El principio anarquista Por Piotr Kropotkin (1913).
En sus inicios, la anarquía se presentaba como una simple negación. Negación del Estado y de la acumulación personal de Capital. Negación de cualquier tipo de autoridad. Negación de las formas establecidas de la Sociedad, basadas en la injusticia, el egoísmo absurdo y la opresión, así como de la moral vigente, derivada del Código Romano, adoptada y santificada por la Iglesia Cristiana. Sobre la base de esta lucha contra la autoridad, surgida en el seno de la Internacional, se formó el Partido Anarquista como partido revolucionario independiente.
Es obvio que mentes tan profundas como Godwin, Proudhon y Bakunin no podían limitarse a una simple negación. La afirmación -la concepción de una sociedad libre, sin autoridad, que marcha a la conquista del bienestar material, intelectual y moral- seguía de cerca a la negación; era su contrapartida. En los escritos de Bakunin, así como en los de Proudhon, y también en los de Stirner, se encuentran profundos conocimientos sobre los fundamentos históricos de la idea antiautoritaria, el papel que ha desempeñado en la historia y el que está llamado a desempeñar en el desarrollo futuro de la humanidad.
"Principio de Estado", o "principio de autoridad", a pesar de su forma negativa, tenía un significado profundamente afirmativo en sus bocas. Era un principio filosófico y práctico a la vez, que significaba que toda la vida de las sociedades, todo, -desde las relaciones cotidianas entre los individuos hasta las grandes relaciones de las razas sobre los océanos-, podía y debía ser reformado, y lo sería necesariamente, antes o después, según los principios de la anarquía -la plena libertad del individuo, las agrupaciones naturales y temporales, la solidaridad, pasaron al estado de hábito social.
Por eso, la idea anarquista apareció de repente grandiosa, radiante, capaz de atraer y enardecer a las mejores mentes de la época.
Digámoslo, era filosófico.
Hoy nos reímos de la filosofía. Sin embargo, no se rió en la época del Dictionnaire philosophique de Voltaire, que, al poner la filosofía al alcance de todos e invitar a todos a adquirir nociones generales de todas las cosas, realizaba una obra revolucionaria, cuyas huellas se encuentran en la sublevación del campo y de las grandes ciudades de 1793, y en el impulso apasionado de los voluntarios de la Revolución. En aquella época, los hambrientos temían la filosofía.
Pero los curas y los empresarios, ayudados por los filósofos universitarios alemanes con su incomprensible jerga, consiguieron perfectamente hacer inútil la filosofía, cuando no ridícula. Los curas y sus seguidores han dicho tanto que la filosofía es una tontería que los ateos han llegado a creerlo. Y los empresarios burgueses -los oportunistas blancos, azules y rojos- se han reído tanto del filósofo que los hombres sinceros han caído en la trampa. ¡Qué manoseador de la Bolsa, qué Thiers, qué Napoleón, qué Gambetta, no lo repitieron, para hacer mejor su negocio! La filosofía también está bastante despreciada hoy en día.
Pues bien, digan lo que digan los curas, los empresarios y los que repiten lo aprendido, la Anarquía fue entendida por sus fundadores como una gran idea filosófica. De hecho, es más que un mero motivo para tal o cual acción. Es un gran principio filosófico. Es una visión de conjunto que resulta de una verdadera comprensión de los hechos sociales, del pasado histórico de la humanidad, de las verdaderas causas del progreso antiguo y moderno. Es una concepción que no puede aceptarse sin alterar todas nuestras apreciaciones, grandes o pequeñas, de los grandes fenómenos sociales, así como de las pequeñas relaciones entre todos nosotros en nuestra vida cotidiana.
Es un principio de lucha cotidiana. Y si es un principio poderoso en esta lucha, es porque resume las aspiraciones profundas de las masas, un principio, distorsionado por la ciencia estatista y pisoteado por los opresores, pero siempre vivo y activo, siempre creando progreso, a pesar y contra todos los opresores.
Expresa una idea que siempre, desde que existen las sociedades, ha tratado de modificar las relaciones mutuas, y que un día las transformará, desde las establecidas entre los hombres confinados en una misma vivienda, hasta las que piensan establecerse en agrupaciones internacionales.
Un principio, en fin, que exige la reconstrucción completa de toda la ciencia, física, natural y social.
Este lado positivo y reconstructivo de la Anarquía no ha dejado de desarrollarse. Y hoy, Anarquía tiene que llevar sobre sus hombros una carga diferente a la que tenía al principio.
Ya no se trata de una simple lucha contra los compañeros de taller que se han arrogado cierta autoridad en una agrupación de trabajadores. Ya no se trata de una simple lucha contra los dirigentes que se dieron en el pasado, ni siquiera de una simple lucha contra un jefe, un juez o un gendarme.
Es todo esto, sin duda, porque sin la lucha diaria, ¿qué sentido tiene llamarse revolucionario? La idea y la acción son inseparables, si la idea se apodera del individuo; y sin la acción, la propia idea se marchita.
Pero es mucho más que eso. Es la lucha entre dos grandes principios que siempre han estado enfrentados en la Sociedad, el principio de libertad y el principio de coacción: dos principios que, en este mismo momento, van a entablar de nuevo una lucha suprema, para llegar necesariamente a un nuevo triunfo del principio libertario.
Mira a tu alrededor. ¿Qué ha sido de todos los partidos que antes se anunciaban como eminentemente revolucionarios? - Sólo quedan dos partidos: el de la coacción y el de la libertad; los anarquistas, y, contra ellos, -todos los demás partidos, sea cual sea su etiqueta.
Es que frente a todos estos partidos, los anarquistas son los únicos que defienden el principio de la libertad en su totalidad. Todos los demás se jactan de hacer feliz a la humanidad cambiando, o suavizando, la forma del látigo. Si gritan "abajo la cuerda de cáñamo de la horca", es para sustituirla por el cordón de seda, aplicado a la espalda. Sin el látigo, sin la coacción de un tipo u otro -sin el látigo del salario o del hambre, sin el látigo del juez o del gendarme, sin el látigo del castigo de una forma u otra- no pueden concebir la sociedad. Sólo nosotros nos atrevemos a afirmar que el castigo, el gendarme, el juez, el hambre y el salario nunca han sido, ni serán, un elemento de progreso; y que bajo un régimen que reconoce estos instrumentos de coacción, si hay progreso, éste se adquiere contra estos instrumentos, y no por ellos.
Esta es la lucha en la que estamos inmersos. Y qué corazón joven y honesto no palpitará ante la idea de que él también puede venir a participar en esta lucha, y reclamar contra todas las minorías de opresores la parte más hermosa del hombre, la que ha hecho todo el progreso a nuestro alrededor y que, a pesar de ello, por esa misma razón siempre ha sido pisoteada.
Pero eso no es todo.
Dado que la división entre el partido de la libertad y el partido de la coerción es cada vez más pronunciada, este último se aferra cada vez más a las formas moribundas del pasado.
Sabe que tiene ante sí un poderoso principio, capaz de dar una fuerza irresistible a la revolución, si un día es debidamente comprendido por las masas. Y trabaja para aprovechar cada una de las corrientes que juntas forman la gran corriente revolucionaria. Se está apoderando del pensamiento comunista que está surgiendo en Francia e Inglaterra. Pretende aprovechar la revuelta obrera contra la patronal que se está produciendo en todo el mundo.
Y en lugar de encontrar auxiliares en los socialistas menos avanzados que nosotros, encontramos en ellos, en estas dos direcciones, un hábil adversario, apoyándose en toda la fuerza de los prejuicios adquiridos, que está haciendo que el socialismo se desvíe por los caminos y acabará por borrar incluso el sentido socialista del movimiento obrero, si los trabajadores no se dan cuenta a tiempo y abandonan a sus actuales jefes de opinión.
El anarquista se ve así obligado a trabajar sin descanso y sin pérdida de tiempo en todas estas direcciones.
Debe sacar a relucir la gran parte filosófica del principio de la Anarquía. Debe aplicarlo a la ciencia, pues con ello contribuirá a remodelar las ideas: cortará las mentiras de la historia, de la economía social, de la filosofía, y ayudará a quienes ya lo están haciendo, a menudo inconscientemente, en aras de la verdad científica, a imponer el sello anarquista en el pensamiento del siglo.
Tiene que sostener la lucha y la agitación diarias contra los opresores y los prejuicios, mantener el espíritu de rebelión allí donde el hombre se sienta oprimido y tenga el valor de rebelarse.
Tiene que desbaratar las astutas maquinaciones de todos los partidos, antes aliados, pero ahora hostiles, que trabajan para desviar hacia formas autoritarias los movimientos nacidos como revuelta contra la opresión del Capital y del Estado.
Y finalmente, en todas estas direcciones, tiene que encontrar, adivinar por la práctica misma de la vida, las nuevas formas que las agrupaciones, ya sean de oficios, ya sean territoriales y locales, podrán tomar en una sociedad libre, liberada de la autoridad de los gobiernos y de los hambrientos.
¿No es la grandeza de la tarea a realizar la mejor inspiración para el hombre que se siente con fuerzas para luchar? ¿No es también el mejor medio para apreciar cada hecho aislado que se produce en el curso de la gran lucha que tenemos que sostener?
Piotr Kropotkin
Extracto de Temps nouveaux N° 67 - 1913
Traducido por Jorge Joya
Original: www.socialisme-libertaire.fr/2016/06/le-principe-anarchiste.html