El poder es el enemigo del pueblo - Anselme Bellegarrigue

Jacques Marie Anselme Bellegarrigue, nacido el 23 de marzo de 1813 en Monfort (Gers) y presuntamente fallecido a finales del siglo XIX en Centroamérica, fue uno de los pioneros del anarquismo. ¡Participó en la Revolución Francesa de 1848, escribió y publicó L'Anarchie, journal de l'ordre, el primer periódico libertario conocido, así como el panfleto Au fait ! ¡Ah, sí! Interpretación de la idea democrática. Fue un ardiente defensor del individuo, ¡cincuenta años antes de que Stirner fuera traducido a Francia! - un promotor del municipalismo, un defensor de la revolución sin violencia. Abandonó definitivamente Francia en 1859, invitado a la República del Salvador, donde fundó una facultad de derecho dentro de la universidad nacional.

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LA ANARQUÍA ES EL ORDEN

La anarquía es una palabra antigua, pero para nosotros expresa una idea moderna, o más bien un interés moderno, pues la idea es hija del interés. La historia ha llamado anárquico al estado de un pueblo en el que había varios gobiernos en competencia, pero otra cosa es el estado de un pueblo que, queriendo ser gobernado, carece de gobierno precisamente porque le sobra, y otra cosa es el estado de un pueblo que, queriendo gobernarse, carece de gobierno precisamente porque ya no lo quiere. La anarquía antigua era, en efecto, la guerra civil, y no porque expresara la ausencia de gobierno, sino la pluralidad de gobiernos, la competencia, la lucha de las razas gobernantes.

La noción moderna de verdad social absoluta o de democracia pura ha abierto toda una serie de perspectivas o intereses que invierten radicalmente los términos de la ecuación tradicional. Así, la anarquía, que en el punto de vista relativo o monárquico significa guerra civil, es nada menos, en la tesis absoluta o democrática, que la verdadera expresión del orden social.

Sí, es cierto:

Quien dice anarquía, dice negación del gobierno 

La negación del gobierno significa la afirmación del pueblo; 

Quien dice afirmación del pueblo, dice libertad individual; 

Quien dice libertad individual, dice soberanía de cada uno; 

Lo que dice la soberanía de cada uno, dice la igualdad; 

Quien dice igualdad, dice solidaridad o fraternidad; 

Quien dice fraternidad, dice orden social; 

Así que quien dice anarquía, dice orden social.

Al contrario:

La negación del pueblo significa la negación del gobierno; 

La negación del pueblo significa la afirmación de la autoridad política; 

Quien dice afirmación de la autoridad política, dice dependencia individual; 

Sí dice la dependencia individual, dice la supremacía de la casta; 

Quien dice supremacía de casta, dice desigualdad; 

Quien dice desigualdad, dice antagonismo; 

Quien dice antagonismo, dice guerra civil; 

Así que quien dice gobierno, dice guerra civil.

No sé si lo que acabo de decir es nuevo, o excéntrico, o aterrador. Ni lo sé ni me interesa saberlo.

Lo que sí sé es que puedo exponer con valentía mis argumentos contra toda la prosa del gubernamentalismo blanco y rojo pasado, presente y futuro. La verdad es que, sobre este terreno, que es el de un hombre libre, ajeno a la ambición, ardiente al trabajo, desdeñoso del mando, rebelde a la sumisión, desafío todos los argumentos del funcionariado, todos los lógicos del emargamiento, y todos los folículos de la fiscalidad monárquica o republicana, llámese progresiva, proporcional, terrateniente, capitalista, rentista o de consumo.

Sí, la anarquía es el orden; porque el gobierno es la guerra civil.

Cuando mi inteligencia penetra más allá de los miserables detalles en los que se basan las polémicas diarias, encuentro que las guerras intestinas que, desde tiempos inmemoriales, han diezmado a la humanidad están relacionadas con esta única causa, es decir, el derrocamiento o la conservación del gobierno.

En la teoría política, degollar siempre ha significado dedicarse a la duración o al advenimiento de un gobierno. Muéstrame un lugar donde haya asesinatos en masa al aire libre y te mostraré un gobierno a la cabeza de la carnicería. Si intentas explicar la guerra civil de otra manera que no sea por un gobierno que quiere venir y un gobierno que no quiere irse, estarás perdiendo el tiempo: no encontrarás nada.

La razón es sencilla.

Se funda un gobierno. En el mismo momento en que se funda el gobierno, tiene sus criaturas y, en consecuencia, sus partidarios; y en el mismo momento en que tiene sus partidarios, también tiene sus opositores. Ahora bien, la semilla de la guerra civil es abonada por este solo hecho, pues no se puede hacer que el gobierno, investido de omnipotencia, actúe con sus adversarios como con sus partidarios. No puede hacer que los favores a su disposición se repartan por igual entre sus amigos y sus enemigos. No se puede hacer que estos no sean mimados, que estos no sean perseguidos. Por lo tanto, no se puede evitar que esta desigualdad dé lugar, tarde o temprano, a un conflicto entre el partido de los privilegiados y el partido de los oprimidos. En otras palabras, al darse un gobierno, no se puede evitar el favor que funda el privilegio, que provoca la división, que crea el antagonismo, que determina la guerra civil.

Así que el gobierno es la guerra civil.

Ahora bien, si basta con ser, por un lado, partidario y, por otro, opositor del gobierno para determinar un conflicto entre ciudadanos; si se demuestra que, al margen del amor u odio que se tenga al gobierno, la guerra civil no tiene razón de ser, esto equivale a decir que basta, para establecer la paz, que los ciudadanos renuncien, por un lado, a ser partidarios y, por otro, a ser opositores del gobierno.

Pero dejar de atacar o defender al gobierno para hacer imposible la guerra civil es nada menos que prescindir de él, descartarlo, abolirlo para establecer el orden social.

Ahora bien, si suprimir el gobierno es, por un lado, establecer el orden, es, por otro lado, fundar la anarquía; por lo tanto, orden y anarquía son paralelos.

Por lo tanto, la anarquía es el orden.

EL PODER ES EL ENEMIGO

No hay periódico en Francia que no medite sobre un partido, no hay partido que no aspire al poder, no hay poder que no sea enemigo del Pueblo.

No hay periódico que no medite sobre un partido, porque no hay periódico que se eleve a ese grado de dignidad popular, donde reina el desprecio sereno y supremo de la soberanía; el Pueblo es impasible como el derecho, orgulloso como la fuerza, noble como la libertad, los partidos son turbulentos como el error, hoscos como la impotencia, viles como el servilismo.

No hay partido que no aspire al poder, pues un partido es esencialmente político y, por tanto, se forma a partir de la esencia misma del poder, fuente de toda política. Que si un partido dejara de ser político, dejaría de ser un partido y volvería al pueblo, es decir, al orden de los intereses, la producción, la industria y los negocios.

No hay poder que no sea enemigo del pueblo, pues cualesquiera que sean las condiciones en que se coloque, cualquiera que sea el hombre que lo invista, cualquiera que sea el nombre que se le dé, el poder es siempre poder, es decir, el signo irrefragable de la abdicación de la soberanía del pueblo; la consagración de un dominio supremo.

Pero el maestro es el enemigo.

La Fontaine lo dijo antes que yo.

El poder es el enemigo en el orden social y en el orden político.

En el orden social:

Pues la industria agrícola, madre de todas las industrias nacionales, es aplastada por los impuestos que le impone el gobierno y devorada por la usura que es el resultado inevitable del monopolio financiero, cuyo ejercicio el gobierno garantiza a sus seguidores o agentes;

Porque el trabajo, es decir, la inteligencia, es confiscada por el poder, ayudado por sus bayonetas, en beneficio del capital, elemento burdo y estúpido en sí mismo, que sería lógicamente la palanca de la industria, si el poder no impidiera su asociación mutua, que no es más que el extinguidor de la misma, gracias al poder que la separa de ella, que paga sólo la mitad, y que, si no paga en absoluto, tiene, para su uso, leyes y tribunales, una institución gubernamental dispuesta a posponer durante varios años la satisfacción del apetito del trabajador perjudicado;

Porque el comercio, amordazado por el monopolio de los bancos, de los que el gobierno tiene la llave, y maniatado por la soga de una reglamentación turbia, de la que el gobierno tiene el extremo, puede, en virtud de una contradicción que sería un certificado de idiotez si existiera en cualquier otro lugar que no fuera entre los pueblos más espirituales de la tierra, enriquecerse fraudulentamente sobre la cabeza indirecta de las mujeres y los niños, mientras se le prohíbe arruinarse bajo pena de infamia;

Pues la educación es cortada, cincelada, recortada y reducida a las estrechas dimensiones del molde que le ha hecho el poder, de modo que toda la inteligencia que no ha sido troquelada por el poder es absolutamente como si no lo fuera;

Pues éste es el mismo que, mediante el poder, paga el templo, la iglesia y la sinagoga, que no va ni al templo, ni a la iglesia, ni a la sinagoga;

Porque, para decirlo brevemente, es un delincuente el que oye, ve, habla, escribe, siente, piensa y actúa de una manera distinta a la que le impone el poder de oír, ver, hablar, escribir, sentir, pensar y actuar.

En el orden político:

Porque los partidos existen y ensucian el país sólo por y para el poder.

No es el jacobinismo lo que temen los legitimistas, los orleanistas, los bonapartistas, los moderados, es el poder de los jacobinos;

No es todavía el legitimismo contra lo que luchan los jacobinos, los orleanistas, los bonapartistas, los moderados, es contra el poder de los legitimistas.

Y viceversa.

Todos estos partidos que veis moverse en la superficie del país, como la espuma en una materia en ebullición, no se han declarado la guerra por sus disensiones doctrinales o sentimentales, sino por sus aspiraciones comunes al poder; Si cada uno de estos partidos pudiera decirse a sí mismo con certeza que el poder de ninguno de sus antagonistas pesaría ya sobre él, el antagonismo cesaría instantáneamente, como ocurrió el 24 de febrero de 1848, cuando el pueblo, habiendo devorado el poder, asimiló a los partidos.

Es, pues, cierto que un partido, cualquiera que sea, existe y es temido sólo porque aspira al poder; es, pues, cierto que nadie es peligroso que no tenga poder; es, pues, cierto que cualquiera que tenga poder es inmediatamente peligroso; está, por otra parte, superabundantemente demostrado que no puede haber otro enemigo público que el poder.

Así que, social y políticamente hablando, el poder es el enemigo.

Y como antes he demostrado que no hay partido que no aspire al poder, se deduce que todo partido es premeditadamente enemigo del pueblo.

Anselme Bellegarrigue

FUENTE: Le Partage

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2016/02/le-pouvoir-c-est-l-ennemi-du-peup