Esta sola autojustificación: “No hemos tomado el poder, no porque no hayamos podido, sino porque no hemos querido, porque estamos contra toda dictadura”, etc., encierra una condena del anarquismo como doctrina completamente contrarrevolucionaria. Renunciar a la conquista del poder, es dejárselo voluntariamente a los que lo tienen, a los explotadores. El fondo de toda revolución ha consistido y consiste en llevar a una nueva clase al poder y de este modo darle todas las posibilidades para realizar su programa. Es imposible hacer la guerra sin desear la victoria. Nadie habría podido impedir a los anarquistas establecer, luego de la toma del poder, el régimen que les hubiera parecido bueno, admitiendo evidentemente que fuera realizable. Pero los jefes anarquistas mismos habían perdido la fe en él. Se alejaron del poder, no porque estaban contra toda dictadura -de hecho, a pesar suyo- sino porque habían abandonado completamente sus principios y perdido su valentía, si es que alguna vez los tuvieron. Tenían miedo. Tenían miedo de todo, del aislamiento, de la intervención, del fascismo, tenían temor de Stalin, tenían temor de Negrin. Pero, de lo que, ante todo, estos charlatanes tenían miedo, era de las masas revolucionarias.
El rechazo a conquistar el poder arroja inevitablemente a toda organización obrera en el pantano del reformismo y le hace el juego a la burguesía; no puede ser de otro modo, dada la estructura de clases de la sociedad.
Al ponerse contra el objetivo, la toma del poder, los anarquistas, a fin de cuentas, tenían que ponerse contra los medios, la revolución. Los jefes de la CNT y de la FAI ayudaron a la burguesía, no sólo a mantenerse a la sombra del poder en julio de 1936, sino también a restablecer pedazo a pedazo lo que había perdido de un sólo golpe. En mayo de 1937, sabotearon la insurrección de los obreros y salvaron con ello la dictadura de la burguesía. Así, el anarquista, que solamente quería ser antipolítico, se encontró de hecho como antirrevolucionario y, en los momentos más críticos, como contrarrevolucionario.
Los teóricos anarquistas, que luego de la gran prueba de los años 1931 a 1937 siguen repitiendo las viejas cantinelas reaccionarias sobre Kronstadt y afirman: el stalinismo es el producto inevitable del marxismo y del bolchevismo, sólo demuestran con ello que están muertos para siempre para la revolución”.
Trotsky (Obras- Diciembre 1937)