La rehala de la derecha

En julio de 2014, Pedro Sánchez ganó las elecciones primarias en el PSOE, que lo proclamó como su candidato a presidente del gobierno. Las siguientes elecciones las ganó el PP con mayoría simple; Pedro Sánchez, que había quedado segundo, perdió la votación de investidura pese a haber pactado con Ciudadanos. En 2016 hubo nuevamente elecciones: también las ganó el PP con mayoría simple, y también quedó el PSOE segundo. En esta ocasión, Ciudadanos pactó con el PP y el Congreso invistió a Mariano Rajoy como presidente del gobierno.

En este último mandato, Rajoy duró 20 meses en el cargo: la Audiencia Nacional acababa de condenar a 351 años de cárcel a 29 acusados en el caso Gürtel, de condenar al PP como "responsable a título lucrativo" y, además, la sentencia notó la falta de credibilidad de algunos testigos, entre ellos el propio Mariano Rajoy. Por todo esto, el PSOE presentó una moción de censura que apoyaron 180 diputados, por lo que el Congreso eligió a Pedro Sánchez presidente del gobierno.

En este punto, es importante recordar que, como hemos visto en los dos párrafos anterior, es el Congreso el que vota al presidente, no los electores: las elecciones en España no son presidenciales. Viene esto a colación por el comentario de Pablo Casado sobre la injusticia cometida al expulsar del gobierno a Mariano Rajoy: en España, el poder Legislativo elige al Ejecutivo: si éste pierde la confianza de aquél, se le echa. Es la Constitución.

Pero antes de ser presidente, Pedro Sánchez había dimitido de la secretaría general del PSOE y había renunciado a su acta de diputado. ¿La razón? Mantuvo el "no es no" a Mariano Rajoy, en contra de las viejas glorias de su partido. Así, el PSOE se fracturó, él dejó digna y consecuentemente sus cargos y se echó a la carretera a reconquistar a sus militantes. Meses después, ganó otra vez las primarias en el PSOE, consiguió en unas nuevas elecciones un escaño como diputado en el Congreso, planteó la moción de censura y la ganó.

Estará o no equivocado, estaremos o no de acuerdo en que se suba el miserable salario mínimo que teníamos, nos gustará que negocie o no, que acepte nombrar a un relator... pero hay que reconocer que es un tipo coherente y que, si ha llegado ahí, es por su propia cabezonería y por sus propios méritos.

Vamos al otro lado del espectro político: Pablo Casado, dudoso máster en Derecho Autonómico y Local, gana también las primarias del PP y se convierte en el jefe de este partido. Todo el mundo (todo, todo) está de acuerdo en que este joven, próximo a zambullirse en la crisis de los cuarenta, le ha dado al PP un empujón híperrancio hacia la derecha que nos mantiene espantados a los que estemos siquiera un poco a la izquierda. Olvidando los problemas que realmente afectan a la sociedad, se obsesiona con Cataluña, Cataluña, Cataluña, todo es Cataluña, Puigdemont y Quim Torrà son encarnaciones del demonio. Cataluña es el único problema. 155, cárcel, incomunicación: esta es la solución que él propone para este conflicto. Lo queramos o no, una mitad de los catalanes quiere irse: si fuera por Pablo Casado, mandaría a esta mitad a una cárcel en la isla del Hierro o a un penal en alguna de nuestras antiguas colonias, quizá en Filipinas.

El otro pobre, Albert Rivera, que con tan buena imagen empezó hace ya años, que salía en pelotas en sus carteles electorales, y cómo se ha ido desplazando también hacia donde avanzan, cuando lee, los ojos del lector. Y esa gente de la que se rodea: el Girauta, el Villegas, la Arrimadas, la Villacís. Esta gente también ve solo Cataluña en donde mi amiga Chus ve los ciento y pico euros más que cobra desde este enero, el 155 cuando Juan ha tenido su salón a 15 grados en diciembre.

Ahora, estos dos tipos especulares se alían con el barbas para manifestarse por la unidad de España: peleadla de otro modo (y en lugar de este texto entre paréntesis escribiría un taco entre dos comas), no apeléis al instinto básico animal del ciudadano medio, no apeléis a las hordas ni a la masa enfurecida. Quitaos la bandera, que no es sólo vuestra, o usadla los de la izquierda, que también os pertenece.

"Mucha gente, hasta ayer, prefería una patria sin pan a un pan sin patria", escribía Juan José Millás hace muy pocos días, acerca de los chalecos amarillos franceses. No nos dejemos engañar, más pan y menos patria, menos pan y menos circo, Julio César, Casado, Rivera.