Tarde de sábado que llega a ese punto donde piensas que algo ha fallado. He recuperado bien, quizás ese recital…. El codo sobre la mesa, la cabeza sobre la palma de la mano como una flor tronchada y Keka, desde la estantería, acariciándome el pelo con su patita consciente de que algo no va bien.
No, no me pasa nada. Ese es el problema. “Cuando te pase algo, viaja para que se te pase; cuando no te pase nada, viaja para que te pase”. Apago el ordenador por ahogamiento y bajo los escalones de dos en dos aún sin saber dónde voy. Me siguen extrañados los dos felinos, como siempre, hasta la puerta. Me despido de ellos, como siempre.
Suena el móvil en el mismo momento en que se abren las puertas del ascensor. Dos segundos más tarde y nada de esto hubiera ocurrido.
- Dime, Mabel.
- Hola, Javier. Tenemos que mirar lo del curso y…
- Bien, a ver si encontramos un momento.
- Vas con prisa- me dice, notando en mi voz cierta premura.
- Solo me espera un café, si te animas…
- Vale, ¿me recoges?
- En unos minutos.
Las tardes de noviembre son cortas, oscuras y arrastran ese velo de tristeza y negrura que nace en los primeros días del mes.
Miro el reloj del coche, son las 18:53.
- A estas horas debería estar recitando en San Martín del Castañar- me lamento.
- ¿Salamanca?
- Así es. Un recital titulado “El luto de los ángeles”.
- Suena bien.
- En fin, no pudo ser.
- Bueno, ir a tomar un café a 50 kilómetros también tiene lo suyo.
- A veces, casi siempre, pasan cosas.
- ¿Qué cosas?
- No sé. Pasan.
Hace frío en la calle, entramos en la primera cafetería que encontramos.
- Mira- digo, señalando al móvil- venden una bici estática.
- ¿Dónde?
- Aquí. Vamos a intentarlo- envío un watsapp.
Me responden al momento. Negociamos. He conseguido una rebaja importante. Seguimos negociando. Al final todo se va al traste, la bicicleta está en otro lugar a más de media hora.
- A veces pasan cosas- digo- intentando recomponer el gesto.
Mabel se ríe.
- Mira esto- digo señalando la foto de un violín.
- Parece que está muy bien.
- Y buen precio- añado.
Comienza una nueva negociación mientras apuramos el café. He conseguido una rebaja importante. Seguimos negociando. Al final… Ya estamos en carretera, vamos en busca del violín. Entramos en la ciudad, callejeamos guiados por el GPS. Aparcamos de aquella manera. Llamo al timbre. Un hombre de mediana edad sale al pasillo con el instrumento en su estuche. En ese momento se da cuenta de que ha cerrado la puerta y se ha dejado las llaves dentro de la casa.
- Cosas que pasan- le digo.
- Sí, bueno. Está mi niña dentro.
Entendemos que es un bebé. Nos aclara que no, que tiene 12 años pero no puede moverse, sufre de atrofia muscular.
- ¿Tienes copia?- dice Mabel, preocupada.
- La tiene mi mujer, pero está trabajando.
- Podemos llevarte- propongo.
Callejeamos por el centro de la ciudad. Recuperamos la copia de las llaves. Volvemos a su casa. Entramos. Habla con su hija. Cerramos la negociación del violín. Ya es nuestro. Nos enseña un banjo auténtico de su tierra, Marruecos. Lo disfrutamos mientras habla de nuevo con su hija. Vuelve. Nos enseña una guitarra eléctrica, impresionante. Le pedimos precio. Suena bien. El precio, digo.
- Lo dejamos para otro momento, por hoy está bien- sentencio.
- ¿Podemos hablar con la niña?- se interesa Mabel.
- Claro, pasad.
Se llama Lucía y está tumbada en la cama viendo un partido de fútbol. Le pregunto por el colegio, manías de maestro. Mabel habla con el padre. Descubre que no tiene silla adaptada pues la que utilizaba se le ha quedado pequeña.
Sigo hablando con Lucía, de sus clases, sus profes… Incorregible. Escucho a Mabel que, según me contó después, estaba esperando una señal.
- Puedo conseguirte una silla- le dice.
- Son muy caras, no podemos pagarla.
- Es gratis.
Nuestro amigo se ha emocionado, no sabe qué decir. Quedamos en que pasará a por la silla la próxima semana. Se presenta el viernes con su mujer y su hija. Mabel me avisa de su llegada. Cuando me presento ya están cargando la silla. Nos abrazamos. “Gracias, gracias”, repiten una y otra vez.
- A mí no- aclaro. Mabel os la ha conseguido.
- Mira, dice- te he traído la guitarra.
- Lo siento- le digo,- tengo que pensarlo.
- Es gratis.
Me quedo sin palabras. Salen. Lucía nos mira a través de los cristales. Esa mirada nunca la olvidaremos. El coche se pierde en esta tarde de noviembre.
- ¿Ves? A veces pasan cosas.
- ¿Tomamos un café?- acierta a decir Mabel con los ojos llororos.
- Claro.