No quiero ganarme la vida, ya la tengo

No hay que desanimarse porque la utopía no se haga realidad. Vincent van Gogh

Toda la ilusión de la sociedad actual radica en disfrazar la esclavitud de libertad. Esta mentira es el fundamento del "derecho", ese mítico contrato social que pretende que instituciones ajenas y contrarias a nuestro contacto real y directo con el mundo nos garanticen (a pesar de la incoherencia intrínseca de la afirmación) ese mismo contacto, es decir, la posibilidad de decidir, de tomar y hacer, de sumarnos o no a las iniciativas de nuestros semejantes. Pero, ¿es el esclavo aislado, colocado en el desierto donde está prisionero, libre de negarse a beber el agua que le da el amo? ¿La obediencia que el amo exige a cambio es una cuestión de libre contractualización?

Para sobrevivir material y socialmente, estamos en todas partes y todo el tiempo en una situación de obediencia, de domesticación de los movimientos de nuestros cuerpos, de nuestras emociones y de nuestras mentes, con el fin de conformarlos, de concederlos, de venderlos, de hacerlos esclerotizar y morir, para producir cadáveres a cambio de los cuales podemos comprar otros cadáveres. ¿Cómo podríamos hacer otra cosa? Se nos prohíbe tener realmente los medios, los espacios y el tiempo para vivir plenamente. Históricamente nos han sido confiscados, y aún lo son, bajo la amenaza de gobernantes armados y los sermones de sus misioneros. Se han llevado los calendarios, los campos, los prados, los bosques, las bestias, los espacios comunes, y con ellos nuestras pieles, nuestras percepciones, nuestros vientres, nuestros sexos, nuestros cuerpos, y por tanto nuestros deseos, nuestras almas y nuestros sueños. Y con ellos, nuestros vínculos con el mundo y con otros seres. Los han tomado y los han desfigurado, a imagen de sus horribles ideales.

Nos han reducido a esclavos no muertos, teniendo que pagar no sólo el precio de la supervivencia, sino también consentir la miseria emocional y moral de la sumisión, la abstinencia, la disciplina, el sufrimiento. Nos han convocado para cultivarlas y reproducirlas en nuestros hermanos, hermanas e hijos. Y, sin embargo, lo ocultamos a nuestras conciencias. Nos lo ocultamos a nosotros mismos porque nos da vergüenza admitir lo que se nos inflige. Lo ocultamos porque nos da vergüenza admitir lo que nos hacen, porque creemos que somos responsables de ello, porque no tenemos el valor de sacudirnos nuestras propias cadenas, porque no conocemos otra cosa que esta miseria tan cercana a la nada. Tanto es así que sólo podemos pensar en la liberación acabando con la vida misma. Nos mantienen vivos sólo para aumentar el irrisorio poder de los generales, tan anestesiados como nosotros, insaciables conquistadores de la vida, el espacio y el tiempo, esclavos ellos mismos de su propia disciplina mortal.

La esclavitud asalariada sólo se diferencia de la antigua esclavitud en el mandato que se nos da de mentir a todo el mundo y a nosotros mismos, de representar papeles execrables. Para vendernos y pagar a otros. Actuar, significar en cada pacto leonino de nuestras vidas como mercancías, que nos adherimos, sobre todo, a nuestro envilecimiento. Y sólo tenemos libertades, derechos, los llamados espacios públicos, el llamado tiempo libre y de expresión, para entretenernos, es decir, para distraernos de la insoportable evidencia de esta opresión permanente y generalizada que seguimos al paso de la oca y la oveja. Cualquier iniciativa revolucionaria, es decir, cualquier acción que rompa el marco de este yugo, es vigilada de cerca, condenada y reprimida.

¿Cómo podemos darnos los medios para vivir? Rompiendo el aislamiento sin reproducir un ejército. Negando toda legitimidad a los tabúes modernos que auretan la dominación social, sin reproducir otros, dispersando a los cuatro vientos el sinsentido de la ley, la democracia, el derecho, el uniforme, el deber, la función, la propiedad privada, el precio, el mérito, la eficacia, la economía. Rompiendo todas esas pantallas, esos velos que nos mantienen en el espectáculo de una vida aceptable, pero no vivida e invivible, sin por ello velar nuestro rostro.

¿Misión imposible? Por supuesto, se nos dice constantemente que nuestros supuestos derechos van acompañados de deberes. Pero la misión no sólo es imposible, sino también indeseable: ya no queremos una misión ni un misionero. Misión imposible, ¡dimisión posible!

FUENTE: Pavillon Noir Groupe FA de Poitiers - 20 de mayo de 2015

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2015/07/je-ne-veux-pas-gagner-ma-vie-je-l