Es bastante ridículo que la guerra que va a marcar nuestra generación no sea una como tal, sino una guerra de ideas. En principio suena bien. Pero en realidad, es dramático. Porque no las debatimos como en el cuadro ese de Raphael, el de “La Escuela de Atenas”. Las utilizamos como bombas de racimo. Vamos a hacer daño. Tiramos a dar. Nuestro Vietnam es twitter.
No perdemos extremidades, amputadas en el campo de batalla. Perdemos amigos, en una disputa acalorada en un grupo de whastapp, o en una sobremesa. No herimos a nuestro enemigo físicamente, le hacemos sentir moralmente inferior. Nosotros contratacamos intentando ver que son unos hipócritas. Y así todo el rato.
Yo llevo años pensando que esto se va a acabar ya, porque la parodia ha dado lugar al paroxismo. Pero no, ahi sigue. Con los bandos cada vez más diferenciados, las hostilidades no cesan. Ben Shapiro tiene cada vez más fans. Pero @barbijaputa también. Y ahora la imbecil esa que ha escrito el libro de White Fragility está gananado tracción. Las afrolatinas de los huevos quieren acabar con los conguitos para alcanzar la iluminación espiritual, o lo que sea que pretenden conseguir.
Yo creía que ya sabíamos que estábamos haciendo el ridículo. Yo creía que ya sabíamos que todo esto era un show vacío, narcisista, pedante y que divide comunidades y familias. Que sabíamos que lo hacíamos porque es entretenido, pero que en realidad no nos importa mucho nadie, ni a unos ni a otros. Ni a otras.
Pero no, parece que seguimos con la broma, y parece que va a durar mucho.