Tres rodajas de chorizo y un koala, es todo lo que "El Presi" pidió. No quiso ver a los enanos y cabezudos, con capuchas de borrajas, que entumecían las comisuras de unos labios que no volverán a decir “Carglass cambia, Carglass repara”. Oídos sordos a las ánforas, a las calcáreas dimensiones de la sístole y diástole que, vaciadas de espuma, irrumpen en las colmenas del barrio viejo de Lavapiés (Feet-cleaner).
El pequeño ruiseñor no mueve la cola. En cambio, se atusa los pensamientos mientras un viejo aviador esquila sus miembros huecos, y le mece al son de los vítores que canturrean con trapos de lana, chanzas, pólipos y copas de charol.
“¡No imites más al Volga, Covarrubias, no imites más al Volga”, decían los hijos de la Vane, calentando aspavientos con la mordaza de una buena perra chica.
La caléndula no sabe a ricino, pero es a la vez cierto que el bochorno de una estepa bien vale la guasa. Con esos cuatro contubernios acaecidos ya en tierras de penumbra, unos sucios apuntes de Derecho y su equivalente bien pueden servir de tapadera para un pertrecho, dos lonchas de jamón, y el musgo para la hermana de Santiago Corella, “El Nani”.
Jovellanos quería ser el Dniéper, pero como ya se ha dicho, Covarrubias prefiere el Volga. Le influyó mucho el hecho de haber visitado los lagos Ladoga, Onega y Peipus poco después del siglo de la Hégira. Su tibia era su peroné, y ya no se habló más del tema.