Teófilo Fagundes
SEXTA-FEIRA, 2 ABRIL 2021
El "campo" que, desde la ventana de la ciudad, se imagina vacío está, después de todo, lleno de gente que lucha. En los últimos tiempos ha habido muchas luchas contra las minas, especialmente por el litio. ¿Cómo siguen estas luchas una trayectoria histórica? ¿Qué novedades aportan? ¿Cómo pueden interesar a una visión anticapitalista y antiautoritaria del mundo?
Las comunidades llevan mucho tiempo organizándose para intentar resolver los problemas que les afectan directamente. En una entrevista concedida a la Revista MAPA, el historiador Paulo Guimarães argumentó que "las luchas medioambientales no son recientes, la conciencia ecológica puede ser reciente, un discurso más científico, pero había una conciencia muy viva de cuáles eran las amenazas a los marcos de vida existentes". Este "había" se remonta al siglo XIX y llega hasta los tiempos oscuros de la dictadura. Una conciencia que a menudo se materializa en una lucha concreta. Junto a las acciones de resistencia individual y colectiva, el recurso a las formas legales permitidas, a través de peticiones y acciones parlamentarias, hubo también formas ilegales, en particular la desobediencia civil, el motín, el sabotaje y la destrucción de bienes.
La nota principal era la de la organización local, no necesariamente basada en clases u otras divisiones sociológicas o económicas tradicionales, ya que reunía a los pobres, los agricultores, los pastores, los terratenientes, gente que, sin haber oído hablar nunca de ecología, tenía una noción muy clara de que hay agresiones a la naturaleza que destruyen los sistemas de vida humanos. A esta especie de semi-ignorancia sobre las cuestiones generales del medio ambiente correspondía una completa ignorancia dentro de las clases dirigentes: hasta 1976 no se consagró constitucionalmente el medio ambiente como un derecho y la respectiva ley básica no vio la luz hasta once años después.
Las luchas medioambientales no son recientes, una conciencia ecológica, un discurso más científico puede ser reciente, pero había una conciencia muy viva de cuáles eran las amenazas a los marcos de vida existentes.
Más tarde, a principios de los años 90, la palabra "ecología" entró en la jerga pública, su comercialización la hizo inocua y su carácter global la relegó a la especialización técnica, donde quienes se ocupan de los temas relevantes para la comunidad no son la propia comunidad sino un cuerpo de especialistas, técnicos, gestores y portavoces. La progresiva desertización del mundo rural dio el empujón final para que, siempre en palabras de Paulo Guimarães, todo se reduzca a "una militancia llevada a cabo por personas con mayor o menor conciencia ecológica, que denuncian públicamente acciones que consideran perjudiciales para el territorio, pero que ya no tienen un vínculo con una comunidad que depende directamente de los servicios del ecosistema, como existía en el pasado".
Ya en este siglo, las cosas han empezado a cambiar un poco. Con el espíritu tradicional de querer que la tierra en la que viven les proporcione alimentos y placeres, las personas han ampliado sus conocimientos ancestrales al acceder a ella y ahora comprenden los ciclos de la naturaleza, la fragilidad del equilibrio ecológico y las ventajas -mucho más allá de la mera economía o la mera supervivencia- de un medio ambiente sano. Además, muchos acabaron hartos de los cantos de sirena urbanos e intentaron volver a la tierra. El interior, aunque no se ha librado -ni mucho menos- de la despoblación, cuenta hoy con una población menos envejecida, enriquecida con personas que han regresado a la ciudad o han huido de ella.
Aquí también ha llegado un plan nacional de minería, presentado y defendido por el actual gobierno como una especie de camino hacia la prosperidad y un freno al éxodo rural. En las comunidades potencialmente afectadas, este caldo histórico ha entrado en ebullición y se ha desbordado. Existen varios movimientos activos, cada uno con sus propias características, y que tienen en común los ingredientes planteados: la toma de conciencia de lo que representa un peligro para el tipo de vida que han elegido, la organización sobre una base local y socialmente transversal, la noción exacta de lo que la industria minera provoca en términos de daños ambientales y sociales. Y, por supuesto, el espíritu de acción directa, que parece ausente cuando se ve todo el trabajo institucional que realizan, pero que se manifiesta en que no delegan la lucha en los partidos o en los poderes locales, viendo este trabajo institucional como un medio y no como un fin, utilizando incluso la abstención como arma.
Hay también una característica fundamental que, con pocas excepciones, está también en el corazón del pensamiento más profundo que guía estos movimientos. El rechazo a la minería en un momento en que la "descarbonización" parece realmente urgente es una causa difícil si se mantiene el modelo de organización social y económica de la humanidad. Querer impedir que se abran minas en la colina que hay detrás de mi casa y, al mismo tiempo, querer que se mantengan los niveles de producción y consumo de energía es, de hecho, una posición de egoísmo indefendible. Los movimientos lo saben. Reconocen que el derecho a no querer minas en su territorio es tan válido en Trás-os-Montes, Minho o Serra da Estrela como en Chile o Gabón, entendiendo así que, si no se puede seguir viviendo como hasta ahora -en régimen de eterno crecimiento- sin destripar el planeta en busca de sustitutos del petróleo y sus derivados, hay que empezar a vivir de otra manera.
Aquí es exactamente donde tiene lugar la discusión. Y las respuestas propuestas se hacen eco de otras voces, hace un momento consideradas anticuadas, estúpidas o primitivistas. Voces de volver a la tierra, de agua y aire limpio como bienes mayores, de consumir menos y producir más cerca. Resuenan otras voces, aún recientemente consideradas utópicas y revolucionarias. Voces del poder al pueblo, del derecho de cada comunidad a gestionar su modo de vida, de la organización de los afectados para resolver sus propios problemas. Y otras siguen resonando, incluso hoy consideradas subversivas o incluso terroristas. Voces de desobediencia en caso de que las máquinas realmente quieran ir a cavar en las colinas.
Otros rasgos alentadores son comunes a varios de estos movimientos. Si bien es cierto que los planes mineros pertenecen al gobierno portugués y que, en ese sentido, sería lógico hacer una lucha en un marco puramente "nacional", el hecho es que el nacionalismo avergonzado de eslóganes como "Portugal no está en venta", que uno esperaría ver a menudo, está casi ausente del discurso de los movimientos de protesta organizados. Por supuesto, hay cosas como "Portugal unido por la naturaleza", que tiende peligrosamente hacia esos campos. Por supuesto que los comentarios en las redes sociales pasan mucho por ahí. Y por supuesto, aunque sólo sea por la inercia de la costumbre, los propios movimientos pueden acabar cayendo en la trampa de las "naciones valientes". Pero, por otro lado, y sólo para ejemplificar, una de las primeras acciones de lucha de la Asociación Unidos em Defesa de Covas do Barroso fue la participación en un encuentro ibérico con varios otros colectivos del estado español; el Movimiento SOS Serra d'Arga se ha organizado con personas del otro lado del río Miño, de Galicia; y, en el caso de Serra da Estrela, parte de las personas activas no han nacido en territorio portugués.
Más que líderes, hay portavoces. Más que organizaciones, hay individuos organizados.
Por último, varios de los movimientos rechazan la jerarquía y la personalización. Algunos -los menos- incluso rechazan la institucionalización, prefiriendo la informalidad. Más que líderes, hay portavoces. Más que organizaciones, hay individuos organizados. También hay, como es de esperar, personas que quieren destacar para aspirar a vuelos más altos. Ya podemos ver algún movimiento y esto se pondrá de manifiesto a medida que se acerquen las elecciones locales de 2021. Esta es una imagen idílica que presenta parte de la realidad. Otra, lógica pero no explícita, es que un colectivo que reúne a gente que explota y a gente que es explotada -y estos movimientos lo hacen- tiene un límite más allá del cual los intereses son antagónicos y, por lo tanto, nunca puede ser el embrión de algo radicalmente transformador. Pero, ante una forma de lucha popular, aunque sea en una concepción interclasista del pueblo, con características realmente interesantes, es fundamental contribuir para que esas características se fortalezcan, es fundamental apoyar su profundización y es, sin duda, fundamental -aunque sólo sea por la cordura mental- esperar que de ahí salgan chispas para luchas aún más prometedoras por un mundo donde, definitivamente, los conceptos de la economía pierdan su lugar para el pueblo y el planeta.
Artículo publicado en el suplemento del periódico MAPA / TERRA BATIDA, noviembre de 2020
Traducido por Jorge Joya
Original: www.jornalmapa.pt/2021/04/02/uma-perspectiva-libertaria-sobre-a-luta-c