- Índice de contenidos
- Preámbulo Introducción
- Capítulo I Las negociaciones para traer a Durruti a Madrid
- La soga se aprieta alrededor de Durruti
- Las negociaciones en Cataluña
- Nuevas negociaciones en Madrid y Valencia
- Capítulo II Los chanchullos en torno a la Junta de Defensa y la llegada de Durruti a Madrid
- La batalla de Madrid: el PCE avanza a costa de la CNT en el centro
- El PCE toma el poder a través de la Junta de Defensa. Acto final
- La CNT de Madrid propone el nombramiento de Durruti y Casado para dirigir el sector Centro
- Las condiciones de la llegada de Durruti a Madrid
- Capítulo III Una mirada retrospectiva a las diferentes propuestas de mando hechas a Durruti
- La propuesta de García Oliver de poner a Durruti al frente de las tres Brigadas Mixtas
- La creación del Consejo Superior de Guerra
- Las maniobras de García Oliver para que Durruti sea nombrado en lugar de Miaja
- Una mirada a la rivalidad entre Largo Caballero y Miaja
- García Oliver al frente (continuación)
- La trampa se cierra sobre Durruti
- Capítulo IV El papel crucial de los servicios secretos rusos
- La extrema especialización de los servicios secretos soviéticos
- Una organización piramidal como una matriosca…
- Capítulo V ¿Quién mató a Buenaventura Durruti?
- La versión oficial de la «bala fascista» no es sostenible
- Se dice que Durruti se mató accidentalmente con su naranjero
- Manzana mató accidentalmente a Durruti con su naranjero
- La hipótesis de que Manzana disparó deliberadamente a Durruti con su pistola
- La versión de un altercado que salió mal con la chaqueta del miliciano
- Durruti, ausente en gran parte de la exposición de 1938
- La versión de Ortiz, solo contra todos La actitud de los médicos
- La reunión del Subcomité Nacional de la CNT
- Capítulo VI Sargento José Manzana Vivo
- ¿Dónde estaba Manzana durante los días de julio de 1936?
- Las horas decisivas antes y después de la muerte de Durruti
- Val se hace cargo
- Manzana vuelve a Aragón
- A modo de conclusión… provisional
- Cronología
- Anexos (En progreso)
- Notas (En progreso)
Cuando planteamos la hipótesis de que Manzana pudo ser el brazo armado del Gobierno republicano que causó la muerte de Durruti*, añadimos al expediente, entre otros elementos, las declaraciones de García Oliver sobre las condiciones en que se creó el Consejo Superior de Guerra. Nunca nos hemos decantado francamente por esta tesis, pero hemos creído que merecía la pena exponerla, con el fin de suscitar reflexiones que puedan apoyarla o refutarla.Nos congratulamos, por tanto, del esfuerzo realizado por Tomás Mera, ávido lector de nuestros trabajos, que ha intentado, leyendo detenidamente la prensa madrileña de la época, reconstruir paso a paso la trayectoria de los principales protagonistas de este tenebroso caso.
Sin querer desinflar las conclusiones a las que llega el autor, que se inclina por la tesis de un accidente provocado por Manzana, podemos asegurar a los futuros investigadores que la cuestión sigue abierta…
La primera versión del texto de Tomás Mera publicada en este sitio data de febrero de 2018**. He aquí una nueva versión, ampliamente revisada, corregida y ampliada, con anexos y nuevos documentos.
Los gimenólogos, 19 de noviembre de 2019
Véase la nota 53 de Les Fils de la nuit, T. 2 : À la recherche des Fils de la nuit, Libertalia, 2016
Preámbulo
En 2013, de visita en Toulouse, redescubrí a Buenaventura Durruti a través de la biografía de Abel Paz publicada en 1993 por el Quai Voltaire. Tras una veintena de años transcurridos en el movimiento trotskista, es hora de revisar la guerra española y el papel de los anarquistas de la CNT y la FAI. De adolescente, había devorado los libros de Hugh Thomas, Cataluña Libre de Orwell y Lecciones de España de Trotsky. Todo lo que recuerdo es una imagen de Durruti resumida en su muerte en Madrid, al fondo del frente, con un disparo en la espalda, y con la participación de los estalinistas. También recuerdo a un viejo anarquista barcelonés que conocí en el verano de 1976 en casa de unos conocidos españoles, que me habló del asalto a las comisarías para conseguir armas. La biografía de Durruti fue sólo el comienzo de una larga serie de lecturas sobre el periodo. Es sorprendente, con la ventaja de la retrospectiva, darse cuenta de que ningún historiador académico -y ha habido una plétora de ellos- ha tratado seriamente las condiciones de la desaparición de Durruti. Sólo los libertarios trataron de entender… Abel Paz quedará como el detonante de esta vuelta a las fuentes. Las múltiples versiones de la muerte de Buenaventura despertaron mi curiosidad. La lectura atenta de las obras de Llarch, Enzensberger o Amorós, así como las publicaciones y los estímulos de los Giménologos me han permitido comenzar a escribir estas nuevas investigaciones…
Introducción
El enjundioso juicio de Juan García Oliver sobre Durruti, cuya frase de sus memorias «¡Qué fácilmente murió Durruti!» es terriblemente cínica. La cita refleja sobre todo la falta de voluntad del autor para encontrar las verdaderas causas y cuestionar sus propios errores. Las circunstancias de la muerte de Durruti fueron todo menos fáciles de aclarar.
En esta investigación sobre las circunstancias de la muerte de Durruti, nos pareció importante verificar la pertinencia de las diversas propuestas de mando que se le hicieron a Durruti durante el periodo comprendido entre las negociaciones para llevar a la CNT al gobierno y la fecha de su muerte en Madrid. Abel Paz 1 y Miguel Amorós 2 son los más precisos sobre las fechas y el desarrollo de los acontecimientos en Madrid. El presente intento de seguir la cronología de los acontecimientos lo más fielmente posible se ha visto facilitado por el acceso a las fuentes digitalizadas de la mayoría de los periódicos madrileños ABC, La Voz 3, La Libertad y El Sol, la prensa libertaria, así como la de la Generalitat y los boletines oficiales del Ministerio de la Guerra.
Si podemos reconstruir lo más fielmente posible la presencia de unos y otros en los distintos lugares donde se jugó todo, Barcelona, Aragón, Madrid y Valencia, podremos intentar desentrañar la maraña de hechos que llevaron a Durruti a Madrid; y a partir de ahí, estudiar la relevancia de las distintas versiones que rodean su muerte 4. El orden de los acontecimientos llevó a Durruti a convertirse sucesivamente en ministro, luego en generalísimo del Sector Centro, después en mayor de tres Brigadas Mixtas (BM), y finalmente a sustituir a Miaja al frente de la defensa de Madrid.
No hay ninguna razón para creer que su muerte haya sido planeada, si no prevista, y menos aún que no haya podido ser de otra manera. Conseguir que abandonara Aragón en contra de su voluntad era el objetivo principal. Desde el gobierno hasta las autoridades de la CNT y los comunistas, todos participaron en distintos grados.
Sus enemigos comunistas conocían su inquebrantable determinación, pero no podían ignorar el hecho de que desde finales del verano del 36 había sufrido una serie de reveses. Más concretamente, la columna de Durruti (al igual que las demás) se estancó frente a Zaragoza. Nada más llegar a Aragón, las columnas libertarias se encontraron con una carencia crónica de armas y equipo militar, entre otras cosas porque el gobierno central temía reforzar a los anarquistas. La milicia pagó un alto precio en los combates contra un enemigo endurecido y sobrearmado. La llegada de Durruti a Madrid se produjo, pues, tras el fracaso de la conquista de Zaragoza.
También hubo una escalada de acontecimientos en el otoño de 1936. Durruti aceptó finalmente venir a Madrid para demostrar sus verdaderas habilidades en el campo, siempre y cuando se le dieran -creía- los medios en términos de armas para luchar contra los «fascistas». En este sentido se habría expresado en una carta a Liberto Callejas, un viejo conocido de Durruti de la época de Los Solidarios 5. La carta -que no sabemos si era auténtica o si fue reescrita por el nuevo equipo de Soli tras la «renuncia» de Callejas- fue enviada al Presidente de la República.
La «dimisión» de Callejas – fue reproducida en la portada del Soli del 17 de noviembre del 36 bajo el título «El compañero Durruti dijo…» :
He venido desde las tierras de Aragón para ganar la lucha que representa una cuestión de vida o muerte no sólo para el proletariado español sino para el mundo entero. Todo se ha centrado en el Madrid y no te oculto que me da placer enfrentarme al enemigo, al menos porque hace más noble la lucha. Antes de salir de Cataluña, pedí a los que persiguen el mismo objetivo que tomaran conciencia de ello. No apuntaba a los cobardes y a los débiles. Me dirigía a los que estamos dispuestos a poner la gota que colma el vaso. Las armas no hacen nada si no hay voluntad ni cálculo en el momento de disparar. En Madrid nadie duda de que los fascistas no entrarán, pero hay que hacerlos retroceder lo antes posible porque hay que salir a conquistar España de nuevo.
Me alegro de estar en Madrid y con Madrid, no te lo oculto, y me gusta verlo ahora con la seriedad de un hombre reflexivo y consciente de su responsabilidad, y no con la frivolidad y el desánimo de un hombre ante la tormenta que amenaza.
Esto es lo que se esperaba de él.
Probablemente, Durruti no se hacía ilusiones sobre el crédito político que podría obtener como «salvador de Madrid» del presidente del Consejo, el socialista Francisco Largo Caballero, crédito que podría abrir finalmente el grifo del armamento de las milicias. No podía ignorar el requisito previo exigido por éste para crear su Ejército Popular de la República: la militarización de las milicias integradas en las futuras Brigadas Mixtas. Pero el feroz deseo de Buenaventura de contar con los medios para conquistar de nuevo Zaragoza se antepuso a todo lo demás.
No disponía de fondos para comprar armas modernas en el exterior y estaba obsesionado, con razón, con esta cuestión. Todavía recordaba las promesas de Largo Caballero de 1.600 millones de pesetas-oro para la campaña de Aragón tras su encuentro en Madrid el 2 de octubre de 1936 en presencia de Pierre Besnard, secretario general de la AIT. Según Paz, la reunión tuvo lugar después de que se filtrara el plan de incautación de la reserva de oro del Banco de España por parte de Diego Abad de Santillán. Nada más llegar a Madrid, éste se lo comentó a los miembros del Comité Nacional, que pusieron el grito en el cielo. Santillán y Durruti habían urdido este plan sin informar a Juan García Oliver: un convoy de varios trenes procedentes de Barcelona, formado por militantes confederales y encabezado por Durruti, debía cargar el oro entre finales de septiembre del 36 y principios de octubre. Tras el abandono de este plan, Largo Caballero no lo dejó entrever, pero aprovechó para olvidar sus promesas una vez que Durruti regresó a Aragón. Temiendo que se repitiera, el gobierno incluso aceleró la transferencia de casi 510 toneladas de oro a la URSS, que tuvo lugar el 25 de octubre.
Comprometida la compra de armas, para que la «revolución» no quedara sepultada por los imperativos de la guerra, era necesario tomar Zaragoza para abrir militarmente un eje desde Cataluña hacia el norte de España, incluyendo Asturias y el País Vasco, donde se encontraban los yacimientos de materias primas así como las fábricas metalúrgicas y de armas 7. Esta es una de las principales lecciones del libro de Abel Paz. La muerte prematura de Buenaventura decidió lo contrario.
Capítulo I – Las negociaciones para traer a Durruti a Madrid
El lazo se estrecha alrededor de Durruti
Antes de salir de Madrid hacia Valencia en la noche del 6 de noviembre, Largo Caballero convocó por la tarde un Consejo de Ministros para discutir la situación militar. Anunció oficialmente la marcha del gobierno a Valencia a pesar de la oposición de los cuatro ministros de la CNT. El 18 de octubre, el Presidente del Consejo ya había sondeado a los representantes de los partidos y sindicatos que apoyan al Frente Popular para trasladar el gobierno fuera de Madrid. Sólo Horacio Prieto, en nombre del Comité Nacional de la CNT, había rechazado la propuesta y Largo Caballero no había insistido8 . Sobre la base del decreto gubernamental del 29 de septiembre de 36 por el que se sometía a las milicias del Centro 9 al código de la justicia militar a partir del 10 de octubre -primer paso de la futura militarización-, Largo Caballero entabló discretas negociaciones con Horacio Prieto, que también era partidario de la participación ministerial, para incorporar al gobierno a militantes de la CNT y de la FAI. Otra condición era que Durruti viniera a Madrid.
El 6 de noviembre, después de haber obtenido el acuerdo definitivo de Prieto, Largo Caballero abandonó Madrid con todo el gobierno y dejó dos cartas dirigidas a los generales Miaja 10 y Pozas. Las instrucciones eran claras: estas cartas no debían abrirse hasta la mañana siguiente, el 7 de noviembre, a las 6 horas. Abel Paz nos cuenta cómo fue de otra manera. Los dos generales los abrieron hacia la medianoche y entonces se dieron cuenta de que el orden de los destinatarios se había invertido. Otras fuentes citadas por Burnett Bolloten 11 nos dicen que los sobres se abrieron mucho antes, entre las 6 y las 8 de la tarde. La decisión se tomó de mutuo acuerdo entre los dos generales. El principal argumento esgrimido, y parece lógico, era un ahorro de tiempo de casi 12 horas. De lo contrario, habría sido muy perjudicial para la defensa de la capital. Por ello, el general Pozas ya estaba en Tarancón la tarde del 6 de noviembre.
Que conste que los generales Pozas y Asensio 12 se encontraron varados en Tarancón en la carretera de Valencia, siguiendo las órdenes del delegado de las milicias madrileñas de la CNT, Cipriano Mera Sanz 13, de detener a todos los que huyeran de la capital, incluidos ministros y funcionarios. Tanto es así que Federica Montseny, recién nombrada ministra de Sanidad, se quejó de la negativa a dejarla pasar. Finalmente lo hizo antes de que Mera llegara a Tarancón. Mientras tanto, fueron necesarias las intervenciones de Eduardo Val Bescós, del comité regional de defensa de la CNT de Madrid, y de Horacio Prieto, hacia las 2 de la madrugada, para que se levantaran los bloqueos y se liberara a los ministros detenidos. García Oliver pudo pasar sin problemas, ya que las salidas se escalonaron a lo largo de la tarde y la noche.
Una vez abiertas las famosas cartas y puesto en marcha el nuevo dispositivo de defensa, Pozas se convirtió en «jefe general del Ejército del Centro» y en el superior de Miaja, que iba a presidir la Junta de Defensa de Madrid (JDM). El sector Centro corresponde ahora a la ciudad de Madrid y sus suburbios inmediatos. En caso de que la capital cayera en manos de Franco, Largo Caballero planeó retirar las tropas de Madrid a Cuenca y establecer allí un nuevo centro de mando bajo la dirección de Pozas. Muy pesimista sobre lo que iba a ocurrir después, Largo Caballero no apreció la férrea determinación de los habitantes de no ver caer la capital. Había predicho -según Bolloten- que sólo duraría entre tres y seis días como máximo. Se eligió Valencia como punto de apoyo. El presidente de la República, Manuel Azaña, se refugió en Barcelona. Estas dos ciudades tienen en común que están abiertas al mar.
No queriendo dar la razón a los detractores de los ministros que les acusaban de huir, y una vez instalado sumariamente su ministerio en Valencia, García Oliver se propuso como cuestión de honor volver a Madrid lo antes posible. Tomó la palabra del Presidente del Consejo, que anunció, al término del primer Consejo de Ministros en Valencia, en la tarde del 7 de noviembre, que él también regresaría a Madrid. García Oliver se le adelantó y parece que fue el primero en llegar a Madrid, probablemente en la tarde del 8 de noviembre, dirigiéndose directamente al Ministerio de Justicia. García Oliver dirá en sus memorias que acudió allí para limpiar los archivos y fichas policiales de los militantes de la CNT-FAI, pero también que se encontró con Miaja al día siguiente en el Ministerio de la Guerra. Sin embargo, la prensa madrileña, que siguió los distintos viajes de los miembros del Gobierno, no lo mencionó.
Mientras el Gobierno pensaba ya en abandonar la capital a toda prisa, el 3 de noviembre ya se había celebrado en Barcelona 15 una primera reunión decisiva del Consejo de Defensa de la Generalitat y de los delegados de las columnas en Aragón. García Oliver se ausentó porque el día anterior había dejado Barcelona para ocupar su puesto de futuro ministro en Madrid. Abel Paz describe la sesión con las intervenciones de Felip Díaz Sandino 16 y Santillán sobre la situación militar en Madrid; todos ellos exigiendo el envío de fuerzas para defender la capital. En un intento de ablandarlo, el Consejo de Defensa pidió a Durruti que pronunciara un discurso para elevar la moral de los combatientes y exaltar la voluntad de resistencia de los madrileños. La fecha del discurso se fijó para el 4 de noviembre. La emisora de radio de la CNT en Barcelona lo difundió ampliamente en toda la ciudad a las 21 horas por medio de altavoces.
Los dos extractos siguientes muestran la determinación de Durruti:
Los milicianos miran a Cataluña, a Barcelona, y Barcelona no está a la altura de las circunstancias. No está cumpliendo con sus obligaciones. No los cumple porque la vida de un miliciano no se puede valorar en 10 pesetas; porque los alimentos que se deben a su mujer, a su hijo, tampoco se pueden valorar. Y mientras esto ocurre, los concejales, algunos de los cuales pertenecen a la CNT e incluso a la FAI, gastan a manos llenas en ropa y comida. Si pretenden hacer de esto una guerra vulgar, con todas sus consecuencias de inmoralidad y falta de contención, les decimos que no estamos dispuestos a luchar. Si crees que podemos aceptar que se derroche gasolina, que todo el mundo tenga coche y que cada noche Barcelona ofrezca el mismo lamentable espectáculo, te equivocas.
Más adelante…
… Dirás que mi lenguaje es salvaje y belicoso. Sí, es salvaje, es la voz de la bomba, del fusil, del grito de horror del miliciano que destroza. Este es el momento de comprometeros, trabajadores de Cataluña; tenéis una organización responsable que controla la economía, que ha enviado al frente al 80% de la milicia. Trabajador de Cataluña, estate atento, vigila y exige una recuperación enérgica y la movilización de todos, absolutamente todos los hombres de 16 a 50 años. Si alguien pensaba que nos estaba intimidando con un decreto de militarización, se equivoca, porque no lo aceptamos. Venid, vosotros que habéis redactado este decreto, y veréis cómo la disciplina reina en el frente, cómo trabajamos, cómo luchamos y cómo construimos sin que la milicia obedezca a otra disciplina que la que ellos mismos han querido imponer. Dormid tranquilos, trabajadores de Cataluña; en el frente no hay indisciplina; en el frente de Aragón hay tenacidad, una fe magnífica; os lo aseguro. Piensa como lo hiciste en las trincheras; porque si tenemos en mente que un partido sea más numeroso que otro, para imponer su política mañana, te digo que no lo aceptaremos. Para ganar, es necesario sacrificarse, aquí y allá, en el frente y en la retaguardia. La orden en el frente es no pasarán, y a pesar de la cantidad de aviones, a pesar de todos los tanques que vomitan sus ametralladoras sobre nuestras cabezas, repetimos: ¡No pasarán y no pasarán! 17
Durruti se manifestó así claramente en contra de la militarización decretada por la Generalitat. Aunque su voz no pudo ser censurada, las informaciones de la prensa republicana fueron muy discretas. Solidaridad Obrera no se quedó atrás: esperó hasta el 6 de noviembre para dar una versión del discurso en la última página que se vaciaba de parte de su contenido polémico sobre la militarización de las milicias 18 ; y presentó el discurso de forma vergonzosa como pretexto para la entrada de los cuatro ministros de la CNT en el gobierno. Durruti estaba sometido a una presión creciente por parte de Prieto, Montseny y otros para empujarle inexorablemente hacia Madrid. Sin embargo, estaba ansioso por demostrar el alcance de su capacidad para luchar en todos los frentes. No podía ignorar los riesgos de venir a Madrid, pero creía que impedir la entrada de los «fascistas» en la capital sería de gran importancia política para emprender la reconquista de España. Prieto compartía este punto de vista, pero para Durruti se trataba sobre todo de volver a Aragón cuanto antes, con el armamento que tanto necesitaban las milicias.
Según el historiador Agustín Guillamón, el contenido del discurso también llevó a las máximas autoridades de la Generalitat a convocar otra reunión la noche del 5 al 6 de noviembre con todos los consejeros del gobierno catalán. El objetivo era ajustar cuentas con los opositores declarados a la militarización de las milicias. En primer lugar, y sin nombrarlos, fueron Ortiz, partidario del Consejo Regional de Defensa de Aragón creado el 4 de octubre del 36, y Durruti, cuyo inequívoco discurso del día anterior aún resonaba en los oídos de los participantes. El presidente de la Generalitat, Lluis Companys i Jover, y sobre todo Joan Comorera i Soler, representante del PSUC, lanzaron la carga contra todos los que llamaron «los incontrolados «19 , decididos opositores al decreto de militarización 20 emitido el 24 de octubre del 36 por la Generalitat. Guillamón se refiere a una agenda sobre el seguimiento de los distintos decretos aparecidos en el diario oficial de la Generalitat entre el 4 y el 28 de octubre del 36, relativos respectivamente a la disolución de la CCMA 21 y de los comités locales, la vuelta a los antiguos consejos municipales y la militarización de las milicias.
En un documento «alto secreto» 22 enviado a Moscú en noviembre del 36, el cónsul general soviético en Barcelona, Antonov Ovseenko, explicaba detalladamente todas las maniobras emprendidas para traer a Durruti a Madrid. Ese mismo día, 5 de noviembre de 23, ya estaba trabajando en una reunión que debía ser informal, convocada fuera del Consejo de Defensa de la Generalitat 24. Junto con el Consejero de Defensa 25 y el comandante de la autoproclamada División Carlos Marx del PSUC, intentó que Durruti fuera «exfiltrado» del frente de Aragón por todos los medios posibles. El cónsul ruso citó a continuación la ayuda activa prestada por Companys, una vez más con el objetivo de hacer ceder a Durruti en una reunión oficial celebrada el 6 de noviembre de 26 con todos los comandantes de la columna.
Desde Valencia, una vez instalado el gobierno, la presión política ejercida por los emisarios rusos en el lugar y los ministros del PCE siguió aumentando. Todos cantaron a coro el lamento de que Madrid no cayera en manos de los «fascistas», insistiendo en el fracaso de la reconquista de Zaragoza y de todo Aragón. Por lo tanto, era urgente enviar el máximo número de milicianos para luchar en el frente de Madrid.
Las negociaciones en Cataluña
García Oliver optó por quedarse en Valencia. Fue Federica Montseny quien acudió a Barcelona para comparecer ante el Consejo de Defensa de la Generalitat los días 7 y 8 de noviembre de 27. García Oliver debería, lógicamente, haber asistido a esta reunión, así como a la del 3 de noviembre. Estuvo al frente de los militares de la CCMA hasta su disolución por decreto de la Generalitat el 1 de octubre de 36 28. El 2 de octubre fue nombrado Secretario General de la Secretaría del Consejo de Defensa. García Oliver tenía control directo sobre las milicias aragonesas, la Escuela de Guerra y la Escuela del Aire. Por lo tanto, estaba en la mejor posición para hacer valer su peso en las negociaciones contra Durruti. Pero nombrado ministro de Justicia desde el 4 de noviembre, abandonó Barcelona a medianoche del 2 de noviembre para ir a Madrid, dejando así el campo libre a los enemigos de Durruti. Santillán le sustituyó en el Consejo de Defensa 29. En sus memorias, García Oliver dirá:
Sabía que entre bastidores Antonov Ovseenko actuaba en Barcelona como si Cataluña fuera una colonia…
Señala que en el Consejo de Defensa el delegado del PSUC, Almendros -era uno de los antiguos socialistas catalanes que se habían afiliado al PSUC, entre ellos Miguel Ferrer y los hermanos Durán Rosell- le dijo que, según Antonov Ovseenko:
No había que preocuparse por lo que pudieran hacer Marianet, Abad de Santillán y Federica Montseny y sus colaboradores…
La ausencia de García Oliver hace recaer todo sobre los hombros de Montseny, cuando aún hubiera sido posible que la acompañara a Barcelona tras el Consejo de Ministros del 7 de noviembre por la tarde. García Oliver, molesto, sugeriría en sus memorias que su colega ministro carecía de lucidez política para desbaratar la trama. En su opinión, ella sólo estaba dramatizando los debates con su angustiosa visión de la idea de que Madrid caiga. La no intervención de García Oliver en este momento clave sólo puede entenderse a la luz de las consecuencias que tuvo su no propuesta en el pleno del 21 de julio del 36 de «ir a por todas «30 , propuesta que finalmente fue rechazada mientras que las de Montseny y Santillán fueron aprobadas por mayoría. A partir de este momento clave, acabaría por plegarse a la voluntad mayoritaria de las autoridades de la CNT: tras un viaje relámpago a Barcelona, Prieto le convenció para ser ministro, mientras que Durruti 31 -previamente advertido por García Oliver de la llegada de Prieto ese mismo día a Bujaraloz, en el frente de Aragón- lo rechazó de plano.
Companys y Díaz Sandino estuvieron presentes en la reunión del Consejo de Defensa de los días 7 y 8 de noviembre. Habían convocado a los representantes de todos los partidos y sindicatos, así como a los delegados de las columnas y a los jefes militares… También estaba presente el cónsul general soviético, Antonov Ovseenko, muy activo desde hacía semanas. Durruti estaba allí y uno puede imaginar que todos los ojos estaban puestos en él. Se produjeron debates en los que el cónsul soviético quiso aportar su muy «desinteresada» contribución, a saber, enviar a Madrid entre 4.000 y 5.000 milicianos del frente de Aragón. Durruti percibió la maniobra comunista apenas velada y declaró que la mejor manera de defender Madrid era atacar de nuevo Zaragoza. Abad de Santillán cerró el debate proponiendo un número mayor -6.000 milicianos- que el del cónsul ruso, pero distribuidos de forma diferente, es decir, 2.000 de la columna de Durruti, 2.000 de la columna de Antonio Ortiz, 1.000 de la columna de Ascaso 33 y finalmente 1.000 de la división Carlos Marx del PSUC.
Durruti aceptó finalmente ir a Madrid, aunque sospechaba de una trampa tendida por los rusos y sus aliados, que esperaban hacerle morder el polvo y ya planeaban apoderarse de Aragón. El objetivo seguía siendo la neutralización de su Consejo Regional de Defensa 34, creado el 6 de octubre del 36, verdadera bête noire del PSUC y de Comorera, que llamaba a sus miembros «incontrolados». Durruti también aceptó por disciplina y lealtad a la organización después de haber escuchado a los dirigentes de la CNT y la FAI presionarle insistentemente. La muerte de Francisco Ascaso, su compañero de toda la vida, en julio, durante el asalto al cuartel de Las Atarazanas, le dejó solo para tomar esta decisión, de gran trascendencia política. García Oliver tampoco estaba allí. Sólo quedaron Montseny y Santillán para escuchar sus quejas. Durruti finalmente les dio la razón y confió en la promesa de Santillán de que él mismo encabezaría un destacamento de al menos 4.000 milicianos camino de Madrid. El 9 de noviembre, un pleno regional de la CNT y de la FAI refrendó las decisiones tomadas el día anterior en el Consejo de Defensa y redactó una nota en la que pedía a Durruti que fuera a Madrid sin demora 36.
El 10 de noviembre Montseny y Durruti llegaron a Madrid por la mañana desde Barcelona. Montseny se reunió con el general Miaja a su llegada. Debieron discutir la creación de un Consejo Superior de Guerra (CSG), cuya decisión había sido ratificada el día anterior por un decreto firmado por Azaña.37 Pero Federica debió informar extraoficialmente a Miaja -aunque no hay pruebas de ello- de la inminente llegada de Durruti a Madrid, con parte de la columna. A las 15 horas se dirigió a los madrileños en Unión Radio (citado en el ABC del 11 de noviembre del 36) 38. Montseny no mencionó el nombre de Durruti en ningún momento y habló de la creación del «Consejo Superior de Guerra que unificará a todas las milicias bajo un mando único, responsable ante el Ejército Popular de la República y respetado por todos». Está claro que Durruti sigue resistiendo y no quiere un anuncio prematuro en Madrid: su presencia en la capital, para ver a García Oliver 39 y conocer su opinión, era una señal segura.
En la hipótesis que sigue, y si nos atenemos al relato de García Oliver, que es muy parco en fechas precisas en sus memorias, dice que conoció a Durruti a su llegada a las 9 de la mañana del 10 de noviembre. La prensa no menciona la presencia de Largo Caballero ni de García Oliver en Madrid ese día. Al parecer, García Oliver organizó una reunión para que Durruti hablara con Largo Caballero. Se dice que los tres hombres discutieron el nombramiento de Durruti como mayor a cargo del mando de tres brigadas mixtas de los 40.
Largo Caballero aceptó la propuesta de García Oliver, pero sólo en la medida en que era aplicable en un plazo de diez días.
Tras decidir inicialmente no viajar a Barcelona, García Oliver optó ahora por dar a Durruti los medios militares de su presencia en Madrid. En cierto modo, aprovechó su peso político y el de la CNT- FAI, reforzada por su entrada en el gobierno, con Buenaventura. García Oliver, intuyendo la trampa y la oukase impuesta a Durruti, no apreció las condiciones en las que se había celebrado la reunión del 7 y 8 de noviembre en Barcelona, y ahora pretendía recuperar el control. Pero, sobre todo, se veía convertido en el interlocutor privilegiado del Presidente del Consejo y Ministro de la Guerra. Este retraso de diez días -hasta el 20 de noviembre- permitió que la situación se calmara. Según García Oliver, Durruti quiso entonces reunirse con Eduardo Val y Cipriano Mera, para discutir con ellos las condiciones de su llegada a Madrid.
Durruti abandonó Madrid por la tarde y se dirigió a Valencia, donde al día siguiente, 11 de noviembre, se celebró un Pleno nacional de la CNT en el que se iba a discutir la nueva reorganización del ejército republicano y la militarización de las milicias. Durruti regresó a Barcelona esa misma tarde, donde comenzó una reunión del Consejo de Defensa de la Generalitat, para la que Santillán había convocado a todos los líderes de las columnas aragonesas41. Todavía reacio a irse a Madrid, Durruti propuso a Yoldi como candidato, pero Santillán se negó alegando que sólo su nombre debía tener repercusión en los madrileños. El resultado fue que Durruti partiría hacia la capital lo antes posible con 1000 milicianos y que allí uniría sus fuerzas con las de Mera; todas ellas quedarían bajo su mando. Durruti aceptó finalmente esta propuesta, creyendo sin duda que el poder militar así otorgado le daría por fin los medios necesarios para actuar junto a Mera y tener influencia sobre Miaja, Rojo y el PCE. También permitiría a las columnas anarquistas reanudar la ofensiva sobre Zaragoza en mejores condiciones. Por tanto, la propuesta de García Oliver de que Durruti fuera nombrado comandante antes del 20 de noviembre no fue tomada en consideración en la reunión del Consejo de Defensa.
En Barcelona, el día 12 de noviembre, Durruti tomó su decisión final. Llamó por teléfono a Bujaraloz para designar las centurias y sus delegados, y por la tarde participó «a la luz de los faroles «43 en la carga de armas para la columna en el puerto 44. Pero Paz (op. cit.) señala que no son de la primera calidad prometida e incluso que la munición no coincide. A su llegada a Madrid al día siguiente, Durruti se quejó a Santillán y le pidió que enviara 35.000 bombas de mano con carácter de urgencia.
A su regreso a Valencia, según su relato 45, García Oliver dice que volvió a ver a Montseny y a Durruti. La discusión podría haber tenido lugar a primera hora de la mañana del 13 de noviembre, antes de que Montseny y García Oliver partieran hacia Madrid, donde asistirían a una reunión de la Junta de Defensa por la tarde 46. La discusión entre los dos ministros fue difícil. Según García Oliver, Federica Montseny consideró que la propuesta de nombrar a Durruti como mayor no era una petición de la CNT catalana. García Oliver estaba al tanto de la posición de Montseny y Santillán, que fue respaldada por Marianet. Montseny insistió en que Durruti no debía esperar, sino que debía ir a Madrid inmediatamente. García Oliver le hizo a Montseny una pregunta directa: «¿Quieres matar a Durruti?», señalando a los que mandaban a Durruti a dirigir un número ridículo de milicianos. Presionado por García Oliver para que se posicionara sobre el puesto de comandante, Buenaventura respondió que ya había informado de la propuesta a Montseny, Marianet y Santillán en la reunión de Barcelona de la noche del 11 al 12 de noviembre. García Oliver señaló entonces que Durruti no lo había defendido ante las autoridades catalanas.
Así, de la propuesta original hecha por Santillán los días 7 y 8 de noviembre, durante el Consejo de Defensa de la Generalitat, de formar un destacamento de 6.000 milicianos bajo el mando implícito de Durruti, a la cifra de 4.000 mencionada por la Soli el 12 de noviembre, se pasa a la movilización de un millar de milicianos sólo de la columna de Durruti, y a una posible unión de sus fuerzas con las de Mera en el lugar. En otras palabras, las autoridades catalanas de la confederación no se hacían ilusiones de que Durruti pudiera hacerse cargo de todas las milicias enviadas a Madrid. Por lo tanto, se abandonó la propuesta de un mayor de los tres BM, y su destino se selló definitivamente durante el debate de la mañana del 13 de noviembre en Valencia.
Los días 13 y 14 de noviembre, Largo Caballero y Del Vayo realizaron una visita de inspección y comprobaron la realidad de los combates en el frente sur de Madrid. El plazo inicial de tres a seis días, que Caballero había previsto para la caída de Madrid, quedaba ahora obsoleto. No buscó ver de nuevo a Durruti para obtener su respuesta. Probablemente el ministro de la Guerra ya estaba informado de las últimas decisiones tomadas en Barcelona por Santillán.
Lo principal es que Durruti ha aceptado finalmente venir a luchar a la capital y está de camino con sus milicias a Madrid vía Valencia. Según Ricardo Sanz, Durruti tomó la iniciativa de telefonear a Largo Caballero al llegar a Madrid el «11 de noviembre». Se dice que ha «explicado rudamente» sus primeras impresiones sobre el mal estado del frente y los defectos de la organización de la defensa:
El Ministro de la Guerra se excusó. Dijo que Durruti estaba autorizado a ocuparse, de acuerdo con el Estado Mayor, de la defensa de Madrid, organizada según los recursos existentes, que el Gobierno facilitaría las cosas por su parte y prestaría todo el apoyo posible a los defensores de la capital. Anunció la llegada de nuevas fuerzas internacionales, así como de aviones y algunos vehículos blindados. 48
Capítulo II – Los tejemanejes de la Junta de Defensa y la llegada de Durruti a Madrid
La batalla de Madrid: el PCE avanza a costa de la CNT en el Centro
En la noche del 6 de noviembre, la principal obsesión de los soviéticos y de sus subordinados del PCE y de la JSU seguía siendo la cuestión de los prisioneros y la amenaza que la Quinta Columna suponía para la defensa de la capital. Dolores Ibarruri y toda la propaganda comunista en prensa y radio llevaban semanas inundando a la población con historias alarmistas sobre la Quinta Columna y sus miles de combatientes armados que acechaban en la sombra, dispuestos a entrar en acción para apoyar el avance de las tropas franquistas desde el interior. En cuanto a las cárceles, desde el abortado golpe de Estado estaban desbordadas por miles de presos, militares, burgueses, religiosos, militantes y políticos de los partidos de la derecha, ex ministros o diputados y miembros del partido falangista, que no habían podido salir de Madrid o simplemente habían optado por quedarse, apostando por el éxito del golpe.
El 31 de julio de 1936, el republicano de izquierdas Manuel Muñoz Martínez asumió la dirección de la DGS -Dirección General de Seguridad-, que pronto se convertiría en la cabeza de un nuevo organismo, el CPIP, Comité Provincial de Investigación Pública, creado el 4 de agosto de 1936. Sus principales funcionarios eran anarquistas, como Benigno Mancebo Martín, Manuel Rascón Ramírez y Manuel Ramos Martínez. El CPIP tenía poder jurisdiccional sobre todas las provincias que rodean Madrid. De los treinta miembros del CPIP, nueve son de la CNT-FAI y de los Jóvenes Libertarios (FIJL). El PSOE, la UGT, el PCE, la JSU y el Partido Sindicalista tienen tres representantes cada uno. El resto proviene de los dos partidos republicanos. El POUM está ausente o se queda voluntariamente fuera. Por último, Manuel Salgado Moreira y Manuel González Marín, de la CNT, se encargaron de los servicios especiales de inteligencia del Ministerio de la Guerra. Las secciones locales de los distintos partidos y sindicatos se dedicaron a perseguir a los rebeldes y llevarlos ante sus propios tribunales. Además, los tribunales especiales del CPIP, que sesionan las 24 horas del día, juzgan y dictan sentencias. El PCE y la JSU fueron muy cautelosos y se encargaron, desde principios de agosto, de no nombrar a ningún dirigente comunista visible en las Cortes49. La mayor parte de los recursos se pusieron en un sistema situado lo más cerca posible de los locales comunistas, donde todo se gestionaba internamente.
Ante el avance de las tropas franquistas que convergían sobre Madrid, el PCE y la JSU pudieron contar con el Quinto Regimiento, conocido como el Quinto Regimento, creado el 18 de julio de 1950 bajo la dirección del Comintern italiano Vittorio Vidali, alias Comandante Carlos. Su fundador quiso convertirlo en el verdadero escaparate de los conocimientos militares del PCE y lo equipó con las mejores armas posibles. Todo fue posible desde la llegada de los primeros diplomáticos soviéticos a Madrid a finales de agosto, seguidos en octubre por los primeros contingentes militares rusos, sin olvidar el NKVD de siniestra reputación, que llegó en las maletas de los diplomáticos.
En la noche del 6 al 7 de noviembre, el periodista Koltsov, el general Gorev, el asesor militar Xanti y el jefe del NKVD, Orlov, estimaron el número de prisioneros en 8.000 y exigieron al joven consejero de Orden Público del PCE/JSU, Santiago Carrillo, que tomara medidas enérgicas. Todos ellos avalaron las redadas a gran escala -conocidas como sacas- en las cárceles, seguidas de ejecuciones sumarias y organizadas mediante convoyes de presos fuera de Madrid.
Desde la huida de Manuel Muñoz Martínez a Valencia el 6 de noviembre, la DGS está dirigida de facto por Segundo Serrano Poncela, del PCE/JSU. Para superar las barricadas en todas las entradas y salidas de la capital controladas por las milicias libertarias, los estalinistas se pusieron en contacto con los consejeros de la CNT de la JDM a partir del 7 de noviembre para asegurar su colaboración. Mientras que Carrillo y los dirigentes de las JSU se adhirieron oficialmente al PCE la noche del 6 de noviembre, los dirigentes de la CNT reunidos el 8 de noviembre hablaron de las conversaciones en curso sobre el destino de los presos y del acuerdo alcanzado en el seno de las JDM con los que seguían llamando… «los socialistas que ocupaban el Ministerio de Orden Público». Por otro lado, Rascón Ramírez, de la CNT, y Ramos Martínez, de la FAI, se incorporan al Consejo de Investigación de la DGS, donde los comunistas tienen mayoría. Así, el PCE dejó actuar a los funcionarios del CPIP a su antojo, donde dominaban los demás partidos y sindicatos, pero donde los socialistas sólo estaban representados por Félix Vega Sáez, de la UGT. Las sacas masivas comenzaron los días 28 y 29 de octubre y durante los primeros días de noviembre. Sabiendo que el gobierno quería salir de Madrid hacia Valencia desde hacía varios días, los comunistas esperaron pacientemente su momento. A partir del 6 de noviembre, el PCE, a través del Consejo de Orden Público de la JDM, tomó las riendas directamente. La decisión adoptada sigue avalando el control del CPIP sobre la gestión de los presos. Concentrándose ahora en su nuevo objetivo de vaciar rápidamente las cárceles madrileñas, los comunistas crearon todo un sistema de capas a través de la DGS y el CPIP, minimizando su papel directo. Fueron las llamadas matanzas de Paracuellos y Torrejón de Ardoz, que duraron del 7 de noviembre al 4 de diciembre del 36. Pero el 12 de noviembre, ante las protestas del cuerpo diplomático a favor de los sublevados, Carrillo acabó disolviendo el CPIP y repartiendo sus miembros entre la DGS y los distintos cuerpos policiales. Muchos años después, acusó a los anarquistas de ser los únicos responsables de las masacres en las cárceles.
Sólo los anarquistas Melchor Rodríguez García y Amor Nuño Pérez se opusieron a las sacas. Melchor Rodríguez intervino enérgicamente, pero en vano, al día siguiente en la reunión de la CNT del 8 de noviembre. Este libertario sevillano fue uno de los fundadores de la FAI en 1927. Había sido nombrado Delegado General de Instituciones Penitenciarias el 9 de noviembre por el republicano Mariano Sánchez Roca, adjunto de García Oliver en el Ministerio de Justicia. Fue destituido de su cargo por García Oliver el 14 de noviembre. El día 12, García Oliver había asistido a una reunión con Montseny en el JDM, donde se discutió el destino de los presos. Rascón Ramírez, de la CNT de Madrid, se había quejado ante el Comité Regional de Defensa por las inoportunas intervenciones de Melchor Rodríguez. La decisión de García Oliver de alinearse con las posiciones de los libertarios madrileños sólo puede entenderse a la luz del apoyo que se espera a cambio del Comité Regional de Defensa para nombrar a Durruti en sustitución de Miaja. En medio de la ola represiva, Melchor Rodríguez fue a Valencia el 24 de noviembre del 36 para ver a García Oliver. En el camino, fue víctima de un intento de asesinato y más tarde se enteró por el viceministro de Justicia de que el culpable era un pistolero de la FAI. García Oliver se indignó y amenazó con llevar el asunto al comité nacional. El 1 de diciembre, volvió a nombrar a Melchor Rodríguez para el puesto de delegado especial de la Dirección General de Prisiones. En cuanto a los socialistas, conocían perfectamente la situación. Si Largo Caballero hubiera intervenido con firmeza desde el principio, siguiendo las recomendaciones de Melchor Rodríguez, el PCE -actuando siempre al límite y apoyándose en todos sus infiltrados en los demás partidos- habría sacado las consecuencias más allá de la simple disolución del CPIP.
Si nos atenemos a los hechos, los comunistas y sus aliados rusos habrán logrado sus fines al conseguir que el Comité Regional de Defensa de la CNT-FAI apoye su política represiva. Incluso antes de que se reuniera el 8 de noviembre, el comité nacional de la CNT se encontró con un hecho consumado: los socialistas y los republicanos se habían marchado a Valencia o se habían unido a las filas del PCE – JSU en masa, dejando el campo libre a los comunistas que ahora controlaban las principales palancas de poder dentro de la junta de defensa.
El PCE toma el poder a través de la Junta de Defensa. Acto finalEl campo estaba ahora libre para Miaja y el PCE. Este último puso a Carrillo al frente del Orden Público, a Pablo Yagüe Estebaranz al frente del Abastecimiento y a Mije al frente de la Guerra. Y no había filocomunistas disfrazados, como el socialista Frade, por no hablar del propio Miaja, del que se decía que ya tenía el carné del PCE en el bolsillo. Amor Nuño y Mariano García ocuparon cargos desproporcionados a la influencia real de la CNT en Madrid: consejero de Industria de Guerra -Madrid estaba poco industrializado- y consejero de Información y Enlace, aunque este último cargo les permitía tener un firme control de la inteligencia.
La CNT de Madrid propuso el nombramiento de Durruti y Casado para dirigir el sector Centro
Simultáneamente, el 8 de noviembre, se reunieron las autoridades de la CNT de Madrid. Ante el hecho consumado de la venida de Durruti a Madrid por iniciativa de la CNT catalana, la CNT de la región Centro y el comité nacional también tuvieron que posicionarse rápidamente tras la creación de la JDM, que había cambiado la situación. Su plan inicial, concebido antes del 8 de noviembre, consistía en designar al tándem Durruti-Casado para dirigir la defensa de la capital. En ese momento, Durruti aún no había aceptado venir a Madrid; los emisarios de la CNT que habían ido a Aragón para convencerle no habían podido reunirse con él; sólo le habían transmitido un mensaje a través de Montseny.
Pensando en pillar desprevenido al PCE, que cada día se hacía más fuerte en la capital, y temiendo que la llegada de las Brigadas Internacionales reforzara el peso de los comunistas, la CNT de Madrid -contando con el apoyo de los cuatro ministros anarquistas- había ideado un escenario. Según Miguel Amorós 56, contó con los 10.000 milicianos de las columnas Mera, Del Rosal, Tierra y Libertad, Villanueva y Durruti, que coordinaría el comité regional de defensa de la CNT de Madrid, del que Eduardo Val era secretario. Contando sin duda con la complicidad de Largo Caballero, pensaron en sustituir a Miaja por Casado, puesto a las órdenes de Durruti.
Durante las negociaciones para la entrada de los ministros de la CNT en el gobierno, en octubre, ya se había hablado de que Durruti vendría a defender la capital y que, por tanto, sería nombrado, con el acuerdo de Largo Caballero, el gran jefe militar de la defensa de Madrid como
«generalísimo del sector Centro». ¿Estaba este nombramiento en la «cesta de la boda» durante las negociaciones finales – entre el 1 y el 4 de noviembre – sobre la entrada de la CNT en el gobierno?57 El siguiente pasaje del acta de la reunión de la CNT del 8 de noviembre, relativo a una propuesta hecha «por el Gobierno hace unos ocho días», podría sugerirlo, ya que se refiere a la fecha del 1 de noviembre; en cualquier caso, está claro que Durruti la rechazó:
Se da cuenta de la negativa de Durruti a la propuesta de nombramiento de Generalísimo del Sector Central que le hizo el Gobierno hace unos ocho días, así como de la situación de las fuerzas que envía a Madrid y del viaje de dos miembros del Comité Nacional para reunirse con él y convencerle de la necesidad de su presencia aquí. 58
González Inestal -no está claro si habla en su nombre o en el de la mayoría de los miembros presentes- denunció la falta de cohesión de todo el entramado militar en torno a Madrid; se reiteró la propuesta de unificar los mandos de la Región Centro bajo la autoridad de Casado. Se descartó cualquier riesgo de «competencia» con Durruti:
Sobre la rivalidad que pueda existir entre Casado y Durruti por la venida de este último, todos consideran que no habrá ningún problema ya que uno es técnico militar y puede ponerse a las órdenes del otro, que debe ser quien, con su presencia, levante la moral de todos los combatientes de este Sector. 59
Propuso que se diera un ultimátum de cuatro horas al Gobierno para que Largo Caballero firmara un decreto nombrando a Casado como jefe de operaciones. Añadió que el Presidente del Consejo tendría que ser desautorizado si se negaba. González Inestal entendía que Miaja y Rojo, nombrados respectivamente jefe de la Junta de Defensa de Madrid y jefe de Estado Mayor de Miaja, estaban en manos de los rusos, y que Casado -más capaz militarmente, según él, y además muy hostil a los comunistas- sería una garantía para la CNT. El 8 de noviembre fue también el día en que el PCE, con su 5º regimiento, todos sus comandantes y soldados rusos, sus tanques y aviones, desplegó la alfombra roja para Miaja. Todos están a las órdenes del presidente de la Junta para iniciar la batalla de Madrid, como informa Bolloten.
¿Qué valor puede tener entonces la propuesta de nombrar a Durruti «generalísimo del sector Centro» o la del tándem Durruti-Casado discutida el 8 de noviembre?
El 4 de septiembre de 1936, tras la caída de Talavera de la Reina el día anterior, Largo Caballero sustituyó a Giral como presidente del Consejo y asumió el cargo de ministro de la Guerra. Ese mismo día, nombró al Coronel Asensio Torrado como General del Teatro de Operaciones Militares de la Zona Centro (TOCE) por decreto, publicado en la Gaceta de Madrid. Se le encomendó la tarea de desplegar las milicias al oeste de Madrid e impedir el avance de las tropas de Yagüe sobre la capital. En una segunda fase, el 23 de octubre de 1936, el general Asensio fue nombrado subsecretario del Ministerio de la Guerra, Pozas se hizo cargo del TOCE y Miaja de la 1ª División Orgánica 60 del ejército. Los tres puestos estratégicos estaban así cubiertos cuando se celebró la reunión de las autoridades de la CNT en Madrid el 8 de noviembre. Pero esta primera reorganización del ejército del centro fue sólo temporal. El frente al suroeste de la capital ya se estaba resquebrajando por todas partes y, a finales de octubre, los «nacionales» estaban a las puertas, al sur de Madrid. Sólo se vieron retrasados en su avance por la decisión política de Franco, el 20 de septiembre, de trasladar las tropas desde Yagüe y llevarlas al rescate del Alcázar de Toledo.
En realidad, todo lo que tenía que ver con la cuestión del «generalísimo del sector Centro», ya sea mencionado por Montseny o en la reunión de la CNT del 8 de noviembre, ya había sido cuestionado el 6 de noviembre con la segunda reorganización militar de Madrid y los papeles asignados a Miaja y Pozas respectivamente. Miaja se hizo cargo de la defensa de Madrid y Pozas dirigió la Zona Centro. Así al Comité Nacional de la CNT en Madrid,
«los distintos miembros de Comités responsables de la Organización confederal en Madrid» discuten propuestas de doctement relativas a Durruti… que ya no son relevantes. Se trataba de la continuación de las maniobras directas e indirectas encaminadas a conseguir que Durruti viniera a Madrid a toda costa como señal de buena voluntad y apoyo político al gobierno de Largo Caballero.
En concreto, el Comité Nacional de la CNT renunció a ponerse al frente de la defensa de Madrid y a utilizar todos los medios, incluso los extrajudiciales, para imponer su política. Esto está muy lejos de los gritos de los anarquistas madrileños «¡Viva Madrid sin gobierno!» que se escucharon cuando el gobierno se fue a Valencia la noche del 6 de noviembre. Esta huida se consideró un abandono y el gobierno fue vilipendiado.
Mera no asistió a la reunión de la CNT en Madrid el 8 de noviembre, y nada más llegar a la capital, en la madrugada de ese mismo día, se reunió con Miaja en torno a las 11 de la mañana. Mera diría que los milicianos de la columna Del Rosal, al mando de Palacios 62, estaban a disposición de Miaja para entrar en combate a la mañana siguiente. Mera añadiría más tarde que Miaja le parecía bastante honesto, pero pronto se daría cuenta de que sólo estaba rodeado de comunistas y asesores soviéticos, que harían cualquier cosa por enviar a la milicia confederada a las zonas más expuestas.
La propuesta final de nombrar a Durruti y Casado para dirigir la defensa de Madrid no sobrevivió a la adhesión de la CNT-FAI-FIJL a la Junta de Defensa. Pero no quedaría en el olvido, como veremos a continuación, con la propuesta de García Oliver del 14 de noviembre de sustituir a Miaja por Durruti al frente de la JDM.
Las condiciones de la llegada de Durruti a Madrid
Durruti llegó a la capital en la tarde del 13 de noviembre, y fue seguido al día siguiente por sus milicianos desde Barcelona vía Valencia. Las columnas de Aragón y Cataluña con mayoría del PSUC-UGT llegaron a Madrid el 12 de noviembre. Representaban una fuerza final de 2.500 hombres para la columna Libertad-López Tienda y la autoproclamada columna Carlos Marx. La fuerza de la columna Durruti al comienzo de Barcelona era de 1.200 milicianos, a los que se añadieron otros 300 por el camino. En una breve y lírica entrada en la página 5 de la edición del 12 de noviembre, Solidaridad Obrera ya vio la sombra de Durruti en Madrid desde el 11 de noviembre y llegó a anunciar:
«¡Durruti, con 4.000 hombres, llega a Madrid!»63.
A la cabeza de una columna numéricamente débil y mal armada, sin los medios prometidos sobre el terreno por Largo Caballero, y con una CNT madrileña cortocircuitada por la de Cataluña, Durruti llegó a terreno minado. Cipriano Mera dijo que sólo lo conoció alrededor del 16 de noviembre. Miguel Amorós da una fecha más ajustada a la realidad, situando su encuentro en la tarde del 13 de noviembre en el Comité de Defensa de la CNT, en presencia de Eduardo Val. Cipriano propuso a Buenaventura que unieran sus fuerzas y las pusieran bajo el liderazgo de Durruti. Esta opción, que quería imponer a Miaja, resultó imposible porque la columna de Mera ya había sido comprometida por éste en otro sector. Mera y Durruti intentaron influir juntos en las decisiones militares, pero se encontraron aislados, sin margen de maniobra real, casi atados de pies y manos bajo las órdenes directas e innegociables de Miaja. Se convirtió en una costumbre que Durruti tuvo que gestionar solo con su milicia y sin ayuda de tropas adicionales bajo su mando. Así lo haría, lanzándose de cabeza a la batalla en uno de los sectores más expuestos de Madrid.
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