La reproducción de la vida cotidiana - Fredy Perlman

 

The Reproduction of Daily Life, escrito en Kalamazoo, Michigan, fue publicado por primera vez en 1969 por Black & Red Books, Detroit. Fue reeditado en octubre de 1992 en Anything Can Happen, por Phoenix Press, Londres. Una primera traducción al francés apareció en la revista L'Homme et la Société n° 15 del primer trimestre de 1975. Una segunda traducción al francés se publicó en (Dis)continuité n° 15 en julio de 2001. La presente traducción, inédita, fue realizada por Ravage Éditions en 2011, en París. 

La actividad práctica diaria de los miembros de la tribu reproduce, o perpetúa, una tribu. Esta reproducción no es sólo física, sino también social. A través de sus actividades cotidianas, las tribus no se limitan a reproducir un grupo de seres humanos, sino que reproducen una tribu, es decir, una forma social particular dentro de la cual este grupo de seres humanos lleva a cabo actividades específicas de una manera concreta. Las actividades específicas de la tribu no son producto de las características "naturales" de los hombres que las realizan, como la producción de miel es producto de las características "naturales" de una abeja. La vida cotidiana promovida y perpetuada por la tribu es una respuesta social específica a unas condiciones materiales e históricas concretas.

La actividad diaria de los esclavos reproduce la esclavitud. A través de su actividad diaria, los esclavos no sólo se reproducen físicamente a sí mismos y a sus amos, sino que también reproducen los instrumentos con los que sus amos los oprimen, así como sus propios hábitos de sumisión a la autoridad del amo. Para los hombres que viven en una sociedad basada en la esclavitud, la relación amo-esclavo parece natural y eterna. Sin embargo, las personas no nacen dueñas o esclavas. La esclavitud es una forma social específica a la que se somete a las personas exclusivamente bajo determinadas condiciones materiales e históricas.

La actividad cotidiana concreta de los asalariados reproduce el trabajo asalariado y el capital. A través de sus actividades cotidianas, los hombres "modernos", como los miembros de las tribus o los esclavos, reproducen los hábitos, las relaciones sociales y las ideas de su sociedad, reproducen la forma social de la vida cotidiana. Al igual que el sistema tribal y la esclavitud, el sistema capitalista no es la forma natural ni definitiva de la sociedad humana. Al igual que las formas sociales anteriores, el capitalismo es la respuesta específica a unas condiciones materiales e históricas determinadas.

A diferencia de las formas anteriores de actividad social, la vida cotidiana en la sociedad capitalista transforma sistemáticamente las condiciones materiales a las que el capitalismo respondía originalmente. Ciertos límites materiales de la actividad humana se dominan progresivamente. En un alto grado de industrialización, la actividad concreta crea sus propias condiciones materiales y su forma social. Así, el objeto de nuestro análisis no debe limitarse a la forma en que la actividad concreta en la sociedad capitalista reproduce esta sociedad capitalista, sino también a las razones por las que esta actividad misma suprime las condiciones materiales a las que responde el capitalismo. La vie quotidienne dans la société capitaliste

La forma social de la actividad en el sistema capitalista responde a una determinada situación material e histórica.

Las condiciones materiales e históricas explican el origen de la forma capitalista, pero no la razón por la que esta forma persiste una vez desaparecida la situación inicial. El concepto de "atraso cultural" no explica la continuidad de una forma social tras la desaparición de las condiciones a las que respondía. Tal concepto es, por así decirlo, sólo una forma de designar la persistencia de esa forma social. Al utilizar el concepto de "atraso cultural" para referirse a una "fuerza social" que determina la actividad humana, se mantiene la confusión de que el resultado de la actividad de las personas es una fuerza externa, fuera de su alcance. Esto no sólo se aplica a un concepto como el de "atraso cultural". Muchos de los términos utilizados por Marx para describir la actividad humana han sido elevados al estatus de fuerzas externas e incluso "naturales" que determinan esa actividad; así, conceptos como "lucha de clases", "relaciones de producción" y especialmente "Dialéctica" juegan el mismo papel en las teorías de algunos "marxistas" que el "Pecado Original", el "Destino", "La Mano del Destino" jugaban en las teorías de los mistificadores medievales.

En el desarrollo de sus actividades cotidianas, los miembros de la sociedad capitalista realizan simultáneamente dos procesos: reproducen la forma de su actividad y eliminan las condiciones materiales a las que esta actividad respondía originalmente. Pero no saben que están llevando a cabo estos procesos; su propia actividad permanece opaca para ellos mismos. Creen que sus actividades responden a condiciones naturales que no pueden controlar, y no ven que ellos mismos generan esas condiciones. El papel de la ideología capitalista es mantener el velo que impide la comprensión de la actividad en la medida en que reproduce la forma de la vida cotidiana; el papel de la teoría crítica es desvelar las actividades de la vida cotidiana, hacerlas transparentes, hacer visible la reproducción de la forma social del capitalismo en las actividades cotidianas.

Bajo la ley del capitalismo, la vida cotidiana consiste en actividades relacionadas que reproducen y amplían la forma capitalista de la actividad social. La venta del tiempo de trabajo a cambio de una suma de dinero (un salario), la materialización del tiempo de trabajo en mercancías (bienes de consumo, tangibles o intangibles), el consumo de mercancías tangibles o intangibles (productos e imágenes a consumir): estas actividades que caracterizan la vida cotidiana en la sociedad capitalista no son manifestaciones de la "naturaleza humana", ni son impuestas a los hombres por fuerzas incontrolables.

Se considera que está en la "naturaleza" del hombre ser a veces un miembro pasivo de una tribu y a veces un joven ejecutivo dinámico, a veces un esclavo sumiso y a veces un artesano concienzudo, un cazador autónomo o un asalariado dependiente. Si esto es así, o bien el concepto de "naturaleza humana" es un concepto vacío, o bien la "naturaleza" del hombre depende de las condiciones materiales e históricas, y es de hecho una respuesta a esas condiciones.

Alienación de la actividad vital

En la sociedad capitalista, la actividad creativa toma la forma de producción de mercancías, la producción de bienes para la venta, por lo que el resultado de la actividad humana toma la forma de mercancías. La capacidad de ser mercantilizada o rentable caracteriza universalmente a cualquier actividad o producto concreto.

Los productos de la actividad humana necesarios para la supervivencia adoptan la forma de bienes para la venta: sólo están disponibles a cambio de dinero. Y el dinero sólo está disponible a cambio de bienes. Si un gran número de personas consideran legítimas estas convenciones, si están de acuerdo en que las mercancías son indispensables para obtener dinero, y que el dinero es indispensable para la supervivencia, están encerradas en un círculo vicioso. Como no tienen bienes, la única forma de salir de este círculo es considerarse, al menos parcialmente, como mercancías. Y ésta es, de hecho, la "solución" particular que la gente se impone a sí misma cuando se enfrenta a condiciones materiales e históricas específicas. No cambian sus cuerpos o miembros por dinero. Cambian el contenido creativo de sus vidas, su actividad diaria concreta, por dinero.

Una vez que han aceptado el dinero a cambio de su existencia, la venta de la actividad vital se convierte en una condición de su supervivencia física y social. La vida se intercambia por la supervivencia. La creación y la producción pasan a significar únicamente una actividad para la venta. La actividad de un hombre sólo es "productiva", útil para la sociedad, cuando se puede vender. Y el propio hombre es un miembro productivo de la sociedad sólo en la medida en que las actividades de su vida cotidiana son intercambiables por dinero. Cuando los términos de este intercambio son comúnmente aceptados, la actividad diaria toma la forma de una prostitución universal.

La fuerza creativa vendida, la actividad cotidiana vendida, toma la forma de trabajo. El trabajo es históricamente una forma específica de actividad humana. El trabajo es una actividad abstracta que sólo tiene una propiedad: puede venderse, cambiarse por una determinada cantidad de dinero. El trabajo es una actividad indiferente: indiferente a la tarea concreta que se realiza e indiferente al sujeto concreto que se beneficiará de ella. Cavar, imprimir y esculpir son actividades diferentes, pero las tres son trabajo en la sociedad capitalista. El trabajo es simplemente "ganar dinero". La actividad vital que adopta la forma de trabajo es un medio para ganar dinero. La vida se convierte en un medio de supervivencia.

Esta inversión irónica no es el clímax dramático de una novela fantástica; es un hecho de la vida cotidiana en la sociedad capitalista. La supervivencia, es decir, la conservación y reproducción de uno mismo, no es el medio, la condición necesaria para la actividad creativa concreta, sino que ocurre precisamente lo contrario. La actividad creativa en forma de trabajo, es decir, la actividad vendida, es una dolorosa necesidad de supervivencia; el trabajo es un medio de autoconservación y reproducción.

La venta de la actividad vital conduce a otra inversión. A través de esta venta, el trabajo de un individuo se convierte en "propiedad" de otro, queda bajo su control. En otras palabras, la actividad de una persona se convierte en la actividad de otra, la actividad del propietario; se convierte en algo ajeno a la persona que la realiza. Así, la propia vida, la realización en el mundo, la diferencia que la propia existencia crea en la vida de la humanidad, no sólo se transforma en trabajo, una dolorosa condición de supervivencia; se transforma en actividad alienada, realizada por quien compra este trabajo. En la sociedad capitalista, los arquitectos, los ingenieros y los obreros no son constructores; sólo construye quien compra su trabajo; sus proyectos, cálculos y movimientos les son ajenos; su actividad vital, lo que realizan, le pertenece.

Los sociólogos académicos, que encuentran natural que el trabajo se venda, entienden esta alienación del trabajo como un sentimiento: la actividad del trabajador "parece" ajena a él, "parece" estar controlada por otra persona. Sin embargo, cualquier trabajador puede explicar al sociólogo académico que la alienación no es un sentimiento ni una idea en la cabecita del trabajador, sino un hecho real de su vida cotidiana. La actividad vendida es de hecho ajena al trabajador, su trabajo es de hecho controlado por quien lo compra.

A cambio de esta actividad vendida, el trabajador gana dinero, el medio de supervivencia aceptado en la sociedad capitalista. Con este dinero puede comprar bienes, cosas, pero no puede comprar su actividad. Esto revela un "defecto" particular del dinero como "equivalente universal". Alguien puede vender bienes por dinero, y puede volver a comprar esos mismos bienes con dinero. Puede vender su actividad vital por dinero, pero no puede redimir su actividad vital con dinero.

Con su salario, el trabajador compra sobre todo bienes de consumo que le permiten sobrevivir, reproducir su fuerza de trabajo para poder seguir vendiéndola, espectáculos, objetos de admiración pasiva. No existe en el mundo como agente de su transformación. Sin embargo, como espectador impotente, puede llamar "felicidad" a este estado de admiración impotente y, puesto que el trabajo es un sufrimiento, puede desear la "felicidad", es decir, la inacción, durante toda su existencia (lo que equivale casi a la condición de un bebé que nace muerto). Los bienes y los espectáculos le consumen; gasta su energía vital en la admiración dichosa; le consumen las cosas. En este sentido, cuanto más cosas tiene, menos es. (Un individuo puede superar esta muerte en vida ejerciendo su creatividad de forma marginal; pero la población no puede, a menos que se suprima la forma capitalista de la actividad concreta, a menos que se suprima el trabajo asalariado y se desaliene así la actividad creativa).

Fetichismo de las mercancías

Al alienar su actividad y cambiarla por mercancías, receptáculos materiales del trabajo humano, las personas se reproducen y crean el Capital. Desde el punto de vista de la ideología capitalista, y en particular de la economía política más clásica, esta afirmación es falsa: las mercancías no son "el producto del trabajo solamente"; son producidas por los "factores de producción" elementales, "Tierra, Trabajo y Capital", la Santísima Trinidad capitalista, y el "factor" principal es obviamente el héroe de este cuento: el Capital.

El objetivo de esta superficial Trinidad no es el análisis, porque a los expertos no se les paga por analizar. Se les paga para oscurecer, para enmascarar la forma social de la actividad concreta en el régimen capitalista, para echar un velo sobre el hecho de que los productores se reproducen a sí mismos, a sus explotadores así como a los instrumentos que los esclavizan. La fórmula de la Trinidad no logra su objetivo por convencimiento. Es obvio que la tierra no es ni más ni menos una mercancía que el agua, el aire o el sol. Además, El Capital, que designa tanto la relación social entre trabajadores y capitalistas, como los medios de producción que poseen los capitalistas y el dinero equivalente a estos medios concretos e "intangibles", no produce más que las jaculatorias dispuestas para su publicación por los economistas políticos. Incluso los medios de producción, que constituyen el capital de un capitalista, son "factores de producción" elementales sólo para quienes logran limitar su campo de visión a una sola empresa, pues una visión global de la economía en su conjunto revela que el capital de un capitalista es el receptáculo material del trabajo alienado de otro capitalista. En cualquier caso, aunque la fórmula de la Santísima Trinidad no convence a nadie, cumple su función de máscara ideológica al desplazar los términos de la cuestión: en lugar de preguntarse por qué la actividad de las personas en el sistema capitalista adopta la forma de trabajo asalariado, los potenciales analistas de la vida cotidiana se encuentran transformados en neomarxistas perfectamente académicos que se preocupan por si el trabajo es o no el único "factor de producción".

La economía política (y la ideología capitalista en general) considera que la tierra, el dinero y los productos del trabajo son cosas capaces de crear valor, de trabajar para quienes los poseen, para transformar el mundo. Esto es lo que Marx llama el fetichismo que caracteriza las concepciones cotidianas de los individuos, y que es elevado al nivel de dogma por los economistas. Para el economista, los individuos vivos son cosas ("factores de producción"), y las cosas viven (ya que el dinero "trabaja" y el capital "produce").

Pero el fetiche es una cosa muerta, no un ser vivo; está desprovisto de humanidad. El fetiche no es más que una cosa por la cual, y a través de la cual, se perpetúan las relaciones capitalistas. El poder misterioso del Capital, su "poder" de producción, su humanidad, no reside en sí mismo, sino en el hecho de que las personas enajenen su actividad creativa, que vendan su trabajo a los capitalistas, que materialicen o reifiquen el trabajo en mercancías. En otras palabras, las personas son compradas por el producto de su propia actividad, pero ven su actividad como la del Capital, y sus productos como los del Capital. Al proyectar el poder creativo en el Capital y no en su propia actividad, entregan su actividad vital, su vida cotidiana, al Capital; se entregan diariamente a la personificación del Capital, al capitalista. Al vender su trabajo, al alienar su actividad, las personas reproducen las personificaciones de las formas de actividad dominantes en el régimen capitalista, reproducen al asalariado y al capitalista. No sólo reproducen a los individuos físicamente, sino también socialmente; reproducen a los individuos que venden su fuerza de trabajo, así como a otros que poseen los medios de producción; reproducen a los individuos y también las actividades particulares de vender y poseer.

Cada vez que las personas realizan una actividad que no han definido y que no controlan, cada vez que compran las mercancías que han producido con el dinero recibido a cambio de su actividad alienada, cada vez que admiran pasivamente los productos de su propia actividad como objetos extraños adquiridos con su dinero, refuerzan el Capital y suprimen su propia existencia.

El objetivo del proceso es la reproducción de las relaciones entre el trabajador y el capitalista. Este objetivo no es el mismo que el de los individuos que participan en el proceso. Sus actividades no se muestran claramente como lo que son; tienen la mirada fija en el fetiche que se interpone entre el acto y su resultado. El individuo que participa en este proceso está obsesionado con las cosas, precisamente con aquellas para las que existen las relaciones capitalistas. El trabajador como productor busca cambiar su trabajo diario por un salario, busca precisamente aquello por lo que se restablece su relación con el capitalista, aquello por lo que se reproduce como asalariado, y reproduce al otro como capitalista. El trabajador como consumidor cambia su dinero por los productos del trabajo, es decir, precisamente lo que el capitalista tiene que vender para realizar el Capital.

La transformación diaria de la actividad viva en Capital está mediada por las cosas, pero no se realiza por ellas. El fetichista no lo sabe; para él el trabajo y la tierra, los instrumentos y el dinero, los empresarios y los banqueros, son todos "factores" y "agentes". Cuando un cazador que lleva un amuleto dispara a una cierva con una piedra, puede considerar el amuleto como un "factor" esencial en su acto, e incluso en la oportunidad que se le presentó en forma de esa caza. Si es un fetichista responsable y bien educado, dedicará un cuidado especial a su amuleto, nutriéndolo con su devoción. Para mejorar las condiciones materiales de su existencia, redoblará su atención al fetiche, incluso más que a su propia capacidad de lanzar la piedra. Si se ve obligado, puede incluso enviar el amuleto a "cazar" por él. No concibe claramente sus propias actividades cotidianas: si come bien, no establece la conexión con su propia capacidad de lanzar la piedra, sino con el poder del amuleto. Si no tiene nada que comer, no entiende que es su propia obstinación en adorar el amuleto cuando podría haber ido a cazar, y no la ira del fetiche, lo que le obliga a ayunar.

El fetichismo de las mercancías y del dinero, la mistificación y la religión de la vida cotidiana que atribuye la actividad viva a las cosas inanimadas, no es un capricho mental nacido en la imaginación humana: su origen está en la naturaleza de las relaciones sociales bajo el dominio capitalista. De hecho, las personas no están conectadas entre sí por las cosas. Es a través del fetiche que actúan colectivamente, y reproducen su actividad. Pero el fetiche no realiza ninguna actividad. El capital no transforma la materia prima y no produce ningún bien. Si la actividad viva no transformara la materia prima, ésta permanecería inerte, es decir, muerta. Si los hombres no se empeñaran en aceptar la venta de su actividad vital, la impotencia del Capital sería manifiesta. El capital dejaría de existir. Su poder último sería el de recordar una forma de cotidianidad canalla caracterizada por la prostitución universal de lo cotidiano.

El trabajador enajena su vida con el único fin de mantenerla. Si no vendiera su actividad vital, no obtendría un salario y no sobreviviría. Sin embargo, no es el salario el que instituye la alienación como condición de supervivencia. Si los hombres no estuvieran dispuestos a vender sus vidas, si se inclinaran a tomar el control de sus propias actividades, la prostitución universal no sería una condición de supervivencia. Es la inclinación de las personas a seguir vendiendo su trabajo, no las cosas por las que lo venden, lo que hace que la alienación de la actividad viva sea necesaria para la conservación de la vida.

La actividad vital vendida por el trabajador es comprada por el capitalista. Sólo esta actividad viva da vida al capital y lo hace "productivo". El capitalista, al poseer la materia prima y los medios de producción, presenta los objetos naturales y los productos de la actividad ajena como su "propiedad privada". Pero no es el misterioso poder del Capital el que crea la "propiedad privada" del capitalista, es la actividad viva la que crea la "propiedad", y la forma de esta actividad es la que mantiene su carácter "privado".

La transformación de la actividad viva en capital

La transformación de la actividad viva en Capital se produce a través de las cosas, en el día a día, pero no es realizada por las cosas. Las cosas producidas por la actividad humana parecen ser los únicos agentes de esta operación porque las actividades y las relaciones se establecen para y a través de las cosas, y porque las personas no son claramente conscientes de su actividad. Confunden el objeto mediador con la causa.

En el modo de producción capitalista, el trabajador encarna o materializa su actividad vital alienada en un objeto inerte mediante el uso de instrumentos que encarnan la actividad de otras personas (los sofisticados instrumentos industriales encarnan la actividad intelectual y manual de muchas generaciones que han inventado, perfeccionado y producido en todos los continentes y en todas las formas de sociedades). Los instrumentos son en sí mismos objetos inertes. Son la encarnación material de la actividad viva, pero no están vivos. El único agente vivo en el proceso de producción es el trabajador vivo. Utiliza los productos del trabajo de otras personas y les da vida, por así decirlo, pero su propia vida. Es incapaz de resucitar a los individuos que han invertido su actividad vital en este instrumento. El instrumento puede permitirle hacer más en un periodo determinado, y en ese sentido puede aumentar su productividad. Pero sólo el trabajo vivo, capaz de producir, puede ser productivo.

Un trabajador industrial que utiliza un torno eléctrico, por ejemplo, se beneficia del producto de la actividad de generaciones de físicos, inventores, ingenieros y fabricantes. Es objetivamente más productivo que el artesano que hace el mismo objeto a mano. Pero no es en absoluto el "Capital" del que dispone el trabajador industrial el que es más "productivo" que el "Capital" del artesano. Si no se hubieran encarnado generaciones de trabajadores intelectuales y manuales en el torno eléctrico, si el trabajador industrial hubiera tenido que inventar la electricidad y el torno eléctrico, habrían sido necesarias muchas vidas para que pudiera tornar un solo objeto, y ninguna cantidad de Capital habría podido aumentar su productividad en comparación con la del artesano que da forma al objeto con sus manos.

La noción de "productividad del capital" y, en particular, la medición detallada de esta "productividad" son invenciones de la "ciencia" económica, esa religión de la vida cotidiana capitalista que agota la energía de los seres en la adoración, la admiración y la adulación del fetiche centralizador de la sociedad capitalista. Los colegas medievales de estos "científicos" solían hacer mediciones detalladas de la altura y la anchura de los ángeles en el cielo, sin preguntarse siquiera qué podían ser estos ángeles o este cielo, ya que daban por sentada la existencia de ambos.

El resultado de la actividad vendida por el trabajador es un producto que no le pertenece. El producto no es más que una encarnación de su trabajo, la materialización de una parte de su vida, un receptáculo que contiene su actividad viva, pero que le es ajeno: tan ajeno como su trabajo. No se ha decidido a producirlo y, una vez hecho, no le sirve de nada. Si lo quiere, tiene que comprarlo. No se ha limitado a fabricar un objeto para un fin determinado. Para ello, no habría necesitado vender su trabajo a un capitalista a cambio de un salario. Todo lo que tenía que hacer era reunir los materiales necesarios y las herramientas disponibles, y dar forma a los materiales según su propósito y dentro de los límites de sus conocimientos y habilidades. Sin embargo, está claro que un individuo sólo puede conseguirlo de forma marginal. La apropiación y el uso de los materiales y las herramientas disponibles sólo pueden producirse una vez que se ha descartado la forma capitalista de la actividad.

Lo que el trabajador produce bajo el régimen capitalista tiene una propiedad muy particular, la de poder ser vendido. Lo que produce su actividad alienada es una mercancía.

Dado que la producción capitalista es una producción de mercancías, la afirmación de que el objetivo del proceso es la satisfacción de las necesidades humanas es falsa. Es sólo una racionalización y una disculpa. La "satisfacción de las necesidades humanas" no es más el objetivo del capitalista que el del trabajador dedicado a la producción, ni tampoco el resultado del proceso. El trabajador vende su mano de obra para obtener un salario. El contenido concreto de la obra le es indiferente. No enajenaría su trabajo para un capitalista que no le diera un salario a cambio. No le importa qué necesidades humanas pueden satisfacer los productos de este capitalista. El capitalista compra mano de obra y la dedica a la producción para obtener bienes que puedan ser vendidos. Es tan indiferente a las cualidades específicas del producto como a las necesidades de las personas. Lo único que le interesa de su producto es el precio al que lo venderá. En cuanto a las necesidades de las personas, se trata de cuánto "necesitan" comprar y cómo imponerles, mediante la propaganda y el condicionamiento psicológico, más y más "necesidades". El papel del capitalista es satisfacer "su" necesidad de reproducir y ampliar el dominio del Capital, y el resultado de este proceso es la reproducción siempre creciente del trabajo asalariado y del Capital (que no son "necesidades humanas").

La mercancía producida por el trabajador es intercambiada por el capitalista por una determinada cantidad de dinero. La mercancía es un valor que se intercambia por un valor equivalente. En otras palabras, el trabajo vivo materializado en el producto puede existir en dos formas distintas pero equivalentes: como mercancía y como dinero, o como lo que es común a ambos: el valor. Esto no significa que el valor sea el trabajo. El valor es la forma social del trabajo reificado (materializado) en la sociedad capitalista.

En el régimen capitalista, las relaciones sociales no se establecen directamente, se establecen por el valor. La actividad diaria no se intercambia directamente, se intercambia en forma de valor. En consecuencia, lo que ocurre con la actividad viva bajo el régimen capitalista no puede reconocerse observando la actividad misma, sino sólo siguiendo las metamorfosis del valor.

Cuando la actividad vital de las personas toma la forma de trabajo (actividad alienada), adquiere la propiedad de intercambiabilidad, adquiere la forma de valor. En otras palabras, el trabajo puede intercambiarse por una cantidad "equivalente" de dinero (el salario). La alienación deliberada de la actividad vital, que los miembros de la sociedad capitalista perciben como necesaria, reproduce en sí misma la forma capitalista en la que la alienación es necesaria para su supervivencia. Dado que la actividad viva se transforma en valor, los productos de esta actividad también deben convertirse en valor: deben ser intercambiables por dinero. Esto es obvio porque, si los productos del trabajo no se convirtieran en valor, sino, por ejemplo, en objetos útiles puestos a disposición de la sociedad, permanecerían en la fábrica o serían tomados libremente por los miembros de la sociedad cuando lo consideraran necesario. En cualquier caso, el dinero salarial recibido por los trabajadores no podía venderse por una cantidad de dinero "equivalente", la actividad vital no podía enajenarse. En consecuencia, en cuanto la actividad viva adquiere la forma de valor, los productos de esa actividad adquieren la forma de valor, y la reproducción de la vida cotidiana se establece por los cambios o metamorfosis del valor.

El capitalista vende los productos del trabajo en un mercado, los cambia por una suma de dinero equivalente, realiza un determinado valor. La magnitud de este valor en un mercado determinado constituye el precio de las mercancías. Para el economista académico, el precio es la llave del cielo. Al igual que el propio Capital, el Price se mueve en un mundo maravilloso compuesto enteramente por objetos. Los objetos se relacionan entre sí y están vivos, se transforman mutuamente, se comunican entre sí, se casan y tienen hijos. Y es, por supuesto, por la gracia de estos objetos inteligentes, poderosos y creativos, y sólo por esta gracia, que existe tal felicidad en la sociedad capitalista.

En la imagen del economista, los ángeles lo hacen todo y los hombres no hacen absolutamente nada. Los hombres disfrutan de lo que hacen por ellos estos seres superiores. No sólo el capital produce y el dinero funciona, sino que otras cosas misteriosas tienen virtudes similares. Como la Oferta, la cantidad de cosas que se venden, y la Demanda, la cantidad de cosas que se compran. Cuando la oferta y la demanda se unen en un punto concreto del diagrama, dan lugar al equilibrio de precios, que es un estado de gracia universal. Las actividades de la vida cotidiana dependen de las cosas, y las personas se reducen al estado de cosas ("factores de producción") durante el tiempo que "producen", y al de espectadores pasivos de las cosas durante su "tiempo libre". La virtud de un economista científico consiste en su capacidad para atribuir a las cosas el resultado de la actividad cotidiana de las personas, y en su incapacidad para observar la actividad viva de las personas detrás de las acrobacias de estas cosas.

La magnitud del valor, es decir, el precio de una mercancía y la cantidad de dinero por la que se intercambia, no está determinada por las cosas, sino por la actividad diaria de las personas. La oferta y la demanda, la competencia leal o desleal, no son más que formas sociales de productos y actividades bajo el régimen capitalista, no tienen vida propia. El hecho de que la actividad se enajene, es decir, que el tiempo de trabajo se venda por una determinada suma de dinero, que adquiera un determinado valor, tiene varias consecuencias para el valor atribuido a los productos de este trabajo.

El valor de la mercancía vendida debe ser al menos igual al del tiempo de trabajo. Esto es obvio tanto desde el punto de vista de una empresa capitalista concreta, como desde el de la sociedad en su conjunto. Si el valor de las mercancías vendidas por el capitalista fuera menor que el valor del tiempo de trabajo que ha contratado, entonces sus gastos de trabajo superarían por sí solos sus ganancias, y quebraría. Socialmente, si el valor de lo que producen los trabajadores fuera inferior a su consumo, entonces la fuerza de trabajo no podría ni siquiera reproducirse, y mucho menos una clase de capitalistas. En cualquier caso, si el valor de las mercancías fuera sólo igual al valor del tiempo de trabajo empleado en producirlas, los productores de estas mercancías se contentarían con reproducirse a sí mismos, y su sociedad no tendría carácter capitalista. Su actividad podría seguir consistiendo en producir mercancías, pero ya no sería una producción capitalista de mercancías.

Para que el trabajo cree capital, el valor de los productos del trabajo debe ser mayor que el valor del trabajo. En otras palabras, la fuerza de trabajo debe producir un excedente de producción, una cantidad de mercancías que no consume, y este excedente debe transformarse en valor añadido, una forma de valor que los trabajadores no se apropian como salario, pero que los capitalistas se apropian como beneficio. Además, el valor de los productos del trabajo debe ser aún mayor, porque en ellos no sólo se materializa el trabajo vivo. En el proceso de producción, los trabajadores gastan su propia energía, pero también el trabajo acumulado por otros en forma de herramientas, y dan forma a materiales para los que ya era necesaria la mano de obra.

Esto lleva al extraño resultado de que el valor de los productos del trabajador y el valor de su salario no son la misma cantidad, es decir, la cantidad de dinero que recibe el capitalista cuando vende la mercancía producida por sus trabajadores contratados es diferente de la cantidad que les paga. Esta diferencia no se explica por el coste de los materiales y las herramientas. Si el valor de las mercancías vendidas fuera igual al valor del trabajo vivo y de las herramientas utilizadas, todavía no habría lugar para los capitalistas. De hecho, la diferencia entre ambos valores debe ser lo suficientemente grande como para sostener a una clase de capitalistas, no sólo a los individuos, sino también a la actividad específica en la que participan, es decir, la compra de mano de obra. La diferencia entre el valor total de los productos y el valor gastado en su producción es el valor añadido, el germen del capital.

Para localizar el origen del valor añadido, es necesario examinar la razón por la que el valor del trabajo es inferior al de las mercancías que produce. La actividad alienada del trabajador, con la ayuda de diversas herramientas, transforma materiales, produce una determinada cantidad de mercancías. Sin embargo, cuando se vende la mercancía y se pagan los materiales y las herramientas, los trabajadores no reciben el valor restante en salarios, sino que reciben menos. En otras palabras, cada día que el trabajador trabaja, realiza una cierta cantidad de trabajo forzado y no remunerado, por el que no recibe ninguna compensación.

La realización de este trabajo no remunerado, este trabajo forzado, es otra "condición de supervivencia" en la sociedad capitalista. Sin embargo, al igual que la alienación, esta condición no viene impuesta por la naturaleza, sino por la práctica colectiva de las personas, por sus actividades cotidianas. Antes de que existieran los sindicatos, un trabajador aceptaba cualquier trabajo que se le presentara, porque rechazar ese trabajo habría supuesto que otros aceptaran las condiciones, y el trabajador solitario no habría recibido ninguna paga. Los trabajadores luchaban entre sí por los salarios que les ofrecían los capitalistas. Si un trabajador dejaba su puesto de trabajo por un salario inaceptable, un trabajador desempleado lo sustituía, ya que para este último un salario bajo era mejor que ningún salario.

Esta lucha entre los trabajadores fue llamada "libertad de trabajo" por los capitalistas, que hicieron grandes sacrificios para mantener esta libertad para los trabajadores, porque era precisamente la libertad necesaria para la conservación de la plusvalía del capitalista, permitiéndole acumular el Capital. Producir una cantidad de bienes superior al valor de sus salarios nunca fue el objetivo de los trabajadores. Su objetivo era obtener el mayor salario posible. Sin embargo, la existencia de trabajadores sin salario, y cuya concepción de un salario alto era, en consecuencia, más modesta que la de los asalariados, permitía al capitalista pagar el salario más bajo aceptado por los trabajadores. Así, el resultado de la actividad colectiva diaria de los trabajadores, cada uno luchando individualmente por el mayor salario posible, fue bajar los salarios de todos. El efecto de la lucha de cada uno contra todos fue que todos recibieron el menor salario posible, y el capitalista el mayor beneficio imaginable.

La práctica diaria de todos iba en contra de los objetivos de todos. Pero los trabajadores no sabían que su situación era producto de su propio comportamiento diario. Sus propias actividades no estaban claras para ellos. El trabajador aceptaba su bajo salario como un destino, como la enfermedad o la muerte, y si el salario bajaba más, lo veía sólo como el efecto de un desastre natural, como si hubiera sido víctima de una inundación o de un invierno severo. La crítica de los socialistas y los análisis de Marx, así como un mayor desarrollo industrial que permitió más tiempo para la reflexión, levantaron parte del velo y revelaron a los trabajadores parte de la realidad de su actividad. Sin embargo, tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos, los trabajadores no se libraron de la forma capitalista de la vida cotidiana. Crearon sindicatos. Y en las diferentes condiciones materiales de la Unión Soviética y de Europa del Este, los obreros (y los campesinos) sustituyeron a la clase capitalista por una burocracia estatal cuya función era adquirir trabajo enajenado y acumular capital en nombre de Marx.

Con los sindicatos, la vida cotidiana se parece a la de antes de su fundación. De hecho, es más o menos lo mismo. La vida cotidiana sigue dedicada al trabajo en sí, a la actividad alienada, al trabajo no remunerado y al trabajo forzado. El trabajador sindicado ya no tiene que discutir el alcance de su alienación porque los funcionarios del sindicato se encargan de ello. Los límites dentro de los cuales se aliena la actividad del trabajador ya no están determinados por la necesidad del trabajador de aceptar lo que se le ofrece, están determinados por la necesidad del burócrata sindical de mantener su posición de alcahuete entre los que venden mano de obra y los que la compran.

Con o sin sindicatos, el valor añadido no lo produce la naturaleza ni el Capital. Se crea por las actividades diarias de las personas. Al realizar sus actividades cotidianas, las personas no sólo aceptan enajenar estas actividades, sino que también reproducen las condiciones que les obligan a reproducir sus actividades, a reproducir el Capital y, por tanto, el poder que tiene el Capital para comprar mano de obra. No es que no sepan "cuál es la alternativa". Una persona que sufre de indigestión crónica porque come demasiada grasa no sigue ingiriendo grasa por su incapacidad de concebir una alternativa. O bien prefiere sufrir su enfermedad por seguir comiendo grasa, o bien no tiene clara la relación causal entre la enfermedad y su consumo diario de grasa. Y si su médico, su cura, su profesor, su político le dicen, en primer lugar, que es la grasa lo que le mantiene vivo, y en segundo lugar, que se preocupan por todo lo que podría hacer si estuviera bien, no es de extrañar que su actividad no esté clara para él y que no haga ningún esfuerzo por aclararla.

La producción de plusvalía es una condición de supervivencia, no para la población, sino para el sistema capitalista. El valor añadido es una parte del valor de las mercancías producidas por el trabajo, pero que no corresponde a los trabajadores. Puede existir en forma de mercancías o de dinero (del mismo modo que el Capital puede existir en forma de una determinada cantidad de cosas o en forma de dinero), pero esto no cambia el hecho de que es un equivalente del trabajo materializado presente en una determinada cantidad de productos. Dado que los productos pueden cambiarse por una cantidad "equivalente" de dinero, el dinero "sustituye" o representa el mismo valor que estos productos. El dinero puede, a su vez, cambiarse por otra cantidad de mercancías de valor "equivalente". Todos estos intercambios, que tienen lugar simultáneamente en el curso de la vida cotidiana bajo el dominio capitalista, constituyen el proceso de circulación capitalista. A través de este proceso se realiza la metamorfosis del valor añadido en capital.

La parte del valor que no va al trabajo, propiamente el valor añadido, permite al capitalista existir e incluso algo más que existir. El capitalista invierte una parte de la plusvalía, contrata nuevos trabajadores y compra nuevos medios de producción, amplía su imperio. Esto significa que el capitalista vuelve a acumular trabajo, tanto en forma de trabajo vivo que emplea, como en forma de trabajo pasado (remunerado o no) que se acumula en los materiales y máquinas que compra.

La clase capitalista en su conjunto acumula el excedente de trabajo de la sociedad, pero este proceso tiene lugar a escala social y, por tanto, no puede identificarse observando la actividad de un solo capitalista. Hay que recordar que los productos que compra un determinado capitalista, como instrumentos de su actividad, tienen las mismas características que los productos que vende. Un primer capitalista vende instrumentos a un segundo capitalista por una determinada suma de valor, y sólo una parte de este valor va a los trabajadores como salario. El resto es el valor añadido con el que el primer capitalista compra nuevos instrumentos y mano de obra. El segundo capitalista compra los instrumentos por un valor determinado, lo que significa que paga todo el trabajo realizado al primer capitalista, el que se ha pagado y también el que se ha hecho gratis. Esto indica que los instrumentos acumulados por el segundo capitalista contienen el trabajo no remunerado que se hizo para el primero. El segundo capitalista, por su parte, vende sus productos por un valor determinado y devuelve sólo una parte de este valor a sus empleados. Utiliza el resto para comprar nuevos instrumentos y mano de obra adicional.

Si todo el proceso se redujera a un solo período, y si todos los capitalistas se agregaran en uno solo, resultaría que el valor con el que el capitalista adquiere nuevos instrumentos y trabajo extra es igual al valor de los productos que no ha devuelto a los productores. Este excedente acumulado es Capital.

Para la sociedad capitalista en su conjunto, el Capital total es igual a la suma del trabajo no remunerado realizado por generaciones de seres humanos cuya vida ha consistido en la alienación diaria de su actividad vital. En otras palabras, el Capital, al que los hombres venden los días de su existencia, es el producto de la venta de esta actividad humana, y se reproduce y expande cada día que un hombre vende su jornada de trabajo, cada vez que ese hombre decide perpetuar la forma capitalista de la vida cotidiana.

Conservación y acumulación de la actividad humana

La transformación del trabajo excedente en Capital es la forma histórica particular de un proceso más general, el proceso de industrialización, la transformación permanente del entorno concreto del hombre. Algunos rasgos esenciales de esta consecuencia de la actividad humana bajo el régimen capitalista pueden captarse mediante una ilustración simplificada. En una sociedad imaginaria, la gente pasa la mayor parte de su tiempo activo produciendo alimentos y otras necesidades. Sólo una parte de su tiempo es "excedente", es decir, liberado de la producción de necesidades. Esta actividad extra puede dedicarse a la producción de alimentos para los sacerdotes y guerreros que no producen nada. Puede dedicarse a la producción de bienes para ser consumidos en rituales sagrados. Puede dedicarse a la realización de ceremonias o ejercicios físicos. En cada uno de estos casos, es poco probable que la condición material de estas personas cambie de una generación a otra como resultado de su actividad diaria.

Sin embargo, una generación de esta sociedad imaginaria podría decidir conservar su excedente de tiempo en lugar de gastarlo. Por ejemplo, dedicando este exceso de tiempo a enrollar los mecanismos de los muelles. La siguiente generación podría gastar la energía conservada en estos mecanismos en tareas necesarias, o simplemente podría utilizar la energía almacenada para dar cuerda a nuevos mecanismos. En cualquier caso, el trabajo excedente retenido por la generación anterior habrá proporcionado a la nueva generación una mayor cantidad de tiempo de trabajo excedente. La nueva generación también podrá almacenar este excedente en mecanismos de muelle u otros receptáculos. Al cabo de un periodo de tiempo relativamente corto, el trabajo dedicado a los mecanismos superará el tiempo de trabajo disponible para cualquier generación viva. Con un gasto muy pequeño de energía, los habitantes de esta sociedad imaginaria podrán poner en uso los mecanismos de resorte para cumplir una parte importante de sus tareas obligatorias, pero también utilizarlos para volver a montar nuevos mecanismos de resorte para las generaciones futuras.

La mayor parte de sus vidas, que solían dedicar a la producción de necesidades, estarán ahora disponibles para actividades ya no impuestas por la necesidad, sino producidas por la imaginación.

A primera vista, parece poco probable que la gente dedique su tiempo a la curiosa ocupación de dar cuerda a los mecanismos de los muelles. Además, aunque lo hicieran, es difícil imaginar que guardaran esta energía para las generaciones futuras cuando su liberación podría utilizarse, por ejemplo, para producir maravillosos espectáculos para los días de fiesta.

En cualquier caso, si las personas no tienen existencia propia, si su trabajo no es propio, si su actividad concreta es el trabajo forzado, entonces la actividad humana bien puede dedicarse a la tarea de dar cuerda a los mecanismos de resorte, es decir, a almacenar el tiempo de trabajo sobrante en receptáculos materiales. El papel histórico del Capitalismo, desempeñado por quienes aceptan como legítimo el hecho de que otros dispongan de su existencia, ha sido precisamente el de almacenar la actividad humana en receptáculos materiales mediante el trabajo forzado.

En cuanto la gente se somete al "poder" del dinero para comprar el trabajo almacenado y la actividad viva, en cuanto acepta el "derecho" imaginario de los que poseen el dinero a controlar y disponer de la actividad almacenada o viva de la sociedad, transforma el dinero en Capital y a los que lo poseen en Capitalistas. Esta doble alienación, la alienación de la actividad viva en forma de trabajo asalariado, y la alienación de la actividad de las generaciones pasadas en forma de trabajo almacenado (los medios de producción), no surge de un acontecimiento específico en un momento histórico concreto. La relación entre trabajadores y capitalistas no se impuso en la sociedad de una vez por todas en una circunstancia particular de la historia. En ningún momento los hombres firmaron un contrato, ni siquiera consintieron verbalmente la cesión del poder que ejercen sobre su actividad vital, para ellos mismos y para las generaciones futuras de todo el planeta.

El capital se pone la máscara de una fuerza natural. Parece tan firme como la propia tierra, sus movimientos tan ineludibles como las mareas, sus crisis tan fatales como los terremotos o las inundaciones. La propia concepción del Capital como creación humana sólo permite crear un señuelo aún más imponente: la máscara de una invención que elude a su creador, un monstruo a lo Frankenstein cuyo poder inspira más terror que cualquier fuerza natural.

De hecho, el capital no es una fuerza natural ni una criatura monstruosa del hombre que, habiendo aparecido en un momento históricamente determinado, sigue dominando la existencia humana en la actualidad. El poder del Capital no reside en el dinero, ya que el dinero es una convención social sin más "poder" que el que le atribuyen los hombres. Si los hombres se niegan a vender su trabajo, el dinero no puede conseguir nada, porque el dinero no "funciona". El poder del Capital tampoco reside en los receptáculos materiales en los que se almacena el trabajo de las generaciones pasadas, ya que la energía potencial almacenada en estos receptáculos puede ser liberada por la actividad de los seres vivos, tanto si estos receptáculos tienen la forma de Capital, es decir, de "propiedad transferida", como si no. Sin una actividad viva, el conjunto de objetos que constituye el Capital de la sociedad no sería más que una muestra desvaída de productos desprovistos de vida propia, y los "poseedores" del Capital un abigarrado surtido de personas particularmente poco creativas (por formación) que se rodean de papeles con la vana esperanza de resucitar el recuerdo de una grandeza pasada. El único poder del Capital reside en la actividad diaria de los seres vivos. Este "poder" depende de la voluntad de las personas de vender sus actividades cotidianas por dinero y de renunciar a todo control sobre los productos de sus propias actividades y las de las generaciones anteriores.

En cuanto una persona vende su trabajo a un capitalista y acepta como pago sólo una parte de lo que ha producido, crea las condiciones para la compra y explotación de otros. Ningún hombre daría voluntariamente su brazo o su hijo por dinero. Sin embargo, cuando un hombre vende deliberada y conscientemente su fuerza de trabajo viva para adquirir lo necesario para su existencia, no sólo está reproduciendo las condiciones que hacen que la venta de su vida sea indispensable para su conservación. También crea para otros hombres las condiciones que hacen necesaria la venta de sus vidas. Las generaciones futuras podrían, por supuesto, negarse a vender su trabajo vivo como uno se negaría naturalmente a vender su brazo, pero, en cualquier caso, cada fracaso en rechazar el trabajo alienado y forzado aumenta la cantidad de trabajo almacenado con el que el Capital puede comprar trabajo vivo.

Para transformar el plustrabajo en Capital, el capitalista debe descubrir la forma correcta de almacenarlo en receptáculos materiales, como por ejemplo a través de nuevos medios de producción, y debe emplear nuevos asalariados para implementar estos nuevos medios de producción. En otras palabras, debe ampliar su negocio, o diversificar en otras ramas de producción. Esto presupone o requiere la existencia de materiales que puedan ser transformados en nuevos productos para la venta; la existencia de compradores para este nuevo producto, y la existencia de personas lo suficientemente pobres como para aceptar vender su trabajo. Estos imperativos son creados por la actividad capitalista, y los capitalistas no conocen límites ni obstáculos a su actividad. La democracia del capital requiere una libertad absoluta.

El imperialismo no es sólo la "etapa final" del capitalismo, sino también su etapa inicial. Todo lo que puede ser transformado en una mercancía comercializable proporciona agua para el molino del Capital, ya sea que esta materia prima se encuentre en el territorio del capitalista o en el de su vecino, sobre o bajo la tierra, ya sea que navegue por el agua o se arrastre por el suelo, ya sea que haya que buscarla en otros continentes o en otros planetas. Toda la exploración de la naturaleza por parte del hombre, desde la Alquimia hasta la Física, se moviliza para buscar nuevos materiales en los que guardar el trabajo, para descubrir nuevos objetos que alguien aprenda a comprar.

Los compradores de productos antiguos y nuevos se crean por todo tipo de medios, y constantemente se descubren otros nuevos. Los "mercados abiertos" y las "fronteras abiertas" se imponen por la fuerza y el fraude. Si la gente carece de medios para comprar los productos del capitalista, será empleada por los capitalistas y pagada por la producción de los bienes que desea adquirir; si los artesanos locales ya producen lo que los capitalistas quieren vender, serán arruinados o comprados; si las leyes o las tradiciones prohíben el uso de ciertos productos, serán abolidas; si la gente carece de los objetos a los que va unido el uso de los productos del capitalista, se les dirá que los consigan; si la gente agota sus necesidades físicas o biológicas, el capitalista "satisfará" sus "necesidades espirituales" y contratará a psicólogos para que las creen; si la gente, saciada con los productos del capitalista, ya no tiene fuerzas para consumir otros nuevos, se le enseñará a comprar objetos y espectáculos carentes de utilidad y destinados únicamente a la contemplación y la admiración.

En las sociedades agrarias o preagrarias, en todos los continentes, hay pobres. Si no son lo suficientemente pobres como para vender su mano de obra cuando el capitalista lo demande, se empobrecerán por la actividad de los propios capitalistas. El territorio de caza se convertirá gradualmente en la "propiedad privada" de los "terratenientes", que utilizarán la violencia del Estado para confinar a los cazadores en "reservas" que no contienen suficiente comida para mantenerlos vivos. Los campesinos sólo podrán obtener sus herramientas del mismo comerciante que les adelantará el dinero necesario hasta que las "deudas" de los campesinos sean tan grandes que se vean obligados a vender tierras que ni ellos ni sus antepasados compraron nunca. Los clientes del artesano se verán poco a poco abocados a comprar al comerciante que vende los mismos productos, hasta el día en que éste decida albergar a "sus" artesanos bajo el mismo signo, dotándoles de las herramientas que les permitan a todos concentrar su actividad en la producción de artículos que generen el máximo beneficio. Los cazadores, independientes o no, los campesinos y los artesanos, los hombres libres y los esclavos se transformarán entonces en trabajadores contratados. Los que antes disponían de su propia existencia mediante la lucha contra las duras condiciones materiales, dejarán de hacerlo en el mismo momento en que se propongan cambiar esas condiciones materiales. Los que antes eran los creadores conscientes de su pobre existencia se convertirán en las víctimas inconscientes de su propia actividad al mismo tiempo que abolirán la precariedad de esa existencia. Los hombres que eran muchos pero poseían pocos, ahora poseen muchos pero son pocos.

La producción de bienes, la "apertura" de nuevos mercados y la formación de nuevos trabajadores no son actividades separadas, sino tres aspectos de la misma actividad. Se crea una nueva mano de obra precisamente para producir nuevos bienes. Los salarios que reciben estos trabajadores son en sí mismos el nuevo mercado, su trabajo no remunerado es la fuente de una nueva expansión.

La marcha del Capital, la transformación de la actividad cotidiana de la gente en trabajo alienado, la transformación del excedente de su trabajo en "propiedad privada" de los capitalistas, no se detiene por barreras culturales más que por barreras naturales. Sin embargo, el capital no es una fuerza natural, es un conjunto de actividades que realizan las personas cada día, es una forma de vida cotidiana. La continuidad de su existencia y expansión presupone sólo una condición esencial: la disposición de las personas a continuar la alienación de su trabajo vivo y reproducir así la forma capitalista de la vida cotidiana.

Fredy Perlman

Traducido por Jorge Joya

Original: www.socialisme-libertaire.fr/2017/08/la-reproduction-de-la-vie-quotidi