Nacionalización, privatización, socialización, autogestión... El sindicalismo no puede evitar profundizar en estas cuestiones, porque están en el centro de cualquier proyecto de transformación social radical.
Más allá de las posiciones de principio de la lucha contra el sistema capitalista, las respuestas y estrategias alternativas que se construyan deben tener en cuenta la evolución del capitalismo y las condiciones concretas en las que se libra la lucha de clases. Se basan en la necesaria articulación entre las reivindicaciones inmediatas y los cambios estructurales, entre las reivindicaciones y la construcción de una relación de fuerzas para hacerlas triunfar, entre los proyectos alternativos y las formas de acción (democracia obrera, democracia en las luchas, huelgas de masas, huelgas reconductibles, autonomía de los movimientos sociales, consecuencias políticas concretas de las luchas, etc.).
Este texto no pretende ser exhaustivo, no pretende marcar ninguna línea política fuera del marco de los debates y decisiones de nuestra organización sindical. Se trata de una contribución cuyo objetivo es relanzar la reflexión y los intercambios sobre estos temas. Se basa en las conquistas históricas [1] del movimiento obrero, en el análisis de la sociedad en la que vivimos, en la consideración de la relación de fuerzas necesaria para una organización diferente de la sociedad, que requiere una ruptura con el capitalismo. Se trata de una herramienta muy parcial y modesta para los activistas que quieren reactivar el necesario trabajo individual y colectivo de desarrollo de una estrategia emancipadora.
Nacionalización, socialización, autogestión, estos conceptos han impregnado años de debate dentro del movimiento sindical. No se trata de discusiones "en el vacío"; se han realizado experimentos, se han hecho evaluaciones. La gestión de las herramientas de producción [2] directamente por los que trabajan es posible. Este es un primer punto importante porque nos recuerda que las alternativas son posibles, en la vida real, no sólo en forma de eslóganes.
¡Reapropiémonos de nuestra historia, no dejemos que se imponga la visión de la clase dominante, uno de cuyos objetivos es llevarnos a aceptar como un hecho que "el capitalismo es el fin de la historia" [3]!
En el marco del sistema capitalista, la gestión directa de empresas o servicios es posible, como demuestran algunas experiencias; pero no la autogestión, porque se trata de un proyecto de transformación social de la sociedad en su conjunto, con cambios fundamentales en cuanto al poder de decisión, las relaciones entre las clases sociales, las nociones de jerarquía y responsabilidad, etc. Por lo tanto, debemos construir nuestra reflexión integrando esta necesaria ruptura con el sistema capitalista. También en este caso, para que esto sea útil, tenemos que encontrar e inventar reivindicaciones, formas de acción, organizaciones, consignas, ejemplos de luchas, que hagan creíbles estos cambios fundamentales para nuestros compañeros.
A través de ciertas resistencias y luchas sociales actuales, a veces se plantea la cuestión de la organización del trabajo en todas sus dimensiones: ¿quién decide en la empresa y en cada colectivo de trabajo? ¿Qué producir? ¿En qué condiciones? ¿Qué utilidad social? Son sólo preguntas, raramente intentos concretos, y de ninguna manera un movimiento fundamental. ¿Pero no depende de nosotros crear las condiciones para que esto ocurra?
RESPUESTAS ALTERNATIVAS, MOVIMIENTO DE MASAS, CAMBIOS CONCRETOS
El balance de las políticas de nacionalización y privatización llevadas a cabo en los últimos cincuenta años y las lecciones que se desprenden de las luchas por la apropiación social colectiva, son otros tantos puntos de referencia para esbozar respuestas alternativas destinadas a construir un movimiento de masas que permita una ruptura con el sistema capitalista.
Las sucesivas crisis económicas y financieras y sus devastadoras consecuencias sociales han puesto de manifiesto el estancamiento del capitalismo financiero, fase actual de este sistema económico. Refuerzan la necesidad de una utopía transformadora. Pero los efectos del neoliberalismo en términos de desempleo masivo, de precarización y de individualización de la relación salarial obstaculizan cualquier intento de dinámica emancipadora, por no hablar de los resultados desastrosos de las experiencias del llamado "socialismo" real, por ejemplo en los antiguos países de Europa del Este, que todavía pesan en el inconsciente colectivo.
En este contexto contradictorio y paradójico, el sindicalismo no puede limitarse a defender los intereses inmediatos de los trabajadores, sino que debe elaborar un proyecto de transformación social que esté a la altura de las convulsiones del capitalismo contemporáneo y en consonancia con nuestra voluntad de emancipación de los trabajadores.
Demasiadas fuerzas sindicales, en Francia y en todo el mundo, han abandonado esta tarea esencial y sólo pretenden adaptar, o incluso acompañar, los efectos del liberalismo. No es de extrañar, por tanto, que sus estrategias y reivindicaciones ya no tengan como objetivo desafiar al sistema o esbozar los contornos de una organización social diferente.
Crear las condiciones para unas nuevas relaciones de fuerza ideológicas y sociales implica luchar por unas orientaciones sindicales que inviertan la propia lógica del sistema de explotación capitalista y establezcan el vínculo con la situación y las reivindicaciones cotidianas de los asalariados, los parados, los jóvenes en formación y los jubilados.
Entre otras cuestiones sobre las que la Unión Sindical Solidaires trabaja, aún de forma insuficiente, están la distribución de la riqueza, la socialización de los medios de producción, la transición ecológica, las desigualdades de género, las formas de organización social y los procesos de toma de decisiones sobre las opciones económicas y sociales, que se abordan especialmente en el tema de la autogestión.
ANTES DE HACER BORRÓN Y CUENTA NUEVA, ¡APRENDAMOS DEL PASADO!
La cuestión de la propiedad es siempre indicativa del estado de la relación de fuerzas entre las clases sociales y del estado del debate social y político de la época. Sin repasar siglos de debate sobre esta cuestión, veamos algunos de los puntos de inflexión más recientes.
Tras la crisis de 1929, resurgió en Europa el debate sobre la nacionalización entre quienes defendían una política de nacionalización de las infraestructuras y de los sectores clave de la economía y quienes abogaban por una economía mixta en la que el régimen de propiedad capitalista siguiera siendo dominante. En Francia, existía una escisión en el movimiento sindical (sobre todo entre la CGT y la CGTU y luego en la CGT reunificada) entre los "reformistas" y los "sindicalistas revolucionarios", considerando estos últimos que nacionalizar una parte de la economía sin romper con el régimen de beneficios y las desigualdades de clase era una ilusión. La nacionalización de los ferrocarriles mediante la creación de la SNCF en 1937 ilustra esta situación, ya que se trata sobre todo de enjugar las deudas de los grandes accionistas de las empresas privadas, sin tocar los beneficios acumulados durante décadas, y compensándolos muy generosamente: "socializar las pérdidas, privatizar los beneficios", es una vieja reivindicación patronal...
A escala internacional, las colectivizaciones en España entre 1936 y 1938 son una experiencia particularmente interesante; sin mitificarlas, demuestran que "es posible" a gran escala, sin recurrir a las nacionalizaciones estatales sino federando las iniciativas de base. Varios millones de personas participaron en logros sin precedentes: los colectivos agrícolas de Aragón y la socialización de las empresas y los servicios públicos en Cataluña, por ejemplo, se lograron sin recurrir al Estado. Los que producían se hicieron cargo de las fábricas, las oficinas y los campos. Gestionaban directamente la producción, su distribución, los intercambios, pero también los medios que había que poner en común para la educación, la sanidad, etc. Por supuesto, el contexto político, económico y social [4] de España en 1936 no era el mismo que el de nuestro mundo contemporáneo, pero estas experiencias merecen toda nuestra atención.
El debate sobre el poder, e incluso sobre la autogestión, ha atravesado el movimiento obrero en todos los países y en períodos muy diferentes. Sabemos lo que ocurrió con la revolución rusa de 1917 y cómo fueron los regímenes autoritarios de los países llamados "comunistas". Pero en Rusia, desde 1917 hasta principios de los años 20, el cuestionamiento del poder de los consejos obreros (los soviets [5]) fue contestado incluso dentro del partido bolchevique en el poder [6].
En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando había que reconstruir todo y para evitar cualquier atisbo de cuestionamiento del sistema, muchos gobiernos europeos aplicaron las llamadas políticas keynesianas [7] basadas en un fuerte intervencionismo estatal. En Francia, en el marco del Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), que reunía a las corrientes políticas de la derecha y de la izquierda, el proyecto era "la devolución a la nación de todos los grandes medios de producción monopolizados, del fruto del trabajo común, de las fuentes de energía, de las riquezas del subsuelo, de las compañías de seguros y de los grandes bancos"; el preámbulo de la constitución de 1946 retoma estos principios. Una gran parte de los empresarios no se opone a ello, no sólo porque los accionistas indemnizados podrán invertir en sectores más lucrativos a corto plazo, sino también porque las fuertes inversiones asumidas por el Estado serán beneficiosas para el desarrollo del capitalismo. Además, como la gestión de los sectores nacionalizados no está bajo el control de los trabajadores [8], el cambio legal de la propiedad no pone en tela de juicio ni la lógica de la rentabilidad ni el poder de decisión y gestión de los directivos. Esto no es sorprendente, como dijo el sociólogo Bourdieu, ya que la porosidad entre la "nobleza estatal" tecnocrática [9] y los poderes económicos contradice la noción del "Estado como garante del interés general".
El importante trabajo de investigación y confrontación de ideas llevado a cabo durante los años 60 en las organizaciones obreras (incluidos los sindicatos, especialmente la CFTC/CFDT) y la dinámica de mayo de 1968 situaron la autogestión en el centro de muchos debates. En retrospectiva, algunos de los "ejemplos" de la época merecen ser rediscutidos considerablemente [10].
En este contexto, en el que se mezclaban los debates teóricos y un fuerte deseo de "cambiar las cosas ahora", nació en 1973 en Besançon el conflicto del LIP [11]. Contra los despidos, los empleados, masivamente sindicalizados, requisaron las existencias de relojes y se apoderaron de los planes de producción. Siguió un periodo innovador, que cristalizó las esperanzas y el apoyo popular, durante el cual se implantó el lema "es posible, producimos, vendemos, nos pagamos".
Las nacionalizaciones de 1982, bajo Mitterrand, representaron el 17% del PIB y afectaron a varias decenas de empresas industriales (Compagnie Générale d'Électricité, Saint-Gobain, Pechiney, Rhône-Poulenc, Thomson-Brandt) y financieras, pero siguieron la misma lógica que los procesos anteriores, con 47.000 millones de francos de indemnización para los accionistas. No hubo voluntad política para permitir un cuestionamiento de las opciones estratégicas de producción, del poder de decisión y de gestión de los empleados en las empresas.
Los equipos de gestión seguirán siendo los mismos, sobre todo en el sector bancario, donde la carrera por la especulación se traducirá en una factura elevada para los contribuyentes (véase la deuda de 100.000 millones del Crédit Lyonnais). El gobierno del PS/PCF está lejos del programa común de la izquierda de los años 70, que preconizaba la creación de consejos de taller y de servicio para el control obrero de las empresas. Tanto los liberales como los socialdemócratas utilizan la socialización de las pérdidas como una transición antes de un retorno exitoso al sector privado. Siguiendo el ejemplo de las políticas ultraliberales angloamericanas de Thatcher y Reagan, cuya doctrina es la restauración del "orden espontáneo del mercado", el gobierno "socialista" dio el giro liberal en 1983.
Las privatizaciones continuaron bajo gobiernos tanto de derecha como de izquierda, especialmente bajo el gobierno de Jospin (PS/PCF/Los Verdes, 1997-2002). El drama de la industria siderúrgica francesa, privatizada en 1996, es uno de los símbolos. Otros sectores verán disminuir progresivamente la participación del Estado y se limitarán finalmente a la energía, los transportes, la radiodifusión pública, las telecomunicaciones, Correos... a menudo cada vez más parcialmente.
Esta contrarrevolución conservadora, iniciada en los años ochenta, adoptó nuevas formas en los años noventa, con el dominio de las finanzas sobre toda la esfera económica, cuya búsqueda de la máxima rentabilidad a corto plazo, unida a la creciente concentración de empresas, condujo a la extensión de las privatizaciones y a una brutal ofensiva contra los servicios públicos.
Es evidente que el proceso de privatización ha tenido un alto coste social. Los Estados han vendido a menudo empresas públicas al sector privado. Esta última, guiada por la búsqueda del beneficio inmediato, no tiene interés en una producción ecológicamente perjudicial y socialmente desastrosa para los trabajadores. Y cuando el sector privado quiebra, los Estados lo rescatan, sin ninguna compensación, y hacen que el pueblo pague la factura, destruyendo el sector público, como ocurre hoy con las políticas de austeridad introducidas en Europa a raíz de la crisis económica y financiera de 2008. No son las escasas medidas de B. Hamon sobre la economía social y solidaria, ni el proyecto de Hollande sobre la posibilidad de adquisición de empresas rentables por parte de los empleados, lo que cambiará el dominio de la ley del mercado y la captura de los poderes de decisión por parte de una oligarquía minoritaria.
SOCIALIZACIÓN, AUTOGESTIÓN: OTRA VÍA POSIBLE
Las cuestiones que debemos plantear son las de la distribución de los frutos de la riqueza producida y las de la organización de la producción (lo que implica preguntas sobre su contenido, su utilidad social, sus implicaciones ecológicas, etc.).
La nacionalización de tal o cual sector, donde sólo cambia la forma jurídica de la propiedad al pasar a ser estatal, no altera la lógica del sistema en su conjunto. En determinados momentos, pueden permitir salvaguardar los intereses de los asalariados; pero una verdadera transformación social del sistema presupone la socialización de todos los medios de producción y de intercambio y, por tanto, el cuestionamiento de la propiedad privada y del poder por parte de los trabajadores, no sólo en el seno de las empresas, sino también de forma más amplia para la "administración de la sociedad". Esto implica también un marco nacional de planificación de las futuras necesidades sociales y de los recursos destinados a satisfacerlas, teniendo en cuenta los imperativos ecológicos.
La articulación de estas orientaciones, a escala nacional e internacional, con las necesidades locales, las de las empresas y las de las sucursales, plantea la cuestión de toda la "cadena democrática" para garantizar opciones coherentes en beneficio de la comunidad en su conjunto.
Más allá de las diferentes palabras (autogestión, colectivización, socialización...), lo que entendemos por autogestión es que las clases sociales que producen la riqueza colectiva [12], hoy sin poder, pueden gestionar la economía (por tanto las empresas, los servicios, etc.) y más generalmente la sociedad. Esto implica la apropiación colectiva directa de las herramientas de producción y de los medios de intercambio. No queremos describir un modelo ideal para "después de la revolución", sino, por un lado, "construir la sociedad del mañana a través de nuestras luchas de hoy", y por otro lado, crear las condiciones para que las luchas hagan realmente las cosas.
Una vez establecidos estos principios, la evolución del capitalismo y sus efectos en la estructuración de la mano de obra obligan a replantear los términos del debate sobre estas cuestiones. Ya no estamos en los años setenta, cuando nos enfrentábamos a un capitalismo todavía muy patrimonial, familiar, con un poder de decisión único e identificado.
La internacionalización del capital, los centros de poder opacos y escurridizos, la interdependencia económica a escala mundial, el dominio de las multinacionales sobre todos los sectores, las pequeñas y medianas empresas (PYMES) y el mercado de las materias primas, obligan a redefinir el contenido de las respuestas alternativas y las estrategias sindicales y políticas.
Esto no significa que las experiencias de autogestión sean imposibles, incluso en formas incompletas como las SCOP [13] en Francia o en formas más exitosas y numerosas como en Argentina (las empresas "recuperadas") o la cooperativa de trabajadores de Mondragón en el País Vasco español, pero en todos los casos se encuentran en sectores y nichos restringidos.
El modo de organización de la SCOP permite importantes rupturas con el patrón dominante en la economía capitalista: sobre la propiedad, la jerarquía, la división de tareas, etc. En otro registro, pero con la misma aspiración, el desarrollo de las AMAP (Association pour le maintien dune agriculture paysanne) plantea las cuestiones de los cortocircuitos entre agricultores y consumidores, de la inutilidad de los grandes grupos de distribución depredadores, pero también de la calidad de los alimentos producidos y del apoyo a la agricultura no productivista.
En cuanto a la "economía social y solidaria", también llamada "tercer sector", aunque a veces exprese una aspiración de ruptura con las leyes del mercado, no está exenta de contradicciones; la gestión de estas entidades, como muchos comités de empresa o asociaciones, ¡está lejos de romper con el modelo dominante! Se sitúa en los márgenes del sistema y sin una visión de conjunto, abierta a la instrumentalización en un proceso de privatización de los servicios públicos, y a la recuperación comercial como el comercio justo por parte de las grandes cadenas de distribución.
Las experiencias que se pueden realizar a través de los comités de empresa (¡muy pocos!) o de los SCOP, por muy útiles e interesantes que sean, no son autogestión en el sentido de un proyecto global que tenga consecuencias para toda la sociedad, y que ponga en cuestión las relaciones entre clases sociales que conocemos. El proyecto de autogestión del que decimos formar parte es necesariamente una ruptura con el sistema capitalista.
UN SINDICALISMO INTERNACIONALISTA, CONCRETAMENTE
El reto del sindicalismo es global: imponer un cambio sistémico, a escala nacional e internacional. En este sentido, la construcción de luchas conjuntas entre empleados de grandes grupos que operan en varios países, en particular a nivel europeo, debe convertirse en un objetivo prioritario; el desarrollo de redes sindicales de "lucha de clases" a escala internacional, o la perpetuación de los foros sociales europeos y mundiales, son también decisivos.
Existen herramientas, como la Red Internacional de Solidaridad y Lucha Sindical y las redes que se están organizando en varios sectores profesionales; pero sólo nos serán útiles para construir los avances políticos y sociales que deseamos si nuestros colectivos sindicales de base (sindicatos, secciones sindicales) se las apropian, las hacen realidad y las generalizan entre la masa de trabajadores. De lo contrario, ¡sólo sirven para dar una buena conciencia internacionalista, sin ningún efecto real sobre la lucha de clases, y por tanto sin ninguna consecuencia sobre las relaciones sociales y el sistema capitalista!
TRABAJADORES, USUARIOS, CONSUMIDORES, CIUDADANOS...
Otro reto para el sindicalismo es la concepción del sujeto social, actor de esta perspectiva de transformación social: ¿es la clase obrera en su visión más restrictiva? ¿Es la clase trabajadora en su visión más restrictiva? ¿Son los asalariados (tanto si tienen trabajo como si están en paro, en formación o jubilados)? ¿Cuál es la relación con los campesinos? ¿Con los artesanos? La gran mayoría del sindicalismo sigue impregnada de una concepción restrictiva de las bases sociales de la democracia económica y social.
El sindicalismo ya no debe pensar en las fuerzas dinámicas de la transformación social únicamente en función del papel de los productores y del lugar cerrado de la empresa, sino que debe entender esta cuestión de forma transversal, tanto en su dimensión interprofesional como a través de la articulación y el cruce entre los momentos en que somos usuarios, empleados y ciudadanos; este último término caracteriza el lugar de los trabajadores en "la ciudad", sin remitirse a una definición que la limite a los contornos de la república burguesa heredada de 1789.
La coherencia de las opciones económicas, de los objetivos de producción de los bienes comunes, requiere una visión global que vaya más allá de los intereses de una sola comunidad de producción o de servicio. Transformar todas las relaciones sociales implica ir más allá de la cuestión de la apropiación social de los medios de producción y desarrollar una reflexión sobre los temas de la democracia social, la ciudadanía y la igualdad para alejarse de la figura única del productor emancipado.
De forma ciertamente modesta, y con todas sus carencias, las campañas de boicot de productos (como Danone en 2001 [14]), el "voto ciudadano" contra la privatización de Correos, o las luchas sindicales internacionales por el derecho a la sanidad, por la defensa de los servicios públicos ferroviarios, son ejemplos de las necesarias alianzas de fuerzas sociales complementarias.
Más recientemente, se ha vuelto a plantear la relevancia de la propiedad de la empresa. Los sindicatos CGT y CGC de Fralib, en Géménos, tienen un proyecto para hacerse cargo de la producción de té Elephant/Lipton. La multinacional Unilever la bloquea, negándose a ceder la marca Elephant. Más allá de la voluntad de romper el colectivo de trabajadores que luchan contra la decisión de la patronal, lo que está en juego para la multinacional es impedir un proyecto que responde a cuestiones fundamentales como la deslocalización, el desarrollo de la producción local, los métodos de producción, en definitiva, la transición ecológica.
En Florange, fue otra multinacional, Arcelor-Mittal, la que incumplió sus compromisos e hizo desistir al Gobierno inmediatamente después de un tímido anuncio de una posible nacionalización parcial y temporal...
A propósito de PSA, escribimos en agosto de 2012, en un folleto nacional de Solidaires: "Hay que abrir un debate con los asalariados afectados, pero también con el conjunto de la población, sobre las cuestiones de socialización, de control de los asalariados sobre lo que producen, sobre la utilización de la plusvalía generada, sobre las inversiones útiles para la sociedad... Estas cuestiones se plantean para la industria del automóvil como en otros sectores productivos." En realidad, los huelguistas de la PSA nunca han previsto colectivamente una reanudación de la producción, aunque fuera acompañada de una reconversión; tal planteamiento supone un trabajo sindical previo, en el tiempo.
La ausencia de una reflexión colectiva sobre la gestión alternativa, y más concretamente sobre la posible autogestión, debilita las perspectivas emancipadoras de los movimientos.
LOS CONTRAPODERES PARA ANCLARSE EN LA VIDA COTIDIANA
La cuestión de los contrapoderes en la empresa, pero no sólo en la empresa [15], es esencial. Es uno de los ejercicios de "gimnasia revolucionaria" de los que hablaban los sindicalistas revolucionarios de principios del siglo XX. No se trata de limitarse a los contrapoderes, sino de construir una dinámica que lleve a plantear concretamente la cuestión del poder, su forma, su ejercicio, su realidad, su utilidad... y volvemos al debate sobre la autogestión.
Nuestras consignas y nuestras reivindicaciones de redistribución de la riqueza producida, de reducción masiva de la jornada laboral, de derecho de veto de los representantes de los trabajadores en los comités de empresa, de requisición de puestos de trabajo, de apropiación colectiva de las empresas que cierran, etc., se articulan plenamente con estas reflexiones. Aplicable a la situación actual, por tanto en el marco del sistema capitalista, todo esto puede ser acusado de "reformismo". Pero es la relación dialéctica [16] con las luchas lo que puede darles un carácter revolucionario. La construcción de una relación de fuerzas y movimientos de masas que se opongan frontalmente al sistema vigente, y por lo tanto el fortalecimiento de las herramientas sindicales portadoras de esta dinámica, son esenciales para pasar de los debates abstractos a la práctica concreta.
Del mismo modo, la autogestión no debe ser una noción que permanezca abstracta a los ojos de la mayoría de los trabajadores. En el proceso de dar credibilidad a nuestras aspiraciones de autogestión, sería útil que los colectivos sindicales elaboraran lo que esto podría significar en su sector (como se ha mencionado en otro lugar, teniendo en cuenta que no se trata de la autarquía).
Esto puede concebirse con relativa facilidad para una empresa de una sola actividad, aunque lleve a plantearse cuestiones importantes como la utilidad o no de la jerarquía, las modalidades de decisión colectiva, las relaciones entre departamentos, la no oposición entre la autogestión y el "mando" a veces técnico, etc. Pero en las empresas más grandes, en los servicios en red (transporte, energía, etc.), es más complejo; razón de más para trabajar en ello ahora.
No queremos construir "un esquema ideal aislado de todas las realidades", sino aprender juntos, construir juntos, hacer creíble la perspectiva de la autogestión y, por tanto, del cambio fundamental en la organización de la sociedad.
Como hemos dicho, la autogestión, tal y como la entendemos, no significa la gestión directa por parte de los trabajadores de cada uno de sus centros de trabajo. Por el contrario, debe estar anclado en este nivel. Estamos "en casa" en nuestras empresas, nuestros departamentos, nuestros lugares de trabajo. Esta afirmación puede parecer ingenua y apolítica, pero está lejos de serlo. Es confiando en su "buen derecho" (no en el sentido de derecho legal burgués) de decidir juntos lo que hacen en el trabajo que los trabajadores se atreverán a tomar acciones más radicales en el sentido de que cuestionarán principios que hasta ahora se han presentado como evidentes: jerarquía, diferencias salariales, directivas que no corresponden al trabajo real, etc. Reclamar colectivamente nuestros lugares de trabajo es una acción sindical que a primera vista es reformista pero que tiene un alcance radical y revolucionario.
AUTOGESTIÓN DE LAS LUCHAS
La puesta en práctica de una concepción autogestionaria de la sociedad se refiere también a las prácticas sindicales dentro de los sindicatos y en las luchas. Cualquier concepción piramidal de la toma de decisiones es la antítesis de un proyecto de autogestión. Muchas organizaciones sindicales se ven a sí mismas como las sedes, las cabezas pensantes, a las que deben someterse los actores de los movimientos sociales.
Romper con esta concepción y favorecer las formas de democracia directa (asambleas generales decisorias más cercanas a los colectivos de trabajo, comités de huelga, asambleas generales interprofesionales, coordinaciones...), significa trabajar en el aprendizaje de la autogestión en una perspectiva más global, y también elegir la democracia en las luchas, favoreciendo así su autonomía frente a todas las fuerzas externas (políticas, estatales, gubernamentales...) que pretenden dirigirlas.
La autogestión de las luchas es exigente: para que las reivindicaciones, las formas y la duración de una huelga, la posible coordinación con otros sectores, el control de las negociaciones, etc., sean realmente parte de la democracia obrera que reivindicamos, es necesario, por ejemplo, que las asambleas generales (o comités de huelga, etc.) sean realmente representativas de los trabajadores en lucha.
CONFIAR EN LA EXPERIENCIA COLECTIVA, ESTAR DISPONIBLE PARA LOS IMPREVISTOS
La historia del sindicalismo está marcada por los procesos de recomposición frente a la lucha de clases y los acontecimientos políticos y sociales que marcan el ritmo. Se trata de procesos largos, pero el sindicato Solidaires debe desempeñar un papel central en la recomposición sindical de mañana para ofrecer al conjunto de los trabajadores una alternativa al "sindicalismo de acompañamiento".
Ya no se concibe como un simple contrapoder, sino como una fuerza portadora de un proyecto de sociedad frente al capitalismo es una de las condiciones para invertir la relación de fuerzas y hacer posible de nuevo el advenimiento de otro mundo. El internacionalismo es una parte integral de este proceso.
En conclusión, si nadie puede pretender tener un modelo llave en mano de un proceso de transformación social, ni formas acabadas de organización social autogestionada, empezar a plantear algunas preguntas fundamentales es intentar responderlas. Sobre todo, la historia nos enseña que los propios movimientos sociales producen las nuevas herramientas de transformación social.
Estar atento a las nuevas formas de organización colectiva y abierto a lo inesperado es ser fiel a la lucha por la emancipación social.
Catherine Lebrun, Christian Mahieux, 30 de agosto de 2013
FUENTE: Alternative Libertaire
- Artículo publicado en Les Cahiers d'alter de agosto de 2013.
[1] Aquí se habla de lo que se ha aprendido de las luchas y experiencias pasadas; no de las "conquistas sociales", cuya defensa es necesaria porque articula la doble tarea de defender los intereses inmediatos de los trabajadores y construir el movimiento emancipador.
[2] Es decir, la gestión directa de empresas y servicios. No tratamos aquí la cuestión de la gestión directa en el mundo agrícola, por falta de prácticas y reflexiones.
[3] "No hay alternativa" es un eslogan atribuido a Margaret Thatcher, que fue Primera Ministra del Reino Unido de 1979 a 1990, campeona del ultraliberalismo que libró una intensa guerra social contra los sindicatos. Simboliza la batalla ideológica que se libra para hacernos creer que el capitalismo, el mercado y la globalización no son opciones políticas para la organización de la sociedad y su economía, sino que son, de alguna manera, fenómenos naturales.
[4] Esta página de historia social fue escrita entre el golpe militar y fascista de Franco (19 de julio de 1936) y la Segunda Guerra Mundial. En España existían dos organizaciones sindicales que aglutinaban a millones de afiliados: la anarcosindicalista CNT y la socialista UGT.
[5] Paradójicamente, fue en 1922 cuando se creó oficialmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en un momento en que el poder de los trabajadores en las fábricas, a través de los soviets, había sido confiscado definitivamente por el Partido Comunista.
[6] Es el caso de los comunistas de izquierda, y luego de la Oposición Obrera. Véase, en particular, Moscú 1918, la revista Kommunist, ed. Smolny, 2011 y La oposición obrera de Aleksandra Kollontaï, Seuil, 1974.
[7] Keynes es un economista británico. Su teoría, aplicada en la segunda mitad del siglo XX, es que los mercados necesitan la intervención del Estado para encontrar su equilibrio. No cuestionó la explotación capitalista.
[8] Ninguna organización de la CNR lo afirma; al contrario, el PCF y la CGT denuncian estas consignas.
[9] La Escuela Nacional de Administración (ENA) es la institución arquetípica para la formación de este tipo de "servidores del Estado", que son sobre todo servidores de sí mismos y de su clase social.
[10] Varios textos de la CFDT de la época, pero también de organizaciones políticas (PSU, trotskistas, libertarios), hacen referencia a lo que entonces se presentaba como "experiencias de autogestión" en Yugoslavia o Argelia. Por supuesto, los críticos señalan, con razón, muchas deficiencias.
[11] Véase la película Les Lip, l'imagination au pouvoir
[12] Es decir, los que viven de su propio trabajo y no de la explotación de otros. Además, como ya se ha dicho, no se trata aquí de la cuestión campesina.
[13] Sociedades cooperativas y participativas. El nombre oficial hasta 2010 era "société coopérative ouvrière de production".
[14] Acción realizada en apoyo de los empleados de LU-Danone que luchan contra los despidos.
[15] La reorganización y la liquidación judicial son la fuente de más despidos que los "planes sociales". ¿No debería el sindicalismo interprofesional cuestionar el margen de maniobra que deja a la patronal, a través de los tribunales mercantiles, para decidir el destino de los trabajadores de esta manera?
[16] Las demandas tienen su propio alcance. Las luchas tienen su propia dinámica. Pero ambos se influyen mutuamente y crean una nueva situación que hay que analizar de nuevo para actuar con la mayor eficacia posible.
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2014/10/nationalisation-privatisation-soc