Si existe una fiesta capaz de poner a flor de piel sentimentalismos, esta es la Navidad. Si existe una fiesta capaz de poner en marcha innumerables industrias coordinadas para colaborar en el mismo evento conjuntamente esta es la Navidad.
Carniceros, jugueteros, joyeros, turroneros, iluminadores, vendedores de plantas, creadores de modas, editores, productores de cine, prestamistas, y muchos más, curas incluidos, lanzan al mercado productos, belenes y sermones, según el caso, con “niñosjesús”, envuelto todo con un halo al que llaman “el espíritu de la Navidad”, que será iluminado con millones de bombillas como frutos eléctricos en árboles de todos los tamaños.
Pues no se trata solo de una fiesta, sino de la fiesta de todas las fiestas; La Fiesta con mayúsculas. Las familias se reúnen, se come y se bebe hasta la hartura, se sacan a relucir las viejas rencillas en torno a la rebosante mesa con cadáveres terrestres y marinos muy bien aderezados, se intercambian regalos; se viaja aquí y allá: la enorme colmena humana, a pleno rendimiento; unos para producir, otros para seducir, y otros para consumir sin otro límite que la capacidad de sus bolsillos, de su deseo de hipnotismo ambiental o la insaciable capacidad de sus estómagos. Es el espíritu de la navidad en acción.
¿Quién será consciente en estos días del acontecimiento cósmico de la encarnación del Cristo de Dios en algún momento, hace dos mil y pico de años? ¿Cuántos de los que festejan el culto a la buena vida y al derroche recordarán que aquel Ser extraordinario vino para indicarnos con el Sermón de la Montaña el camino de regreso al mundo que dejamos tras la Caída? ¿Quiénes de nosotros tendrá en cuenta que tras la Resurrección de Jesús, una parte de su propia energía espiritual se dirigió al alma de cada uno para impulsarnos a hacer ese camino? Celebrar agradecidos este magno acontecimiento es el verdadero espíritu de la Navidad, que el mundo falsamente cristiano ha convertido en fiesta pagana.
Entre tanto, bajo las luces menos brillantes de los establos y granjas, terneritos, conejos, pollos, pavos, esperan su turno en el corredor de la muerte que lleva a la afilada cuchilla y llenará de exquisitos cadáveres las mesas de los supuestos cristianos mientras suenan villancicos. Como siempre, los inocentes acaban pagando la estupidez de los demás.