Mi querida señora Francis

Mi querida señora Francis: le escribo la presente con la esperanza de que su buen criterio y sensibilidad puedan aconsejarme en mi larga desventura. Resulta que fui matrimoniada en contra de mi voluntad hace mucho tiempo. Mi marido nunca me ha amado y yo, si debo ser sincera, tampoco le he correspondido. La cuestión es que sufro su dominio absoluto ya que el control y la administración de los medios de subsistencia le pertenecen por unos hechos históricos que aduce con harta e insana frecuencia: Privilegios que, al fin y al cabo son, lisa y llanamente, derechos de conquista. No le basta con haberme impuesto su idioma ajeno al de mi pueblo, sino que envía numerosos parientes que se aposentan en mi heredad. Puede colegir que vivo sometida a sus caprichos, desdenes y humillaciones. Fatigada pues y harta de ignominias, le he pedido con argumentos ecuánimes una separación amistosa que no dañara la integridad de nuestros hijos que aportamos ambos al forzado enlace siglos ha. Lamentablemente la respuesta a mis demandas acaban en amenazas y menosprecios hirientes de diversa índole y condición. En fin, siempre se ha negado a considerar tan siquiera el más evidente de mis alegatos. En cuanto a los aludidos huéspedes creo que ninguna culpa se les puede atribuir en este sordo y reiterado embate que ahoga mi propia razón de ser. ¿Cómo debo obrar? Espero con ansiedad su respuesta siempre clarividente y proclive a la justicia.

Mi querida amiga: He leído con interés y pena tu afligida carta. Si son ciertos los términos que viertes en ella, y no tengo por qué dudarlo, debes persistir en la separación mientras la fractura no lastime el bienestar de vuestros hijos: como bien dices, ellos no son responsables de las tropelías de su padre, por lo que han de ser respetados igual que lo has de ser tu, que has sido quien ha cargado con el suplicio de una unión impuesta. Conmovida por la gravedad que late en tu narración, te conmino a proceder con exquisita cautela y prudencia. Y con mayor motivo cuando, según deslizas entre líneas, tu prepotente carcelero no vacilaría en recurrir a la violencia física si tu designio pusiera en peligro una unidad que él pretende surgida desde una mente divina. Nunca tiembles, sin embargo, en mantener enhiesta tu dignidad como un estandarte donde el respeto campee sobre un fondo de oro y de gules. De momento te diré que no te puedo compensar el cariño que no has recibido en tu dilatada existencia, pero sí que puedo desearte un pronto y venturoso desenlace que ponga fin a tus tribulaciones. Quizá si lo deseas, podemos continuar nuestro cruce epistolar. Oigo la sintonía del patrocinador de nuestro programa. Por lo tanto, me despido de mi audiencia hasta el próximo día.

La tableta Okal es hoy el remedio más sencillo; yo a ninguna parte voy sin llevarla en el bolsillo…

VIM