Acojonado. Esta es la palabra que mejor describe mi estado, después del capítulo de radicalismo que presencié hace tan sólo unos días. Resumen corto de la historia: Niños de 12 años, palos y proclamas nazis en mitad de Madrid.
El relato es en primera persona, porque fueron mis propios ojos los que presenciaron un acto que no abrirá periódicos, pero que si espero que quite la venda a muchos ciudadanos que todavía no son conscientes de la radicalización de la sociedad.
Un sábado cualquiera, en pleno Paseo de la Habana. Así comienza este artículo que me hubiera gustado que fuera una ficción, pero que no es ni más ni menos que la realidad extremista que vivimos actualmente. Tras una breve compra en un local cercano para hacer la cena, encaré a pie, junto a mi acompañante, el último tramo del Paseo de la Habana, que desemboca en el lateral de la Castellana.
Hacía frío y el brillo de las estufas de la terraza de los bares acaparaba mi atención. "¿Las prohibirá Carmena?", me preguntó mi pareja. "No lo sé", respondí. Pero bueno, ese es otro tema mucho más amable de lo que voy a contar. De repente, una marabunta de lo que creía que eran niños (digo creía porque los niños no me asustan y estos sí lo hicieron) captó mi interés.
Un grupo de cerca de 20 niños de entre 10 y 14 años bajaba el Paseo de la Habana. No los pude contar todos, pero cálculo que habría unos 15 chicos y 5 chicas. Los 'cabezillas' del grupo, los que lideraban esta peculiar procesión, portaban palos y algunas barras de plástico. Su apariencia no resultaba peligrosa, más bien todo lo contrario. Flequillo 'filete', camisas, chinos y náuticos. Vamos, lo que siempre se ha llamado un 'pijo' de manual.
El miedo que infundían sus 'armas' contrastaba con su imagen, a priori, inofensiva. Pero unos cánticos terminaron por despejar mis dudas: Sí, definitivamente daban miedo. "La,la,la,la,la, laaaaaaaaaaaaaaaaaaa, la, la, la, la, la, la laaaaaaaaaaa, la, la la la laaaaaaaaaaaaa, SIEG HEIL, a,la,la,la,la, laaaaaaaaaaaaaaaaaaa, la, la, la, la, la, la laaaaaaaaaaa, la, la la la laaaaaaaaaaaaa". Este fue el primer cántico que hizo que mi cuerpo se estremeciera ante criaturas que no pasaban del 1,50 metros.
Esto no quedo aquí. Con ojos desorbitados, inyectados en sangre y realizando el saludo nazi, estos jóvenes volvieron a hacer temblar los cimientos de la democracia con otra canción: "Somos nazis, no delincuentes (palmas) somos nazis, no delincuentes". Increíble, pero cierto...
Después de presenciar esta escena, me asaltaron multitud de preguntas: ¿Sabrían quién es Hitler? ¿Conocerían el significado de lo que están cantando? ¿Serían conocedores del holocausto Judío? Un tirón de mano y un "vamos" de mi acompañante me expulsaron de mi estado de 'shock'.
Muchas de las personas con las que he comentado el relato le han restado importancia. "Eso ha pasado siempre", "son niños de papá jugando a ser nazis", son algunas de las frases más repetidas. Pero ¿de verdad es sólo un juego? ¿es sólo una etapa de confusión de la pubertad? O lo que realmente sucede es que estamos ante una radicalización de la sociedad desde la base, los niños.
Puedo pecar de exagerado, pero creo que lo que viví ese sábado es el reflejo de una población que, cada vez más, vive en los extremos. Tanto de derechas, como de izquierdas. Porque a mí me dan igual de que ideología sean. La realidad es que los extremos se tocan, y mucho. Con esto no quiero decir que vayamos a volver a vivir una Guerra Civil. Pero los niños hacen lo que ven y si lo que ven en su casa es esto, sí tenemos un grave problema. Reflexionemos, pongamos cordura y huyamos de los extremos, por favor.