Trazado de la revuelta. Resistiendo la tendencia a la sociología reaccionaria – Peter Gelderloos
En el caso de que el capitalismo mantenga su dominio sobre el planeta, las historias oficiales del momento actual de resistencia, dentro de décadas, afirmarán que las batallas que se libran a nuestro alrededor comenzaron con la recesión económica de 2008 y se agravaron con una segunda recesión en 2020. La razón de este encuadre es bastante obvia: oscurece historias más largas de revuelta, en particular los precursores exactos de rebeliones mayores; y nos retrata a nosotros, la plebe, como simples accesorios mecánicos que sólo entran en disfunción cuando la economía no produce abundancia, como si fuéramos simples marionetas que bailan con los hilos de las finanzas.
Resulta más inquietante, aunque no sorprendente, cuando este tipo de encuadres de nuestra historia provienen del movimiento, aunque casi siempre, del ala académica del mismo.
¿Qué revueltas nos perdemos con este encuadre? De hecho, excluimos todas las revueltas importantes que rompieron con éxito la lógica de la Guerra Fría que había sofocado la lucha social durante décadas y desarrollaron las mismas lógicas y prácticas que se desplegarían con tanta fuerza después de 2008. El enfrentamiento de Oka en 1990, los disturbios de Los Ángeles de 1992, el levantamiento zapatista de 1994, los disturbios de Seattle de 1999, la Segunda Intifada de 2000-2005, la Primavera Negra de Kabylie de 2001, la huelga general y los disturbios de Argentina de 2001, la guerra del gas de Bolivia de 2005, el levantamiento de las banlieues francesas de 2005 y los disturbios contra el CPE de 2006, por nombrar sólo algunos.
¿Qué desarrollos revolucionarios extirpamos cuando no consideramos estos movimientos como los originadores de nuestra actual ola de rebeliones? Prácticamente todo lo importante:
- el enfoque táctico de bloquear la infraestructura para poner de rodillas al sistema capitalista
- acciones multitudinarias en gran medida al margen de todas las organizaciones formales
- la centralidad de las luchas territoriales indígenas y los levantamientos antirracistas
- la negativa a dialogar con las instituciones existentes y, en cambio, la insistencia en interrumpir sus cumbres y su dominio directivo
- en Estados Unidos, la determinación de una parte del movimiento anarquista de intervenir siempre después de los asesinatos policiales
- tanto en Francia como en el norte de África, la práctica de responder a las muertes tras encuentros con la policía -incluyendo a los que se suicidan tras ser humillados por la policía- con disturbios masivos
- en Grecia y España, convirtiendo el sabotaje en una práctica de gran visibilidad, siguiendo la teoría de la generalización insurreccional
- en México, el desarrollo de un marco organizativo revolucionario específicamente antivanguardista, que busca crear espacios de diálogo entre movimientos sociales en lugar de controlar dichos movimientos, y que rompe con la práctica estatista de subsumir la revolución a una contienda militar
- desde Argelia hasta México, un énfasis en las estructuras tradicionales, indígenas y asamblearias de toma de decisiones como más legítimas y más liberadoras que las estructuras estatales
Curiosamente, podemos encontrar algunas de estas características en los movimientos que se produjeron durante la Guerra Fría, como las huelgas salvajes y las rebeliones urbanas antirracistas, pero todas ellas -desde París '68 hasta Watts- fueron rápidamente marginadas, cooptadas o sofocadas por las fuerzas más formalmente organizadas que eran dominantes en esos movimientos. Además, la gran mayoría de los movimientos de ese período se tomaron en serio las ficciones de la libertad neoliberal en el bloque de la OTAN o el centralismo democrático en los movimientos anticoloniales de Asia, África y América Latina. Hoy en día, estas ficciones no tienen mucho sentido.
Sin los desarrollos descritos anteriormente, las revueltas que vienen después de 2008 apenas pueden entenderse, y explicarlas como subproductos de una recesión económica es poco sincero, entre otras cosas porque es una explicación chapucera: la insurrección en Grecia en diciembre de 2008 se produjo antes de que la recesión se sintiera realmente en las calles; el movimiento de ocupación de plazas en España comenzó después de que se anunciaran las medidas de austeridad pero antes de que entraran en vigor, y las principales rebeliones en Turquía y Brasil tuvieron lugar cuando esos países estaban en momentos de rápido crecimiento económico.
Y lo que es más importante, las primeras grandes victorias contra el neoliberalismo -en Bolivia en 2003 y 2005, en Francia en 2006- se produjeron antes de que supuestamente comenzaran nuestras actuales rebeliones. ¿No existe la sombra de una posibilidad de que nuestra feroz resistencia, al marcar un duro límite a la expansión financiera, fuera un factor que desencadenara la recesión económica, en lugar de ser un mero producto de ella? Tiene mucho sentido que los economistas capitalistas no quieran considerar nunca la posibilidad de que nosotros, la plebe, nos convirtamos en los motores de la historia y en los destructores de las economías, pero ¿por qué los supuestos anticapitalistas insisten en ignorar esa posibilidad? ¿Sólo para seguir alimentando con la cuchara una teoría decrépita que pasa de payasa a macabra cuando sigue insistiendo, tras 150 años de desastres y malas decisiones, en que constituye un enfoque científico de la revolución?
El análisis economicista y cuantitativo que afirma que nuestra resistencia comienza con las recesiones económicas tiene más en común con la mirada de los contratados para diseccionar la revuelta que con la mirada de los que participan en ella. Como se resume en 23 Tesis sobre la revuelta, "hoy todos pertenecen a la clase dominante que mira su propia vida desde arriba".
- Distri Josep Gardenyes 23 tesis sobre la revuelta
¿Qué movimientos se enfatizan indebidamente al reclamar una fecha de inicio de 2008 a la actual ola de resistencia? El movimiento de ocupación de plazas en el sur de Europa y Occupy Wall Street en Estados Unidos se benefician ciertamente de este encuadre. Ambos movimientos hablaron explícitamente el lenguaje de la anti-austeridad y se posicionaron como respuestas populares a la crisis económica, aunque ambos constituyeron, si no el astroturfing abierto de un movimiento, sí intervenciones académicas cuyo verdadero potencial revolucionario surgió en los momentos en que fueron subvertidos por sus propios participantes.
En el Estado español, el movimiento de ocupación de plazas surgió en un momento en el que las asambleas de barrio, los grupos de afinidad y los sindicatos independientes ya estaban desarrollando una respuesta popular y combativa a los atropellos del capitalismo, rompiendo específicamente con los grandes sindicatos "amarillos" que habían operado con éxito como gestores de la clase obrera desde el final del régimen fascista. El movimiento de los "Indignados" intentó específicamente capturar ese terreno, despojarlo de un análisis anticapitalista, pacificarlo y trasladarlo al terreno de la política, donde llevó a la formación de un nuevo partido político que ahora forma parte de la coalición gobernante. Todos los desarrollos revolucionarios de este movimiento vinieron de aquellas ciudades en las que los radicales derrotaron los esfuerzos pacificadores de los posibles líderes del movimiento. En cuanto a Occupy Wall Street, los desarrollos más radicales vinieron de Oakland y, en menor escala, de otras ciudades que abrazaron la importancia de un análisis antirracista por encima del populismo del 99%, y que rechazaron el pacifismo y las restricciones democráticas contra la libertad de acción impuestas por los organizadores.
Aquí vislumbramos otra tendencia reaccionaria del enfoque cuantitativo: la reticencia a reconocer la centralidad de la supremacía blanca en el capitalismo. Cuando los principales medios de comunicación analizan el auge de la extrema derecha -o al menos lo que pasa por análisis con ellos- a menudo lo codifican como simpatía por la "clase trabajadora". Sin embargo, muchos sociólogos anticapitalistas han hecho lo mismo, lo cual es, de nuevo, chapucero. En Estados Unidos, fueron los trabajadores negros los más perjudicados por las formas de desindustrialización que realmente se produjeron, mientras que las zonas mayoritariamente blancas del Sur experimentaron una creciente industrialización. Explicar la supremacía blanca a través de la ansiedad económica de los blancos es una patraña que contribuye a la normalización de dicha supremacía blanca. Sin embargo, algunos van más allá, descentrando el carácter antirracista de la oleada de rebeliones que arrasó Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y otros países en 2020, presentándola como una revuelta proletaria en la que las cuestiones de la negritud y la antinegritud eran mera identidad. (Obviamente, los conflictos de clase atravesaron el centro de esa rebelión, pero no pueden ser abordados sino desde el punto de vista y la historia de la revuelta negra sin ayudar involuntariamente a los esfuerzos de los pacificadores).
Reducen a la identidad vastos conflictos sociales derivados de opresiones anteriores al capitalismo y afirman que las identidades son un mero producto de la clase, la única identidad que eligen naturalizar, extirpando toda la historia que no puede ser contada por el flujo cuantitativo del capital. Este es el mismo universalismo blanco de generaciones anteriores de revolucionarios convertidos en reaccionarios, como los marxistas blancos descontentos que, al no poder ser ya el sujeto revolucionario por defecto debido a los atropellos de la "política de la identidad", se unieron al Partido Republicano para convertirse en los arquitectos de la Guerra de la Cultura en la década de 1970.
Al identificar las raíces de las rebeliones en curso en las experiencias anteriores, de 1990 a 2006, que acabo de mencionar, se hace innegable el hecho de que la resistencia más inteligente y feroz al capitalismo está reaccionando en gran medida a la naturaleza colonial y supremacista del capitalismo. Una vez más, vemos esta distancia entre lo que la gente está insistiendo y experimentando en las calles, y la explicación objetiva que otros tratan de imponer en las calles desde fuera y desde arriba. Por supuesto, la ideología es lo suficientemente fuerte como para que uno pueda aventurarse en las calles y ver sólo lo que quiere, pero ¿de qué sirve esto a los que quieren aprender de las revueltas y ampliarlas? ¿De qué sirve una insurrección si no sentimos su rabia y aprendemos su historia secreta, si la atamos, la enganchamos a un motor y aprovechamos sus temblores para sacudir a toda la gente que pasó por ese crisol en sus categorías adecuadas?
En última instancia, se trata de un fracaso que ya hemos sufrido. Los compañeros de los movimientos autónomos de los años 60 y 70 ya nos han dicho que su seguridad científica de que el capitalismo estaba inevitable y mecánicamente en las últimas contribuyó a su derrota y a su incapacidad para girar en torno a sus decepciones. Hemos leído una decadencia similar de la seguridad en la decepción en las crónicas revolucionarias de principios del siglo XX. ¿Debemos ahora teorizar sobre un capitalismo post-tardío? ¿Cuándo llega esta vez el milenio, hermano?
La memoria histórica puede marcar la diferencia entre una lucha robusta y una manipulada y desviada. Cuando contemos nuestra historia, debemos asegurarnos de construirla de forma que nos sea útil, que refleje nuestras propias necesidades y experiencias, en lugar de ajustarnos a ideologías incompatibles con la realidad de la calle.
Traducido por Jorge Joya
Original: theanarchistlibrary.org/library/peter-gelderloos-charting-revolt
En el blog: libertamen.wordpress.com/2022/01/10/trazado-de-la-revuelta-resistiendo