Le echamos la culpa a las fake news: ¿hemos pensado en si somos analfabetas científicos?

Foto: Pexels

Imagina que eres parlamentario y pasa por tus manos discutir la despenalización del aborto terapéutico de tu país. ¿Qué decisión tomarías? Ahora piensa que eres empresario agrícola y tienes la opción de optimizar recursos comprando drones con IA y sensores. ¿Lo comprarías? ¿Preguntarías por su impacto ambiental? Finalmente, piensa que debes decidir entre si hacer mercado todas las semanas o perder menos tiempo y comer McDonalds o tacos. ¿Por qué opción te decantarías? 

Si decidiste mal, tarde o temprano la elección te pasará la factura. Decidir mal o bien en situaciones de distinta complejidad como estas dependen de un pensamiento analítico. Como autoridad, ¿estarías lo suficientemente informado de las estadísticas de aborto ilegal en tu comunidad? ¿Permitirías que tu fé absolutamente respetable, se interponga en tu función política? ¿Tienes noción de las ventajas que podría traerte la IA y la bigdata a nivel de monitoreo de cultivos? ¿Te preocuparías del impacto ambiental de los drones que contratas? A nivel personal, ¿estarías informado del valor nutricional de las dietas que llevas?

Dicen los expertos que uno de los grandes peligros en el mundo es el analfabetismo científico, que es, precisamente, no analizar las opciones de forma pensada, analítica y consultando a fuentes fiables, científicamente verificadas. Incluye, me animo a agregar, la facilidad de creer o no procesar con sano escepticismo lo que algún charlatán o político bribón te pueda decir y no ser capaz de tomar una decisión informada y por ende, independiente. El analfabetismo científico nos hace vulnerables, como personas y como sociedades, y hoy está potenciado más que nunca por las TICs, por lo que hacer lo posible por salir de él se torna urgente y necesario. 

Los canales de transmisión de mensajes crecen a mayor velocidad que los esfuerzos por validarlos como ciertos. La manipulación de las masas acríticas es un cometido cada vez más sencillo con los caprichosos algoritmos sociales (hoy a más a merced de los millones de US$ de Silicon Valley, que de sus ideales libertarios), y las posibilidades de fraude se disparan con vértigo. Cada vez es más difícil bloquear los escurridizos mensajes de odio, mientras que algunos gobiernos (una gran mayoría, lástima), sea por desidia o malicia, demuestran menos aprecio por el conocimiento provisto por la mejor herramienta para entender e interpretar el mundo –la ciencia independiente. 

Parafraseando al periodista científico Antonio Calvo, “el ring de hoy es tan grande como los más de 300 millones de usuarios de Twitter y los casi 2.000 millones ¡2.000! de Facebook”. 

Hoy, lectores, precisamos de ciudadanos, empresarios y tomadores de decisiones alfabetizados científicamente. Increíblemente, ni los llamados países desarrollados se salvan el pellejo del negacionismo y la irracionalidad. Hoy el panorama luce aún más desolador: el mandatario del gigante de Occidente, EEUU, con flamante asesor científico incluido, niega el cambio climático aunque la existencia de este haya sido advertida ya por el 97% de expertos académicos del clima.

Por supuesto que pese a Trump, a EEUU, tanto como otras potencias económicas como Europa o Japón les ha ido mejor que quienes estamos al sur. Ellos, como escribiera el fisiólogo molecular Marcelino Cereijido, son los que “saben, inventan, fabrican, deciden, (...) y certifican”. Aún con capítulos nefastos en los que se usó la ciencia de forma ruin como el Plan Manhattan o los experimentos en humanos en Auschwitz, por mencionar algunos, el llamado mundo desarrollado ha sabido surgir y hoy sus sociedades gozan de una razonable prosperidad. 

Yendo hacia el sur, el tema empieza a matizar hasta en sus mejores representantes. En España, donde el expresidente Mariano Rajoy se jactaba de tener “un sistema de ciencia de primer orden”, 27.000 investigadores se han quedado sin trabajo y otros 30.000 han emigrado porque el gobierno les ha condenado al exilio, por la falta de oportunidades. Una gran masa de investigadores latinoamericanos atraviesan por una situación igual o peor. Jair Bolsonaro acaba de ser escogido como presidente en Brasil, pese a sus promesas de reducir impuestos a la tala indiscriminada de árboles, pasando por alto el hecho de que la deforestación de la Amazonía podría tener implicaciones planetarias nefastas. En Argentina, el gobierno de Mauricio Macri entiende que para ahorrar, será necesario degradar el Ministerio de Ciencia y Tecnología, pese a las constantes advertencias de la comunidad cientÍfica local de que la I+D no significa gasto, sino inversión estratégica. En Colombia las empresas de bebidas azucaradas se resisten a informar adecuadamente a sus consumidores del nivel nutricional de sus productos, mientras que en Perú pseudocientíficos y congresistas debaten sobre el origen extraterrestre de una momia trucada. En Chile el consumo de marihuana y el licor se multiplica en tanto que un sector del gobierno se resiste a abordar la problemática.

Todas, unas más extravagantes que otras, son señales de que una mínima educación en ciencia urge no solo para científicos, sino también para ciudadanos, empresarios y funcionarios por igual. Es acaso el mecanismo más efectivo para ayudarlos a tomar mejores decisiones, tanto personales, empresariales y comunales y evitar tomar derroteros oscuros no para uno sino para mucha gente. Y para no culpar solo a los políticos, es conveniente que como ciudadanos creemos el hábito de que, al menos un momento a diario, nos informemos de las novedades de la ciencia y la tecnología, empezando a darle importancia de primer orden a esa labor maravillosa llamada periodismo científico.

Un país, diría el divulgador español Ramón Nuñez, no puede vivir con analfabetos científicos. La democracia en un país así no es posible. O como diría Daniel Zajfman, expresidente del prestigioso Instituto Weizmann de Israel, contrariado ante los recortes en España para sanear el presupuesto: “la ciencia no es un lujo, es la clave del éxito de un país”.

Esta noticia fue publicada originalmente en N+1, ciencia que suma

Algunas fuentes bibliográficas usadas para este artículo

  1. La madre de todas las desgracias (Marcelino Cereijido) 
  2. Periodismo científico, periodismo enrabiado (Antonio Calvo)
  3. Países con investigadores pero sin ciencia (Marcelino Cereijido)
  4. “La ciencia no es un lujo, es la clave del éxito de un país” (Pablo Jáuregui)
  5. “La democracia es imposible en un país de analfabetos científicos (Oscar Gutiérrez)
  6. Analfabetismo científico, un obstáculo social (Velsid)
  7. Alfabetismo científico y educación (Ignacio Cabral Perdomo)