Llevo trasteando en el mundo de Linux desde aquella Gutsy Gibbon de Ubuntu del 2007 que tanto me impactó. No es que fuera una pasada, tenía muchas carencias y había que luchar mucho con los componentes de hardware para hacerlos correr, pero a mí me enamoró.
Desde entonces y cada seis meses, he reservado parte de mi tiempo para testar sus nuevas versiones. Las he probado todas y aunque el desarrollo de Ubuntu es una verdadera pasada, en mi opinión desde la Lucid Lynx del 2010 (la mejor versión de Ubuntu que jamás haya probado) a los de Canonical se les ha ido la mano con el proyecto.
Hoy he probado la última 20.04 y debo decir que sigo decepcionado, es más, me atrevería a decir que aquella primera experiencia con la 7.10 de Ubuntu, aún con todas sus carencias, fue más satisfactoria que esta última con la Focal Fossa. La decepción de hoy la comparo con la que lleve con aquel desvarío ilogico que fue incorporar Unity como entorno de escritorio y que tantos disgustos les dio a los de Canonical.
Si comparo el actual Ubuntu con todo un Windows 10 pues os diría que no le tiene nada que envidiar, es más, comparte hasta los mismos defectos. Pero precisamente en esa ilogica comparación es donde radica su mayor problema, esa obsesiva necesidad de compararse con Windows, de no apartarse de ese modelo, les ha llevado al punto en el que estamos ahora. Otra vez, en ese afán del “y yo más”, han publicado una versión cargada de inútiles efectos de escritorio (más que nunca), pantallas bonitas y tonterías que devoran recursos en lo que verdaderamente no es importante.
Y que conste, yo le he probado en mi equipo de escritorio, con 16 Gb de RAM, un potente procesador FX de 6 núcleos y una potente tarjeta gráfica y la experiencia en mi caso fue una pasada. La nueva versión de Gnome, aunque a mí no me gusta, va realmente bien y se ajusta perfectamente a los requisitos del sistema. Pero cuando hice lo mismo en mi portátil con Dual Core y 4 Gb RAM la cosa ya no fue tan bien y pasados unos días desistí.
La verdadera losa para Ubuntu es la comparación con otras distros (Debian, Manjaro, Linux Mint, Fedora, etc…) ahí si sale perdiendo por todos los lados. Estas son el espejo al que se tiene que mirar y dejarse de tonterías.
En mi caso tanto Debían como Manjaro me han dado unos resultados increíbles. A los pocos días de tener todo configurado (eso sí, con un poco más de trabajo que en Ubuntu) en los dos equipos la experiencia fue mucho más satisfactoria. Incluso probé la última versión estable de Debian en 32 bits (Debian 10.4 se publicó el 9 de mayo de 2020) en un portátil antiguo que tenía medio abandonado (Dell Latitude D 430) y lo revivió. No hubo Windows ni Ubuntu que lo moviese con la agilidad que hoy en día tiene, ni siquiera el XP Home de nuevo.
Ojalá en el futuro Ubuntu vuelva a la filosofía del pasado. Ya es difícil de por sí convertir un Linux (da igual el que sea) en la opción preferida de los usuarios, pero aún encima, si para ello les exiges tener una máquina con unos requisitos mínimos iguales o superiores a los de Windows 10, peor todavía.Ya no digo nada de la decisión de abandonar a los que tienen arquitecturas de 32 bits, ni de otras prácticas de Canonical que en el pasado se le criticaron a Microsoft.
Ese no es el camino.