Un texto poco conocido y mencionado de Ortega y Gasset fue su discurso en las Cortes (el actual Congreso de los Diputados) durante el debate sobre el Estatuto de Cataluña, en el cual abordó el "problema catalán" en un contexto que mantiene muchos paralelismos con la encrucijada en la que se encuentra España ochenta y cinco años después. Quiero rescatar aquí siete fragmentos que resumen la postura de dicho autor, para empezar la definición que dió él del problema catalán:
Cualquiera diría que se trata de un problema único en el mundo, que anda buscando, sin hallarla, su pareja en la Historia, cuando es más bien un fenómeno cuya estructura fundamental es archiconocida, porque se ha dado y se da con abundantísima frecuencia sobre el área histórica. Es tan conocido y tan frecuente, que desde hace muchos años tiene inclusive un nombre técnico: el problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista. [...] ¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento de dintorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades.
Y a continuación, con total honestidad, Ortega pone las cartas encima de la mesa:
Pues bien, señores; yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles. [...] es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista; que es un problema perpetuo, y que a fuer de tal, repito, sólo se puede conllevar.
Aquí es importante hacer una interrupción y echar mano del concepto de nación que tenía Ortega acudiendo a su libro La Rebelión de las Masas:
Recordemos que la nación se basa realmente en el entusiasmo: es una invitación a los hombres para que se unan en una empresa común. [...] El principio unificador es la voluntad del hombre de adherirse a un ejemplo de superioridad. [...] los hombres no luchan por la conservación de un pasado común sino con la esperanza de un futuro común también
Ahí es donde está la clave de la propuesta de Ortega, en la esperanza de un futuro común asumiendo las contradicciones del pasado:
La única auténtica superación del pasado es no echarlo. Contar con él. Comportarse en vista de él para sortearlo, para evitarlo. En suma, vivir “a la altura de los tiempos”, con hiperestésica conciencia de la coyuntura histórica. El pasado tiene razón, la suya. Si no se le da esa que tiene, volverá a reclamarla y, de paso, a imponer la que no tiene.
Este problema catalán y este dolor común a los unos y a los otros es un factor continuo de la Historia de España, que aparece en todas sus etapas, tomando en cada una el cariz correspondiente. Lo único serio que unos y otros podemos intentar es arrastrarlo noblemente por nuestra Historia;
Los nacionalismos sólo pueden deprimirse cuando se envuelven en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado, en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse
Es por ello que la solución para Ortega fue siempre mayor autonomía:
Mientras no movilicemos esa enorme masa de españoles en vitalidad pública, no conseguiremos jamás hacer una nación actual. ¿Y qué medios hay para eso? No se me pudo ocurrir sino uno: obligar a esos provinciales a que afronten por sí mismos sus inmediatos y propios problemas; es decir, imponerles la autonomía comarcal o regional.
Partiendo de este discurso se entiende que la fuerza del independentismo catalán actual se encuentra en que tiene un relato, una promesa de futuro que es capáz de aunar a buena parte de su población, y por mucho que se ignore o se reprima continuará existiendo. La forma que planteó el problema Ortega y Gasset fue realista en este sentido, y apuesta por una resolución constructiva del conflicto aunque nadie le escuchara y cuatro años después estallara la guerra civil.
Por suerte, la Historia se repite primero como tragedia y después como Piolín.