Escribo este artículo desde Quart de Poblet. Localidad valenciana ligeramente afectada por la DANA, limítrofe con la zona realmente catastrófica. Estos días estoy siendo testigo de varios fenómenos sociales -preocupantes desde hace tiempo pero que esta situación ha exagerado- sobre los que me gustaría reflexionar y, si os animáis, debatir.
El primero de ellos es que la sobreinformación se nos ha ido de las manos. En momentos de crisis es vital contar con información acertada y rigurosa, ya que sin ella es imposible tomar buenas decisiones. Estos últimos días hemos sido -también- víctimas de bulos, imprecisiones, exageraciones y desinformaciones procedentes de tantísimos sitios distintos que es imposible ponerles coto. No solo hemos sufrido la falta de un canal oficial fuerte y efectivo sino que, ante el desamparo, la gente ha intentado ayudar en la medida de sus posibilidades llenando sus redes -y por tanto también los medios menos rigurosos- de testimonios, peticiones, recomendaciones, etc... que hacen imposible separar lo esencial de lo superficial, lo verdadero de lo erróneo -o directamente falso-. Con la mejor de las intenciones, el perfil de cada persona se ha convertido en un medio de comunicación más a través del cual informarnos de lo que estaba sucediendo. Por desgracia, es entre toda esa maraña de historias bienintencionadas donde resulta más fácil colar mensajes malintencionados elaborados para desviar el relato de lo que verdaderamente ha sucedido.
Cuando esto se da en una situación en la que la gente está -estamos- tan al límite, triunfa el simplismo. Cada vez más nos da igual que esto sea culpa de rojos o azules, si es resultado del cambio climático o se trata de una catástrofe aislada que debemos asumir que sucede en nuestra zona aproximadamente cada medio siglo, y tantos otros debates relacionados. En las calles de aquí el discurso más frecuente es que todos son iguales -políticos y medios de comunicación principlamente, pero en menor grado también científicos y magufos, autoridades y gente que no tiene ni idea de lo que habla- y mientras tanto, igual que con el punto anterior, la peor calaña -la que está tan por debajo del resto que solo con que la igualen a los demás ya gana enteros- es la que más beneficiada sale.
La complejidad de nuestra sociedad, agravada especialmente por el acceso a información excesiva sobre cualquier tema imaginable, está llevando a muchísima gente a optar por la opción más simple, la más fácil de entender, y difícilmente -que Ockham me perdone- la más acertada. Lo vemos en la política, lo vemos en la ciencia, y me temo que si seguimos así cada vez lo veremos en más lugares. En situaciones de crisis, este avance se da a pasos agigantados.
Escribo esto sin ninguna solución que ofrecer, pero me parece un tema lo suficientemente importante -y distinto a tantas otras informaciones relativas a esta situación- como para animarme a darle a publicar y que mis palabras pasen a engordar la montaña de información en la que vivimos sumidos, estos días aún más.