A día de hoy no creo que a ningún agricultor le pareciera una medida sensata plantear la recuperación de la tracción animal como medio para arar. Sin embargo parece que se da por hecho que en materia de gestión hidráulica se siga apostando por soluciones completamente fuera de lugar, desfasadas y, para colmo, basadas en datos sesgados cuando no directamente falsos.
Me explico. En España, por una circunstancias u otras, el tema de la política hidráulica está siempre en el candelero. Una política que va de política, en efecto, pero muy pocas veces de lógica y, menos aún, de razón científica y sí de mucha demagogia y de vender un agua que no se tiene. Si dicen que para muestra vale un botón me pongo a mirar lo más cercano y luego otros puntos de la península y a los proyectos que se pretenden colar como panacea. Me leo el Plan Hidrológico Nacional o el Pacto del Agua de Aragón y me encuentro con una forma de gestionar el agua decimonónica, basada en grandes obras y costes aún mayores.
Por lo pronto algunos de los proyectos estrella aragoneses como el pantano de Biscarrués se basan en un agua que no existe. En el caso de este pantano hacen una media de caudales del río Gállego y los toman desde 1944. Así, a lo bruto, sin tener en cuenta las diferentes regulaciones que ha presentado el río, ni el descenso de caudal, ni los cambios demográficos. Dejando al margen la atrocidad ecológica que es el mismo y que destrozaría la economía de toda la comarca, tampoco lo deben tener muy claro sus propios promotores que empezaron por una idea de hasta 600 Hm3 en el Franquismo inundando cuatro pueblos. El pantano se ha ido reduciendo desde su proyecto original hasta los actuales entre 35-51 Hm3 y aún así la Audiencia Nacional ha tumbado el proyecto porque no hay por donde cogerlo.
Pero no me quedaré en Aragón, puedo ir a la Rioja y el proyecto de la presa de Enciso en el Cidacos. Se plantea una capacidad de almacenamiento de 47Hm3. Bueno, pero resulta que por el río pasa una media de 58Hm3 al año y en los años secos esa aportación puede ser de 50 ¿Que caudal dejamos para no convertir el cauce en un lodazal? Tampoco es una cuenta tan complicada, digo yo.
Como no existe el caudal de agua en que se basa uno de los proyectos más estrambóticos imaginables que cada equis tiempo vuelve a la palestra: el trasvase del Ebro.
Creo que llevo toda la vida escuchando hablar del eventual trasvase, una idea que toma fuerza en tiempos de sequía y que, básicamente, sería un canal de cientos de kms que tomaría agua del Ebro para llevarla a Levante y aún a Murcia. Aparejado al trasvase además habría que acometer, se supone, nuevas obras de regulación de un río como el Ebro que tiene represado ya su caudal por todas partes, hasta en los afluentes más exiguos.
Y toda la obra se basa en un caudal del río de hasta 17.000Hm3/año cuando el río lleva 15 años con un caudal medio que no llega los 9000 y que en 2016 apenas llegó a 8000. Todo esto con subidas y bajadas del caudal y fortísimos estiajes.
Parece que algo no hemos entendido: los ríos de la península Ibérica son estacionales. Así pues la típica estampa del Ebro en Zaragoza con el Pilar al fondo es una lámina de agua que perfectamente se puede vadear a pie varios meses al año y ahora mismo en muchos tramos es poco más de un cenagal ¿Pasa la solución a las carencias hídricas de una zona por exprimir otra como un limón? Eso sin tener en cuenta que los contaminantes son básicamente los mismos lo que nos lleva a un agua mucho más contaminada.
Parece que a lo que algunos aspiran es a repetir el caduco modelo del trasvase Tajo-Segura. Esta obra nunca ha llegado a trasvasar más del 30% de lo previsto en el proyecto. y ha terminado convirtiendo el Tajo en un cauce casi seco a tramos. Parece que hay quien no se ha dado cuenta que lo que era una obra dudosa en 1979, basada en un proyecto de 1966, ahora mismo es una reliquia de otro tiempo. Un proyecto caduco que ni garantiza el suministro de agua ni el caudal ecológico.
Lo del Tajo-Segura es puro sinsentido si tenemos en cuenta que se ha seguido trasvasando agua de Entrepeñas y Buendía con estos embalses al 15% y aún menos de capacidad. Eso no es planificación de ningún tipo, es un suicidio ecológico, pura huida hacia adelante.
Pero es que de proyectos obsoletos e irracionales está llena la península. Incluso los que se venden como proyectos estrella, caso del recrecimiento del pantano de Yesa. Con los datos en la mano todo debería ir bien. Pero, claro, hablamos de un recrecimiento que se pensó con cálculos de principios de los 80. Desde entonces ha pasado de todo: urbanizaciones desalojadas, corrimientos de tierras y un presupuesto que multiplica por 5 al inicial y ni tan siquiera se ha empezado la obra de la presa propiamente dicha.
Aunque la presa se termine ejecutando su coste será astronómico y plantea otra de las dudas de la política hidráulica española ¿Que precio tiene este agua?
Porque se sigue planificando como en pleno Franquismo, mediante la idea de gran obra pasando por encima de factores que se ignoraban en otro tiempo, como la sismicidad inducida por la presión que generan miles de toneladas de agua actuando sobre terrenos inestables. Prevenir este y otros fenómenos como la colmatación encarece las obras hasta lo indecible.
Y no todo pasa por la desalación de agua marina, sino,por ejemplo, por una planificación agrícola que no produzca excedentes que van a la basura (40.000 Tm de fruta se tirarán este año en Aragón y Cataluña) por la política de mantenimiento de precios. Como no tiene sentido producir excedente de cereal en regadío y, al mismo tiempo, importar la mayor parte de las legumbres que nos comemos.
También por tomarse en serio el turismo masivo y su impacto. En 2016 visitaron España 75 millones de turistas. En algunas localidades los turistas triplican de lejos la población local y es mucha gente consumiendo agua.
Termino. Todo esto merece una revisión que de la vuelta como un calcetín a despropósitos como el Plan Hidrológico Nacional, un plan decimonónico, un puro esperpento de lo que debe ser una planificación seria. También pasa por una información veraz, basada en argumentos científicos y no en demagogia que promete un agua que no se tiene. A la larga ganaremos todos.