Aún recuerdo la primera cabalgata del Orgullo a la que acudí. Fue hace más de una década en Sevilla.
Por vez primera iba de la mano de mi novio por las calles de mi ciudad sin que nadie me mirara como si estuviera cometiendo un crimen.
Desde entonces tuve la seguridad de que habría, al menos, un día año en el que todos los asistentes de una manifestación, sin excepción, defenderían con una sola voz la LIBERTAD, la DIVERSIDAD y la TOLERANCIA. Habían sido muchos años teniendo que dar explicaciones de por qué éramos diferentes.
Sin embargo, ayer asistí con amigos y colegas de Ciudadanos al que podría calificar la manifestación más bochornosa a la que he ido en mi vida.
Durante las horas del recorrido fuimos increpados, insultados. A compañeros le tiraron pintura.
Es obvio que cada uno es libre de estar o no de acuerdo con lo que cada partido haga, o la estrategia que tome. Pero la solución para defender ideas no es pisotear (literalmente) al contrario.
Y algunos de aquellos que han sufrido vejaciones, insultos e incluso violencia de todo tipo por ser diferentes, se pasaron al bando del horror para calumniar y vejar, precisamente, al que tiene otra opción política. Pasaron de ser, casi sin darse cuenta, de víctimas a verdugos.
No podemos darnos golpes de pecho de tolerancia y libertad cuando no se sabe poner en práctica. No sé puede mirar el cristal por el lado que más convenga.
No entremos en el debate maniqueo de apoyar o no a Vox. No es el fin de este artículo. El debate es más profundo: ¿estamos preparados para defender la libertad individual cuando no respetamos la libertad del que tenemos enfrente?