los estudiantes determinan su orientación profesional y su lugar en la sociedad.

El mérito, una emancipación ilusoria.

Según los defensores de la meritocracia, es justo que una persona dispuesta y decidida pueda elegir su lugar en la sociedad, en detrimento de los menos dispuestos. Esta ética es la misma que rige el capitalismo. Así, los estudiantes trabajadores tendrían un buen futuro profesional, acorde con su inversión. Los estudios, percibidos como un ascensor social, permitirían a las personas que lo merecen enriquecerse social y económicamente.

Pero la meritocracia no permite la emancipación: al contrario, constituye una nueva herramienta para alienar a la gente, justificando la jerarquía establecida y las numerosas desigualdades de ingresos, poder y reconocimiento social. Con el mérito, cada persona es responsable de su propia miseria y de las dificultades de su vida; y se invita a los alumnos a trabajar con la idea de que deben obtener buenos resultados para enriquecerse, realizar un trabajo honorable o, al menos, evitar un futuro desastroso. A partir de la secundaria, los alumnos se preocupan sobre todo por la nota, y la comprensión y los contenidos pasan a un segundo plano. Sólo los estudiantes de éxito pueden permitirse el lujo de descuidar la nota para interesarse más por los temas que tratan y así apropiarse realmente de los conocimientos, discutirlos y comprenderlos bien.

Naturalmente, los estudiantes desarrollarán técnicas y estrategias para obtener buenas notas: así se asimila y transmite la cultura de los resultados, que encontrarán omnipresente en el mundo laboral. A lo largo de su escolarización, han aprendido a aceptar la lógica de la competencia entre los individuos gracias al marcado, eficaz embajador de la teoría de la zanahoria y el palo. Un mal resultado tiene el papel de un martillazo, una buena nota es una recompensa.

Con la meritocracia, los futuros ciudadanos considerarán como naturales e inevitables las odiosas lógicas en las que se basa nuestra sociedad: la competencia y el egoísmo, la sumisión y el miedo al castigo, el elogio del celo, la dedicación al trabajo para justificar el propio lugar, la prioridad absoluta de un resultado cuantificable en detrimento de todos los demás aspectos del trabajo, la desigualdad material y el reconocimiento. Estas lógicas se convertirán en un reflejo del que será muy difícil deshacerse: ¡incluso se pueden encontrar en los círculos militantes revolucionarios, el colmo del éxito del aplastamiento por méritos!

Si criticar y comprender el sistema permite dar un paso atrás y protegerse del adoctrinamiento, el fantasma del fracaso acecha implacablemente a la oveja perdida y vigila el regreso a las filas de todo el rebaño. Muchos profesores se sienten obligados a obedecer la mecánica de la meritocracia mientras se oponen a ella. La meritocracia, al igual que la ley del mercado, es un arma ideal del Estado: bajo la apariencia de objetividad y neutralidad, enseña y justifica la dominación de la élite.

La fabricación de la élite

La segunda función del sistema educativo es formar a la élite. La oligarquía gobernante en nuestra supuesta república democrática necesita una casta intermedia para mantener su control. En nuestra sociedad, esta élite está constituida por los directivos e ingenieros de la administración pública y las empresas, por los oficiales del ejército, los magistrados de la justicia, las profesiones liberales, los profesores, etc.

Durante la Tercera República, el examen del certificado escolar era el principal instrumento de selección, sustituido hoy por el bachillerato. Siguen varios filtros para afinar la selección entre los candidatos al éxito: clases preparatorias, escuelas de ingeniería, escuelas de negocios, etc. Pero estos canales son sobre todo centros de excelencia. Pero estas corrientes son sobre todo centros de formación donde se aplican intensamente los mecanismos de adoctrinamiento y sumisión de la meritocracia. Esta formación reforzada se multiplica por diez gracias a la continua competencia entre los alumnos. Los alumnos, deseosos de triunfar, se pliegan totalmente a las exigencias de su formación. Durante sus estudios, los estudiantes se enfrentan a nociones teóricas muy complejas que a menudo no les serán útiles en su vida profesional. De hecho, la dificultad de los cursos está orientada a transformar a los alumnos en máquinas que sirvan eficazmente al Estado o al Capital. La situación de un estudiante de Mat Sup luchando con sutilezas matemáticas es muy parecida a la de un soldado haciendo flexiones en el barro: en ambos casos la institución obliga a la persona a realizar un ejercicio estúpido para formarla. El principal objetivo del Estado es moldear una élite dócil, incapaz de cuestionar la jerarquía de la sociedad o, peor aún, de poner sus competencias al servicio de la emancipación popular.

Los planes de estudio, muy exigentes, conllevan una gran carga de trabajo. La capacidad de trabajo de los alumnos se pone a prueba constantemente en una búsqueda incesante de la eficacia. Considerar la participación en el proceso de selección sólo es posible a este precio

Los halagos que se dispensan ampliamente en caso de éxito ("sois la élite de la nación, etc.") acaban pronto por someter a los jóvenes licenciados a una oligarquía en la que se les promete una participación activa y privilegiada.

Al final, este sistema persiste sin que el Estado tenga que enseñar los dientes: la noción de mérito es aceptada por la gran mayoría de la población. La mayoría de las veces, las reivindicaciones de los movimientos de protesta sólo se refieren a las disfunciones del sistema meritocrático, aunque la meritocracia es la justificación de privilegios y poderes de clase profundamente injustos. La meritocracia es, sin embargo, la justificación de privilegios y poderes de clase profundamente injustos. El mérito, en cambio, no es más que un valor moral, en parte derivado del cristianismo, que debería estar abierto al debate.

Teniendo en cuenta que la meritocracia encubre los intereses de la oligarquía, no basta con centrarse en una lucha antinatura. La lucha contra el sistema meritocrático debe formar parte del proyecto de una revolución social y libertaria para alcanzar una dimensión verdaderamente emancipadora. "

Jauffrey - publicado el 18 de enero de 2015

Grupo de Chambéry de la Fédération Anarchiste

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2015/03/la-meritocratie-fabrique-d-une-so